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Archivo para enero, 2009

It’s a wonderful death

viernes, 23 de enero de 2009 Sin comentarios

Dirección: Gabriele Muccino Guión: Grant Nieporte Intérpretes: Will Smith, Rosario Dawson, Woody Harrelson, Michael Ealy, Barry y Pepper, Elpidia Nacionalidad: EEUU 2008. Duración: 123 min.

Entre este Will Smith de melodrama y quebranto, de tragedia y escalofrío y el Clint Eastwood de los grandes dramas actuales, hay menos distancia de la que se predica. En el fondo, cada uno con sus armas, cada uno con los rasgos personales de sus particulares caligrafías, beben de la herencia del viejo sueño americano sostenido por héroes que se sacrifican en nombre de la justicia aunque eso, a menudo, signifique quebrantar la ley.

Eastwood y Smith son hijos cinematográficos de Frank Capra y obran en consecuencia. La mayor diferencia que cabe apreciar entre Siete almas y, pongamos, El intercambio reside en el tiempo cronológico en el que transcurren las vidas de sus hacedores. Eastwood, en plenitud madura tras años de dejarse la piel con Leone y Siegel, lleva lustros cultivando lo que perezosamente se ha definido como sereno clasicismo. Smith, en plenitud vital, encadena título tras título (Yo, Robot, Soy Leyenda, Hancock, …), en un baile de géneros que siempre desemboca en éxito de taquilla. En ambos casos, ni el cine de Eastwood, ni las obras que protagoniza Smith, se forjan de espaldas a su tiempo.

Ambos fragmentan el relato, lo reordenan como un mosaico que alterna tiempos e información para reforzar la tensión narrativa. Pero ambos creen en los mismos cuentos. Lo curioso es que una parte importante de la crítica y el público se entrega con fervor al dictado de Eastwood sin ponerle pega alguna con la misma vehemencia que descalifican al Príncipe de Bel-Air. También en su día, a Eastwood se le cargó con la cruz de ser un reaccionario político del que, para bien o para mal, apenas se ha movido un milímetro. Hoy, ya nadie recuerda los insultos que le dedicaban a Harry el sucio.

Pero vayamos a Siete almas . Pertenece al lado húmedo del universo de Smith, al que estruja el lacrimal del espectador, el que retuerce las meninges de la familia. Tiene un precedente directo, En busca de la felicidad, y viene dirigida por el mismo equipo. Posee un argumento excesivo y abrumador. Como el filme oculta hasta el final el por qué de las acciones de su protagonista, no entraremos en desvelar lo que, por otra parte, carece de importancia.

En Siete almas se habla de una ofrenda extrema, de una penitencia radical a cargo de un hombre herido por la culpa. El argumento es ditirámbico e imposible, aunque asumido con rigurosa seriedad y con encomiable ingenuidad. Esos siete inverosímiles trabajos de un Hércules redentor que salvarán siete vidas para calmar la sed oceánica de un gran remordimiento no impide que el guión ofrezca detalles admirables. Por ejemplo esa pecera que, con el aliento de la muerte en su interior, se erige en tótem fúnebre de insólita y letal metonimia. En algún modo, Siete almas puede leerse como el reverso necrológico de !Qué bello es vivir¡ Aquí su protagonista también mira al suicidio como solución al ahogo existencial. Sólo que ahora, después de los horrores del delirio bélico, el hombre del siglo XXI ya no cree en ángeles. Así que el protagonista de este filme, Thomas, nombre de incrédulo obstinado, sólo aguarda conseguir el tiempo necesario para cumplir su plan redentor. Aquí nadie reza por Thomas y, en consecuencia, ningún ángel le muestra como hubiera sido el mundo sin él. Al hombre sin fe que es Thomas sólo le queda cerrar el plan perfecto que legitime su deseo de quitarse la vida. Pero si Smith podría aspirar a ser la versión negra de James Stewart, su director, Muccino, está lejos, muy lejos de ser el Frank Capra italiano, por más que ambos crean en la familia. La diferencia es que Thomas (Smith) la ha perdido y a George (Stewart) le esperaba esposa, hijos y amigos un día triste de Nochebuena.

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Ocio, negocio y desastre

viernes, 23 de enero de 2009 Sin comentarios

Dirección: Santiago A. Zannou. Intérpretes: Juan Manuel Montilla ‘Langui’, Ovono Candela, Javier Iglesias ‘Gordo’, Elio Toffana, Fanny Gatibelza y Juan Navarro. Nacionalidad: España.2008 Duración: 87 minutos.

