Piensa mal y…

LO que se vende en televisión es el piensa mal y acertarás . No lo digo sólo por el libro de Risto Mejide, sino también por esa tendencia de ir sacando las partes negativas de todo famosete que se ponga a tiro. Ahora por fin, y como un anticipo de la sobredosis de selección de fútbol que nos aguarda, han decidido ir sacando punta a la gallina de los huevos de oro del fútbol. Como de una chistera han pensado que el entrenador Luis Aragonés concitaría la atención de todo el mundo: con ese protagonismo gratuito que en nuestra televisión se le otorga al fútbol, nos van a montar una farsa popular titulada Luis Aragonés. Tengo una pregunta para usted. Y aquí uno se puede ir dando por derrotado. Si en tiempos de Franco el fútbol era lo único en que se podía disentir, ahora parece que se trabaja a destajo para más de lo mismo. Que si porque no está Raúl, que si esta vez vamos a ganar la Eurocopa. La paradoja está en que el interés que concita el fútbol por estos lares es directamente proporcional a los fracasos que genera. Si históricamente a estos torneos acudieran los representantes de cualquier comunidad autónoma, tendríamos los mismos éxitos que mandando a esos jugadores que seleccionan desde Madrid. Pero allá ellos a quién le formulan las preguntas. La que está asegurada en el programa ese es la escasa altura de las respuestas. Como personaje televisivo, Luis Aragonés sólo ha aportado esa manera de hurgarse la oreja mientras responde. Como filósofo del fútbol sólo repite los tópicos, y su amenidad se hunde en la desgana. Comienza el carnaval televisivo de la selección de fútbol. Una comedia mediática donde los protagonistas no se sabe si lo son por el juego del balón y la estrategia o por ser esos personajes que les permiten rellenar la mitad de la programación. Cuando se habla de fútbol algunos el piensa mal lo rematamos con el te quedarás corto.

Guadiana y ventila

Los de Euskadi Comanche en ETB 2 se presentaron y luego parece que se fueron de vacaciones. No ha quedado muy claro si estamos ante un descanso prematuro, una invitación a dejar las risas en periodo electoral o se trata de un sistema Guadiana de promoción televisiva. Sea como fuera, bienvenido de nuevo este espacio de humor y, de paso, una sugerencia a Iñaki Urrutia y sus guionistas: deberían dejar de abusar de la palabra «vascos» en sus monólogos de presentación para no agotarle el significado en la primera temporada. Ayer fue día de reencuentros. Mujeres desesperadas , que parecía iban a dar el salto a TVE 1 pero que finalmente se han quedado de apoyo a la escuálida audiencia de La 2. Y es que lo de este canal es puro misterio. Tan pronto parece que se van a decantar por los programas jóvenes y alternativos tipo Leonart y otro día deciden adelantarlo a la mañana y rellenan ese espacio de la programación con series americanas. Ayer sin ir más lejos, quien quisiera ver las andanzas de Leonart , personaje inspirado en Leonardo da Vinci, junto con Watson, Donna Lisa, Sofía Q y los Tunnings, tuvo que ponerse el despertador a las 7 de la mañana. En su lugar, a las 7 pero de la tarde, hora en la que estaba prevista su ubicación, están colando One tree hill. Una serie muy interesante para los jóvenes pero cuyo horario, en mitad del horario infantil, no le aporta ni a la serie, ni a quien tenga que defenderla en la batalla diaria que se dirime con el mando en el sofá de casa. Y ya puestos en el hogar, señalar esa fragancia que se ha recuperado en los hogares desde que en Telecinco le apagaran El Ventilador a Yolanda Flores. Un programa que, salvo su revelador título, no ha aportado originalidad al cada día más apestoso y chabacano negocio del cotilleo.

Los convidados

A la gente lo que le gusta es ser millonario, así tenga que salir en la tele y hacer el ridículo. Ésta es la base de ¿Quién quiere ser millonario? Un clásico televisivo que va adaptándose a los nuevos tiempos pero que siempre es lo mismo. Y es que aparecer en la tele es uno de los hitos de mucha gente. Hay espectadores cuya mayor ilusión es ir a un programa a hacer bulto. Convidados de piedra, los sientan en las gradas y aplauden cuando lo manda el regidor y luego tan contentos vuelven a sus casas a verse, claro, después de haber devorado el kas y el bocadillo de jamón. El público de los programas de televisión es muy variopinto. Los hay que siguen los debates con atención cercana al hipnotismo. Hay otros menos profesionales que no resisten la tensión de sentirse grabados y miran de reojo a los monitores para ver si aparecen; se entusiasman y sueltan un saludito acompañado de sonrisa nerviosa. Luego están esos programas más cañeros, que lo que quieren es un público que se entregue a las bromas; que haga el gamberro y participe aplaudiendo y gritando hasta la extenuación. El público es una especie de mobiliario. Unas veces mudo como los sofás y, otras, más interactivo que los mismos invitados. En programas del corazón, de entrevistas o concursos, al público se le tiene mucho miedo. Se le vigila para que nadie interfiera; que nadie rompa la magia o interrumpa un directo ni saquen una pancarta reivindicando la energía eólica o el acercamiento de los presos. Cuando la cámara capta a esos invitados de piedra al fondo del escenario, me pregunto qué les habrá llevado hasta ese plató. Si la curiosidad por ver cómo es la televisión por dentro o la necesidad de sentirse grabados para luego verse en casa. Cómo se explican todas esas horas, tanta paciencia para que, al final, cuando se acerca la cámara y vas a saludar, te corten en seco.