Ecología y tv

Algunos grupos ecologistas nos invitan a participar en lo que llaman Semana sin televisión . Una iniciativa que remarca el carácter consumista del medio y también la condición de beneplácito que este medio ofrece a las grandes multinacionales. Su planteamiento viene a decir que uno, cuando lleva a cabo la acción, aparentemente normal, de sentarse delante de la televisión, ejerce un apoyo personal al sistema capitalista imperante. Yo tengo serias dudas de que la gente apoye o deje de apoyar a la Coca Cola o al Corte Inglés por el hecho de ser espectador del invento. Si esto fuera así la gente debería ir con los ojos tapados en la calle para no dar con los miles de mensajes publicitarios que la pueblan o con tapones cada vez que uno escucha la radio. Pero con todo, esta reflexión de los ecologistas debería servirnos también como recordatorio de que en los hogares no es estrictamente necesario que esté encendida la televisión. Desgraciadamente estamos en muchos casos acostumbrados a ponerla en marcha en el salón mientras nos vamos al baño o a la cocina. De alguna manera, la mejor manera de apreciar la programación televisiva consiste en seleccionar cada programa que vemos como si fuera un libro, un periódico o una entrada de cine. Sería bueno desterrar esa manía de poner la tele pase lo que pase, porque entonces sí que estamos condicionando nuestra comunicación, que es el argumento de los ecologistas en su campaña antitelevisiva que más me convence. Así que ni se trata de echarle la culpa a la tele del calentamiento del planeta y demás catástrofes naturales, pero tampoco deberíamos permitir que los mensajes televisivos consigan acallar la conversación familiar. Que el ruido de la tele no nos impida nunca ver el bosque de sensaciones que tengamos a nuestro lado.

DGT y la Obregón

LLEGA el día del regreso. El balance, negativo, como siempre, de las víctimas de la carretera emborronará el mayor desplazamiento anual, que es un verdadero milagro de la física. Estamos ante la emigración más espectacular de la Tierra. Millones de personas se movilizan durante una semana para pasar unas breves vacaciones en la costa o en la montaña. Este fenómeno lo deberían de tratar en un documental, como ésos que echan a la hora de la siesta en La 2, porque deja en nada las migración de las palomas torcaces aquí en la península y se asemeja a esa migración de los ñus en África. El otro día, el director general de Tráfico se explicaba en el programa del sube y baja 59 segundos. A pesar de sus datos catastróficos no hubo ni una pizca de autocrítica. Después de la aplicación de medidas como el carné por puntos e incluso la amenaza de cárcel para conductores temerarios, resulta que los muertos se han ido acumulando en las cunetas como siempre. Los que vemos los documentales sabemos que en toda gran migración se producen bajas. Unas veces por enfermedad y otras por circunstancias de la ruta. De lo que nadie tiene ninguna culpa es de que los de la DGT pongan en marcha campañas agresivas en contra de los conductores y nunca lo hagan sobre sí mismos. Campañas como No podemos conducir por ti hieren la inteligencia y rozan el patetismo. Se diría que están a la altura de programas como Hormigas blancas , que estas semanas destripan el pasado de Ana García Obregón, haciendo especial hincapié en «No podemos operarnos por ti». Tras el enésimo fracaso de la campaña publicitaria de la Dirección General de Tráfico todavía están a tiempo de vestirse de nazarenos e ir a purgar sus culpas a alguna procesión tardía. El resto de los mortales seguiremos el via crucis de las carreteras, al menos sin que nos insulten.