Acogido con entusiasmo, lo veremos el día del Goya, El truco del manco es un cañero tuerto en país de ciegos. Sin duda al debutante Zannou no le faltan buenas intenciones. De hecho, su primer largometraje, o sea este «truco», podría haber sido apadrinado por Fernando León de Aranoa e Icíar Bollaín. Como falso cura de carnaval pondríamos al Corbacho de Tapas y, subidos en el coro de este imaginario escenario reivindicativo, el Saura de Deprisa, deprisa y el Eloy de la Iglesia de El Pico podrían presidirlo todo.

Y es que Santiago A. Zannou horada en la mina del cine español comprometido; ese cine social que se disfraza de verosímil cuando en el fondo ¿se sabe? carne de picaresca y vodevil. Zannou, sangre nueva para cine viejo, inaugura la nueva galería de ciudadanos españoles: subsaharianos, marroquíes, latinoamericanos, gitanos… Es la suya una apuesta por las minorías étnicas y sociales. De ahí que su principal protagonista es un cantante de hip hop víctima de una parálisis física a la que se enfrenta con una bravura indómita. En ese naufragio de arrabal y heroína, de mercadillo y trapicheo, este Langui reina como un evangelista en medio de un terremoto. Hay un mensaje positivo y un territorio hostil. Este «truco» no es sino unabuddy movie con un minusválido inasequible al desánimo y un joven negro enganchado a las drogas. El uno canta ¿bien?, el otro, parece un buen ingeniero de sonido. Están solos en medio de gentes que les rodean sin verlos y, para no ser arrastrados por la miseria, deciden levantar un estudio de sonido. Zannou utiliza a Ovono Candela, actor inexpresivo, como contrapunto al carismático discurso que escupe el Langui. Se trata de forjar un buen rollo, de insuflar al espectador una dosis de ánimo. Para armar ese intento, Zannou muestra su conocimiento del submundo callejero y evidencia su desconocimiento de cómo se monta un negocio. Pero da igual. El truco del manco es fábula con disfraz de realismo y en cuanto texto edificante destinado a levantar el ánimo del personal, logra su objetivo. Como habla del aquí y el ahora, ilustra la cara sucia de este tiempo obsesionado por los realitys falsos. Puede parecer poco, es poco, pero a la vista de la cosecha de este año, hasta parece algo.

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Martin Luther… Milk

viernes, 23 de enero de 2009 Sin comentarios

Dirección: Gus Van Sant Guión: Dustin Lance Black Intérpretes: Sean Penn, James Franco, Emile Hirsch, Josh Brolin, Diego Luna, Alison Pill, Victor Garber y Denis O’Hare Nacionalidad: EEUU 2008. Duración: 128 minutos

A mitad de la película, ya no hay rastro alguno de Sean Penn. El actor se disuelve por completo en el personaje que representa. De hecho, en los compases finales, en la hora de los créditos, Gus Van Sant confronta las imágenes de los personajes con las de los actores que los representan para realzar el parecido. No es un capricho de cineasta diletante sino una declaración de intenciones que la mitad del público se pierde porque se escapa de la sala de cine movido por urgencias misteriosas. En esa coincidencia entre lo real y lo representado, Gus Van Sant avisa que, en este caso, ha decidido apostar por la semejanza epidérmica en detrimento de la verdad esencial.

Esa elección, precisamente porque descansa en un filme ambicioso y con hambre de Oscar, provoca extrañeza. Y es que el cineasta de gramática descarnada y verbo desnudo se ha puesto smoking para la alfombra roja. Por eso este Milk está más cerca de El indomable Will Hunting que del Kurt Colbain de silencios y ausencias deconstruido en Last Days. Más afín al visionario que clonó Psicosis para revelar que la magia de un texto no descansa en el plano ni en el texto sino en el equilibrio y el contexto, era casi obligado que Gus Van Sant, militante de la causa gay, cerrara esa estrategia hacia la normalización del universo homosexual asumida por el cine mainstream. De algún modo Milk culmina y corona lo que Brokeback Mountain y Philadelphia ya habían vislumbrado.

De ahí que a Gus Van Sant no le interese ahondar en el infierno del Milk real. De esa orilla negra se nos cuenta, lo dice él mismo, que ha vivido el suicidio de tres amantes. El cuarto, lo veremos colgado en el transcurso de este biopic que prefiere edificar la leyenda a arrojar luz sobre esas sombras. Con la verdad oficial básicamente se ilustra la eterna historia del luchador empecinado en llegar a la cima. Si se prescinde del ambiente reivindicativo, Van Sant fotografía a Milk en la misma senda mítica que se fotografía a Lincoln, Kennedy, Lennon y King. ¡Cruel país el de Obama que fabrica mártires a golpe de bala! Y atípico filme éste de Van Sant, más cerca del Zemeckis de Forrest Gump que del indie que ganó en Cannes con Elephant, la historia de dos psicópatas asesinos.

