Luz en la noche

EL apagón simbólico de luz el pasado jueves tuvo como consecuencia directa el apagón no se sabe si voluntario o no, de la tel, que también tiene su sismología. Esa tendencia de ver la televisión como quien mira el paisaje es uno de los ejercicios fijos que más se practica y que cualquier Nany nos recriminaría con toda la razón del mundo. Digo esto después de conocer que, el pasado fin de semana coincidiendo con el frente frío, se batió el récord nacional de visión de televisión. Según parece estuvimos más de 5 horas delante de la caja tonta. Al parecer con el frío volvimos a nuestros orígenes, es decir, a esa reunión delante de la tele como si no hubiera otros espectáculos en el mundo. Y la verdad es que esta semana en Fago se ha producido uno de esos fenómenos mediáticos que luego se reflejara en algún filme o serie de tv. El asesinato del alcalde con un tiro de postas nos vuelve también a la noche de los tiempos. Rencillas añejas, rencores acumulados han dado lugar a un crimen que promete ser el gran drama televisivo del año que acaba de empezar. Y para comienzo esperanzador el de otra noche un poco más clara: La noche americana en Cuatro con el inclasificable Juan Carlos Ortega, aquel guionista genial que Sardá tenía guardado en el armario y que un buen día salió de él y vimos que era, en buena medida, el responsable del mérito provocativo del presentador catalán. Ortega hacía de tercera pata en Chanel nº 4 con Boris y Ana García Siñériz, por fin echa a volar y crea una programa a su medida acompañado de Olimpia una señora sin complejos con la que se complementa muy bien. Humor del absurdo que lo mismo les lleva a echar por mirar el rascacielos de King Kong ante la indiferencia de los neoyorquinos, que a asesinar en directo a la sobrina del entrevistado José Mª Iñigo. Ya ven: hay razones para retrasar el apagón final.

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La tele de Madrid

La llegada de Sánchez Dragó a presentar el informativo nocturno de Telemadrid ha tenido una repercusión mediática fuera de lo normal. Es conocida la tendencia centralista según la cual lo que pase en Madrid tiene que interesar al resto del Estado, y casi nunca es así. Que la televisión pública madrileña apueste por hacer un ladrillo informativo con un escritor con tendencia política hacia la derecha, toques de megalomanía exagerada y frases retóricas más cercanas a la pedantería que a la necesaria claridad en la información televisiva es una decisión dudosa pero respetable. Pero una vez más se demuestra la desproporción con la que se juega en este país. Mientras unos tienen cobertura de medios hagan lo que hagan, otros que hacen lo mismo en otras comunidades pasan desapercibidos y su trabajo jamás será valorado con ese mismo rasero. Ocurre lo mismo con otros ámbitos: el teatro, el cine, el fútbol que se practica o se realiza en Madrid tiende a considerarse como el que nos tiene que gustar al resto. Evidentemente, no es así. Cada comunidad tiene que desarrollar su propia personalidad televisiva y además tiene que luchar con los 50 años de centralismo desproporcionado que ha trabajado sistemáticamente la televisión generalista. Y es que el negocio de su televisión reside precisamente en crear personajes populares para 40 millones de personas. Que el país se divida entre el Madrid y el Atlético de Madrid frente al Barcelona, desde luego no beneficia a Osasuna, por poner el ejemplo más cercano. Hay que paliar desde aquí esa tiranía madrileña de marcar los contenidos, los temas y las aficiones. Mientras los Sánchez Dragó duermen a los madrileños con sus informativos, tenemos que hacer la tv más nuestra, que hable de nosotros y se olvide para siempre de los personajes de la corte.