Que el árbol no nos impida ver el bosque

El buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretende hacerse superior a las leyes

Marco Tulio Cicerón

La ya larga crisis que venimos sufriendo no solo está impactando en situaciones personales; paro, desahucios, elevación del nivel de pobreza o exclusión social y en el estado del bienestar que creíamos consolidado y garante de la protección de los sectores menos afortunados de la sociedad, sino que está teniendo un efecto mucho más pernicioso aún como es la minusvalorización de la democracia.

Resulta una reacción natural y humana cuando se producen situaciones de indefensión buscar en otros más fuertes la defensa de nuestra seguridad, olvidando nuestros derechos y nuestra responsabilidad, buscando en lo sobrenatural (teocracia) o en lo mágico (tecnocracia) soluciones que no vemos a nuestro propio alcance, pero es tan natural y humano que aquellos que obtienen el poder desde su apropiación de lo sobrenatural o lo mágico se nieguen a devolverlo después, y normalmente sin haber resuelto el problema que les llevó a conseguirlo y más probablemente agravándolo.

Ahora que el ciudadano medio se siente indefenso estamos asistiendo, sin ser todavía muy conscientes de ello, a un rebrote del totalitarismo.

No de otra manera se puede considerar que un gobierno que alcanza la mayoría absoluta incumpla flagrantemente su contrato con la sociedad, que no otra cosa es su programa electoral, solo seis meses después en base a no se que criterios de solución aportados por agentes míticos o místicos, en todo caso inidentificables, como pueden ser los tan traídos y llevados mercados. Si un gobierno democrático se ve en la tesitura de renunciar a su contrato social, por los motivos que fuera, solo tiene un camino; devolver la soberanía a la sociedad. O elecciones o referéndum… No hacerlo es burlar la democracia.

Y más grave aún es derogar “de facto” legislación democrática amparándose en una mayoría parlamentaria que responde precisamente a esa legislación democrática y que es la que la legitima.

No de otra manera se puede considerar la segunda opción que estamos viendo en  nuestra atribulada Europa como son los gobiernos tecnocráticos que responden a los mismos intereses y que ya sin disimulo alguno deciden sobre sociedades que no solo no han votado sus programas de gobierno sino que ni siquiera les han votado a ellos. ¿Quién decide que tecnócratas son los válidos para esta situación y cuales no? Esta pregunta solo tiene una respuesta; la sociedad que van a dirigir, y un método; una vez más las urnas.

Pero si ambas soluciones son totalitarias, ¿Qué podremos decir de la tercera? Esa que jalean y promocionan muchos indignados, algunos ingenuos, unos cuantos resentidos y dos o tres profesionales de la cosa. ¿Qué puede aportar a una situación como la que vivimos la revolución, el socialismo real o el nombre que tome para la ocasión? La sustitución de una clase dominante el nombre de la libertad de mercado por otra, mucho más sectaria y mística, en nombre de los desfavorecidos, por la ya vieja manera de hacer rodar cabezas. La sustitución de una minoría dirigente corrupta por otra más corrupta aún y, por supuesto, mucho más sanguinaria. La sustitución de una mayoría empobrecida y silenciosa por una mayoría más empobrecida, más silenciosa y más reprimida.

Y, además, sin vuelta a atrás…

La solución, como siempre, pasa por más democracia corrigiendo los errores de esta que nos han llevado a dejar el poder en manos de unos pocos agentes económicos y políticos. Y ese plus de democracia se consigue devolviendo el poder político ala ciudadanía. Conparticipación política real, con transparencia en la gestión de lo público y, sobre todo, con participación directa del ciudadano en la toma de decisiones. El sistema no ha fracasado, lo que ha fracasado es la gestión del sistema, el reparto del poder y en consecuencia el de la riqueza.

Que el árbol de la crisis no nos impida ver el bosque de la democracia.

Ander Muruzabal

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