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En el corazón de las tinieblas de la enseñanza media

viernes, 16 de enero de 2009 Sin comentarios

Dirección: Laurent Cantet. Intérpretes: François Bégaudeau, Vincent Caire, Olivier Dupeyron, Patrick Dureuil, Frédéric Faujas, Laura Baqueda. Nacionalidad: Francia. 2008. Duración: 128 minutos.


HACE seis años, Nicolas Philibert (Nancy 1951) encandilaba a medio mundo con un documental de apariencia simple y efecto hondo. Se titulaba Ser y tener y en él se describía la vida cotidiana de un grupo de alumnos pertenecientes a una de esas viejas escuelas llamadas unitarias. Vestigios de la antigua docencia, escuelas ahora ya sólo rurales que sobreviven en zonas de difícil acceso.

Entre los muros (La clase) empieza allí dondeSer y tener se apagaba. La película de Philibert, un documental en apariencia ajeno a la puesta en escena, no podía evitar un cierto sentimiento crepuscular, un dolor de final de partida. Esas viejas escuelas y esos maestros de cabecera se saben en vías de extinción. Ahora bien, lo paradójico es que el filme de Philibert se veía atravesado por una sensación de bienestar y esperanza, mientras que el testimonio de Cantet muestra una herida de curación ¿improbable?

Aquella escuela deSer y tener se diría es el reverso del campo de batalla que se describe en La clase , una clase urbana en cuyos pupitres bien podríamos reencontrarnos con algunos de los niños de Ser y tener. Para ello bastaría con asumir una diferencia sustancial: la emigración, el cambio de una sociedad; lo rural por lo urbano, lo semejante por lo desigual. Si Ser y tener hablaba de un mundo en vías de extinción, La clase muestra un presente de horizonte incierto y de futuro amenazado.

Esta clase se abre cuando sus alumnos ya conjugan «ser y tener». Lo grave del asunto reside en que estos adolescentes de la Francia multicultural muestran escaso interés por todo aquello que no sea eso: tener como sinónimo de poseer, y ser, como proclama de (in)diferencia cuando no agresividad con respecto a los que no son como ellos creen ser.

Como en la película de Philibert, la figura del profesor resulta sustancial. Aquí ese maestro, François Bégaudeau, fue, además de un actor convincente, el autor de una obra de reflexión en torno a la situación de la enseñanza media en la Europa del ahora. Con ella se levanta esta película que viene armada por la presencia de otro artífice fundamental: Laurent Cantet.

Cantet es un francotirador de voz propia y cine riguroso; un narrador que elude la retórica y que encuentra suspense, historia e interés allí donde los demás apenas no quieren ver lo real. De hecho, La clase se funde con Recursos humanos , la película con la que Francia supo entender que en Cantet habitaba uno de esos grandes cineastas que, de vez en cuando, le nacen dentro. En consecuencia, La clase , justa ganadora en el último festival de Cannes, está construida con trazos de realidad. Sus cimientos son humildes, provienen de un proceso de trabajo sostenido con los intérpretes que se autorepresentan a través de un proceso de creación que nada sabe de fórmulas preconcebidas. Rodada con tres cámaras al mismo tiempo, sin que los intérpretes tuvieran noticia del guión e impregnándose con sus propias aportaciones y vivencias, en ella se alimenta una sensación de insufrible verdad. La de colocar al espectador ante la tesitura de asumir la complejidad del sistema educativo. En ella, lo correcto y lo incorrecto, el bien y el mal, no se dirimen en el tapete del maniqueísmo sino en el hielo resbaladizo de las frágiles relaciones humanas. Cantet no habla ya del ser ni del tener sino del sentir y el actuar, y eso demanda madurez en la ciudadanía y generosidad en el sistema. Percibir que se está muy lejos del ideal, provoca esa sensación de desasosiego que caracteriza a esta ejemplar y acongojante película que no se agota en una mirada.

