Marcadas a fuego

Una de las imágenes que sin dudar borraría de la memoria es el ataque de aquellos aviones a las Torres Gemelas de Nueva York. Un día como hoy, cuando aquí nos disponíamos a comer, nos lo encontramos en directo en pleno informativo. La imagen fija de las torres, una de ellas humeante, sin que nadie supiera todavía lo ocurrido y en tiempo real, en vivo, en directo, la humanidad fue testigo de aquella atrocidad. Ése sería el momento televisivo para desterrar de la memoria, como uno intenta cuando se despierta de una pesadilla y se da cuenta con alivio de que todo era un sueño. Seguramente eliminaríamos aquellas imágenes demoledoras de los trenes en Madrid en las que, allí sí, los heridos cobraban un protagonismo directo, tan real que daba miedo presenciarlas, oír sus lamentos, ser testigos indiscretos de su fatalidad. Las imágenes posteriores a los bombazos de Atocha hicieron que nadie nos tuviera que explicar, como las elipsis del cine, la tragedia que nunca vimos pero intuimos claramente en el metro de Londres; por no hablar de todas esas otras que nos han sacudido aquí mismo, en las calles de cualquiera de nuestras ciudades y que luego vimos por televisión. Una de las características del hombre moderno es que ha visto morir y sufrir a tanta gente, que ha creado un escudo que le protege de esas tragedias diarias que nos acompañan cada día, cuando, a través de la televisión, se asoma para ver lo qué ha sucedido por el mundo. Poco a poco, las imágenes que hoy veremos sobre aquellos atentados de Nueva York se van haciendo viejas; como antes sucedió con las imágenes de la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial, los atentados de Hipercor en Zaragoza o las fosas comunes en Kosovo. Lo vimos muy claro a través de la ventana de la televisión y hoy, nos guste o no, llevamos marcadas a fuego esas experiencias.

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