PASEANDO ENTRE ESCULTURAS

 

Vista frontal del conjunto escultórico de Henry Moore expuesto en el Paseo Sarasate de Pamplona.
Vista frontal del conjunto escultórico de Henry Moore expuesto en el Paseo Sarasate de Pamplona.

El pasado 3 de noviembre La Obra Social La Caixa, en colaboración con La Fundación Henry Moore (1898-1986), inauguraba dentro de su programa Arte en la Calle una muestra compuesta por siete magníficas esculturas  del artista inglés. El Paseo Sarasate, una de las principales arterias de la ciudad y lugar de paso hacia el casco histórico, se llenaba de arte. La capital navarra, como ya ocurriría con otras ciudades como Málaga, Santander o Burgos, se hacía un poco más internacional. Los apoyos que la entidad bancaria ofrece al mundo del arte y de la educación artística desde hace ya muchos años son más que notables y permiten realizar proyectos con colectivos que de otra manera  seguirían estando fuera del radio de acción de “lo artístico”.

Sin embargo, en este caso me surgen muchas dudas. Cuando en un mismo proyecto se entrelazan palabras como “arte”, “social” o “calle” una tiene la impresión de que se va a encontrar con una actividad en la que lo artístico impulsara vías de reflexión y debate en torno a la ciudad como contenedor de vida. Un proyecto en el que los adormecidos viandantes despertaran por un momento ante la necesidad de observar algo que no solo es nuevo como objeto en su entorno urbano sino nuevo como experiencia en su mirada.

La publicidad del programa en cuestión nos invita a ver un conjunto de monumentales esculturas en “un maravilloso entorno alejado de museos y salas de exposiciones”. Llamadme suspicaz pero en el reclamo da la sensación de que ir a un museo a ver arte es poco menos que un castigo divino. Estos días he observado a la gente al salir de casa por la mañana, al correr por la tarde, e incluso ya bien caída la noche para ver si la experiencia es verdaderamente “religiosa”. La sorpresa, que no voy a negaros no ha sido grande, es que la mayoría no miraba las piezas, tan solo las tocaba. Supongo que una parte del éxito de estas propuestas radica justamente en eso: en hacer todo lo que no se puede hacer en un museo.

Henry Moore en Pamplona.
Vista de las piezas de Henry Moore en Pamplona.

Algunos visitantes dejaban la mano pegada a la obra por unos segundos como si alguna energía divina venida de la mismísima Inglaterra fuese a transmitirse a sus entrañas a través de los poros de la piel. Otros las golpeaban fuertemente con los nudillos y asentían categóricos: “Chapa. Esto es chapa”. Evidentemente no podía faltar el grupo adicto al selfie que se fotografiaba con ellas acompañado de la familia ante la evidencia de que no se sabe por qué pero esto debe ser importante y yo no puedo dejar de inmortalizarlo con mi móvil. Y es justo decir que algún valiente también se paraba a leer las cartelas informativas de las piezas, que entiendo no acabarán nunca de compensar su inquietud cultural ya que la información es más bien escasa. Es importante recordar que los paneles informativos disponen de códigos QR desde donde descargarse audioguías con algo más de información.

Las dudas sobre la efectividad de este tipo de proyectos aumentan en mi cabeza cuando la conclusión de la mayoría se resume en: “Bueno, son bonitas”. Los pelos como escarpias se me ponen cuando una vuelve a encontrar al público ante la ya tan manida frase de “Si es bello el arte se explica sólo”.  La belleza es un concepto tan relativo como complejo y no niego que puede ser un escenario de análisis importante en una obra de arte, pero si nuestra relación con una pieza se limita a la estética de la belleza no estaremos hablando de arte social ni estaremos estableciendo nexos de unión entre la ciudad y el habitante. En definitiva, no estaremos activando el entorno urbano desde el arte, tan sólo lo estaremos ocupando.

Faustino Aizkorbe. Esfera partida, 1997.
Faustino Aizkorbe. Esfera partida, 1997.

A principios de los años cincuenta el arquitecto suizo-francés Le Corbusier afirmaba que era posible proyectar “un solo edificio para todos los países y climas”. Esta afirmación, difícil de sostener desde el mundo de la arquitectura, parece haberse hecho eco entre las muestras expositivas y es este un punto en el que de nuevo me surgen dudas. Cada ciudad tiene un desarrollo urbanístico, una arquitectura y una utilización de espacios que pueden tener mucho en común con otras ciudades pero que poseen a la vez su propia personalidad marcada por el clima y la cultura de cada zona.

José Ramón Anda. Argi, izpia eta oreka. Un punto de luz en equilibrio, 2003.
José Ramón Anda. Argi, izpia eta oreka. Un punto de luz en equilibrio, 2003.

A esto hay que añadir el hecho de que todas las ciudades poseen un patrimonio de escultura pública que nos habla de su historia y de la relación de esta con el arte. Por todo ello, exponer una serie de esculturas en un entorno urbano no debería consistir sólo en buscar el lugar más bello de la ciudad sino en estudiar previamente el patrimonio de la misma para generar diálogos entre distintas obras ayudando al viandante a valorar y comprender mejor lo que su ciudad posee.

Un ejemplo claro de la reflexión que ahora comparto con vosotros es el hecho de que Pamplona es la ciudad con más obra monumental de Jorge Oteiza (1908-2003). La ciudad posee seis esculturas del artista vasco (casi el mismo número de piezas presentes en la susodicha exposición) que no sólo comparte con el británico una misma generación sino que en varias ocasiones admitió la gran influencia de Moore en sus primeros trabajos. En la obra de Oteiza hay diálogos con el espacio, el vacío y la luz, pero también hay narraciones que hablan de la vida y la muerte, del desasosiego de la inmigración, de la amistad o de la maternidad. Temas todos ellos que también encontramos en las entrañas de Moore, hombre pasional y apasionado, y que  estoy segura de que hubiese estado encantado de enlazar sus miradas con el vasco. Al artista oriotarra acompañan en la ciudad grandes escultres de la talla de Vicente Larrea, José Ramón Anda, Nestor Basterretxea o Jesús Eslava, entre otros.

El arquitecto navarro Sáenz de Oíza, amigo también de Oteiza preguntaba: “¿Los edificios son para estar o son para recorrer?”. Si los esfuerzos económicos y personales, tanto de entidades privadas como públicas, ante una exposición de este tipo se limitan a colocar las esculturas en un hermoso espacio ajenas estas al resto del arte que habita la ciudad podremos afirmar que las esculturas están pero no son. Podremos “estar” con ellas pero nunca “recorrerlas”. Si queremos que el arte expuesto en la calle suponga una experiencia distinta a la de esos museos en los que las obras “descansan” ajenas a la vida como si de un mausoleo se tratase (imagino que a este tipo de museos se refiere la frase utilizada por la entidad para invitar a ver la muestra) debemos esforzaros para que estas convivan con la ciudad y lo que ella posee. No se trata de pasear entre esculturas sino de pasear con ellas sintiendo que no son objetos de reclamo ante un escaparate sino pedacitos de sensaciones y sentimientos que hacen de nuestras propias sensaciones y sentimientos algo especial.

Es de justicia recordar que el Ayuntamiento de Pamplona ha organizado 13 visitas guiadas para acercar la obra de Henry Moore al público no especializado. Puede ser un buen momento para reflexionar entre todos sobre estos temas. Nos ayudará ante tan firme objetivo la fantástica Guía de Escultura Urbana en Pamplona que editó el ayuntamiento de la ciudad en 2010.

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LA EXPERIMENTACIÓN COMO BUSQUEDA DE PREGUNTAS

“Por cada científico y artista que surge, hay una centena de expertos y funcionarios tratando de asesinarle”.

José Antonio Sistiaga

Celuloide pintado a mano por José Antonio Sistiaga.
Celuloide pintado a mano por José Antonio Sistiaga.

Innovación, creatividad y experimentación son términos que están en boca de todos los que de una manera directa o indirecta nos dedicamos al mundo del arte. Sin embargo, hay una diferencia entre algunos de ellos y es que no todo el mundo es capaz de innovar o crear pero todos y cada uno de nosotros tenemos la capacidad de experimentar.

Joseph Beuys afirmaba con rotundidad que <<El hombre está solo realmente vivo cuando se da cuenta de que es un ser creativo y artístico. Exijo una implicación del arte en todos los reinos de la vida. De momento el arte es enseñado como un campo especial que demanda la creación de documentos en forma de obras de arte. Por eso, yo abogo por una implicación estética de la ciencia, la economía, la política, la religión, de toda esfera de la actividad humana. Incluso la acción de pelar una patata puede ser una obra de arte si es un acto consciente. >> Las palabras del artista alemán esconden una realidad de la que no conseguimos escapar: seguimos pensando que la creatividad está hecha para aquel que quiere o necesita producir arte, y que sólo que el que quiere o necesita producir arte tiene que experimentar.

Experimentar, en este mundo de oficinas, grandes almacenes, modas dictadas a golpe de suplemento semanal y vacaciones de playa y chiringuito significa ni más ni menos que ser raro. La música experimental solo les gusta a los raros. Son los raros los que ven cine experimental. Y coronan la cumbre de “los raros” aquellos que leen poesía experimental. ¿Es eso cierto? Evidentemente no, porque si así lo fuese el concepto de experimentación sería demasiado fácil de acotar. Más allá de los gustos culturales que cada uno pueda tener, la experimentación no define  la acción de situarse en la periferia ejerciendo de personaje extraño  sino que representa el escenario desde el que buscar y generar nuevas preguntas. Y solo el que (se) pregunta consigue mantenerse vivo. Preguntar y cuestionar, tanto a los demás como a uno mismo, es un gesto de valentía e inteligencia que nos permite eliminar la apatía de nuestras vidas. No se puede crecer sin preguntar. No se puede avanzar sin preguntarse.

Performance El espacio del arte.
Performance El espacio del arte.

