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Archivo para junio, 2009

El ‘freakie’ que perdió la gracia, el norte y el talento

viernes, 26 de junio de 2009 Sin comentarios

Dirección y guión: Kevin Smith. Intérpretes: Seth Rogen, Elizabeth Banks, Traci Lords, Jason Mewes, Ricky Mabe, Craig Robinso y Katie Morgan. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 101 minutos.

La historia del Arte se ha escrito con leves movimientos, gestos apenas perceptibles que alumbraron radicales transformaciones. Ya lo saben: un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad. Por ejemplo, hace 2.500 años, alguien se atrevió a mostrar por primera vez un pie visto de frente. Hasta entonces, el Arte Egipcio había mantenido unas férreas normas de representación. Fueron siglos de esplendor faraónico regidos por rigurosas normas fielmente cumplidas por artistas anónimos. Por eso mismo, el salto hubo de ser ejecutado por un artista de cuyo nombre no hay noticia cierta. Bastó con que ese pintor osara mostrar un pie que se atrevía a girar noventa grados con respecto a la forma tradicional. Ese pie visto en las vasijas 500 años antes de que llegara Cristo, apenas estaba constituido por cinco torpes circulitos pero, con ellos, aparecían los cinco dedos del pie hasta entonces nunca mostrados. Y con esos cinco círculos el Arte entró en lo que autores como E.H. Grombrich bautizaron como el gran despertar .

Por cierto, cuánto hubiera agradecido si en lugar de permanecer despierto hubiera conseguido dormirme durante los inacabables, soporíferos y repelentes 101 minutos de¿Hacemos una porno?

No obstante, por respeto a la profesión, acostumbro a permanecer en la sala en vigilia hasta el final del filme, en este caso aviso que, tras los créditos se incluye un chistecillo , generosa calificación de lo que nunca muestra el más mínimo ingenio.

La referencia de apertura obedece al deseo de manifestar lo difícil que ha sido para el ser humano evolucionar el lenguaje artístico y lo fácil que puede ser, a la vista del caso Kevin Smith, convertirse en un peligroso analfabeto. Causa desconcierto y dolor confirmar que el autor de ¿Hacemos una porno? es el mismo director que en 1994 debutaba con un ácido blanco y negro titulado Clerks . Cierto es que, para su desesperación, Kevin Smith nunca logró mejorar su ópera prima, al contrario, título a título, Smith ha ido disolviéndose en un proceso pernicioso. Cuanto peor era su siguiente película, más se irritaba con los periodistas cinematográficos, más diatribas lanzaba contra la crítica y menos respeto mostraba por el público.

¿Sobredosis de vanidad? Sí, y de alguna cosa más probablemente. Coetáneo de Quentin Tarantino, graduado por la Marvel en el tema de los superhéroes y doctorado en Star Wars y Tiburón , Lucas y Spielberg son sus dioses pero casi nada de ellos se le ha pegado. Carente de la brillantez visual del autor de Pulp Fiction , Smith se limita a incurrir en excesos verbales con la coartada de su dominio de la subcultura freakie . Tanta referencia para hacer de Zack and Miri make a porno , un filme cuya naturaleza está más cerca de Casi 300 y Scary Movie que del primer Clerks que hizo creer que allí había un cineasta prometedor.

Si lo hubo, aquí no tenemos noticia alguna de él. Por el contrario, todo en esta horrorosa caricatura se reduce a ingeniosas tonterías como hacer un filme porno inspirado en La guerra de las galaxias y titularlo La guarra de las galaxias , correcta traducción de Star Wars y Star Whores . ¡Qué risa!

Kevin Smith y esta película son la evidencia de dos lecciones. Una, que lamentablemente un cineasta listo puede acabar convertido en un insufrible juntaplanos. Y dos, que no es patrimonio español rodar engendros contra los que sólo hay que lamentar que ocupen un lugar en las salas de cine dejando fuera títulos infinitamente más dignos. Hay una tercera enseñanza en este filme que ni es porno ni es cine: constatar que el penoso declive que campa en las salas comerciales avanza sin remedio.

