Muros de la vergüenza

Es martes y…

Hace 25 años caía el Muro de Berlín, que, como todos los muros, estaba teñido de irracionalidad, cargado de temporalidad y saturado de su propia contradicción.

Con su derrumbe nos vendieron un arcoíris de bonanza y libertad, una revolución que devolvería a la vieja Europa todo el esplendor derrochado en propaganda ideológica. Con su destrucción moría la Guerra Fría, pero se helaron las mazas que lo echaron abajo.

Se levantaron otros muros de la vergüenza, presentados como panacea de la seguridad o, simplemente, silenciados a mayor gloria de sus instigadores. El megáfono de quienes hicieron de la caída del muro su bandera parece encasquillado desde ese día, apagado de cinismo y vanidad, asolado y sin pilas de recambio.

Triste humanidad que ahogas tus propios pulmones, triste humanidad que te escondes para no encontrarte. Triste humanidad que llenas Melilla de agresiones, Gaza de misiles y El Aaiún de puntos y aparte.

Sin más mañana que amanecer con vida, sin más futuro que el presente urgente. Somos espejismo y memoria abatida. «Enfermo de amnesia, pueblo emigrante».

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