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Archivo para febrero, 2009

Panegírico de incertidumbre, radiografía de intolerancia

viernes, 6 de febrero de 2009 Sin comentarios

Dirección y guión: John Patrick Shanley. Intérpretes: Meryl Streep, Philip Seymour Hoffman, Amy Adams, Viola Davis, Alice Drummond, Audrie Neenan y Susan Blommaert. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 104 minutos.

Entre Meryl Streep y Philip Seymour Hoffman, en el fuego cruzado de sus miradas, se consumen dos infiernos de angustia. Son dos trailers de alto tonelaje, dos locomotoras convencidas de que llevan encima el peso de la historia. Avanzan como en la vieja canción de Jethro Tull, Locomotive breath , con los frenos arrancados y sin posibilidad de vuelta atrás. En el reparto de papeles, Meryl Streep representa el viejo régimen y la alta disciplina. El poder del miedo y la culpa, el legado de la tradición y la verdad del orden. Philip Seymour Hoffman por su parte, asume la necesidad del afecto, el poder de la compasión y el analgésico de la tolerancia. Estamos en 1964, con la huella emocional del asesinato de J.F. Kennedy en las retinas y bajo la tutela renovadora del Concilio Vaticano II y Juan XXIII.

El combate que, golpe a golpe, recrea La duda tiene lugar en el seno de la Iglesia católica, en un colegio, en un tiempo de cambio y en un lugar de ritos y sombras. A diferencia de otros filmes de títulos caprichosos, La duda no engaña sobre su naturaleza. En consecuencia, la incertidumbre preside toda su historia, una sensación agobiante que coloca a sus protagonistas y al público en ese vértice incómodo, condenado a rozarse con la convicción de que lo propio del ser humano es la zozobra. Al final del filme, nada queda en claro salvo, eso sí, que sus actores se encuentran en estado de gracia. Lejos de acudir al exceso y al histrionismo, Streep y Hoffman libran su torneo en el terreno de lo íntimo, en el mapa del rostro, en esa geografía en la que bastan unos ojos enrojecidos y un leve tic en la comisura de los labios para mostrar las profundidades del alma. Y frente a ellas, cada espectador, convertido en testigo de cargo de este juicio sin proceso ni togas, se ve zarandeado, se ve convertido en jugador de una perversa partida ideada por John Patrick Shanley.

Shanley es un guionista que, a comienzos de los años 80, se dio a conocer con dos sólidos libretos felizmente llevados al cine. Hechizo de luna y Cinco esquinas . Debutó como director con Joe contra el volcán y, de manera injusta y excesiva, supo lo difícil que es eso de dar la cara al frente de una película. Su medio fracaso lo saldó con un retiro de casi 18 años. En 2004, escribió y dirigió para el teatro, La duda . De escenario en escenario, de aplauso en aplauso, La duda se hizo cine y en su metamorfosis, Shanley se ha movido con austeridad extrema.

Un poco de aire y solemnidad para empezar, algunas escenas de masas rodadas en los pasillos del colegio y en el templo durante las homilias, algunos planos con grúa y primeros planos, esos que no se ven en el teatro y que imponen su tiranía en la pantalla. En esos primeros planos, Hoffman y Streep, Streep y Hoffman hacen vibrar los diálogos escritos por el propio Shanley. El resto del reparto no se queda atrás, excelente también Amy Adams, una brújula de veredicto cambiante en cuya desorientación se inscribe la nuestra.

¿Quién es el culpable? ¿Quién el inocente? A La duda no le importa tanto esa cuestión como enfrentar al público a un dilema moral mucho más complejo. Inteligente venganza la que su director y guionista ha preparado tras tantos años de silencio. Porque en realidad, La duda nos recuerda que los prejuicios son letales aunque se funden en la verdad, y que las cosas deben ser analizadas con precaución, piedad y ternura.

Como esas plumas que vuelan convertidas en metáfora del rumor o como esa nieve que rodea el dolor del personaje de Meryl Streep, La duda desparrama a lo largo de su duración incontables matices que convergen en una idea: vencer no siempre significa ganar.

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Tom Cruise contra Adolf Hitler

viernes, 6 de febrero de 2009 Sin comentarios

Dirección: Bryan Singer. Intérpretes: Tom Cruise, Kenneth Branagh, Bill Nighy, Tom Wilkinson, Carice Van Houten, Eddie Izzard, Christian Berkel y Terence Stamp. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 120 minutos.

