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Víctimas de la equidistancia

viernes, 24 de julio de 2009 Dejar un comentario Ir a comentarios

Dirección: Ana Díez. Guión: Ricardo Fernández-Blanco. Intérpretes: Emilio Gutiérrez Caba, Andrea Davidovics, María Botto, Nicolás Pauls, Mauricio Dayub, Viviana Saccine. País: Uruguay, España y Argentina, 2008. Duración: 88 minutos.

ALLÍ donde las brasas que alimentan el sustento argumental de Paisito se consumen se encuentra lo más admirable de un filme que se columpia en ese borde abismal en el que el cine español pela la pava. Su realizadora, Ana Díez (Tudela, 1955), irrumpió en plena eclosión del llamado cine vasco en la década de los 80, fue la primera directora en ganar el Goya a la mejor dirección novel con Ander eta Yul y ahora, veinte años después, es obvio que su cine adolece de las limitaciones de esa industria raquítica que tan buenas ideas destruye.

Desde el punto de vista de la producción, Paisito conforma un diagnóstico feroz y veraz en el que se reflejan las miserias de la producción española. En realidad, todo el cine de Ana Díez muestra los inequívocos síntomas de la falta de brillantez de una industria sostenida por la subvención e incapaz de correr riesgos. Tenemos la industria cinematográfica más miope, tacaña y miserable de cuantas existen en Europa. ¿Se han preguntado por qué, en cuanto pueden, los directores se montan sus propias productoras? Porque en España, la producción juega el papel de la banca en el casino, no arriesga nada y gana siempre. Lo malo es que cuando eso sucede, cuando los directores devienen en productores, desaparece la necesaria tensión entre la utopía del autor y la grandeza del inversor; se acaba la posibilidad de hacer arte y todo se reduce a artesanía atenta al beneficio.

Esto ilumina la naturaleza de ese escaparate del cine español lleno de manufacturas artesanales que no es necesario vender porque ya están pagadas de antemano. De ahí que la cosecha del cine español esté llena de botijos que se llenan de polvo.

Pero no nos desviemos de Paisito , un filme que lleva dentro una bella idea, un trabajo actoral responsable y un par de personajes merecedores de ser escuchados. Y es que las mejores cualidades de Ana Díez se resumen en dos: su capacidad para pulsar ideas argumentales notables y su oficio para maquillar con dignidad lo que la falta de medios le arrebata. Rodada hace casi dos años, ninguneada por su humildad y postergada porque en ella no hay concesiones comerciales ni bálsamos sentimentales, Paisito encierra lo que Ana Díez siempre muestra, una querencia encomiable por personajes fronterizos, por seres humanos de carne y hueso que no juegan papeles políticamente correctos sino que asumen la carga del ser con sus luces y claroscuros. En Paisito la verdadera trama argumental, lo que de verdad reclama nuestro interés, gira en torno a dos personajes de mediana edad, dos padres de familia a los que la crispada situación del Uruguay de los años 70, convertirá en títeres de la violencia. Una decisión muy discutible en la estructura del guión, que luego repercute de modo amplificado en la realización, hace que se desplace el verdadero centro de interés a los hijos de ambos con un salto temporal que se muestra ineficaz.

Con un proceder semejante al que John Ford utilizó para mostrar la verdad real frente a la oficial enEl hombre que mató a Liberty Valance , en Paisito dos personajes reencontrados en el campo de entrenamiento del CA Osasuna, entre revolcón y revolcón, rememoran la historia de sus padres; una historia en la que echamos de menos más desarrollo en los personajes femeninos, las madres, y más roce y verdad entre la cámara y los verdaderos protagonistas. En el filme, tal cual ha quedado, apenas lo hay. Pero en ese vacío permanece una desgarrada y emocionante lección sobre los perdedores de todas las violencias. Con ellos, cuando se sale del cine, el espectador podrá rehacer esa gran película que aquí se insinúa enterrada en su fondo.

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