Y POR ESO ESCRIBO TODOS LOS DÍAS

Colisionó un metro lleno
de gente
con otro metro lleno
de gente.

Y yo no estaba montado en ninguno.
Y no porque no lo hubiera
intentado.

Me echaron de ambos.

Ahora camino por la calle.
Ahora camino solitario.

Imagino que
cientos de cadáveres alfombran el suelo
del metro.

Lo imagino y me río,
y luego lloro.

Esa es la razón de que no me acepten.
Ni los vivos ni los muertos
me aceptan.

Oigo una voz afeminada de fondo,
una voz como aflautada.

Me dice
que la vida no
puede esperar, que mi vida
no puede.

Y por eso escribo todos los días.

UN RASGO COMÚN

Cuando le conocí,
mi amigo no fumaba, comía
mandarinas.

Quemaba cosas,
y como cuando tiendes
la ropa y al terminar observas
orgulloso tu hazaña,
él observaba orgulloso su hazaña en llamas.

Tenía la necesidad de hacer todo sin esperar,
y cuando no conseguía todo lo que quería,
se frustraba.

Supongo que se trataba de un rasgo común
en
todos nosotros.

Ahora,
al igual que mi amigo,
todos esperamos que ciertas cosas vayan surgiendo.

Surjan o no surjan, sabemos esperar.

Hemos
adquirido
esa discapacidad.

UN IMPOSTOR

No me creo al Papá Noel del centro comercial de Lleida.
Es un hombre corriente disfrazado de Papá Noel.

Saluda con su mano falsa imitando
al más grande, al todo
poderoso Papá
Noel.

Pero se nota que no es él.
Sangra debajo de la mascarilla.
Puedo ver cómo poco a poco se va tiñendo de rojo.

¡Bah!

Hay muchas empresas que hacen lo mismo.
Contratan a un impostor y luego esperan que nos lo creamos.

Pero yo no me lo creo.
Ese Papá Noel es más falso que un pato.

Ay los patos…

¡Cuánta risa forzada esgrimen los patos!
¡Cuánta risa y cuánto derroche!

EL MONAGUILLO

Apoyé mi dedo en el filo del cuchillo pensando que así,
la parte roma del cuchillo cortaría mejor.

Y me corté el dedo índice.
Y no corté lo que
necesitaba
cortar.

Y es que
me despistaba un poco,
y es que me volvía loco un loco
que deambulaba entre los bancos de la iglesia.
El monaguillo lo llamaban, pero lo cierto es que nadie sabía quién era.

Una mujer de papel de periódico
me dijo que se trataba de
un hijo bastardo del
capellán.

Un psicólogo que tiene tres perros y que vive puerta con puerta
con El monaguillo me dijo que no me preocupara,
que nunca salía de casa, y que cuando
lo hacía
sólo era para deambular
entre los bancos
de
la iglesia.

Sea como fuere, apoyé de nuevo mi dedo en el cuchillo,
esta vez con más fuerza, y concentrado
corté lo
que necesitaba cortar.

DAME PIPAS

No abundan las ideas.

Sólo abundan trozos rotos
de cuaderno
roto.

Me rodean un montón de monjas carmelitas.
Cada una de un sabor.
Cada una de un
color.

Una
monja roja
me pide pipas sin mirarme a la cara.

– Dame pipas.

Una monja verde considera:

– Todo puede cambiar cuando nada cambia.

Una
monja rosa dice
algo que no comparto:

– El cambio ha sido brusco y por eso no sientes nada.

No paran de hablar.
Yo no he decidido que aparezcan.

¡Para nada!

Monjas carmelitas de colores…
¡Marchaos!
¡Sólo
abundan trozos
rotos de cuaderno roto
pero eso no justifica vuestra horrible presencia!

¡Demonias de colores ataviadas!

La única monja que no es un color,
la monja vestida de negro
me contesta:

– El negro no es un color, el negro es todos los colores, dame pipas.