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Ni épica, ni romance: sólo ruido

Dirección: Gavin Hood. Guión: David Benioff y Skip Woods. Intérpretes: Hugh Jackman, Liev Schreiber, Danny Huston, Dominic Monaghan, Ryan Reynolds y Taylor Kitsch. Nacionalidad: EEUU. 2009. Duración: 107 minutos.

EMPEZAR con el asesinato del padre no es sino obedecer el primer mandamiento freudiano. Pero claro está, se trata de un imperativo simbólico y en la historia de Lobezno precisamente lo que falta es eso, sustento verdadero que sostenga el fundamento mitológico de los grandes relatos. En ello reside la torpeza de su guión, que hace literal lo que no lo es y que muestra en primer plano lo que reclama permanecer en el contracampo, afuera, en la sugerencia. A esa mala disposición estratégica, Gavin Hood, director de la semifallida Expediente Anwar , contesta con su querencia por dirigir sin voz propia. En consecuencia, todo en este filme se reduce a una insensata acumulación de personajes, violencia y, en definitiva, de un vacío que incurre en el peor de los defectos de una propuesta de acción: hacia la mitad del filme, sólo los más acérrimos fans de Hugh Jackman mostrarán alguna duda sobre su previsible desenlace.

Muy lejos del goce teenager aportado por Bryan Singer en X-men 1 y 2 , esta precuela que muestra el origen de Lobezno se ahoga en esa total ausencia de emoción que el argumento asume desde su inicio. En todo caso es, en un comienzo acelerado, solemne y espectacularmente bélico, que hace un resumen de las principales guerras acometidas por EEUU a lo largo de su existencia, donde se concentra lo único realmente notable de este filme. Con un encadenado que roza el virtuosismo del Zack Snyder de Amanecer de los muertos , el spin-off dirigido por Hood establece un perverso paralelismo entre Lobezno y los EEUU. Un Lobezno, preso de sed de sangre y superado en su instinto letal -en la idea más sugerente del filme- por el hacer de la maquinaria bélica USA.

Sabemos que mata porque manchó sus manos con la sangre del padre pero… no merece la pena escarbar en ese análisis porque no hallaremos voluntad fabuladora. Y eso es así por un escollo insalvable. Este Lobezno, como el Hulk de Ang Lee, parece indestructible. No hay dragón al que vencer ni dama a la que convencer. De ese modo, sin épica para el héroe y sin objeto de deseo que le aguarde al final de la aventura, Lobezno no construye relato alguno, tan solo una traca escópica incapaz de diseñar un modelo de referencia.

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