El escote y la pelota

LA imagen se acerca o se aleja a golpe de objetivo. Es el zoom , una palabra que no ha encontrado sinónimo. En la televisión que se hacía allá por la década de los setenta, el zoom fue una herramienta que causaba sensación en los jóvenes y mareaba a los mayores. Una de esas marcas de identidad generacional que señalaba claramente la modernidad. Luego a Lazarov y a los realizadores se les fue tanto la olla que el zoom pasó a estar mal considerado. La historia de la tele tiene en los documentales la utilización más destacada. Algunos recordarán todavía aquellos bestiales acercamientos en el Hombre y la Tierra en los que un polluelo de águila perdicera era captado con total nitidez desde algún escondite a 1 kilómetro de distancia. Hoy los zoom se utilizan sobre todo en deportes. Los espectadores vemos con total nitidez las faltas y lo que es peor: el escupitajo que los futbolistas no pueden reprimir apenas hacen un par de contragolpes y regresan a su posición al trote y pensativos. Afortunadamente el zoom en el deporte también sirve para escudriñar entre las miles de oportunidades que ofrece el público. Esos inefables niños comiéndose un bocata o el beso robado a esa pareja de tortolitos que pasa del espectáculo y que, seguramente, preferiría estar en otro sitio. Hasta en la pelota el zoom sirve de reclamo. Mientras los jugadores descansan los cámaras otean los graderíos en busca de su presa preferida: los rostros femeninos. Ocurrió en ETB 1 en el partido de la frustrada remontada de Begino a Urberuaga. El plano arrancaba desde un esplendoroso escote y cuando llega al final resulta que estaba escondida en la última fila como el nido del águila perdicera se encontraba camuflado en la espesura del bosque. Está claro que para ser cámara uno tiene que estar dotado de un gran zoom y, por supuesto, tener una vista de pájaro.

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