En tono de farsa

La semana comienza con una feroz pelea por la audiencia. Pero no todos juegan con las mismas armas. TVE propone, por ejemplo, Herederos , una serie a la que le pasa como a esos paradores nacionales que tienen buena pinta por fuera pero no hay manera de que se les vaya el olor como a naftalina y franquismo. Ayer acabó la última de las temporadas sin que en ningún momento haya conseguido atrapar por su novedad. Digamos que apuestan por no sorprender más que con el argumento y no con la realización. Todo lo contrario que Física o Química, al que se le ha querido dar tal carácter de novedad a fuerza de crearle un canal y hacer que los chicos se la puedan descargar antes en el móvil. En el nuevo marketing televisivo además de serlo hay que parecerlo y no es lo mismo bajarse la frescura de actrices como Nuria González, Ana Milán y Blanca Romero que enganchar con el perfume a compresa de Conchita Velasco. Claro que el gran muro que franquear los lunes para los conquistadores del fin del mundo sigue siendo CSI; da igual que sea a las diez en Miami que a las mil en Las Vegas. Esta fórmula sigue funcionando a pesar de que tenga mucho ex entre los espectadores, aburridos de tanta pista imposible. Pero para pistas imposibles e inútiles, las de la retransmisión de la final de fútbol americano (Superbowl) en Canal +. Una aceptable realización desde el punto de vista técnico pero que tampoco aporta nada en la comprensión del espectáculo. Un juego espectacular que, visto de esta manera, tiene algo de videoconsola. Los comentarios con acento neoyorquino no hacían sino despachar a cuantos se habían hecho a la idea de entender por una vez el espíritu de una final de las que tanto hablan en las películas. Lo peor es que uno sabe de antemano que no hay sorpresas. Como los Goya, el juego no es en directo y adquiere un tedioso tono de farsa.

Buenos y malos

HAY algo en Esta casa es una ruina que produce un rechazo similar a la declaración electoral de la Conferencia Episcopal. Una desvergüenza que va a lo esencial de las personas, en una zona tenebrosa e imprecisa del ser humano que tiene que ver con la intimidad y el orgullo. Esa celebración exagerada delante de las cámaras por haber sido los elegidos para que les arreglen su choza es hiriente por más reconfortante que quieran venderlo. Saben que pasando el apuro inicial de las cámaras se convertirán en seres doblemente envidiados. Por un lado, la fortuna de tener gratis una casa arreglada y por convertirse, de la noche a la mañana, en los más populares del pueblo. Esa alegría exagerada como en su momento lo tuvo el coche en el Un, dos, tres tiene un punto de patetismo que degrada a quien lo protagoniza y a quien se deja arrastrar por esa aparente alegría. Muchos verán en el programa de Antena 3 una suerte de misericordia feliz para la familia, pero existe también otra parte de la audiencia que lo ve con el mosqueo de quien quiere ser testigo de hasta dónde serán capaces de llegar. Cuando entran en el interior y van enfocando las carencias de la casa en cuestión, parte de los espectadores sentimos como si grabaran nuestras propias miserias. Dicen que en el mundo están los buenos y los malos. Los que tiran la piedra «vaya cocina asquerosa» y esconden la mano «María va a tener la cocina de sus sueños» y luego estamos los malos que acabamos poniéndonos como locos sólo porque su piedra nos da siempre en la cabeza. Lo que les pasa a los buenos en la tele y en cualquier parte es que en el fondo son unos incomprendidos: te arreglan la casa a cambio de que les enseñes la pilila de tu intimidad o los buenos con sotana que afirman en rueda de prensa que hay que votar con total libertad a la P con la P. Y claro, los malos siempre protestamos.