La pasada semana, con objeto de reflexionar sobre este complejo tema, organicé un curso en el Museo Oteiza al que di por título “La experimentación como herramienta pedagógica”. El escenario no podía ser mejor ya que en un mismo espacio se encuentran expuestos en estos momentos dos de los mejores ejemplos de experimentación artística en el arte contemporáneo. Por un lado, Jorge Oteiza desde la colección permanente del museo, y por otro, José Antonio Sistiaga como parte de la actual exposición temporal del mismo. El primero, como bien sabéis, hizo de su trabajo una búsqueda permanente no sólo desde la construcción de ese universo interminable de formas llamado Laboratorio Experimental sino también desde la valentía de acercarse a lenguajes tan diversos como la arquitectura, la poesía o el cine. El segundo, representa uno de los más interesantes exponentes del cine experimental gracias a sus películas pintadas que comienza a realizar en los años 60 y que le llevan a producir piezas de una apabullante belleza.

Laboratorio experiemental de Jorge Oteiza. Instalación en casa del artista, mediados de los ochenta.
Laboratorio experiemental de Jorge Oteiza. Instalación en casa del artista, mediados de los ochenta.

En ambos casos, encontramos también un notable interés por el campo de la educación estética que llevará a los dos artistas a realizar distintos proyectos dentro de la pedagogía de expresión libre basada en metodologías abiertas tanto en técnicas como en lenguajes. Esta libertad es la que se toma como punto de partida para activar distintos ejercicios a lo largo de los tres días de curso uniendo experiencias de gente muy diversa: maestros, profesores de Educación Primaria, Secundaria o Universitaria, profesores de idiomas, educadores de museos, arquitectos, artistas o, incluso, arteterapeutas.

El filósofo Henry Lefébvre decía: “Si unimos la acción a la reflexión, sin que ninguna de ellas preceda a la otra, todos nuestros actos serán actos de creación”. Podemos pensar que la creatividad surge de una acción experimental espontánea nunca de un ejercicio intelectual o meditado. Esto es tan cierto como falso ya que si bien es verdad que la experimentación requiere de cierto escenario de espontaneidad, sorpresa e incluso torpeza, no lo es menos el hecho de que lo experimental también puede entrenarse. Desarrollar una actitud creativa abierta supone todo un largo camino de ensayos que nos llevará a errar y a acertar por partes iguales. Lo intentaremos y acertaremos. Lo intentaremos y nos equivocaremos. Y así una y otra vez hasta darnos cuenta de que experimentar puede ser para nosotros una herramienta tan natural como hablar, leer o correr.

Acción experimental de reestructuración de códigos de lectura.
Acción experimental de reestructuración de códigos de lectura.

Uno de los elementos más importantes de lo experiencial es el escenario donde se desarrolla la acción. Experimentar  supone romper normas no como signo de anarquía sino como forma de buscar nuevos caminos para vivir en/desde nuestro entorno vital. La norma básica de un museo suele ser siempre esa máxima de ver sin tocar, observar sin hablar, y mirar desde lo mental nunca desde lo corporal. El grupo fue invitado a romper esas reglas realizando distintos ejercicios como recorrer descalzos las salas de exposición, observar las piezas con los ojos semitapados o analizar las obras con las manos atadas. Acciones sencillas que demostraron que hemos perdido la capacidad de leer desde lo corporal centrándonos en vivir el arte solo desde lo que “siente” nuestra cabeza.

Acción sonora.
Acción sonora.

El sonido es otro de los elementos de conflicto en un museo y en muchas ocasiones las salas se convierten en un concierto improvisado en el que el auxiliar de seguridad se pasa el día chistando en una dura batalla para conseguir bajar el volumen del visitante. Nos cuesta estar en silencio y como consecuencia nos cuesta valorarlo. Una de las acciones más hermosas que realizamos consistió en transmitirnos al oído un poema de Oteiza a través de tubos de cartón de diferentes tamaños. La forma en que cada uno modulaba su voz al acercarse al otro, el timbre de esa misma voz, la sonoridad y el ritmo nos ayudaron a observar el espacio desde otra intensidad llegando a sentir cómo nuestra mirada también podía ver las obras desde el oído y no solo desde la vista. Una vez finalizado el ejercicio volvimos al silencio inicial y nos dimos cuenta, como bien decía Cage, que el silencio no existe, ni siquiera en un museo.

Acción sonora.
Acción sonora.

 

 

 

 

 

 

En cualquier museo, y no digamos ya en un museo de escultura, la necesidad de tocar puede llegar a ser angustiosa. Podemos pensar que esa necesidad es puramente física pero existe en el fondo una triste obsesión por tocar el original ya que eso parece dar más valor a nuestra escapada cultural. Contaba a los asistentes cómo un profesor de la Facultad de Historia del Arte nos hizo a lo largo del curso realizar diversos ejercicios de dibujo con lápiz, cera o pastel tan solo para sentir la materia, de la que luego tendríamos que escribir, en nuestras propias manos. Muchos se quejaban argumentando que no se habían matriculado en Bellas Artes y que no tenían por qué saber dibujar. A lo que el profesor con infinita paciencia respondía: “Sólo si aprendéis a sentir seréis capaces de escribir”.

Acción táctil.
Acción táctil.

En este sentido analizamos la importancia de buscar otros caminos de acercamiento a la obra que a menudo quedan bloqueados por la normativa y excesivo celo de los museos a conservar su patrimonio. Es cierto que en la mayoría de los casos no podemos ni podremos tocar las piezas pero acariciar algunos de los materiales con los que están hechas, romperlos, o incluso sentirlos en distintas partes de nuestro cuerpo pueden sin duda ampliar nuestra mirada.

Acción cuerpo-materia.
Acción cuerpo-materia.

Uno de los ejercicios clave del curso, dentro de esa búsqueda de cercanía hacía el material expuesto, fue la acción realizada con tizas (objeto ya mítico en la producción escultórica de Oteiza) y martillos. El grupo rodeaba una mesa sobre la que se habían colocado dos parejas de martillos de distinto peso. La norma era directa y sencilla: “tienes que romper la tiza de un solo golpe”. Ante una misma demanda y un escueto escenario de acción los resultados fueron multiplicándose de una manera sorprendente. Algunos ni siquiera utilizaron el martillo, algo que parecía evidente en un principio. La pregunta nos hacía recordar que esta puede ir acompañada de interminables respuestas, pero que esas respuestas no son mas que nuevas preguntas.

El último día, tras pasar por otros muchos ejercicios de carácter abierto como pintar con agua, describir piezas sin poder verlas o transformar la arquitectura del museo en un poema colectivo, decidí que era importante que cada participante hiciese de ese museo su museo. Es decir, que con independencia de la institución y de mi propia persona que como representante de la misma en el curso siempre queda delimitada, se posicionase frente al arte allí expuesto. Para ello, en una acción rápida de poco más de diez minutos, les pedí que realizasen un selfie en el que no se distinguiesen sus rostros. Los resultados fueron tan variados como sorprendentes y certificaron el hecho de que solo cuando hemos vivido un lugar desde experiencias diversas y enriquecedoras somos capaces de activar nuestra imaginación y nuestra creatividad. Las palabras de Lefébvre adquirían así un rotundo sentido ya que la acción (fotografiarse en el museo) unida a la reflexión ( varios días hablando y trabajando sobre una misma obra), sin que una precediese a la otra, desvelaron una gran capacidad de creatividad en cada componente del grupo.

Los procesos que brevemente he compartido con vosotros en este post fueron en ocasiones acompañados de expresiones que no pueden dejar de preocuparme. Frases como : “Este edificio es tan hermoso que cualquier actividad resulta maravillosa”, “Tener la suerte de poder accionar en el museo a puertas cerradas es un lujo” o “El entorno natural de este lugar ayuda a pensar con más libertad”. Todas ellas son frases que agradezco y con las que estoy totalmente de acuerdo pero que en ocasiones pueden ejercer de trampa para justificar por qué en algunos lugares más directamente vinculados a “lo artístico” nos dejamos llevar ante propuestas de metodologías abiertas y no somos capaces de aplicar la experimentación en nuestra cotidianidad. No hay nada que nos impida recorrer los pasillos de una escuela descalzos por unos minutos, podemos intentar explicar una obra de arte ante alumnos con los ojos tapados o todos somos capaces de escribir con tinta roja durante un día y olvidarnos del bolígrafo negro. Minúsculos ejercicios que tienen una importancia capital en nuestro desarrollo: sentirnos a nosotros mismos desde diferentes parámetros y cuestionar las normas para transformar la mirada en miradas. Solo así conseguiremos que ningún experto ni funcionario asesine nuestra creatividad.

@aitziberurtasun

Acción poética como reinterpretación de la arquitectura.
Acción poética como reinterpretación de la arquitectura.

ARTE Y TECNOLOGÍA. DEMASIADO LEJOS PARA ESTAR TAN CERCA

 

Cuando inicié este blog me dije a mi misma que no realizaría crítica de arte al amparo de las exposiciones que tengo, puedo o quiero visitar. Ya hay demasiada gente que lo hace, y la mayoría infinitamente mejor que yo. Pero lo que sí me propuse, y os propuse, es contaros mis experiencias desde dichas muestras porque reflexionar sobre lo vivido en propia carne es siempre un sano ejercicio.

El pasado viernes fui invitada a asistir a Abierto Valencia, evento organizado por LaVAC, con motivo de la inauguración conjunta del principio de la temporada artística de las galerías que forman parte de la asociación. Admito que no suelo asistir a este tipo de actos pero además de la vinculación personal que me une a la ciudad, gracias a algunos de esos amigos que si no existiesen en tu vida soñarías con crear, presentaba su último trabajo Solimán López, artista al que conozco desde hace tiempo, del que ya os he hablado en este blog, y con quien he diseñado algún proyecto.

José Antonio Orts
José Antonio Orts

La exposición de la que os quiero hablar se presentaba en la mítica Galería Punto bajo el sugerente título de A.N.T Arte y Naturalezas Tecnológicas. La propuesta se ha hilvanado con sumo cuidado reuniendo en el mismo escenario a artistas de distintas generaciones. La función comienza con la sutil narrativa de José Antonio Orts (Valencia, 1955) y esos  frágiles objetos de luz y sonido cuya débil estructura hacen tener la certeza de que estás ante un creador ya clásico. Una obra tan personal como poética.

