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miércoles, 2 de mayo de 2007 Dejar un comentario Ir a comentarios

 

Debajo de las ciudades, de los grandes edificios y rascacielos, hay historias que pasan inadvertidas a los ojos de la mayoría. Una de ellas es la de los niños y niñas que viven en la calle. Son los «príncipes del silencio» de la oscuridad y de la noche. Millones de menores viven en las calles, abandonados a su suerte, olvidados, y para paliar el problema, no son necesarios imposibles sino voluntad política. El niño de la calle ha cortado todo contacto con su familia. No es cierto que no tenga familia. Simplemente ya no la tiene en cuenta. La mayoría de estos huérfanos sociales huyen de sus casas, de familias desintegradas, hijos de padres alcohólicos o drogadictos, que prefieren la calle al hogar.
En Rusia el problema es tremendo, hay 2 millones de niños vagabundos, algunos de estos niños son recogidos por las autoridades y destinados a orfanatos. Unos pocos se quedan, pero muchos huyen y vuelven a la calle. Y allí la mayoría caen en la droga, la prostitución o el crimen. El problema se agrava, porque son numerosos los casos en que los policías mafiosos no sólo no hacen nada por salvar a los menores sino que participan directamente en su explotación.Los grupos criminales no están dispuestos a perder el jugoso negocio que significa la mendicidad y prostitución infantiles y vuelven a los orfanatos y pagan un dinero de 550 euros para llevarse de nuevo al menor y continuar explotándolo.
En el resto de los países , La noche es el momento más peligroso para los Príncipes del silencio, en la miseria de la jungla y del hambre. Los más pequeños se esconden de los más grandes porque temen que les puedan quitar lo poco que poseen. Tienen que esconderse de la policía que los considera casi siempre como unos delincuentes, y de los violadores. Duermen con su ropa puesta, hechos una bola y amoldándose unos a otros como pequeños cachorros, para sentir el calor, debajo de los mostradores en el mercado, contra un muro, debajo de un árbol. A veces tienen suerte y encuentran un plástico o un cartón.Su vida está en peligro en la calle y hay que cortar con su manera de vivir : en la calle el menor muy pronto vacilará entre la delincuencia, la droga y la prostitución. El menor tiene hambre. Si no encuentra alimento, robará . El robo se volverá una costumbre. Al principio tendrá miedo, sabe que si le cogen le pegarán, quizás hasta la muerte, y que la prisión le espera. Para infundirse algo de valor, se drogará. Todo vale, puede ser la gasolina encima de un pañuelo, la cola vendida por poco dinero, LSD, etc., según los medios económicos del niño. Estos productos son especialmente peligrosos porque destruyen el cerebro y al cabo de unos años estos chicos son unos zombies. También se puede ganar dinero con la prostitución. Suelen ser los menores menos valientes que caen en la prostitución, porque el riesgo es mínimo y aporta mucho dinero. Una vez entrado en este círculo, el menor tiene malas perspectivas, y si ha empezado a vivir en la calle a los 8 años, solo tiene una posibilidad sobre dos de llegar a los 12 años. Cuando se le quita de la calle, hay que prohibirle tajantemente la droga, la prostitución, la mentira y el robo. Los niños no solo necesitan pan, sobre todo necesitan amor. Si se han ido del hogar, ha sido casi seguramente por que no había amor : rechazados y pegados, ya no había sitio para ellos. En su vida todo es una búsqueda constante de amor, entre los compañeros, en la prostitución, donde tampoco encuentran cariño. La dureza de la vida de estos niños no deja sitio para el amor. El amor es un concepto que los niños de la calle buscan inconscientemente sin conocerlo.
¿Se puede hacer algo por estos “Príncipes de la calle”?. Para sacarlos del mundo de la calle , la mejor manera es darles todo el amor del mundo. El niño de la calle está necesitado de mucho amor y de cariño.

Maika Etxarri Yábar

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