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It’s a wonderful death

viernes, 23 de enero de 2009 Dejar un comentario Ir a comentarios

Dirección: Gabriele Muccino Guión: Grant Nieporte Intérpretes: Will Smith, Rosario Dawson, Woody Harrelson, Michael Ealy, Barry y Pepper, Elpidia Nacionalidad: EEUU 2008. Duración: 123 min.

Entre este Will Smith de melodrama y quebranto, de tragedia y escalofrío y el Clint Eastwood de los grandes dramas actuales, hay menos distancia de la que se predica. En el fondo, cada uno con sus armas, cada uno con los rasgos personales de sus particulares caligrafías, beben de la herencia del viejo sueño americano sostenido por héroes que se sacrifican en nombre de la justicia aunque eso, a menudo, signifique quebrantar la ley.

Eastwood y Smith son hijos cinematográficos de Frank Capra y obran en consecuencia. La mayor diferencia que cabe apreciar entre Siete almas y, pongamos, El intercambio reside en el tiempo cronológico en el que transcurren las vidas de sus hacedores. Eastwood, en plenitud madura tras años de dejarse la piel con Leone y Siegel, lleva lustros cultivando lo que perezosamente se ha definido como sereno clasicismo. Smith, en plenitud vital, encadena título tras título (Yo, Robot, Soy Leyenda, Hancock, …), en un baile de géneros que siempre desemboca en éxito de taquilla. En ambos casos, ni el cine de Eastwood, ni las obras que protagoniza Smith, se forjan de espaldas a su tiempo.

Ambos fragmentan el relato, lo reordenan como un mosaico que alterna tiempos e información para reforzar la tensión narrativa. Pero ambos creen en los mismos cuentos. Lo curioso es que una parte importante de la crítica y el público se entrega con fervor al dictado de Eastwood sin ponerle pega alguna con la misma vehemencia que descalifican al Príncipe de Bel-Air. También en su día, a Eastwood se le cargó con la cruz de ser un reaccionario político del que, para bien o para mal, apenas se ha movido un milímetro. Hoy, ya nadie recuerda los insultos que le dedicaban a Harry el sucio.

Pero vayamos a Siete almas . Pertenece al lado húmedo del universo de Smith, al que estruja el lacrimal del espectador, el que retuerce las meninges de la familia. Tiene un precedente directo, En busca de la felicidad, y viene dirigida por el mismo equipo. Posee un argumento excesivo y abrumador. Como el filme oculta hasta el final el por qué de las acciones de su protagonista, no entraremos en desvelar lo que, por otra parte, carece de importancia.

En Siete almas se habla de una ofrenda extrema, de una penitencia radical a cargo de un hombre herido por la culpa. El argumento es ditirámbico e imposible, aunque asumido con rigurosa seriedad y con encomiable ingenuidad. Esos siete inverosímiles trabajos de un Hércules redentor que salvarán siete vidas para calmar la sed oceánica de un gran remordimiento no impide que el guión ofrezca detalles admirables. Por ejemplo esa pecera que, con el aliento de la muerte en su interior, se erige en tótem fúnebre de insólita y letal metonimia. En algún modo, Siete almas puede leerse como el reverso necrológico de !Qué bello es vivir¡ Aquí su protagonista también mira al suicidio como solución al ahogo existencial. Sólo que ahora, después de los horrores del delirio bélico, el hombre del siglo XXI ya no cree en ángeles. Así que el protagonista de este filme, Thomas, nombre de incrédulo obstinado, sólo aguarda conseguir el tiempo necesario para cumplir su plan redentor. Aquí nadie reza por Thomas y, en consecuencia, ningún ángel le muestra como hubiera sido el mundo sin él. Al hombre sin fe que es Thomas sólo le queda cerrar el plan perfecto que legitime su deseo de quitarse la vida. Pero si Smith podría aspirar a ser la versión negra de James Stewart, su director, Muccino, está lejos, muy lejos de ser el Frank Capra italiano, por más que ambos crean en la familia. La diferencia es que Thomas (Smith) la ha perdido y a George (Stewart) le esperaba esposa, hijos y amigos un día triste de Nochebuena.

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