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Bienvenidos a Minnesota

viernes, 26 de junio de 2009 Sin comentarios

Dirección: Jonas Elmer. Guión: Kenneth Rance y C. Jay Cox. Intérpretes: Renée Zellweger, Harry Connick Jr, J.K. Simmons, Siobhan Fallon Hogan y Frances Conroy. Nacionalidad: EEUU. 2009. Duración: 96 minutos.

Renée Zellweger pertenece a una estirpe de actrices en edad difícil y en situación delicada. Su caso no es nuevo, ya lo hemos visto y lo seguimos viendo en profesionales como Sandra Bullock, Meg Ryan y tal vez con Julia Roberts y Michelle Pfeiffer. Hace unos años Meryl Streep, probablemente una de las más grandes y quien mejor ha sabido sortear este peligro en los últimos tiempos, lo describía sin acritud pero sin tapujos: Hollywood es cruel con las mujeres. A partir de cierta edad, decía la protagonista de Los puentes de Madison , no hay buenos papeles para las buenas actrices. A ellos se les permite seguir haciendo de protagonistas aunque ya no cumplirán los 60 años. ¿Se trata de la detestable misoginia de los ortodoxos judíos? No, por fortuna los judíos que dominan el negocio del cine pertenecen al ala liberal, menos permeable a la cábala que al we can de Obama. Se trata más bien de ese machismo universal que corroe las cinematografías de todo el mundo.

Repudiemos pues esa falta de inteligencia, sensibilidad y respeto que muestran los magnates del cine ante este tema. Pero aún inclinados a cargar con el enojoso peso de la discriminación positiva en el vía crucis de nuestro machismo, pocas cosas resultan tan penosas como perder el tiempo viendo los mohines adolescentes de la (in)madura Zellweger. En películas como ésta, nuestra solidaridad ya no puede estar del lado de la estrella agraviada sino junto al pobre director de fotografía atormentado por la necesidad de ocultar lo que el paso del tiempo inscribe allí donde debe ser inscrito lo que se ha vivido. Ejecutiva en apuros parte de parecido ardid al que hizo triunfar Bienvenidos al Norte . Una feroz ejecutiva ambiciosa y rubia debe dejar momentáneamente Miami para, en Minnesota, reducir una planta de alimentación a su mínima expresión. Allí, golpeada por el frío del norte, rodeada de brutos simpáticos y secretarias de fe en el Todopoderoso, se las verá con un musculoso delegado sindical. Guerra de sexos y lucha de clases, nueva reedición del viejo episodio secesionista que nos recuerda que actrices como Katharine Hepburn sabían envejecer con dignidad. Porque, tal vez, ese ser o no ser no depende del sexo sino del seso. En ese caso, Renée Zellweger no tiene remedio.

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Animación en estado Disney

viernes, 26 de junio de 2009 Sin comentarios

Dirección: Miquel Pujol. Guión: Miquel Pujol e Ibán Roca Font; basado en un argumento de Miquel Pujol. Música: Manel Gil Inglada; canciones interpretadas por Nina. Nacionalidad: España. 2008. Duración: 85 minutos.

Detrás de Mikel Pujol, director de este filme, hay un equipo sólido, solvente, con las ideas claras y el camino bien trenzado. Posee, es cierto, un referente, un modelo claro: el cine de la Disney, ese cine que no desaprovechaba los personajes secundarios y que mezclaba en coctelera de oro tramas y subtramas para reelaborar la misma bebida sin que nadie fuera consciente de que estaba bebiendo/viendo lo mismo. Daba igual que se repitieran planos, personajes e incluso secuencias enteras, era cine clásico, cine grande.

Cher ami es lo que los anglosajones describen como un trabajo de amor, eso que entre nosotros llamamos una empresa de chinos. Cuestión de (in)culturas y problema de generosidad y esfuerzo. El caso es que durante años Mikel Pujol y los suyos han limado dibujo a dibujo, palabra a palabra, gesto a gesto lo que no oculta la devoción que Pujol siente por la animación que en los años 40, 50 y 60 hizo de la Disney un referente mundial.

