Fracture


Fracture tiene la exquisitez de la presencia del mejor de los silencios, la mirada de Anthony Hopkins, enfrente, un cordero yuppie de chulesca pose y pijismo encorbatado en la frialdad más barata y sublime de un triunfador del siglo XXI metido a fiscal. Perfeccionismo de alto standing y ambición corporativa, el protagonista si es que pretende serlo parece estar encarnado en el actor Ryan Goslin.

La mujer del pecado (Embeth Davidtz) es descubierta en su secreto de alcoba y como un invento sofisticado de escritorio, la bola comienza a correr en esta espiral de sofisticación e inteligencia llevada a cabo por el artista aeronáutico de perfil astado, su venganza será tropezada, a priori, pero con pulso de cirujano en la ejecución. Ted Crawford (Hopkins) ingeniero y marido, hereda el talento del doctor Lecter para servirnos frio el plato de la venganza más sabrosa y milimétrica que nunca. Lástima que conforme avanza este juego de ingenio y complejidad vayamos entrando en un titubeante puzzle de piezas forzadas para encajar ese atropellado fin de fiesta sin esa traca final tan esperada, la partida de ajedrez que había arrancado con fuerza termina en tablas y lo que es peor, jugando a las damas, se echa de menos un jaque mate anterior a los títulos de crédito para hacerla grande, se queda en fuegos de artificio.

Hay maldad en todos los frentes y de distinta manera el destino parece ejecutar sentencia. Solo él parece ser el verdadero juez y castigo.

Fracture nos demuestra que el destino es mas letal y discreto de lo que pensamos. Todos tenemos fracturas que reparar en este juicio de la vida.

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