Bosch&Simons
Bosch&Simons

Compartiendo generación se encuentra el trabajo de Bosch&Simons(Amsterdam, 1958 -1961). La pieza presentada, titulada ¨Último Esfuerzo Industrial¨, se inició en 2012 con un concierto en el Sporting Club Russafa, Valencia, dentro del festival Nitsd´Aielo i Art y supone un ejercicio en el que se mezcla la melancolía por los primeros futuristas, registrando ruidos mecánicos junto con el mejor arte sonoro actual mostrando las interferencias generadas por radiofrecuencia causadas por la modulación por ancho de pulsos (PWM) que emplean los reguladores de frecuencia de los motores. Y son justamente estos motores, ese acabado de piezas entre moderno y rudimentario lo que da a la pieza cierto carácter historicista.

Hugo Martínez-Tormo
Hugo Martínez-Tormo

Como entreacto se puede disfrutar de Hugo Martínez-Tormo (Valencia, 1979) y Rafael Lozano-Hemmer (México, 1967). El primero, parte de un ejercicio básico de carácter conceptual recogiendo una simple botella que museabiliza al colocarla a modo de escultura en la propia galería. Pero el formato ready-made se torna tecnológico al pasarlo por el filtro de una impresora 3D. La máquina hace que tomemos conciencia sobre la actitud bulímica del usuario al utilizar la reproductibilidad de la tecnología sin reflexión ecológica alguna.

Rafael Lozano-Hemmer
Rafael Lozano-Hemmer

El segundo, entiendo que marcado por sus orígenes y, por qué no decirlo, también por pertenecer a una generación de corazón crítico, nos habla del oscuro episodio de la tragedia ocurrida en Ayotzinapa, Guerrero, México, el 26 de marzo de 2015. El rostro de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Vargas” aún desaparecidos “ayudan” a construir un programa, creado a partir de un software gratuito, que utiliza algoritmos de reconocimiento facial para intentar encontrar a los estudiantes desaparecidos entre cada espectador de la obra. Un trabajo crítico, intenso y perturbador que da cierto sentido al uso indiscriminado de las cámaras de seguridad en nuestra sociedad. Un gran trabajo que se perdía entre las risas y sensación de fiesta de los presentes.

21425905261_c4e072811f_bLa muestra se cierra con la presencia de dos artistas aún jóvenes aunque en modo alguno emergentes como algunos se empeñan en describir a creadores que ya tienen una edad y un recorrido vital con la suficiente fuerza y contenido como para generar debate. El primero, Enrique Radigales (Zaragoza 1970), descontextualiza desde un minucioso trabajo el concepto de paisaje realizando un “googleado” a partir de la palabra “landscape”. La búsqueda se traduce en infinidad de imágenes que componen cartografías del pasado y del presente. El resultado no es utilizado por el artista para reconducir de manera irónica y lúdica las búsquedas hacia una nueva imagen, tal como nos propone el gran Joan Fontcouberta en su Serie “Googlegrames”, sino que enlaza con la tradición pictórica y muralista al reunirlas, remezclarlas y reproducirlas en doce metros de papel Hahnemühle impresos en tinta pigmentada
y pintados con acrílico. Un resultado de gran potencia visual que resulta sin duda la pieza más sencilla de asimilar por el espectador.

Solimán López
Solimán López

El último y el más joven del grupo, Solimán López ( Burgos, 1981) presenta un trabajo tan exquisito en su producción como complejo en sus lecturas. La factura de sus piezas tiene un acabado tan perfecto como las ensoñadoras pieles de las modelos recién pasadas por el filtro del photoshop. Sin embargo, su objetivo poco tiene que ver con la estética puesto que el recorrido creativo desvela un profundo carácter conceptual cargado de referencias históricas. Encontramos en sus trabajos el “Ruido secreto” de Duchamp, las “Cesiones de zonas de sensibilidad”de Yves Klein, e incluso las sutiles y provocadoras “Granadas de mano” de Susan Hillier. Todo está ahí pero no lo vemos porque el artista no vende una obra sino la promesa de una obra, reuniendo a través de diversos dispositivos tecnológicos información artística veraz o manipulada que muestra un juego de cambio de roles. ¿Qué vende el artista?, ¿Qué compra el coleccionista?, ¿Qué compras?, ¿Qué vendo?, ¿Qué es cierto?, ¿Qué es falso? ,¿Quién controla a quien?, ¿Quién tiene el poder? ¿Quién dice la última palabra? El arte como repositorio de una verdad que hoy más que nunca resulta casi imposible de descifrar “gracias” a las innumerables trampas que nos ofrece la tecnología.

Y es precisamente la sensación de trampa la que me hizo reflexionar la semana pasada al hilo de dicha exposición. Al recorrer la galería observaba y escuchaba a los invitados. Cierto es que una inauguración no es el mejor momento para hablar de arte ya que el vino, las presentaciones, las sonrisas tan veraces como fingidas, y el agotador postureo propio de este mundo que en ocasiones es mejor definir como “mundillo” no ayudan a pensar. Pero creedme si os digo que algunas y algunos lo intentamos (vino en mano incluido). ¿Y cuál es mi veredicto respecto a las reacciones de la gente? Pues que en su mayoría se sentían completamente perdidos.

Solimán López
Solimán López

En este punto, podríamos volver al agotador debate sobre la incapacidad del arte contemporáneo para conectar con el público general. Pero la realidad es que no estamos hablando de un público al uso sino de gente que no sólo está habituada a consumir arte contemporáneo sino de personas que trabajan en el mundo del arte. Lo que más me llamó la atención es que el acertado gesto del galerista por mostrar artistas de distintas generaciones como certificación de que la tecnología tiene ya un largo recorrido en la contemporaneidad del arte no se correspondía con la aceptación general de esas mismas generaciones entre el público.

Los más mayores se sentían cómodos ante la obra de Ors ya que la reconocían como habitante permanente de museos y exposiciones, y celebraban la calidad del trabajo de Radigales ante la calma que les producía observar un papel pintado ya que aunque la mano ejecutora hubiese sido una impresora la realidad de lo pictórico seguía viva.

Los más jóvenes sonreían ante el trabajo de Hugo Martínez-Tormo porque trabajar desde una botella tiene ese punto pop que sigue resultando divertido cuando su trabajo presenta un tema de enorme actualidad y que bien merece una pausada mirada. Y por supuesto se sentían fascinados ante el alarde tecnológico de Solimán López pero ninguno interactuaba o reflexionaba sobre las piezas, solo se mostraban seguros ante “objetos” que reconocen como suyos en el día a día ( pendrives, discos duros, tarjetas de memoria, etc.) y que curiosamente atrapaban en selfies que daban la espalda a la propia tecnología. La belleza de las piezas hacía olvidar su verdadero contenido como si de una caja de música se tratase que de tan bella por fuera nos hiciese olvidar la melodía que alberga dentro.

Cuando hablamos de la relación entre público y arte casi es fácil admitir que la inmensa mayoría disfruta sin problema del arte clásico, se siente cómoda ante el arte moderno y casi nunca entiende el arte contemporáneo. Sin embargo, el pasado viernes vino a mi cabeza una nueva clasificación: el público (y entre ellos incluyo a los profesionales del arte) que disfruta, se siente cómodo y entiende el arte contemporáneo pero no comprende ni siente suyo el arte tecnológico.

No es función de una galería de arte hacer pedagogía (bastante valentía ha demostrado Galería Punto al aportar por estos artistas) pero tampoco está de más perder el miedo a acercarnos al inicio del camino. Pequeños textos de pared que nos regalen referencias a las que agarrarnos, sencillos avisos que nos permitan comprender que esa pieza no sólo se puede sino que se debe tocar porque de otra forma tan sólo es un bonito objeto colgado de una pared, entrevistas a los artistas que podamos descargar en sencillos formatos para escucharlos más allá del día de la inauguración, y muchas otras pequeñas herramientas narrativas que no sólo no van a restar credibilidad al trabajo presentado sino que lo van a reforzar. No hablo de herramientas que ayuden a un público general sino también al comisario, al coleccionista o al técnico de museo que puede que en cualquier momento, fuera de los fastos inaugurales, visite la muestra.

El arte tecnológico no es una isla ajena al resto del arte, es un punto más de la línea. Pero esa línea la tenemos que construir entre todos y para ello es necesario entender que la tecnología aplicada al arte no debe encerrarse en un gueto. Puede que los artistas que trabajan en este territorio no sientan la necesidad de explicar su trabajo porque, ¿Cuándo ha necesitado el artista explicar su obra? Pero sí debe hacerlo aquel que la “pone en circulación”. Debemos encontrar un punto intermedio en el que el joven de veinte y treinta años no se aburra oyendo hablar de Duchamp, y el de cuarenta y cincuenta no bostece cuando le hablen de programación. Todas y todos estamos en el mismo barco por lo que no podemos seguir pensando que el arte tecnológico está demasiado lejos de nosotros estando tan cerca.

PD: más allá de mis reflexiones, opiniones o sensaciones no dejéis de visitar la muestra porque la calidad del montaje y de las piezas bien merece una atenta mirada.

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EL ARTE DE LA MEMORIA. ACCIONES COTIDIANAS

 

“El único camino es la transformación no violenta. No porque la violencia no nos parezca prometedora en un momento dado o para un objetivo particular. No violenta por principio, por motivos humanos, intelectuales, morales y socio-políticos.”

Joseph Beuys

2015-09-11 13.55.36Septiembre es ese mes en el que algunos lloran amargamente el fin del verano y otros celebran con alivio la llegada de las rutinas personales y laborales. Pero aunque parezca que entre esas dos posturas hay una enorme distancia, ambas tienen algo en común: la necesidad de poner orden a nuestras ideas y plantear nuevos proyectos en nuestras vidas. En mi caso, siempre es necesario establecer una limpieza mínima de mi zona de estudio con el único objetivo de utilizar una actividad tranquila y casi automática, como es ordenar papeles y libros, para que de forma inconsciente mi cerebro vaya encontrando lugar a todo el trabajo que se le viene encima.