Ahora que Pixar ha asumido salvar del naufragio el imperio Disney, perdido por la prepotencia y la falta de talento, Pujol reedita el libro de estilo de Walt Disney y da una lección de cómo es posible regenerar viejas fórmulas sin incurrir en lo ya visto. Probablemente Cher ami resucita el mejor Disney tras el descalabro que el sello sufrió durante los años 90. Pero Cher ami carece de la máquina propagandística del imperio de Mickey Mouse y su capacidad de llegar al público es limitada. Por eso mismo, Mikel Pujol ha escrito su historia con un trasfondo francés, tal vez el país europeo más sensible a la animación, y con guiños norteamericanos.

Ambientada en la Primera Guerra Mundial y con una coartada histórica real, Cher ami canta al heroísmo y la amistad y lo hace con un buen plantel de pequeños y saludables personajes. La ventaja de dedicar mucho tiempo a un proyecto así, es que el guión se ve enriquecido por multitud de buenas ideas al mismo tiempo que la acción se desprende de los ensimismamientos y los tiempos muertos. Pero es que, además, en Cher ami no sólo se presiente el legado de Disney sino que también la sombra de Miyazaki se asoma en muchos momentos. De ese modo, con pocos medios y bastante talento Cher ami muestra un alto orgullo y logra divertir.

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Crónica negra de la Iglesia del franquismo

viernes, 19 de junio de 2009 Sin comentarios

Dirección: Elio Quiroga. Intérpretes: Ana Torrent, Francisco Boira, Héctor Colomé, Rocio Muñoz, Alfonsa Rosso y Alejandra Lorenzo. Nacionalidad: España. 2008. Duración: 94 minutos.

EN 1973, Víctor Erice, escoltado por Elías Querejeta y con Fernando Fernán Gómez al frente del reparto, presentó uno de esos filmes que siempre aparecen entre los mejores títulos del cine español de todos los tiempos: El espíritu de la colmena . Su hegemonía resulta inapelable, de ahí que sea un filme citado de manera constante por todo el mundo. Pero ante citas tan excesivas, cabe sospechar que no todas se han tomado la molestia de analizarlo. Ocurre con los cánones culturales, que muchos citan no el texto original, sino lo que otros han citado. Elio Quiroga, director de No-Do pertenece, a la vista de su filme, a quienes sí parecen conocer El espíritu de la colmena . Tanto, que a él acude para conformar esta película que se adentra en el thriller fantástico. ¿Por qué? Entre otras cosas porque existe una continuidad, un gesto en la mirada que abrocha la mirada de la Ana Torrent que en el filme de Erice tenía siete años, con la que ahora representa a una madre desgarrada por el pánico de la muerte. En ambos casos, además, sus personajes viven solos sin parecerlo.

El despegue de No-Do , referencia explícita a aquel noticiario del régimen franquista que se arrogaba el poder de poner el mundo entero en las manos de los españoles, resulta sugerente. Quiroga excava en la fosa de las catacumbas del franquismo y la Iglesia española. En el mundo subterráneo de los excesos de la fe, el de los estertores de la Inquisición. En ese paisaje hundido, hurga entre los restos de aquel naufragio intelectual y fanático construido por exorcistas enloquecidos, prodigios milagreros, autos de fe, mártires, torturas y perversiones con querencia por lo nefando.

En algún modo, No-Do se puede percibir como una nueva incursión en esa cartografía donde El orfanato , Los Otros , REC , Frágiles , Los sin nombre e incluso El laberinto del fauno han redimensionado ese cine español tan pegado al constumbrismo de caspa y boina, tan necesitado de respirar aires fantásticos. Para ello, Quiroga aporta una carta singular, un pretexto sugerente: desempolvar los archivos secretos del No-Do para bucear en ese material prohibido de aquella España crédula e ignorante que llenaba la última página del diario Pueblo con sucesos extraordinarios y fenómenos como los de Fátima, por el que niños inocentes eran usados como vía de comunicación por vírgenes, dioses y diablos.

