Sopa de Simpson

Ahí siguen a la hora de comer. Repitiendo por enésima vez cada capítulo y siendo corroborados de lunes a viernes por la audiencia. Los Simpson han conseguido convivir con nosotros, forman parte de nuestra familia. Como los balbuceos de los bebés o las cosas del abuelo, uno asimila el capítulo sabiendo toda la acción y buena parte de los diálogos. Comenzó en 1991 siendo una serie de dibujos animados para progres que se ponía a las tantas por la creencia de que esos diálogos mordaces y los mensajes de holgazanería podrían dañar la salud mental de los más pequeños. El tiempo pasa y, quince años después, los Simpson son competitivos. Le pueden a Arguiñano, superan los informativos locales y las noticias generales de Hilario Pino y las dos chicas de Cuatro. Da igual que cada capítulo se haya pasado una media de 20 emisiones, uno se pregunta si lo que tienen los Simpson es una calidad excepcional, con un trasfondo superior a la de los mismísimos libros sagrados, o se trata más bien del estado de ánimo de los espectadores ante la oferta televisiva. Una cosa es que en navidades repongan Mujercitas y en Semana Santa nunca falteBen Hur y otra que en un mes veas repetida hasta tres veces la historia de Homer evitando con su trasero una explosión nuclear en la central de Springfield. Cuando hace unos años se murió el actor de doblaje de la voz de Homer, todos creíamos que llegaba el final de la serie. Las nuevas voces consiguieron que amáramos más las ya desaparecidas, componiendo un espectáculo definitivamente irrepetible. Por más que desde América lleguen nuevas entregas dobladas con nuevas voces, no alcanzan el nivel de los originarios. Cada semana, cuando los viejos Simpson aparecen muy arriba en los índices de audiencia me asalta la pregunta. ¿Habrán venido para quedarse siempre entre nosotros? Encantado de sus repeticiones.

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