Final en la catedral

EL espectáculo de ayer en San Mamés es el mejor homenaje que una afición puede hacerle a la televisión. Que se llene todo un estadio con bocatas y palomitas para ver en la final como si estuvieran en casa es la mejor metáfora del tirón que el fútbol tiene como espectáculo. Ya ven, los de Bilbo han conseguido convertir la catedral en el mayor cuarto de estar del mundo. Está más que asumido que la televisión influye decisivamente en el desarrollo del fútbol pero también del resto de la realidad. Se están poniendo de moda los programas en los que televisiones de los países ricos mandan gente para hacer televisión sobre la supervivencia de estos concursantes en condiciones naturales. Ya saben, lo mismo meten famosos en islas, que ponen a competir a dos equipos en los confines del polo sur. Lo último, la novedad más delirante está siendo la de Cuatro, que ha repartido a tres familias en supuestos poblados indígenas de Namibia. Al parecer han hecho un casting entre los bosquimanos y han sacado de sus poblados a los elegidos para componer el personaje de bosquimano, en un poblado que es más un plató de televisión. La experiencia de los concursantes seguramente estará siendo fuerte y esto además lo transmiten. La duda viene cuando alguien se para a preguntar a dónde quieren llegar. Si se trata de un experimento o roza la agresión y supera todos los límites de los derechos humanos. Y hablando de derechos, suena bien la defensa que hace la fiscalía de Sevilla de las menores que aparecieron en el programa de Ana Rosa, como supuestas novias del asesino confeso de Marta del Castillo. Por fin alguien ve claro que la aparición de las dos menores carecía del más mínimo interés público. Simplemente obedecía a la particular visión de esta presentadora y su cadena por vivir del morbo.

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