En este caso, más cerca de los demonios que de los ángeles, Quiroga, que arma bien su arranque y que retoma la mirada siempre quebrada que dejó herida a Ana Torrent cuando Erice le mostró que detrás del monstruo de Frankenstein se escondía un terrible vacío, amaga bien pero no resuelve, percibe pero no recibe, se asoma pero no penetra en un sugerente terreno propicio para desmontar la farsa política, la mentira religiosa y la ruina de la superstición.

En su lugar, el autor cede al género, pero no a los excesos y la provocación, no al disparate que dio a Jess Franco su pasaporte internacional al olimpo de los freakies , sino al de una solvente factura técnica que prefiere seguir los pasos de Amenábar sin el poder manipulador que posee el autor de Mar adentro . De ese modo, No-Do no desentierra las momias del poder político aunque narre y muestre su guante manipulador. En lugar de penetrar en la denuncia social, cede el testigo a lo anecdótico para optar por un paso a dos, entre una madre visionaria y un cura bueno con sentimiento de culpabilidad. Sus caminos se cruzan para resolver un caso de niñas fanáticas y virgen negra; sus caminos se pierden en lo genérico y en lo previsible. Entre lo inquietante que permanece y el susto que salta y pasa, No-Do se rinde a esto último.

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El crepúsculo de la memoria

viernes, 19 de junio de 2009 Sin comentarios

Dirección: Yesim Ustaoglu. Intérpretes: Tsilla Chelton, Derya Alabora, Onur Ünsal, Övül Avkiran, Osman Sonant y Tayfun Bademsoy. Nacionalidad: Turquía, Francia, Alemania y Bélgica. 2008. Duración: 112 minutos.

DENTRO de algún tiempo, cuando un joven estudioso prepare una tesis doctoral con la historia del Festival de San Sebastián como materia de análisis, no dará crédito a lo que los datos le muestren. ¿Cómo podrá explicarse -y más difícil aún, explicarlo ante un tribunal- que año tras año, el jurado siempre olvidaba premiar a lo mejor? Se han turnado diferentes directores, equipos heterogéneos, el jurado siempre ha sido distinto y sin embargo, rara vez se ha hecho justicia. ¿Cómo ha sido posible dejar sin premio a los hermanos Coen, a Bertrand Tavernier, a Claude Chabrol, a Terry Gilliam, a Michael Winterbottom,…? ¿Y, peor aún, quién recordará a muchos de los que, un buen día, se llevaron perplejos una Concha de Oro que por otro lado, apenas sirvió para nada? Los premios, como las críticas, sólo resultan eficaces, sólo merecen la pena, cuando sostienen con solvencia lo que con solvencia fue construido.

Esto viene a cuento de esta modesta obra turca, confinanciada por diferentes países y dirigida por Yesim Ustaoglu. Me gustaría equivocarme por completo pero es de temer que de ella, no volvamos a tener noticia por más que hace unos meses, para el jurado del Festival de Donostia, La caja de Pandora resultara una obra mucho más estimable que esa ejemplar joya japonesa titulada en inglés Still walking firmada por un radical de la serenidad llamado Hirokazu Kore-eda.

Carente de esa contención, la cineasta turca se mueve en el terreno del desmoronamiento emocional. Su tesis es directa, su alineamiento también. La caja de Pandora muestra los últimos pasos de una mujer senil que se despide de la vida ante el desconcierto de sus hijos y la compasión cómplice de su nieto. De algún modo, esta historia crepuscular no se limita a reflejar un caso anecdótico sino que aspira a convertirse en alegoría del anochecer de un tiempo que desaparece. Y en ese ritual simbólico emerge Tsilla Chelton, una nonagenaria actriz francesa que se comporta como esos niños geniales que crean personajes como si fuera un juego. En su caso, su juego labra un drama poético, un réquiem con sordina que echa mano de la sensibilidad para hacer soportable ese dolor existencial que muerde en lo más íntimo: la (des)memoria.