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Robin Hood y el holocausto judío

viernes, 16 de enero de 2009 Sin comentarios

Dirección: Edward Zwick. Intérpretes: Daniel Craig, Liev Schreiber, Jamie Bell, Alexa Davalos, Allan Corduner, Mark Feuerstein, Mia Wasikowska. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 129 minutos


ZWICK se mete en un bosque pantanoso de difícil escapatoria. Básicamente, como la recién estrenada y de mayor alcance Flame y Citron , hurga en los pliegues del horror de la pesadilla nazi. De entrada, nos avisa de que su película se basa en hechos reales pero, relatada de manera lineal, sólo al final desvela qué ocurrió con quienes realmente vivieron lo que aquí se cuenta. Lo malo es que lo que aquí se relata se parece mucho a una aventura con disfraz de Coronel Tapioca. De hecho, Zwick lleva haciendo eso mismo desde que Hollywood lo convirtió en un cineasta de su confianza.

Por lo tanto, no hay sorpresa alguna en comprobar que la misma naturaleza que amamantaba la crónica del final del Japón, feudal de la época Meiji en El último samurái nutre esta epopeya sobre la hazaña de cuatro hermanos judíos que se alzaron en armas contra el ejercito nazi en el corazón de Bielorrusia. En el fondo, Zwick aparece como una especie de sombra de David Lean al mando del peplum moderno. Lo que significa que no posee la templanza necesaria para adentrarse en las entrañas de los melodramas que fabrica, ni disfruta con el cartón piedra de la recreación histórica.

Y eso, esa falta de convicción-diversión, hace que Resistencia , como otras de sus mejores películas, a la hora de la verdad, desfallezca. En Resistencia se muestra el singular ejemplo de aquellos judíos que se negaron a ser internados en guetos a la espera de una muerte lenta y hallaron refugio en el bosque. Paradójicamente en ese bosque -el lugar de perdición en todos los cuentos-, salvaguardaron su vida. Es evidente que Zwick acude a la historia de Robin Hood y su contexto, como es mucho más evidente todavía que Moisés y el largo éxodo hacia la tierra prometida también se asoman en Resistencia. Con ellos y con una larga serie de buenas ideas en su guión, Zwick amasa lo que encierra un relato de alto voltaje. En muchos momentos del filme: el trémulo desfallecimiento del hermano mayor tras cruzar las aguas pantanosas, el ajusticiamiento de un sublevado, la ley en el campamento de los refugiados, el sexo en el bosque… brillan destellos de la gran película que respira en su interior. Pero Zwick prefiere esconderse en lo convencional y su miedo nos deja sin película.

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Comedia de las de toda la vida

viernes, 16 de enero de 2009 Sin comentarios

Dirección: Dany Boon. Intérpretes: Kad Merad, Dany Boon, Zoé Félix, Anne Marivin, Philippe Duquesne, Guy Lecluyse, Zinedine Soualem, Jérôme Commandeur. Nacionalidad: Francia. 2008 Duración: 106 minutos.


MILLONES de personas ya han dado su diagnóstico. Para casi todas, el veredicto no ofrece dudas: estamos ante una de las películas más aplaudidas del año. Le avalan premios y votos, parabienes y carcajadas. ¿Cómo lo hace? Con la vieja fórmula de la comedia costumbrista. Nada más. De hecho, si se prescinde de la contextualización en el tiempo presente (vestuario, automóviles, moneda…), sus personajes y sus comportamientos podrían datarse en los años 30 y 40. Será que en tiempos de crisis la nostalgia vende y eso es lo que el guión de Bienvenidos al Norte demuestra.

Como las viejas películas británicas tipo Pasaporte para Pimlico , el actor y director Dany Boon, con la complicidad del recién fallecido Claude Berri, director y productor, fabrica una obra coral en torno a la estupidez de los prejuicios. Lo rural y/o provinciano frente a lo urbano y cosmopolita, lo sencillo frente a lo impostado… Se trata de un duelo maniqueo sazonado por el humor evidente y altas dosis de positividad. El enredo viene dado cuando un funcionario de correos, deseoso de satisfacer a su deprimida y deprimente aunque bella mujer, trampea para escoger un destino deseable en la Riviera francesa. El castigo consiste en destinarlo al frío Norte. Y la sal de esta propuesta muestra que, para su asombro, en la condena del Norte encuentran remedio todas sus desdichas.

Con eso y un plantel de personajes que ni fuerzan el chiste ni exageran el tono más allá de lo exigible en una comedia de este alcance, Dany Boon ha obtenido uno de esos fenómenos de taquilla que hacen historia. Probablemente su mejor baza consiste en no cargar en exceso lo que ya de por sí resulta excesivo. Sus recurrentes bromas al acento de la zona y a la peculiaridad de su habla se pierden para el público no francés, lo que sin duda limita el alcance de sus gags y reduce el entusiasmo que el filme provoca. Pero no parece que desactive por completo su contagiosa e hilarante carga de profundidad. Como en La cena de los idiotas , entre chiste y chiste se cuelan algunas recomendaciones éticas, una llamada al hedonismo y al bien hacer y una falta de pretensiones que, a la vista de los resultados, no le hacían falta. Pasan los años pero al parecer nos reímos con/de las mismas cosas.