Enemigo en casa


El cine en la programación de Semana Santa es algo tan habitual como reponer Don Juan el día de Todos los Santos en los teatros de Madrid. La revisión de clásicos como Quo Vadis, Espartaco, Ben Hur, etcétera, supone no gastar munición en unos días en los que todo el mundo está de viaje. De alguna manera se piensa que el hecho de ver la tele es un acto íntimo y hasta cierto punto injustificable. Según las estadísticas, nos pegamos 240 minutos delante de la televisión pero si nos preguntaran por ello jamás reconoceríamos esta cifra. Supone una vergüenza asumir que dedicamos cuatro horas de 24 al ejercicio de ver la tele como si, por otra parte, ninguna de ellas estuviera justificada. Por más que algunos nos quieran vender la moto de que tal programa se hace para toda la familia, en realidad, lo que hace la tele es crear muros de incomunicación entre los miembros que se juntan para verla. Todos los pedagogos, psicólogos e, incluso, estas supernannys cuya existencia depende precisamente de la televisión, insisten en la necesidad de que los niños no realicen tareas importantes mientras se encuentra encendida la caja tonta. De esta manera, los expertos afirman que ver la tele es como tener al enemigo en casa. La capacidad de la tele para polarizar la atención pone en peligro el resto de las actividades y, seguramente, también los valores. Sin embargo, reconocer todo esto es ofrecerle demasiada importancia. Se puede ver la televisión si aprendemos a hacerlo de manera interactiva. Que los mensajes que al otro lado nos mandan tenga cumplida respuesta desde los espectadores. En familia y ya que estamos de minivacaciones, que prueben a ver la tele pero sin dejar que sea el centro de las conversaciones. Hay que afrontarla sin miedos, eso sí: que nunca tenga más protagonismo que la opinión de quienes se reúnen a verla.

Conquistadores y feos

A veces la crítica televisiva consiste simplemente en opinar sobre cuál de las máquinas de la verdad es mejor o si las operaciones de estética que ofrece Yolanda Flores en TNT son menos morbosas que las de Teresa Viejo en Cambio radical . También los espectadores sufren cierta bipolarización en sus preferencias. Una dualidad que les hace decantarse por CSI frente a los que lo hacen por House. Pero poco a poco la noche de los lunes está creciendo otra tendencia hacia el programa El conquistador del fin del mundo. El concurso presentado con voz y mano dura por el siempre sonriente Julián Iantzi está entrando en la fase final. Los participantes que todavía no han sido eliminados (Beni, Marijo, Lourdes, Silvia y Josu) como los boxeadores, están ya tocados física y mentalmente y su resistencia puede verse desbordada en cada situación. Por si fuera poco, al igual que se hiciera en la edición pasada, los eliminados van ingresando en el llamado purgatorio, un lugar difícil sobre todo porque allí se encuentra instalado el carácter imposible de Korta, el famoso patrón de traineras que repite en el concurso tras la marcha del gran Mikel Goñi. Unas horas antes, los contraprogramadores del Tomate elegían una vez más a míster feo, después de que la semana anterior hicieran lo propio con las chicas. Éste es un ejercicio de mala leche. Para empezar, porque entre los candidatos estaba el ganador del concurso. Pero este contrapremio inventado por Jorge Javier Vázquez y compañía tiene su metáfora. La tele es un invento capaz de sacar lo malo, lo peor y lo bueno de sus personajes. Ahí está la mirada del espectador para decidirse con qué cristal mira a cada cual.

Adiós letanías

Un concierto puso fin a la entrañable serie Martin con la que ETB 1 compite con fuerza la extraña noche de los viernes. Extraña porque supone un cambio en el perfil del espectador. En muchos casos esta noche, en las casas donde hay niños, son ellos los dueños del mando y esta tendencia debería tener un reflejo en los contenidos que sólo algunos aplican. Telecinco, por una vez, parece pensar en esto y pone a esas horas Caiga quien caiga un programa para todas las edades cuya irreverencia tuvo su punto álgido en los años de Gobierno del PP y que ahora languidece semana a semana. Los de Caiga necesitan un meneo, alguna renovación que evite su crónica anunciada de muerte por pura autocomplacencia.

Esta semana hemos sido testigos de la contradictoria planificación laboral de TVE, que ha mandado a la prejubilación a José Ángel de la Casa. Seguramente el periodista más escuchado, ya que su voz, más que su imagen de pertinaz tristeza, ha acompañado las emisiones más exitosas de nuestra televisión. No es que su figura concitara grandes pasiones. Más bien era el médium necesario -para muchos prescindible- al que millones de espectadores soportaban por ver un partido de fútbol. Con él se van muchas retransmisiones soporíferas en las que apenas se realizaba una letanía de nombres que iban recibiendo el balón: Arconada, Gordillo, Butragueño. José Ángel de la Casa fue durante décadas el rey de las audiencias por esa manía tan habitual y extendida entre los espectadores de elegir el fútbol sobre el resto de programación. Emociona su despedida porque nos despedimos de nuestros recuerdos.

Los del Tomate han acuñado un nuevo género. Se trata de las imágenes en primicia del revolcón y quién sabe si el desfloramiento de Bea con su jefe. Como creadores de morbo no tienen límites.