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Parejas, parejas, parejas

viernes, 19 de junio de 2009 Sin comentarios

Dirección: Daniela Féjerman. Intérpretes: Luis Callejo, Toni Acosta, Marta Etura, Antonio Garrido, Pilar Castro, Asier Etxeandia, Juanma Cifuentes y Cristina Alcázar. Nacionalidad: España. 2009. Duración: 102 minutos.

MEDIA hora después de ver estos 7 minutos , apenas queda algo que recordar. 7 minutos es el tiempo de diálogo que se permiten mantener los aspirantes a buscar pareja en uno de esos encuentros programados por empresas dedicadas a lo que la Celestina hacía allá en el Siglo de Oro, eso sí, con más misterio y con mucho más riesgo. A este siglo XXI español no sé cómo lo llamarán, pero, desde luego, plata no es, aunque blando parece a juzgar por los responsables políticos que velan por su futuro. Esto viene a cuento de que detrás de 7 minutos se encuentra la misma coguionista que firmaba Mentiras y gordas , una ministra cuyo humor parece contagioso.

Dirigida por Daniela Féjerman, detrás de este filme se encuentran nombres tan representativos del cine español como Gerardo Herrero y Emilio Martíinez Lázaro, además de la citada enemiga de los piratas informáticos y portavoz de la SGAE. O sea, 7 minutos se formaliza sobre el modelo oficial del cine español, ese que nos dicen se ve más fuera de España porque obras firmadas por Allen, Soderbergh y Scott, entre otros, aparecen como españolas gracias a una presencia menor en la financiación de su producción. ¿Demagogia? No, se trata más bien de simple delirio. Y como deliran, hacen películas como 7 minutos , cine de teleserie que no puede ocultar su vocación de hacerse un hueco en la parrilla de Tele5 . Cine coral de personajes que buscan ligar y que arrastran pequeños conflictos, grandes frustraciones y poco o ningún interés. Su brújula señala un género: la comedia romántica, la vieja lucha de sexos, el chico busca chica a través de diferentes personajes con los que se aspira a recrear un (gran) repertorio sentimental.

El enredo es el camino; formar pareja, la meta y buscar la sonrisa a golpe de erotismo y caricatura la fórmula que retrata a este cine español que desesperadamente busca público. Digamos que es cine de evasión, cine sin riesgo ni compromiso, cine, en consecuencia que no debiera ser subvencionable porque nada hay en él merecedor de ser apoyado. Eso lo sabía muy bien el clan Ozores y con poco dinero, mucha cara y casi nada de ropa emblematizaban la España tardofranquista. ¿Qué o a quién representa 7 minutos y cuánto nos está costando?

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Paradojas de metal y sangre

viernes, 12 de junio de 2009 Sin comentarios

Dirección: McG Guión: Michael Ferris y John Brancato Intérpretes: Christian Bale, Sam Worthington, Moon Bloodgood, Helena Bonham Carter, Bryce Dallas Howard y Anton Yelchin Nacionalidad: EEUU. 2009 Duración: 130 minutos.

¿Es posible hacer una nueva película de Terminator sin la presencia de quien daba sentido al título y acabó convertido en su emblema? O si se prefiere: ¿hay vida en Terminator sin la presencia de Schwarzenegger? Nada le importan esas preguntas a McG, un director que tuvo en sus manos las dos entregas cinematográficas de Los Ángeles de Charlie y que consiguió lo imposible, que se añorara la serie a la vista de lo insípidos que resultaron sus trabajos. Y a McG nada le importan estas cuestiones porque McG no es hombre de creencias sino un francotirador que se pone al servicio del que paga. A él no le pagan por pensar, sino por resolver. Y como tal, como mercenario, se mueve mejor en el infierno de Terminator que entre ángeles femeninos de cuerpo escultural. Cuestión de testosterona.