2015-09-08 19.01.18La pasada semana, en medio del delirio por poner orden a todo lo que me rodea, encontré un objeto al que hace tiempo no prestaba atención: un televisor. << ¿Y qué hace esto aún aquí?>> – me pregunté. El aparato tiene más de 15 años y hace mucho, mucho tiempo que no funciona pero ahí seguía, agazapado y silencioso entre montañas de carpetas como diciéndome: yo también formo parte de tu vida. Y sobre todo, yo también formo parte de tu memoria. No lo olvides.

Mucho ha llovido desde que esta servidora decidiese independizarse. No sé realmente a qué edad sentí que necesitaba mi propio espacio, lo que si sé es que me fui de casa con veinte años. No fue ningún drama, no me vayáis a entender mal. Aunque reconozco que no fue una decisión fácil de asimilar por parte de mi familia, ya que yo no me mudé por tener que ir a estudiar a otra ciudad, porque me había echado novio o porque ganaba tanto dinero que había decidido vivir la gran vida. Simplemente necesitaba volar o al menos un espacio propio para batir las alas sin ser interrumpida. Como diría Carlos Salem: “Si hay que caer, que sea volado”

Los vuelos en primera son cómodos y espaciosos, pero en camarote hay que echarle valor e imaginación. Así que mi primer piso era escaso en comodidades pero siempre estaba lleno de energía y buena música. No había microondas, estaba prohibido encender la calefacción, no había cama, sólo colchón, no había armario, y no había televisor.

Por aquel entonces mi abuela ya estaba bastante enferma, por lo que no me podía visitar pero preguntaba a todos sobre cómo me encontraba en esa mi nueva casa. <<La casa parece un cuarto de lo pequeña que es pero al menos está al lado del mercado>> – decía mi tía. << La ha puesto muy mona para lo poca cosa que es >> -decía mi madre.  << Joder, ya me gustaría tener a mi un piso en lo viejo>> – decía mi primo. Y así unos y otros. Pero curiosamente, les gustase o no, todas las frases acababan de forma parecida: <<La pobre no tiene ni tele. >> Mi abuela, ante tal noticia (un autentico drama teniendo en cuenta que ella veía la televisión una media de 12 horas diarias) me llamó angustiada para decirme que se había enterado y que me quería ayudar. << ¿Ayudar a qué amama? >> -le pregunté. <<¡A comprarte un televisor hija! ¿A qué va a ser? >>

Fue imposible hacerle entender que la ausencia del televisor no se debía a mi escasa economía sino a que no me apetecía tener tele en casa. Al poco tiempo me llamo y me dijo que había hablado con el de la tienda de electrodomésticos del barrio para decirle que su nieta bajaría esa semana a elegir una tele y que luego ya se la pagaría ella. No crean que esto es una anécdota más, ya que dejando de lado el bolígrafo de la primera comunión, mi abuela nunca me había hecho regalos. Ni siquiera me daba la paga, algo que sí hacía con mi hermano ante ese alucínate argumento de: “Es que tu hermano fuma.” Por lo tanto, el televisor no simbolizaba tan sólo un pequeño gesto de afecto, sino una declaración de intenciones que en mi familia me acompañará todo vida: Una cosa es ser un poco rara y otra pasarse.

El televisor desembarcó en mi casa de forma tímida ante mi mirada inquisitiva y nos hicimos amigos, aunque nunca del alma, cuando me descubrió que me podía ofrecer algo que me fascinaba: el teletexto. Veía pocos programas pero esa pantalla llena de letras de colores que iba dándome información actualizada de las últimas noticias al tiempo que jugaba con los colores me parecía puro arte. A veces, me quedaba mirando la pantalla como si de una pintura abstracta en movimiento se tratase o como preludio, supongo, de la fascinación que siempre me han producido las piezas de net art, que puedo sentir pero rara vez entender. Aunque ya sabemos que pocas de las cosas que verdaderamente se siente resultan comprensibles. Toda pasión tiene su fin. Internet llego también a mi vida domestica y el pobre teletexto quedo olvidado como esos amigos que sabes que siempre están ahí pero que nunca llamas.

El televisor siguió haciéndome compañía e incluso ayudándome a evitar la compañía de algunos hasta que un día decidió no encenderse más. Mi abuela por aquel entonces ya había fallecido, por lo que no sentí la necesidad de sustituirlo por otro aunque, curiosamente, no conseguí tirarlo. Es sorprendente como los objetos adoptan nuestra piel y adquieren una carga de significado tan fuerte que su presencia puede alegrarnos el día o incomodarnos por completo. En ocasiones, sentimos la necesidad de deshacernos de ellos sin miramientos y en otras nos agarramos a la memoria que arrastran como si el objeto en sí fuese de alguna manera a devolvernos a esa persona ya ajena a nuestra vida.

Os lo confieso. Tras poner orden al despacho no he conseguido tirar el televisor. Sin embrago, he necesitado que ese objeto se transforme porque también la imagen de mi abuela se ha difuminado con el paso del tiempo. Beuys decía que no es el objeto lo que da significado a la obra de arte; es la experiencia del ser humano lo que le da sentido, no sólo al arte, sino también al mundo. Somos nosotros los que nos construimos desde nuestras experiencias y los objetos forman parte del juego. Por ello, decidí hacer lo que en origen me hubiese gustado hacer cuando ese objeto entro en mi casa. Romper su muro. Escarbar en su interior. Recordarle que no es un misterio, sino un objeto con tripas tan malolientes como las nuestras propias.

Al intentar romper la pantalla descubrí con sorpresa que el vidrio era más duro de lo que pensaba. De nuevo la imagen que se proyectaba ante mis ojos resultaba una estafa. Por eso hay que vivir la vida experimentando y no únicamente mirando. Es la única manera de saber de qué piel están hechas las personas y…los objetos. Una vez roto el cristal, el resto de la acción fue maravillosa. De repente descubrí que es más correcto decir televisión que televisor porque internamente es una concavidad completamente femenina. Refugio, fertilidad, hueco, luz, misterio….palabras y palabras que venían a mi mente siempre con sabor a mujer.

2015-09-11 13.55.07Por ello, y tras vaciar el interior por completo pensé que lo lógico era llenarlo de ellas, de sus miedos, de sus valentías, de sus provocaciones, de sus historias. Las tripas del televisor empezaban a tener sentido por primera vez porque con apenas veinte libros en su interior adquiría la capacidad de contarme más historias que en 10 años de programación televisiva. Coco Chanel, Simone de Beauvoir, Alice Munro, Kusama, Sylvia Plath… Mujeres muy diferentes entre sí. Mujeres con vidas distintas. Mujeres con inquietudes distintas. Pero en definitiva, mujeres fuertes como mi abuela, que siempre hizo lo que quiso, que siempre tuvo claro que hay que estar al lado de los tuyos pero sin olvidarte de cuidar de ti misma.

Y lo más bonito de la experiencia ha sido darme cuenta de que la transformación no ha anulado la presencia de mi abuela, sino que me ha dado la oportunidad de soñar con compartir con ella la sabiduría de todas esas mujeres que nunca tuvo la suerte de conocer porque apenas sabía leer ni escribir. La memoria de los que no están nos acompaña irremediablemente, nos guste o no, pero ello no quiere decir que no podamos hacer de ella un arte. El arte de repensarla, el arte de reconstruirla, el arte de seguir viviendo con ella.

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LA CREATIVIDAD COMO EJERCICIO

“El tiempo es el instante de la creatividad”

José Antonio Sistiaga

Personalmente no creo demasiado en los calendarios. Siempre me ha molestado que me digan qué día tengo que trabajar, qué día es bueno para ir al cine, a qué hora me puedo tomar una copa o qué mes es el perfecto para escaparme a la playa. Pero una cosa es mi intento de anarquía y otra es la realidad de la vida. Y la vida, tal como la hemos construido, te obliga en la mayoría de los casos a ser esclava del calendario.

Por ello, al llegar septiembre se apodera de una ese vértigo del inicio del año (que no nos engañemos no arranca en enero sino ahora) y empiezas a revisar, ordenar y planificar todo el trabajo que te espera en los próximos meses. Y entre esas mil cosas por hacer me ha resultado curioso el hecho de tener que preparar ni más ni menos que tres cursos para distintos espacios sobre el mismo tema: la creatividad.manukleart-metodo-creatividad-verticalidad-1024x640

Y es que la creatividad como concepto está de moda. No sé si esto será una moda pasajera (como esperemos lo sea el aberrante palo selfie) o, por el contrario, estamos empezando a darnos cuenta de que ser creativos puede resultar de enorme utilidad para mejorar nuestra vida personal y profesional. No obstante, no creo que todos tengamos muy claro en qué consiste esto de ser creativos. Lo que sí tengo claro es que la mayoría relaciona la creatividad con el arte.

Sin embargo, la creatividad como escenario propio del artista-creador no se incorpora al lenguaje del arte hasta el siglo XIX. Durante más de mil años no encontramos rastro del concepto ni en filosofía, ni en teología ni en arte. Los griegos la ignoran, y los romanos, que para esto del arte eran muy suyos, sólo aplicaban el término para hablar del <<creator>> o fundador de la ciudad. Esto de construir carreteras y casas a diestro y siniestro no creáis que es algo tan nuevo.

En el periodo cristiano, el término creator, como no podía ser de otra manera en esos tumultuosos tiempos, se aplica exclusivamente al acto que Dios realiza creando el mundo a partir de la nada. Y es esta nada, más allá de lo religioso, la que supone una trampa para el concepto de creatividad ya que durante muchos años se afirma con rotundidad que para pintar un cuadro o modelar una escultura es necesario tomar como base esa naturaleza ya prefijada. Es decir, que el artista debe ser diestro no creativo porque no está inventando nada sino copiándolo.