Con Sospechosos habituales, Bryan Singer consiguió un efecto análogo al que provocó Quentin Tarantino con Reservoir Dogs . De hecho, ambos filmes participan de una naturaleza afín. Ambos renuevan, a su modo, el género negro desde la suficiencia posmoderna. Y ambos cineastas crecieron frente a un televisor; con un puñado de tebeos en una mano y una colección de vídeos en la otra. No son cachorros de filmoteca sino francotiradores de videoclub empeñados en reinventar el cine. No es extraño que, tras carreras muy diferentes, Tarantino y Singer vuelvan a coincidir temáticamente en su visita a la huella del holocausto nazi. Singer con Valkiria y al lado de Tom Cruise; Tarantino con Inglorious Bastards y Brad Pitt.

A la espera de lo que nos ofrezca el autor de Pulp fiction , Singer con Valkiria parece avanzar un poco más en su progresiva autodisolución. Se sabe que Tarantino prepara un baño de sangre que mostrará a los alemanes como bestias crueles. Singer con Valkiria , se propone recordar que, en medio de la pesadilla hitleriana, también hubo hombres justos que trataron de matar al monstruo. Para evitar el desmoronamiento de un final que todos conocen, edifica un mosaico de personajes ahogados en un constructo vagamente expresionista.

Valkiria, con sus ecos wagnerianos, su bosque de terror, en cuyo núcleo se ubica la guarida del lobo sediento que Hitler representa, y con su complicado plan para derrocar al nazismo, alimenta un mecano preciso y frágil atenazado por la incapacidad de atisbar la verdad detrás del rostro de Tom Cruise. Singer hace de Hitler un animal herido, una hiena desconfiada, aislada en medio de su propia manada. A ese retrato de enorme fisicidad Cruise sólo puede responder con un héroe de plástico. A diferencia de El último samurai , en donde su personaje era un testigo de cargo en medio de la descomposición de un imperio, aquí Cruise debe asumir un personaje anclado en una tormenta interior. Un soldado que por amor a la patria debe asesinar a su dios. Lamentablemente nada percibimos en su coronel de esa angustia que reclama un sacrificio extremo. De modo que, sin noticias del conflicto interior, todo en Valkiria se deshace en espectáculo bien ilustrado pero carente de emoción.

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Europa también mira a La Meca

viernes, 6 de febrero de 2009 Sin comentarios

Dirección y guión: Abdel Kechiche. Intérpretes: Habib Boufares, Hafsia Herzi, Farida Benkhetache, Abdelhamid Aktouche, Bouraouïa Marzouk, Alice Houri, Cyril Fayre y Leila D’Issernio. Nacionalidad: Francia. 2007. Duración: 151 minutos.

En los últimos 120 segundos de Cuscús se precipitan los acontecimientos pero no se resuelve nada. En esos minutos finales, Abdel Kechiche deja a un lado su férrea estructura, hecha de largas secuencias autoconclusivas, para recurrir a un montaje paralelo por el que tres de sus personajes principales protagonizan una acelerada cuenta atrás. ¿Hacia el final? De ningún modo, porque en Cuscús nada termina. De hecho, después de presenciar durante 150 minutos las idas y venidas de esta familia francesa de origen magrebí, uno siente que en realidad podría permanecer horas y horas observando lo que escoge la descripción frente al relato, el conflicto frente a su resolución y el análisis frente a su diagnóstico.

Abdel Kechiche ha sido ubicado en este territorio del realismo europeo establecido por gentes como Ken Loach y Robert Guediguian. Sin desmerecerlos, el cine de Kechiche se sitúa un paso por delante y otro por detrás. El de delante nos lleva al cine de los hermanos Dardenne; el de atrás, se reclama deudor de Jean Renoir. En resumidas cuentas, Kechiche, que con éste su tercer largometraje ganó el César francés a la mejor película del año pasado, hace de lo real, el nutriente de su cine. En este caso lo real se circunscribe al tiempo de la jubilación de un emigrante magrebí, a ese punto vertebral en el que su numerosa familia ha echado raíces en Francia y él trata de cumplir un sueño: establecer su propio negocio, un barco-restaurante.

Ese pretexto mínimo sirve para mantener alta la tensión y profunda la perspicacia con la que se retrata la Francia musulmana. De hecho, Kechiche no esconde que en el patriarca de esa familia palpita un homenaje a su propio padre, a su propia historia. Un fresco rodado en sesiones de vaciamiento personal y montado a través de secuencias frondosas en desahogo verbal. En Cuscús se habla mucho y se dice más. No hay plano inocente ni personaje venial. Todos y entre todos tejen un tapiz en el que resulta perceptible que Europa cambia. Y en ese coro familiar, Abdel Kechiche evidencia una noble capacidad para describir personajes repletos de matices. Con ellos templa situaciones llenas de ecos inquietantes que golpean en la puerta de ese futuro que nos aguarda a la vuelta del calendario.

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