Aquí las células de Leyding trabajan febrilmente, por lo tanto, testosterona la hay, pero mezclada con el metal y muy lejos del poderío hormonal con el que nos regalaba el ahora ausente Schwarzenegger en sus Terminator . Arnold fue el rey y aquí, por caprichos de la infografía, debemos conformarnos con una pálida aparición y la amenaza de su sombra. Más que un cameo, su aparición es una mueca macabra, aunque su sola presencia fugaz sea capaz de redimensionar aquella amenaza letal con la que nació el primer Terminator .

Hablando de sombras, las que inquietaron a Gorki en el origen del cine, hacia las sombras caminan gentes como McG, cuya capacidad de conformar un relato articulado con un mínimo de cierta sustancia simbólica y algún fundamento intelectual es escasa. A falta de poder mitológico tenemos el espectáculo escópico, la acción pura y dura, la pólvora y el fuego.

En T4 se expresan con más convicción la gasolina y las explosiones que Christian Bale, quien da vida a un John Connors inexpresivo y perplejo, un Connors que debía cargar con el peso del filme pero cuya presencia se diluye conforme se hace evidente que el guión está desorientado. Hay una duda esencial en T4 , ¿Connors o Wright? una duda entre la servidumbre al pasado o hacer un filme completamente nuevo.

Sin duda Bale cometió uno de sus mayores errores de estrategia al preferir el papel de Connors al de Marcus Wright. Marcus, un condenado a muerte convertido en una especie de Prometeo cibernético que acabará siendo lo único interesante del filme, es la aportación más singular de T4 . Pero de nada sirve reclamar a Bale más olfato o al director McG un poco de grandeza y talento, la culpa no es de ellos, sino de la producción, del guión y del proyecto.

Lo que queda aquí del Terminator primigenio ya fue contado, y con más capacidad de conmoción, por James Cameron. Lo que se descubre como nuevo, nada tiene que ver con el fundamento sustancial del que fue uno de los pocos referentes míticos del final del siglo XX. De hecho, todo lo que había que decir del personaje quedó dicho en las dos primeras entregas. Con ellas el personaje ya era leyenda y lo que ahora se hace no es sino exprimir de mala manera una buena idea. Aquí, lo mejor sin duda reside en esa presencia del cyborg Marcus, ese escalón intermedio entre el hombre y la máquina. Por eso, con él comienza T4 .

Pero lo que despega pleno de misterio se atraganta con el estruendo. En la explosión y en lo truculento se embriaga McG sin remordimiento alguno por malograr lo que fue una gran película y lo que ahora, gracias a Marcus, podía haber sido una interesante vuelta de tuerca. Un nuevo giro que McG convierte en un pellizco a destiempo, como ese desenlace gratuito, innecesario y sacrifical que niega la posibilidad de un reencuentro con Marcus.

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Burton, ¿dónde estás?

viernes, 12 de junio de 2009 Sin comentarios

Dirección: Henry SelickGuión: Henry Selick; basado en el libro de Neil Gaiman Intérpretes: Michael Nyqvist, Noomi Rapace, Lena Endre, Sven-Bertil Taube, Peter Haber, Peter Andersson y Marika Lagercrantz Nacionalidad: EEUU. 2009 Duración: 100 minutos.

Escoger para un hijo un nombre poco común, como toda elección que se hace a contracorriente, se cobra un coste añadido. A Coraline algo de eso le ocurre y por eso mismo Coraline debe insistir en perseverar su original nombre, nombre que todos equivocan. Todos le llaman Caroline y contra todos pelea ella para reivindicar el verdadero y sostener, de ese modo, su incipiente personalidad. En esencia, de eso trata este filme de ribetes góticos y de arabesco estructural, de la epopeya de una niña por salvaguardar su identidad a través de un relato fantástico que digiere sin esfuerzo el legado de autores clásicos como Carroll y Hoffmann y los mezcla con el Miyazaki de siempre y el Burton de ahora. Precisamente ese es el problema, Burton y el ahora.