El Renacimiento pondrá algo de luz a este desastre ya que los grandes filósofos y artistas de la época admitirán que la creatividad representaba un escenario de libertad e independencia en la vida del hombre. Es decir, que el hombre es creativo con independencia de los dones de Dios. Sin embargo, tal como nos describe Tatarkiewich en su famosa obra “Historia de seis ideas”, el concepto podía estar más o menos claro en sus cabezas pero definir un término tardo más tiempo. <<El filósofo Marsilio Ficino – escribe el filósofo polaco- dijo que el artista “inventa” ( excogitatio) sus obras; el teórico de arquitectura y pintura Alberti, que preordena (preordinazione); Rafael, que conforma el cuadro a su idea; Leonardo, que emplea formas que no existen en la naturaleza; Miguel Ángel, que el artista plasma su visión en lugar de imitar la naturaleza; Vasari, que a la naturaleza se le conquista por el arte; el teórico del arte veneciano Paolo Pino, que la pintura es “inventar lo que no es”; Paolo Veronés, que los pintores se benefician de las mismas libertades que los poetas y los locos; Zuccaro, que el artista configura un mundo nuevo, nuevos paraísos; y Cesariano, que los arquitectos son semidioses.>> Ya sé lo que estáis pensando. Efectivamente, está última parte de la cita aún no está superada.

Y a en el siglo XVIII, el término creatividad empieza a aparecer con más frecuencia en la teoría del arte unido a otro concepto que es para mí esencial: la imaginación. Muchos opinaban que la imaginación era simplemente una forma de memoria pero otros admiten ya que esta <<contiene algo parecido a la creación>>. La imaginación es un escenario enormemente poderoso y vitalmente necesario en el que el ser humano juega a combinar realidades. Estas “realidades”, que proceden tanto de la propia experiencia como de las experiencias narradas por otros, suponen una herramienta de creación sorprendente. Las combinaciones pueden ser ilimitadas haciendo de nuestro cerebro un computador en constante actividad al que alimentaremos con variables que a su vez posibilitaran nuevas formas de programación-creación. En este punto, podemos admitir que la creatividad del ser humano no parte de una Nada sino de una acumulación de experiencias que se combinan para abrir nuevos caminos y lecturas. Es por ello que, cuanto más rica sea nuestra experiencia más material de trabajo podremos ofrecer a nuestra imaginación. Y, en consecuencia, más creativos seremos.

Y si el siglo XIX asume la creatividad como parte esencial del proceso artístico será el siglo XX el que nos haga descubrir su verdadera dimensión ya que por primera vez se admite que la creatividad es posible en todos los campos de la producción humana. Es decir, que el artista es creativo pero no todo el que es creativo tiene que ser artista. Y si en nuestra actual sociedad se admite ya la creatividad como un mecanismo que puede operar positivamente en un científico, en un arquitecto o en un informático, ¿por qué nos cuesta tanto dejar de vincularla con el mundo del arte? Pregunta de difícil respuesta. Esencialmente, porque entrar en el juego de lo creativo da vértigo.

La creatividad no siempre es bien recibida en nuestro día a día ya que supone un esfuerzo demasiado grande en estos tiempos de continuas carreras por ser, hacer y mostrar. La creatividad supone preguntarnos a nosotros mismos sin miedo a lo que podemos encontrar, supone equivocarnos demasiadas veces hasta obtener resultados, supone dejar de aparentar orden y seriedad para mostrar desorden y “locura”, supone romper el reloj y el calendario y trabajar con otros modos de tiempo, supone caminar hasta que te sangren los pies sin saber con certeza a donde te lleva el camino, supone… Sin embargo, la compensación es maravillosa porque la creatividad puede hacer que el mes de septiembre adquiera otro valor, que el trabajo no sea una línea continua sino un parque de atracciones o que las amistades y los amores crezcan en cada encuentro. En definitiva, hace que la vida merezca ser vivida. Vamos a darle una oportunidad. O mejor dicho, vamos a darnos a nosotros mismos la oportunidad de ser creativo.

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EL ESPACIO DEL ARTE

Siendo adolescente, un día fui a firmar con mi nombre en la parte trasera del cielo, en un fantástico viaje realista-imaginario, un día que estaba tumbado en la playa de Niza… ¡desde entonces odio a los pájaros, que siempre tratan de hacer agujeros en mi obra más grade y más bella! ¡Los pájaros deberían desaparecer!

Yves Klein

Yves Klein enmarcando un trozo de cielo con sus manos
Yves Klein enmarcando un trozo de cielo con sus manos

La primera vez que leí estas palabra del siempre complejo Yves Klein no pude evitar sonreír y acordarme de mi infancia. Ya os he contado en alguna ocasión que cuando era pequeña pasaba muchas horas pintando en el aire. No es una metáfora, era uno de mis pasatiempos favoritos. Cuando estaba en la playa, viajando en tren o mirando desde la ventanilla del coche de mi padre solía levantar la mirada en busca de un trocito de cielo. No necesitaba pinturas ni papel para entretenerme, tan sólo un espacio vacío y el ritmo de mi dedo sobre él. A veces escribía palabras, otras dibujaba animales y, en ocasiones, jugaba a cambiar el cielo de color. “Soy el pintor del espacio – decía Klein. No soy un pintor abstracto, por el contrario soy figurativo y realista. Seamos honestos, para pintar el espacio tengo que situarme sobre el terreno, en ese mismo espacio”. Yo también creo que aprendí a dibujar en el espacio azul del cielo porque su infinito me regalaba una libertad que nunca encontré en el papel.

Estos días de verano en los que el calor es tan intenso y a veces tiene una la sensación de que el cielo azul es más una amenaza que un regalo he pensado mucho en el espacio vacío y en nuestra convivencia con él. La relación que establecemos con el cielo abierto en plena naturaleza y la que tenemos con él en la ciudad resulta notablemente diferente. En el campo o en la costa el cielo se expande dulcemente sobre nosotros como si de una gasa suave y ligera se tratase. En la ciudad, por el contrario, adquiere cierta tensión como si los edificios, coches, árboles o personas que la definen luchasen por invadir su territorio. Como habitantes de la misma, la identidad del espacio nunca nos satisface del todo. Cuando estamos al aire libre buscamos el cobijo de la arquitectura. Y cuando llevamos mucho tiempo encerrados necesitamos liberar nuestros cuerpos de los muros de piedra. Entramos y salimos. Salimos y entramos. Miramos hacia el cielo y buscamos nuestros pies. Observamos nuestros pies y necesitamos escapar al cielo. Y en todo ese proceso nunca pensamos en el vacío. Nunca lo asumimos como nuestro. Nunca lo advertimos como espacio. Nunca recordamos que está ahí.

The artof nothing,
The Art of Nothing, 2008. Ivo Mesquita

En octubre de 2008 el curador Ivo Mesquita sorprendía al mundo del arte presentando para la Bienal de Sao Paulo una arriesgada propuesta que fue rápidamente definida como “la bienal del vacío”. La provocación consistía en mostrar la segunda planta del ya mítico edificio de Oscar Niemeyer sin obra alguna. No se exponía ‘nada’ y por lo tanto nada se podía ver. “¡Los pájaros deberían desaparecer!”- gritaba Klein. El proyecto de Mesquita traduce el anhelo del francés en una nueva forma de vivir el escenario expositivo. Al eliminar las obras (los pájaros) del espacio arquitectónico (el cielo) el espectador adquiere un protagonismo hasta ahora inimaginable ya que puede jugar a construir su propia exposición eligiendo cada obra y dibujando cada hueco y cada rayo de luz. Las posibilidades son infinitas y gracias a ello la exposición que habitualmente recorre discursos condicionados se trasforma en un horizonte sin límites. No pretendo que los museos vacíen sus salas para que podamos dar rienda suelta a nuestra creatividad. Tan sólo reflexiono sobre la posibilidad de imaginar esos espacios que todas y todos vamos a visitar a lo largo del verano desde ese viaje realista-imaginario que realizó Yves Klein.

Cada día que pasa tengo más claro que es más importante la forma de mirar que lo que se mira. Pero para aprender a mirar hay que saber dónde, cómo y cuándo pararse. El pasado mes de junio, dentro de las actividades desarrolladas en torno a El Barrio de los Artistas, la educadora y artista Ana Rosa Sánchez realizaba una evocadora y sutil performance en el centro cultural Civivox Condestable situado en el casco viejo de Pamplona. “¿Cuál es el espacio del arte?”- se preguntaba. “¿Qué espacio ocupamos nosotros dentro del arte?”- nos preguntaba. Para reflexionar sobre estas cuestiones Ana realizó una acción performativa que consistía en ir sacando a la calle, una a una, una serie de sillas que días antes había depositado en el interior del edificio. De manera aleatoria e intuitiva iba colocando las distintas sillas en mitad de la calle hasta que estas llegaron a ocupar la entrada principal del edificio.

El espacio del arte, 2015. Performance por Ana Rosa
El espacio del arte, 2015. Performance por Ana Rosa Sánchez

En un primer momento, las sillas reposaban vacías en una escena algo inusual pues no parecían ser de gran utilidad en ese escenario. Sin embargo, poco a poco las personas que nos habíamos acercado hasta allí empezamos a sentarnos en ellas hasta componer una especie de familia de desconocidos cuya función no era otra que observar el edifico desde fuera. Durante un momento pensé en las exposiciones que había visto en el interior de ese centro pero apenas unos minutos después la distancia me permitió imaginar lo que me gustaría ver. Imaginé en él obras que había descubierto en otros lugares, espectáculos de danza que me habían emocionado, conciertos que viven desde hace tiempo en mi piel o personas a las que admiró. El espacio del arte, ese espacio del arte gestionado por otros, se había hecho mío. Era yo la que decidía cómo y con qué llenar ese vacío que en arquitectura no es nunca una nada sino una ausencia de algo. La sensación de eliminar los pájaros del cielo y llenarlo de mis deseos fue muy hermosa.

