Pudiera parecer un pleonasmo el título de hoy: para mí lo es. Mañana, al límite del día, comienza el otoño.
Pero el otoño no entiende de fechas y veo clarear las hojas ya a un amarillo que anhela el color ocre que tanto me recuerda cualquier ciclo vital. Verde, amarillo, ocre y al caer, ennegrecida y crujiente, la hoja es ya cómoda alfombra.
No poco masoquismo habita en mí todos los años: la de aquél que ama la nostalgia y la melancolía de un otoño lejos del estrés urbanita.
Y me zambullo en las hojas de mis libros como en una montaña, como las que elaborábamos cuando críos con hojas de árboles caídas como materia prima en el patio del colegio o en plena calle: auténtico refugio acolchado. El mismo refugio busco en las hojas de Schopenhauer, ese bendito sabio viejo escéptico: a mí también me ha guiado y me guía desear tan poco y conocer tanto como a él…y hete aquí el inicio de mi otoñal melancolía.
Me hallo muy por encima de politicastros ociosos discutiendo quién nos roba más, quién nos miente peor (ya sólo pido de un “servidor público” que me mienta bien, pues ni a ello llegan) y de aduladores con aviesas intenciones. Lejos también de fanáticos del terruño y “la sangre propia” que Nietzsche, en uno de sus demoledores aforismos, tan bien criticara: “El que odia o desprecia la sangre extraña no es aún un individuo, sino una especie de protoplasma humano” (“Aforismos”, Friedrich Wilhelm Nietzsche).
Y es que el amor exagerado por la sangre, el territorio (siempre ficticio en sus fronteras políticas, repito, políticas), a las propias costumbres y al propio folclore, conllevan como consecuencia directa de tamaña causa: la xenofobia, el racismo.
Pero me aparto de todo ello y pienso cómo volverá a estar el monte en unos días. Cómo tal vez me convenga perderme un poco en él, a pesar de dolencias musculares con que este otoño maldito, al que tanto amo, me castiga. Amor maldito. No hay otro.
Y pienso en mil lugares cercanos, ya multicolores y oliendo a setas. Es la vida en sí: los sentidos que sólo fanáticos religiosos repudian. La vida son los sentidos y en la mía, cobran mayor importancia si cabe.
Y el sentido de la lectura, de la razón, se apodera de mí aconsejándome fielmente y arropándome como una montaña de hojas caídas de mil árboles: “(…) uno debe sobreponerse a la tendencia natural a la sociabilidad y esforzarse en dosificar cuidadosamente la confianza…” (“El arte de conocerse a sí mismo”. Arthur Schopenhauer).
Es uno de los mejores consejos que he recibido y siempre conlleva en sí, a mi parecer, el otoño donde guarecerse dosificando la confianza cuidándome de mediocres y pelmas que husmean alrededor.
Sólo así se puede llegar a la máxima de Shakespeare y de la cual se hace eco Schopenhauer:
“Ante todo, sé fiel a ti mismo, y te seguirá, como sigue la noche al día, Que no podrás ser falso con nadie” (“Hamlet”, Shakespeare).
Sólo así, pues, protegido por interminables árboles que dejan caer elegantemente sus hojas sobre uno en un bosque o en el cálido escondite de mi biblioteca dejando pasar las hojas entre las manos, llega uno a tan gratas como subjetivas conclusiones.
Seguir siendo fiel a uno mismo en este ya otoñal jardín lleno de hojas de árboles y de libros: ello me hace no engañar a nadie y sólo congeniar sinceramente con quien más se lo merece, haya acuerdos o no.
Es, me temo, el inicio de otro filosófico otoño para mí.
Espero lo sea también para Vds.