Grabas o te graban


Después de varias versiones, finalmente se supo que el montaje del robo del sillón de Zapatero en el Congreso de los Diputados fue una ocurrencia publicitaria. Al parecer, se trata de una iniciativa de la oficina en España de la Campaña del Milenio de la ONU. Intentan llamar la atención para que su acción de lucha contra la pobreza no caiga como siempre en el saco roto de la conciencia. Ha sido tal el éxito de esta campaña que, ahora, muchos saben que el 15 y 16 de octubre se presentará la campaña Sin excusas 2015, con la que se intenta concienciar sobre el problema de la pobreza. El vídeo supone un paso adelante en la moda de las grabaciones caseras y con teléfonos para luego colgar las imágenes en Internet. En realidad, el resultado final es un montaje rodado en varias localizaciones y no una acción perpetrada en los pasillos de las Cortes. O sea que robar, lo que se dice robar, no se ha robado nada, y mucho menos el sillón de Zapatero. Lo que sí ha servido es para que la ciudadanía se caiga del guindo y conozcamos que a los diputados, ministros y presidentes, en algún momento de la transición, les cambiaron los bancos franquistas por sillones giratorios de cuero. Caminamos muy deprisa hacia una civilización interactiva donde lo mismo grabamos que nos graban. La televisión está a punto de decidir si todo este material lo deja para que lo explote Internet o sabe fabricar formatos para incorporarlos a su programación. El material que viene de este tipo de grabaciones tiene el don de la ubicuidad, porque cada ciudadano se convierte en un corresponsal. Además, posee la grandeza de la inmediatez, porque para cualquier suceso hay diez teléfonos apuntándonos. No sería extraño que, durante los próximos años, veamos nuestras caídas y trompazos a la hora del telediario, o formando parte de los anuncios de Coca Cola.

Paul Newman

No hace tanto que las tardes, televisivamente hablando, eran el reino de los niños y aquellos personajes no lo ocultaban (Espinete y don Pimpón, Epi y Blas). Ahora los niños tienen tantas actividades extraescolares que han trasladado considerablemente su horario hasta conectar con el correspondiente a la programación nocturna. Vamos, que los únicos que se van a la cama a las ocho son los Lunis, porque la mayoría de los niños se quedan hasta los prolegómenos de Buenafuente y, si me apuran, muchos se tragan el final de Noche Hache o las aventuras de Pocholo Ibiza 2006 allá por las dos de la madrugada. Es por eso que la mayoría de ellos conocen los secretos de Operación Triunfo y saben de las pasadas en directo de los concursantes de Gran Hermano y todas esas joyas con las que nos educan y entretienen. Pero volviendo a la tarde, si un niño se sentara a ver la tele a la hora de la merienda, junto con el bocadillo de mortadela, se metería su buena razón de casquería: sangre y crímenes pasionales, la tertulia del cotilleo, los temas que rizan el rizo en el Diario de Patricia , los gestos de Boris Izaguirre en Channel nº 4 o A tu lado. Quizás por eso, es de agradecer que ETB 2 haga un gesto positivo al programar el ciclo dedicado a Paul Newman. En esta franja horaria castigada por el cotilleo y los sucesos y en la que hace tiempo se olvidaron de los niños, es doblemente buena esta programación. Por un lado, permitirá a quienes conozcan la filmografía del actor norteamericano disfrutar de nuevo con sus películas y, por otro, el público infantil podrá conocer obras que, tal y como está actualmente la programación televisiva, nunca vería en televisión. El cine posee todavía la sensibilidad y la fortaleza necesarias para atrapar al público mientras pone a jugar sus emociones y es bueno para los niños.

El hijo de la Miró

Han pasado el concurso El primero de la clase a las mañanas. Dicen que con el fin de no recibir tantas quejas. Yo me alegro de esta rectificación porque con ella cobra sentido la crítica en su función de velar un poco por los espectadores. Estoy tan contento con que me hayan hecho caso que es posible que comience a proponer horarios. Por ejemplo: mañana me vendría bien que los telediarios los adelantaran un poco porque con esto de la Champions, aquí no hay quien se entere de nada.
Los de Cuatro comienzan su segunda temporada con ambición. Han fichado a Concha García Campoy y le han propuesto el caramelo de dirigir (últimamente estos programas duran tanto que lo llaman conducir) el programa matutino. Si hasta ahora habían apostado por los vídeos y programas musicales, este curso levantan el telón de las tertulias mañaneras, incluidas las de sociedad, sin hacerle ascos a los temas rosa. Para ello han fichado al hijo de Pilar Miró y novio o ex de la hija de la Duquesa de Alba. Dicen que el chaval merece tener una oportunidad de que lo conozcan por sus actos y no por ascendentes, parejas, braguetazos y amigos de mamá. Y encima no le preocupa en lo más mínimo mi crítica y añade: «Me han dado mucha caña en la prensa del corazón, así que no creo que una columnita en la última página del periódico me vaya a afectar». Supongo que con esta frase adivinatoria se refería a esta columna salomónica capaz de cambiar los horarios de los programas. Por su parte, Campoy, a quien cada vez que deja un tiempo la radio le ofrecen un bombón televisivo que llevarse a la boca, está convencida de que «si no hiciera televisión ahora, ya no hubiera vuelto nunca». Pues mira, Concha, eso no me lo creo. En el pequeño universo de nuestra televisión, tu estrella está condenada a jubilarse en vivo y en directo.

Jugar o no jugar

EL recurso de los juegos en la tele es tan viejo como ella misma. Los concursantes, además de su lado ludópata, experimentan esa atractiva sensación, para algunos, de ir haciéndose famosos conforme van jugando. De entre todos los juegos, quizás el más completo por tener conciencia de espectáculo fue 1,2,3… responda otra vez , que encumbró hasta la exageración a Chicho Ibáñez Serrador. Aquel concurso constaba de dos partes. En la primera, los concursantes, que siempre eran hombre y mujer, iban respondiendo por 25 pesetas los nombres de lo que hiciera falta, hasta que se acababa el tiempo o se equivocaban. Entonces, los tacañones tocaban cencerros y hacían un ripio horrible: «Tome cencerro, pues ha repetido perro». Aquella parte tenía el tema del recuento. Unas azafatas, así se llamaban, multiplicaban en un pispás y con sonrisa permanente: «Han sido ocho respuestas acertadas, lo que hace un total de 8.455 pesetas». No es por aburrir pero, una vez llagado hasta aquí, quiero añadir que la segunda parte del 1,2,3… era un sinvivir de premios descartados hasta que, finalmente quedaban dos. Llegado ese momento, la frase más recurrente era: «Hemos venido a jugar, así que juguemos». El presentador (a lo largo de la historia fueron Kiko Ledgard, Maira Gómez Kemp, Jordi Estadella, Luis Roderas y Josep María Bachs) leía la papeleta y salía la calabaza que, con el tiempo, se acabó llamando Ruperta . El cámara se acercaba hasta el concursante, que aparecía con la cara desencajada, pues había cambiado un millón de pesetas por una hortaliza. Pues bien, a lo que iba. El otro día, en el concurso de Carlos Sobera de Antena 3, ¿Quién quiere ser millonario?, un concursante se retiró a falta de una respuesta. Fue allí a jugar. Jugó y se plantó. Pudo ganar 300.000 euros pero la realidad es que prefirió echarse 100.000 al bolsillo. ¿Se imaginan la pregunta que le aguardaba?