Sala central del Museo Oteiza vacía
Sala central del Museo Oteiza vacía

Muchos de vosotros empezaréis esta semana vuestras vacaciones, otros acabáis de volver y, algunos ni siquiera podréis disfrutar de ellas. Sin embargo, sea cual sea vuestra situación todos tenéis la posibilidad de acercaros en algún momento a algún museo o centro de arte para escapar del calor y disfrutar de nuevas experiencias. Os invito entonces a realizar un breve pero bonito ejercicio: imaginar ese espacio como un gran cielo azul en el que poder dibujar y colocar todo lo que vosotros queráis. Vuestras obras, vuestra exposición, vuestro museo. Detened la mirada en el edificio antes de entrar en él. Sentados en una silla, en un muro o en el suelo, poco importa. Jugad a llenar el espacio, a construirlo, a hacerlo vuestro y estoy segura de que la experiencia no os va a decepcionar.

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NUEVOS TIEMPOS PARA LA CULTURA. HAGAN JUEGO

Esta semana Navarra acogía un nuevo estreno que ya había tenido lugar semanas anteriores en otras comunidades. No, no me refiero a la nueva producción de Pixar sino a algo en apariencia menos entretenido, un nuevo gobierno. Un gobierno que porta una carta aún por escribir. Y en su mano está escribirla con nuevas formas, nuevos gestos, nuevas historias y nuevas posibilidades. De todo se ha empezado ya a hablar, y no siempre bien, ante ese posible cambio. Un cambio que es necesario pero también delicado en una comunidad en la que conviven y malviven no sólo distintas ideologías sino también distintas identidades. Y en todos esos discursos de calle sobre lo que tiene y no tiene que hacer el nuevo gobierno siempre la palabra ausente: cultura.

Si revisamos los titulares de la última semana, los análisis con agotador tono mesiánico de las tertulias televisivas, los comentarios en las distintas redes sociales, las conversaciones de bar o las charletas de ascensor nos va a resultar difícil encontrar a alguien que haya hablado de las necesidades culturales de esta tierra (que en muchos campos son tristemente extensibles al resto de comunidades). Y muchos dirán que es normal porque en estos momentos hay necesidades más urgentes. Que no es momento de (pre)ocuparse por la cultura. Que ya habrá tiempo de pensar en ello cuando “las cosas” mejoren. Y es ante frases así cuando una tiene la clara certeza de que no se trata de tiempos sino de ignorancia. El término CULTURA es difícil de definir y por ello difícil de asumir como necesario en este nuestro tiempo y en cualquier otro pero lo es y mucho.

“La cultura – señala el antropólogo Edward Tylor – es esa totalidad compleja que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, las leyes, las costumbres y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad”. Si la cultura es un hábito que se puede adquirir estamos asumiendo que es un escenario mutable y que nosotros como componentes de esa sociedad tenemos un papel relevante en ese cambio. En este punto, el político debe comprender que liderar un nuevo gobierno no consiste en cambiar una cultura por otra, en hacer las cosas de forma contraria a como las hacía el anterior y en sustituir los peones de la partida para que parezca que ante caras nuevas todo será diferente. Adquirir nuevos hábitos significa principalmente construir cultura.

Ajedraz diseñada por Man Ray en 1971
Ajedrez diseñada por Man Ray en 1971

La antropología también nos recuerda que la creatividad, la adaptabilidad y la flexibilidad son atributos humanos básicos. Si el político deja fluir esos atributos podrá utilizar la creatividad para resolver situaciones que sólo parecen salvables bajo la varita mágica del dinero. Si el político usa en su gestión esos atributos tendrá la capacidad de adaptarse a los nuevos tiempos y observar la gestión de la cultura no sólo desde el modelo institucional sino desde modelos mixtos o, incluso, autogestionados por el propio pueblo. Si el político hace suyos esos atributos perderá el miedo a ser flexible ante voces y modelos que no tienen por qué gustarle pero que existen como identidad cultural en el escenario de su gobierno.

“Algunas flores crecen en las dunas, sube la marea se hacen invisibles” canta Quique González. Nuestros museos, artistas, centros culturales, teatros, bibliotecas y tantos pequeños espacios donde se cocina la cultura han acabado siendo invisibles para una gran parte de la sociedad. La cultura ya no interesa porque se ha desligado de la vida. El suelo que pisamos los que trabajamos para construir cultura es peor que una duna porque no sólo es frágil sino que está tan embarrado de superficialidad, intereses económicos, proyectos turísticos vendidos como culturales y chanchulleos varios que dar un paso hacia adelante se hace casi imposible. Sin embargo, todos sabemos que llega un momento en que la marea baja y tanto en áridos suelos como en cenagales siempre hay alguna flor que sobrevive. Esas pequeñas flores que parecen tan frágiles son las más fuertes y están ahí para seguir peleando. Aún hay muchas.

Los museos de esta tierra no aparecen en las listas de los internacionalmente más visitados pero siguen teniendo colecciones excepcionales desde las que poder educar en la diversidad, la pluralidad y la empatía. Nuestros barrios están llenos de músicos que no aparecen en realitys ni llenan estadios de futbol pero que nos ayudan con su sensibilidad a sentir de otra manera. Cada mañana se sientan ante el ordenador infinidad de escritores que han decidido hacer realidad sus sueños de escribir historias y que para compartirlas con nosotros tendrán que autoeditarlas. Cada a día se levanta la persiana de algún local en el que muchos jóvenes se reunirán para inventarse otra forma de hacer festivales, de sacar el arte a la calle, de trabajar por mantener su lengua como bien cultural y, en definitiva, de trasformar la duna en campo.

Desde este escenario es necesario que todos nos escuchemos. Grades y pequeños. Pequeños y grandes. Ya sé que esto resulta excesivamente populista pero creo que nos hemos acostumbrado en exceso a echar la culpa al de al lado. Tenemos derecho a explicar y compartir nuestras inquietudes ante nuestros políticos de la misma forma que ellos tienen la obligación de escucharlas. Pero tanto a un lado como a otro de la partida es necesario que aprendamos a evitar el etnocentrismo. Esa infértil tendencia a considerar la cultura propia como superior y a utilizar los valores propios para juzgar a los otros. Sólo un gobierno que trabaje para mostrar el valor de lo diferente será un gobierno que crea en la cultura como bien social. Vamos a intentar ayudarles a ver más y mirar mejor. ¡Hagan juego! Y no se precipiten que la partida es muy larga.

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LA OBRA DE ARTE INMORTAL

Amo al que pretende lo imposible

Fausto, 2ª parte

Estas vacaciones, reorganizando mi biblioteca, me topaba con un pequeño texto que había leído hace ya bastante tiempo. Se trata de una conferencia que el escritor y filósofo Stefan Zweig pronunció en Buenos Aires el 29 de octubre de 1940 y en la que aborda uno de los temas más apasionantes y complejos de la historia: El misterio de la creación artística.

Los seres humanos somos capaces de entender y asumir procesos de transformación pero cuando acontece algo nuevo, algo único ajeno a nuestro mundo, sentimos un intenso vértigo. Los creyentes aceptan rápidamente ante este misterio la fuerza creadora de una mano divina y los que, como es mi caso, no encontramos respuestas en la religión debemos afrontar como podemos el hecho de un acontecimiento sobrenatural.

Existe una esfera en la que ese “milagro” de la creación se repite de forma constante: el arte. A lo largo de un mismo año se escriben y publican miles de libros, se componen innumerables canciones, y las salas de arte se llenan de nuevas fotografías, pinturas, videos, esculturas o instalaciones. Miles de obras de arte que en su mayoría nada significarán para nosotros. Sin embargo, y sin comprender claramente por qué, surgirá de repente de entre todas ellas una obra capaz de sobrevivir a nuestro tiempo, y a muchos más. Una obra que no habrá sido realizada por un dios sino por un ser humano con nuestras propias necesidades, miserias e inseguridades. Un hombre que transformará lo perecedero en inmortal. “ ¿En mérito de qué encantamiento, de qué magia, consigue tal hombre superar los límites del tiempo y de la muerte?” se pregunta Zweig.

Las señoritas de Avignon, 1907. Pablo Picasso
Las señoritas de Avignon, 1907. Pablo Picasso

Cuando escuchamos una melodía que nos aprieta fuerte el corazón o cuando observamos una pintura que nos sobrecoge dejándonos sin respiración es fácil preguntarse cómo esa o ese artista ha sido capaz, con las mismas notas que los demás, con los mismos colores, con las mismas manos, con el mismo lápiz, de crear una obra inmortal. “¿Qué sucedió en su interior en esas horas de la creación y cuán misteriosas deben de ser esas horas?”. Podemos estudiar la obra durante mucho tiempo. Podemos escucharla, observarla y vivirla durante largos periodos pero nunca obtendremos respuesta a esa pregunta.

Cuando nos enfrentamos a una gran obra de arte debemos hacerlo desde lo comprensible. Es decir, desde esos datos objetivos y narrativos que articulan y acompañan esa creación y que en los museos toman la forma de textos de pared, folletos o catálogos. En este sentido, nuestra formación y nuestro esfuerzo por ampliar conocimientos nos ayudarán a sentirnos más cerca de la misma. Sin embrago, es también necesario que asumamos con humildad que somos incapaces de explicar íntegramente el proceso creador por mucho que lo analicemos. La concepción de un artista es un proceso interior. No podremos nunca imaginárnoslo. “Toda nuestra fantasía y toda nuestra lógica no pueden facilitarnos sino una idea insuficiente del origen de una obra de arte” advierte Zweig.

Niña delante de la chimenea, 1955. Balthus
Niña delante de la chimenea, 1955. Balthus

Y es en este punto en el que me gustaría pararme a reflexionar ya que normalmente, ante esta enervante incapacidad de explicar la creación artística, acudimos al propio creador para que nos de la respuesta. Sin embargo, ¿No os ocurre a menudo que tras escuchar las palabras de un artista en una conferencia o en una entrevista seguís sin entender por completo como se ha producido ese alumbramiento? ¿Por qué no nos describen su modo de crear? La respuesta puede resultar insatisfactoria pero la realidad es que tampoco el artista puede explicar ese proceso.

