Jueces y debates

ESTÁN tardando mucho en aclarar quién, cómo, cuándo y dónde se van a realizar los debates televisivos en la campaña electoral. No tener resuelto este tema indica un estúpido miedo escénico para los supuestamente profesionales del discurso, que muestran un temor ante la posibilidad de que se patinar ante el adversario. Ya se sabe que fue el PP quien rompió con la saludable costumbre, que hasta entonces había sido una práctica habitual, de que los diferentes candidatos salieran a enfrentarse dialécticamente en televisión. Pero si algo chirría estos días es que, mientras se habla de libertad, de debates y toda esa parafernalia habitual sobre la que se sostienen las democracias, otras instancias trabajan para que esta libertad sea conculcada a algunos ciudadanos. Con estos precedentes es cuestión de tiempo que los jueces comiencen en la política y, por supuesto, a dirigir los debates políticos en televisión; retirando la palabra y echando del plató a los invitados que se salgan de sus consignas.

En las pasadas elecciones quedó demostrado que no se pueden ocultar los debates televisivos; que en cada momento hay que sacar los argumentos que cada uno tenga para que los ciudadanos decidan y no hacer del debate político un Guadiana que aparece y desaparece cuando interesa. Mientras se deciden a convocar los debates como si fuera una suerte de lotería entre las televisiones públicas y las privadas, los espectadores vamos anotando qué es lo que se nos quiere birlar esta vez del debate político. Y mientras los jueces se preparan para presentadores de televisión, algún escritor como Sánchez Dragó, aburrido de serlo, se descubre en La noria como el juez de la conciencia. Habla tan mal de tanta gente que se le nota a la legua que es español.

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