Henry Selick, director y guionista de Los mundos de Coraline filmó hace diez años una obra magistral: Pesadilla antes de Navidad . Salvo su familia, todos siguen creyendo que esa magnífica película fue engendrada por Tim Burton. Poco importó que dos años después, Selick crease James y el melocotón gigante , una vibrante evidencia de que se puede hacer cine infantil sin menospreciar la inteligencia de los niños. Cuando Burton se adentró, ahora ya como director, en el mundo de la animación con La novia cadáver , todos contumaces en el error lo tuvieron claro Pesadilla antes de navidad era de Burton.

Por eso, durante todo el proceso de promoción de Los mundos de Coraline , Selick ha insistido, ha reclamado e incluso ha insinuado cierto malestar. Él fue quien hizo Pesadilla antes de Navidad y con esta nueva película quedaría claro. Sin embargo, tras presenciar ese ir y venir a través de la puerta que vertebra el mundo real con el onírico y que continuamente traspasa Coraline, la conclusión es muy diferente. Desde el primer minuto del filme, cuando se recrea la fabricación de una muñeca, una réplica de trapo y fieltro de la Coraline original y vemos que las manos que la cosen se parecen a las de Eduardo Manostijeras, no hay posibilidad de desvarío. Los mundos de Coraline , con sus virtudes que son abundantes, retratan la diferencia entre el artefacto y su movimiento. Selick sin duda es bueno en lo primero, pero Burton es un genio en lo segundo. Y aquí, aquí no está Burton.

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Arte y confección

viernes, 12 de junio de 2009 Sin comentarios

Dirección: Anne Fontaine Guión: Anne Fontaine y Camille Fontaine Intérpretes: Audrey Tautou, Benoît Poelvoorde, Alessandro Nivola, Marie Gillain y Emmanuelle Devos Nacionalidad: Francia. 2009 Duración: 110 minutos

Entre el amor y el lujo, Coco Chanel tuvo que escoger el lujo. Impuso su ley y su gusto a la high class mundial y los vistió como ella quiso. Pero antes tuvo que morder el polvo. Se tragó el orgullo y accedió a ser una mantenida en alcoba de paso; ese pequeño gorrión que tanto gusta a los franceses y cuya fragilidad esconde oscuras melodías de sumisión y hierro. Eso es lo que en pocas palabras se muestra en este filme. En algún modo, esta Coco que aquí nos espera deviene en alegoría de esa eterna revolución burguesa que Francia sostiene contra el linaje real. Ese gusto por la transgresión desde el arte y el buen gusto. Y en este filme, dirigido por una mujer, Anne Fontaine, la figura de Coco se reviste de una aureola radical.

En su retrato, Fontaine aplica un gesto de exaltación feminista. Sus vestidos fueron un arma de liberación, se nos dice en el filme. Hay tanto fervor y admiración que se nubla la verdad. Suele pasar con los biopic . No es fácil mantenerse a distancia. No es posible pulsar la verdad. En todo caso se recrean las anécdotas, se revisan los secretos conocidos. De no ser porque su título nos lo impide, podría verse esta película como un cuento triste sobre un personaje anónimo, una fábula moral que habla del peligro del desclasamiento y del veneno y los efectos de la libertad, la ambición y el talento.

Como fábula que es, Fontaine tuvo claro que Audrey Tatou (Amèlie), era la actriz perfecta para dar la vuelta a aquel personaje barroco, excesivo y definitivamente naif con el que la actriz se dio a conocer. Aquí Audrey Tatou apenas ríe y cuando sonríe lo hace con un rictus triste, una sombra de dolor inscrita en su mismo origen. Allí donde se maceró la soledad ante la ausencia de un padre que nunca regresó. Un vacío de hombre ante el que Coco jamás se resignó. Y en cuanto que no se resignó se convirtió en leyenda. Aquí se relata, como hacía Ford, la leyenda. En este caso su comienzo. Pero se trata también de pulsar las claves de una intimidad herida jamás redimida por el éxito. Estamos ante una mezcla extraña que se sirve de la costura, el oficio con el que Coco se hizo grande, eso que se llamaba: arte y confección. Y eso es este filme, una desequilibrada fusión entre la biografía ilustrada y el ensayo introspectivo.