La principal razón de esta incógnita es que cuando el artista o la artista están creando no tienen tiempo ni lugar de observarse. Su mirada está dentro de ese proceso lo que inhabilita su condición de observador. La nuestra, por el contrario, está fuera lo que incapacita a su vez parte de nuestra comprensión. El artista está en ekstasis, ese maravilloso término griego que significa “estar fuera de sí mismo”. No puede mirar por encima de su hombro. No puede pararse a analizar lo que ocurre a su alrededor. ¿Y dónde está? En la propia obra. Su cuerpo puede estar en un parque de Londres y su mirada creativa abrazar una playa de Italia. Puede encerrarse en una minúscula habitación ante la pantalla de un ordenador estando su mirada en Marte, Plutón o incluso en un nuevo espacio interplanetario. Su cuerpo puede estar aquí pero su mirada está allí. Un allí que no es sucesión de un ahí sino proyección de un espacio indefinido. Su inspiración puede partir de un hecho real e incluso cotidiano pero en el proceso creativo llegara un momento en el que el artista se aleje de la realidad y de él mismo.

Soy consciente de que este tipo de reflexiones sirven de base a muchos de los que no encuentran en el arte ningún tipo de refugio, consuelo o satisfacción para arremeter contra el mismo. Esos que piensan que defender el misterio de la creación artística supone una excusa para no asumir que hay muchas obras de arte que no tienen explicación porque simplemente son malas. Que defendemos el papel de outsider del artista para justificar su falta de esfuerzo y trabajo dentro de nuestra sobreestructurada sociedad. No se confundan. Yo no justifico la creación barata, la especulación, la falta de seriedad o el engaño. Yo sólo quiero recordar que no todo en esta vida tiene explicación pero que es posible vivir sin la respuesta perfecta cuando lo que nos dan a cambio es emoción. La obra de arte mala existe y existirá siempre pero afortunadamente junto a ella podremos también disfrutar de la obra de arte inmortal.

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UN MUSEO EN MARTE #HARDDISKMUSEUM

La semana pasada, coincidiendo con mi estancia en Valencia, asistí al encuentro Pecha Kucha Night en el Centre Cultural «La Beneficència». La idea fundamental de Pecha Kucha es permitir compartir las ideas de diversos creadores desde presentaciones informales que suelen tener una duración de unos seis minutos. El objetivo no es desvelar los detalles de un proyecto a los distintos espectadores sino despertar su interés como toma de contacto para futuras relaciones laborales.

El primer Pecha Kucha fue creado en Tokio en 2003 y su curioso nombre podría traducirse como “el sonido de las personas”. Emitir sonidos es fácil. Hacer que otros los oigan es aún más fácil. Pero transformar esos sonidos en una historia con luz, en un viaje con promesas y en una ilusión por hacer de lo imposible un nuevo posible es ciertamente difícil. Solimán López lo consiguió. ¿Cómo? ¿Con qué? ¿A través de qué?

MarteNada más subir al escenario nos mostró en pantalla el rostro de un niño. Siempre he pensado que los artistas que vuelven la vista sobre su infancia demuestran una relación muy cercana con el mundo de la imaginación y el juego, y desde ese escenario la creatividad está asegurada. Tras las presentaciones oportunas y con rostro serio (prueba de que el niño que hay en él deseaba compartir con nosotros algo enormemente importante) nos confesó: “Siempre he querido construir un museo en Marte”. La idea me fascinó. No por la evidencia de trasladar el arte a otros planetas demostrando así su importancia en la construcción de nuestra identidad, sino por la capacidad de viajar con él mentalmente hacia un universo desconocido y por ello ilimitado.

HHDDM-Harddiskmuseum
HHDDM-Harddiskmuseum

Los sueños utópicos ayudan a buscar en lugares poco transitados y aunque es evidente que Solimán López no ha conseguido construir su museo en Marte, la valentía de esa utopía le ha ayudado a proyectar HARDDISKMUSEUM. Un museo guardado en un disco duro. Un museo como obra única de arte intangible. Un museo que no sólo se construye desde el espacio sino desde el tiempo. Un museo que es de él pero de todos. Un museo, podríamos admitir, bastante marciano.

Han pasado casi cien años desde que Marcel Duchamp pusiera en tela de juicio la obra de arte como objeto artístico. Las propuestas creativas viven desde entonces entre los defensores del arte como idea y aquellos que siguen encontrando en la pericia técnica la verdad de la obra. A todo ello, hemos de sumar la presencia constante de la tecnología a la hora de crear, contar y compartir el arte. Desde las primeras cámaras portátiles de video que ayudaron en su avance a la performance hasta los minúsculos dispositivos móviles que en la actualidad nos permiten registrar todo con aterradora nitidez han pasado muchas cosas. Sin embargo, la figura del museo no ha tenido la capacidad de asumir tantos cambios en tan corto espacio de tiempo.  Y probablemente por ello, porque la sociedad avanza más rápidamente  que la institución hace mucho que el museo despierta tanto amor como odio.

<<Nosotros- decía Marinetti – queremos destruir los museos … Museos: ¡Cementerios! Idénticos, verdaderamente, por la siniestra promiscuidad de tantos cuerpos que no se conocen. Museos: ¡Dormitorios públicos en que se reposa para siempre junto a seres odiados e ignotos! Museos: ¡Absurdos mataderos de pintores y escultores que van matándose ferozmente  a golpes de colores y de líneas a lo largo de paredes disputadas!>> No defiendo la radicalidad del italiano pero es cierto que en muchas ocasiones la desconexión entre vida y museo, entre su arte expuesto  y la sociedad que lo arropa es más que evidente y, por extensión, preocupante.

En 1918, en el fragor de una de esas delirantes veladas futuristas, Maiakowski afirmaba: “ El arte no debe de concentrarse en los templos muertos del museo, sino por doquier: en la calle, en el tranvía, en las fábricas, en los talleres y en los barrios obreros”. Es cierto que hemos avanzado desde entonces y hay muchos museos que observan y trabajan con “la calle” pero no es menos cierto que la institución museística sigue dando más valor al objeto que a la experiencia. Incluso el propio museo como objeto, es decir, como ente arquitectónico, adquiere muchas veces más presencia que el propio arte expuesto. Las pinturas, esculturas, dibujos o instalaciones encuentran rápidamente su lugar en el espacio físico donde se  museabiliza su estructura, contenido y mensaje para que todo tenga un orden. El orden burgués del museo. La burguesía de la obra de arte.

Ordenar lo material parece sencillo si se siguen unas pautas que  poco han variado desde la creación de los primeros museos. ¿Pero qué ocurre si lo material se torna inmaterial? ¿Cómo ordenamos, exponemos y compartimos la creación artística intangible? ¿Debe lo intangible formar también parte de la historia de un museo? Nuestra calle, nuestro tranvía, nuestra fábrica, nuestro taller y nuestro barrio tienen hoy un nuevo escenario desde el que actuar:  un nuevo Marte llamado Internet.

Solimán López. Primer director de HDDM- Hardiskmuseum
Solimán López. Primer director de Hardiskmuseum

En el maravilloso manifiesto que acompaña la creación de HARDDISKMUSEUM escribe Solimán López: “Cuando pienso en guardar aquello que no es propio del mundo material, si es que se puede pensar en algo no material, caigo en la cuenta del valor que tiene todo aquello que no se toca”.  El concepto de lo intangible es para mí lo verdaderamente importante en este proyecto. HDDM se presenta como repositorio para la producción creativa digital dando especial importancia a la interactividad y centrando su discurso en la obra de arte colectiva, sin embargo es en esa intangibilidad donde radica su verdadera fuerza porque proyecta una extensión ilimitada que posibilita salir de la dependencia arquitectónica y narrativa de los museos.

“Arte intangible – dice Solimán- es tiempo, tiempo es espacio, es universo.”  HDDM no sólo es importante como depósito para los nuevos creadores que construyen desde lo digital sino que ofrece al espectador-visitante todo un universo de experiencias y de experimentación. “La importancia de lo que no se toca” radica en la capacidad de la imaginación para transformar una acción limitada en el tiempo en una experiencia poliédrica, densa y evocadora. Lo físico es perecedero, lo metafísico es absoluto.

El arte como el amor adquiere su verdadera importancia en el pensamiento y no en el acto (objeto). Hacer el amor con alguien supone un regalo de caricias, besos y placeres varios que siempre tienen fecha de caducidad. ¿Pero nunca os ha pasado que tras ese momento os habéis encontrado a vosotros mismos recreando la escena en vuestra imaginación una y otra vez? ¿Y no es cierto que al trasformar esos besos y caricias en intangibles estos adquieren sin saber por qué un valor especial?

Me gusta la idea de encender mi portátil y a través de una tecla entrar a un espacio ilimitado de creación. Vestida, desnuda, desde la cama, desde el sofá, sola, acompañada, saciada, hambrienta, feliz, melancólica, segura o asustada. Lo importante es que soy yo la que marcará los horarios y formas de visita. Yo decidiré cuanto tiempo deseo estar observando cada obra. Sabiendo además que pese a navegar desde mi ordenador no estoy  sola en el museo. Alguien más lo estará visitando en un mismo tiempo desde otro espacio.  ¿Y si algún día alguien lo visitase desde Marte? Es lo bueno de HARDDISKMUSEUM. NO necesita ir abriendo sucursales a golpe de talonario porque la red es de todas y todos.

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En septiembre de 2015 se presentará la primera exposición colectiva de HDDM en la Galería Punto bajo el título Líquido.

¿SUBES O BAJAS?

Huías… pero era en mí

y de ti de quien huías.

¿Cómo? ¿Adónde? ¿Para qué?

Por todo lo que es vial,

ascensor, tragaluz, puerto

para fugarse del hombre

en el hombre: por la voz,

por el pulso, por el sueño,

por los vértigos del cuerpo…

Por todo lo que la vida

ha puesto de catarata

-en el alma y en el alba-

Huías…Pero era en mí.

