De palmeros

De todos los detalles deplorables de la tercera boda de la duquesa de Alba: el multitudinario tratamiento mediático, la aparición de toreros y modistos en la boda, los cientos o miles de cotillas habituales de estas ceremonias capaces de soportar el calor y los apretones hasta el desmayo, lo que más me impresionó ayer fue el grupo de palmeros que le acompañó hasta el coche tras la ceremonia. El baile de la duquesa con aquel coro de palmas y guitarras al viento pasará a la historia de la televisión directamente a la categoría de incunables. El capítulo visto entero es verdaderamente estremecedor. Entronca con los golpes de humor del más rancio abolengo de Paco Martínez Soria y supera con creces, en surrealismo y atrevimiento al mismísimo Luis Buñuel.

Lástima que la serie sobre la duquesa ya esté hecha, porque este colofón haría del guión una genialidad. O bien pensado una locura.

Y debe ser por la falta de sentido del humor o por el escaso bagaje de los actores que lo interpretan o que no aciertan en el intento de copiar a los ingleses de Downton Abbey, el caso es que algo le falta a Gran Hotel que no acaba de convencer. Pero dejemos margen de confianza a esta gente que ha sido capaz de asentar una serie tan atípica para nuestra televisión como Hispania y, sobre todo, hacer triunfar Gran Reserva. Mientras, nos quitamos de la retina las imágenes de la duquesa marcándose unos movimientos imposibles de flamenco y a sus entusiastas palmeros. Me atrevería a apostar: yo creo que los de las palmas y guitarras son los mismos que salían en las películas de Joselito y Marisol cuando eran niños. Al final la boda del año se convirtió en el acontecimiento del milenio para esta televisión de pacotilla.

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