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Tokio, cincuenta años después de Ozu

viernes, 5 de junio de 2009 Sin comentarios

Dirección y guión: Hirokazu Kore-eda. Intérpretes: Hiroshi Abe, Yui Natsukawa, You, Kazuya Takahashi, Shohei Tanaka, Hotaru Nomoto y Ryoga Hayashi. Nacionalidad: Japón. 2008. Duración: 108 minutos.

Filmar la madre, escrutar la madre, diseccionar la madre… ¿Por qué? ¿Para qué? Y más exactamente: ¿hasta dónde nos es posible conocer a nuestra progenitora? Cuando Pedro Almodóvar titulaba a una de sus más celebradas películas Todo sobre mi madre , excesivo título de quien del exceso ha hecho su marca de fábrica, se permitía eso que antes se denominaba licencia poética. Un hijo jamás podrá saber(lo) todo sobre su madre. ¿Qué conocemos en realidad de nuestros padres si sus primeros treinta o cuarenta años tuvieron lugar sin nuestra presencia consciente? Algunos mantienen esa inconsciencia toda su vida.

«La verdad está en el origen» afirma una máxima grabada en el ADN de la humanidad. Y en el origen de cada uno, una madre nos aguarda. Se trata de una llamada telúrica, primigenia que hace que incluso a quienes, de un modo u otro, les fue negada la presencia materna, hurguen en ese vacío que, por ausente, sienten con mayor presencia si cabe todavía. Pero decíamos que en el origen, una madre espera.

¿Para desvelar nuestro secreto? No lo parece. Lo más probable es que, como acontece en Still walking , esa madre sólo sirva para sostener la paradoja de la existencia. De esa contradicción hace Hirokazu Kore-eda una bella película. Convencido de que la verdad no se trasmite ni se cuenta, este cineasta que en sus orígenes filmaba lo real con rigor documentalista, busca en la ficción, en la recreación y en sí mismo lo que no encuentra fuera.

Still walking fue la mejor película del pasado festival de San Sebastián 2008, la (única) prueba de que el cine sigue con vida y que a veces puede ser magistral. En pocas palabras: este observador inteligente que Kore-eda es, llevaba años cuestionándose por la muerte y el más allá. Para recomponer su trayectoria basta con acudir a wikipedia . Para disfrutar de su obra completa, sólo queda la alternativa de hacerse con las tres obras editadas entre nosotros: Nadie sabe , After life y Hana y bucear en Internet.

Pero la cuestión es que tenemos ante nosotros Still walking . En realidad, su título original repite un verbo: caminando, caminado, casi una onomatopeya que se recita con la flexibilidad del junco inherente en la lengua japonesa. El sentido último lo tendrá que extraer cada persona confrontando esta historia con su propia experiencia. Kore-eda echa mano de su propia biografía, no tanto en el sentido literal como en esas esencias que vertebran la relación entre padres e hijos y convoca un texto de belleza tan frágil y evidente que hablar demasiado sobre él, lo estropea.

Sí se puede reiterar que, detrás de una apariencia calma, Kore-eda esconde al más radical de los cineastas japoneses del presente. Un contestatario al que no le basta con derribar prejuicios sociales, denunciar tradiciones caducas y mostrar comportamientos reprobables. Con Hana , la historia del samurai que entre el honor con venganza y el perdón sin sangre escogía lo último, daba la vuelta al cine de Mizoguchi de los 47 Ronin . Aquí es al núcleo familia del Ozu de las cosas cotidianas al que acude para ir más allá. No estamos ante el bello cuento de Tokio en el que los buenos valores descansan en la tradición. Kore-eda monta la ficción para documentar la realidad y con ella nos es dado apreciar la compleja elaboración de lo que está vivo, aunque sea en la memoria. Hay mil matices, mil perdones y mil duelos sin estridencias en un autor cuyo pensamiento consiste en no dar nada por hecho, no ceder al prejuicio y no condenar sin perdón. Un clásico de la posmodernidad, un maestro del siglo XXI que aquí, buscando a su madre, se da a sí mismo.

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