Fuga. Jaime Torres

 

El ser humano sueña constantemente con realizar gestos únicos, hazañas grandiosas que puedan ser admiradas o actos que cambien el futuro de la humanidad. Sin embargo, incluso aquellos que consigan aportar algo nuevo y valioso a esta vida pasarán el noventa por ciento de su tiempo realizando acciones cotidianas. Porque la vida se compone de un soplo de momentos únicos y de interminables momentos de cotidianidad.

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Fotografía de Ignacio de Álava.

 

¿Y existe algo más cotidiano que un ascensor? ¿Cuántos minutos al año pasamos en ellos? Sinceramente no lo sé pero intuyo que si cada uno de nosotros realizásemos ese cálculo nos resultaría más que sorprendente. Pero pese a ser un espacio habitual en nuestras vidas el imaginario del ascensor está  ligado a momentos especiales porque esa maquinaria de hacer posible lo imposible llamada cine no ha dejado de regalarnos historias de todo tipo al respecto del mismo.

En “La Trampa del Mal” (Dirigida por Erick Dowdle), por ejemplo, un grupo de personas queda atrapada en un ascensor y descubren que una de ellas es el diablo. ¡Ahí queda eso! En la prescindible cinta de Dick Maas titulada “El ascensor” la maquina adquiere vida propia y comienza a decapitar personas a diestro y siniestro. Hay también historias perturbadoras que no necesitan  litros de sangre para hacernos sentir verdadera angustia. Es el caso de la fantástica obra de Louis Malle “El ascensor del cadalso” en la que Julian ( Maurice Ronet) queda atrapado en el ascensor de la oficina donde ha matado a su jefe. Si alguno está pensando en deshacerse de algún compañero de trabajo no olvidéis utilizar después las escaleras.

Y claro está que el ascensor forma también parte de nuestros sueños más calientes porque el cine nos ha convencido de que los polvos de ascensor son tan habituales como el café de media tarde.  En “Class” de Lewis John Carlino, un jovencísimo Andrew McCarthy es arrollado por la exuberante madurez de Jacqueline Bisset y el famoso “¿arriba o abajo?” se transforma en “¿de pie o tumbados?”.  Ya nos podía haber pasado a todos algo así con 17 años porque si yo recuerdo mi primera vez puedo llorar…de risa. Y no quiero ni recordar lo de Michael Douglas y Glenn Close en “Atracción fatal” porque eso señoras y señores es otra liga.

No obstante, aunque el cine surja de la vida la vida nunca es cine (por mucho que nos intente convencer Aute), así que nuestros viajes en ascensor son más sencillos que todo esto pero no por ello dejan de ser interesantes. Desde este escenario de lo cotidiano realicé la pasada semana una performance junto a Ana Rosa Sánchez, artista y educadora, y una de esas personas que te recuerdan siempre que los gestos mínimos y sencillos son los que construyen realmente nuestra identidad. Cada vez es más difícil asistir a una acción performativa que se construya desde lo sutil. Parece que sólo el desnudo, la agresividad o la sexualidad explícita forman parte del discurso artístico en este complejo lenguaje. Por ello, la propuesta que desarrollamos dentro de la semana de El barrio de los Artistas resultó especial.

Fotografía de Mikel Tolosana.
Fotografía de Mikel Tolosana.

 

La performance  se construyó  desde la delicada sonoridad de la poesía bajo el título “Tiempo de palabra(s)”.  La acción tuvo lugar en un ascensor público, el ascensor de Descalzos que une el barrio de la Rotxapea con el Casco Viejo de Pamplona.  El principal objetivo era romper la cotidianidad de un espacio público que por estrecho, pequeño y casi siempre abarrotado genera situaciones incomodas. Un escenario en el que tenemos siempre la oportunidad de comunicarnos con otros y sin embargo, en muy contadas ocasiones esta comunicación se realiza de forma espontánea y relajada.  Ese “no lugar” como define el antropólogo  Marc Auge que “carece de la configuración de los espacios, es en cambio circunstancial, casi exclusivamente definido por el pasar de individuos. No personaliza ni aporta a la identidad porque no es fácil interiorizar sus aspectos o componentes. Y en ellos la relación o comunicación es más artificial.” Y es precisamente esa comunicación o más bien la falta de ella la que deseábamos activar.

La acción comenzaba en el interior de una de las cabinas. Frente a frente, y sin apenas tener contacto visual por estar rodeadas de personas, comenzábamos a leer poemas modulando la intensidad de nuestras voces que pasaban del susurro al grito en un espacio corto de tiempo. Cada poema leído era arrojado al suelo y allí permanecía pisoteado por silletas de bebés, bicicletas y personas. La sensación me resultó extraña porque oía mi voz con claridad al tiempo que el eco me hacía sentir el silencio y el espacio de forma muy presente.

Fotografía de Ignacio de Álava.
Fotografía de Ignacio de Álava.

 

En una segunda parte, abandonábamos el ascensor para situarnos entre las dos colas de gente que esperaba nerviosa y cansada a que llegase su turno. En este caso ya no leíamos las mismas poesías sino que cada una iba recitando las suyas propias de forma que la palabra se desdibujaba ya que nos ‘pisábamos’  mutuamente  al tiempo que nos sentíamos cerca pues nuestras espaldas se tocaban. En dos ocasiones el azar nos llevo a leer el mismo poema. Entonces las voces se encontraron y sentí el alivio de “caminar” de la mano de Ana.

Por último, volvíamos a la cola para esperar turno en el siguiente ascensor (en el que seguiríamos leyendo). En este caso, nos íbamos leyendo poemas la una a la otra mientras avanzábamos con la gente hacia la cabina. Fue curioso advertir como muchos evitaban el contacto físico con nuestros cuerpos como si estuviésemos contaminadas de una enfermedad  terriblemente contagiosa.

Fotografía de Mikel Tolosana.
Fotografía de Mikel Tolosana.

 

Leer poesía parece una acción inocente y hasta romántica que en poco puede alterar el entorno. Sin embargo, las reacciones fueron muy diversas y no siempre amables.  En el interior mucha gente nos daba la espalda y hasta subía el volumen de sus voces para seguir su conversación. Otros, sin apenas pararse a escuchar nos preguntaban qué era eso que hacíamos y al no obtener respuesta  abandonaban indignados el ascensor. Era evidente que la mayoría nunca se había enfrentado a una performance pero el hecho de sacar la acción de un escenario propiamente artístico como un museo o un centro de arte y llevarlo al escenario de «lo común» es lo que hace de la acción artística un acto de militancia.

Fue también sorprendente  la reacción de los niños más pequeños que conseguían evadirse de las conversaciones adultas y levantaban la cabeza en silencio para mirarnos con los ojos muy abiertos. Curioso también ver cómo algún pequeño se asustaba cuando elevábamos la voz en la lectura y sin embargo, no se inmutaba ante las voces altas de los adultos que le rodeaban. Su cotidianidad asumía los gritos de los mayores pero no el ritmo musical de un poema.

Fotografía de Mikel Tolosana.
Fotografía de Mikel Tolosana.

 

Los papeles escritos que íbamos tirando al suelo también fueron objeto de muchos comentarios. Algunos se agachaban a cogerlos tímidamente e incluso se los llevaban después. Varias personas nos preguntaron malhumoradas si eso lo íbamos a recoger luego nosotras y otro hombre, sorprendido y feliz a la vez, recogió un puñado del suelo y se puso a repartir a otros diciendo: “¡Hay poemas en todos los idiomas!”

La acción duró algo más de una hora que es un tiempo largo si una piensa en el interior de un espacio tan pequeño y con una temperatura de más de 30 grados. Sin embargo, mi recuerdo se construye de momentos muy cortos que se hicieron interminables. El más difícil, y creo coincidir también con Ana, fue la discusión que se generó entre una mujer que entró en el ascensor con una bicicleta y un señor que al intentar encontrar un hueco le dio un suave golpe en el codo. La primera le empezó a gritar, el segundo le contestó también gritando y ambos continuaron en una discusión sin sentido adornada con todo tipo de insultos mientras nosotras poníamos voz a Machado, Baudelaire, Uribe, Plath, Oteiza, y tantos y tantas poetas y poetisas. El sinsentido del empeño por hacer de lo cotidiano lo inhabitable. El sinsentido de no dejar de gritar por el miedo a pararse a escuchar. El sinsentido de malgastar el tiempo que es ya de por sí tan frágil y tan efímero. El sinsentido de olvidar que en el momento en que perdemos la capacidad de comunicarnos lo hemos perdido todo.

Hace poco leía que la empresa nipona Obayashi Corp. estaba estudiando la posibilidad de construir un ascensor hacia el espacio. Su objetivo es construir un elevador capaz de transportar pasajeros a una estación espacial situada a 36.000 kilómetros de altura. ¿Os imagináis lo que podría pasar en un ascensor así? ¿Seríamos capaces ante un trayecto tan largo de escuchar al prójimo? ¿Tendríamos capacidad de estar en silencio sin sentirnos incómodos? ¿Nos resultaría igual de molesto el roce de los cuerpos o el tiempo los haría más cercanos? ¿Se transformaría ese “no-lugar” en un lugar habitable ante el largo tiempo que tendríamos que pasar en él? La verdad es que resulta imposible hacerse a la idea porque en nuestras cabezas es aún una historia de ciencia ficción. Centrémonos pues en trabajar nuestros espacios cotidianos empezando por esos ascensores que todos tenemos obligatoriamente que utilizar a lo largo de la semana. Aprovechemos esos breves viajes para observar, descubrir, escuchar, y si en alguna ocasión alguien nos lee un poema disfrutémoslo porque  el tiempo también es de la(s) palabra(s).


Ana: gracias de corazón por tu generosidad al acompañarme de la mano en esta acción. Y no puedo dejar de sentirme también agradecida a Mikel Tolosana e Ignacio de Álava por sus fotos ya que gracias a su mirada hemos podido situarnos del lado del espectador y mirarnos en el espejo.

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