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Carnívoro cuchillo de ala dulce

viernes, 13 de marzo de 2009 Dejar un comentario Ir a comentarios

Dirección: Steven Soderbergh. Intérpretes: Benicio del Toro, Carlos Bardem, Demián Bichir, Joaquim de Almeida, Eduard Fernández, Marc-André Grondin y Óscar Jaenada. Nacionalidad: EEUU, Francia y España 2008. Duración: 131 minutos

Ha llovido lo suyo desde que un jovencísimo Steven Soderbergh irrumpiera por primera vez en Cannes con un filme de bajo presupuesto y largo predicamento: Sexo, mentiras y cintas de vídeo (1989). Desde entonces a Soderbergh le ha dado tiempo a ser aclamado como un nuevo Orson Welles, a desgarrarse con la paranoia de Kafka, a reinventarse a Tarkovski e incluso a remakear , convirtiendo en franquicia, los robos a lo Rififí de George Clooney Ocean . Autor, mercenario, indie … por si faltaba alguna etiqueta en su book personal, este díptico monumental en torno a la figura del Che, redondea esa profunda sensación de extrañamiento que provoca su (no) estilo.

Tan confuso resulta todo con Soderbergh, que ni siquiera esta doble incursión en la biografía del legendario guerrillero consigue poner de acuerdo a los espectadores. Articulada en dos mitades por la improbable comercialidad de su larga duración, no queda claro qué parte resulta más notable, aunque casi nadie discute que siendo dos tramos de la misma vida, presentan entre sí importantes diferencias como las que podríamos detallar en el relato cervantino de Don Quijote de la Mancha .

La diferencia es que Soderbergh no ha tardado diez años entre la primera y la segunda parte. Es decir que el paso de las luces a las sombras no depende del estadio biológico y emocional del autor, sino del tempo del personaje biografíado. O sea, la austera desnudez de esta segunda entrega responde a un ejercicio de cálculo y de distancia. Todo se rodó de manera unitaria, pero Soderbergh mantuvo la firme percepción de que lo que en la primera entrega era puzzle de epifanías; en la segunda debía derivar hacia el crepúsculo.

Así, si hace un par de meses veíamos la creación y consolidación del mito, ahora se muestra su desasosiego y su derrota. Convencido de que es posible conjugar objetividad con pasión, son muchos menos los que encuentran más notable esta segunda parte a la que acusan de desgana. Es posible, los cánticos revolucionarios siempre han huido de los responsos, siempre han evitado la soledad de la autopsia y aquí Benicio del Toro sostiene él sólo la desolada paradoja del rayo que no cesa, la angustiosa desorientación del revolucionario que no para.

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