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El drama de Edipo en el corazón del imperio británico

viernes, 9 de enero de 2009 Sin comentarios

Dirección y guión: Guy Ritchie. Intérpretes: Gerard Butler, Tom Wilkinson, Thandie Newton, Mark Strong, Idris Elba, Tom Hardy, Toby Kebbell y Jeremy Piven. Nacionalidad: Reino Unido. 2008 Duración: 114 minutos.

Eclipsado por su vida íntima, carne de las revistas de poco leo y mucho cotilleo, Guy Ritchie es un cineasta maltratado por el mercado del mal llamado corazón. Ninguneado por cualquiera con posibilidad de dejar oír o leer su opinión, estamos ante un director que será reivindicado dentro de unos años como un fiel exponente del cine del nuevo milenio. Básicamente su mérito descansa en una naturaleza que disfruta con el cine, con su puesta en escena, con la resolución de cada secuencia, con deconstruir los viejos cánones y construir los nuevos divertimentos.

Se ha señalado con lucidez que Rocknrolla conforma un tríptico irreverente junto a Lock and Stock y Snatch, cerdos y diamantes . En todos los casos, su cine tiene en común una querencia por el cine negro distorsionado por el exceso, más propio del exacerbar de Sergio Leone que del ironizar de Quentin Tarantino. Los tres transcurren en tiempo presente y todos cultivan su querencia, su debilidad y su complacencia por los personajes pícaros. Sus antihéroes ocupan los dos extremos del abanico, o bien son víctimas de su propio delirio, lo que les acaba redimiendo, o simplemente se trata de buscavidas de moral relajada hacia la propiedad privada pero no carentes de un enterrado sentido ético.

En algún modo, Guy Ritchie se pasea por las entrañas carcomidas del imperio británico para encontrarse con el mismo paisanaje que David Cronenberg convocó en Promesas del Este . O sea la nueva mafia rusa concebida por el desmoronamiento de la URSS. Una nueva aristocracia del crimen que blanquea su dinero de sangre y prostitución a través de la especulación inmobiliaria en la vieja Europa. Lo que en el cineasta canadiense era liturgia de descomposición alumbrada por los relámpagos violentos del cine oriental, en el director británico se transforma en desvergüenza y parodia, en espectáculo y evasión. Pero esto no significa ni banalidad ni falta de ambición. Al contrario. Tras ese disfraz de disparate permanente, Ritchie mezcla con ritmo y talento una trama de corrupción que sabe mucho de la tradición del cine británico.

Rocknrolla parece mezcla del espíritu irreverente del humor negro inglés y unas ácidas gotas del hacer Ealing, en el lecho del descarnado cine negro británico. Esto germina, no podría ser de otro modo, en acciones de brutalidad evidente que sostienen una trama edípica en la que el conflicto está servido: hay que matar al padre.

Anfetamínico, coral e irreverente, Rocknrolla se acelera a golpe de quiebros y a través de una urdimbre narrativa llena de mcguffins. En el fondo se repinta una y otra vez un viejo conflicto de tradición medieval: bufones, asesinos, truhanes y señores feudales de señoríos ensangrentados. Con él, Rocknrolla reescribe la vida de unos ¿Robin Hoods? del siglo XXI. Paradójicamente a filmes como éste le perjudica considerablemente el signo de nuestro tiempo. Esto es, la incapacidad del público para revisitar una y otra vez su contenido. En un estado de la cuestión en el que se poseen las películas sin que sea necesario ni verlas ni haberlas visto, no hay tiempo para la (re)lectura.

Esa generosa narratividad que golpea sin parar a quien la observa, paga un alto tributo. Ahogados en su frondosidad se pierden sus mejores aciertos, los pequeños y poderosos detalles con los que se denuncia la corrupción social, sin que para hacerlo sea preciso parecer un predicador o un iluminado. Al contrario, Ritchie aparenta moverse en la frivolidad del juego epidérmico pero sus películas guardan, en su interior, una carga de profundidad que les hace, primero emblematizar su tiempo, para luego, ¿lo veremos? permanecer.

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Héroes, fieras y carniceros

viernes, 9 de enero de 2009 Sin comentarios

Dirección: Ole Christian Madsen. Intérpretes: Thure Lindhardt, Mads Mikkelsen, Stine Stengade, Christian Berkel, Hanns Zischler, Peter Mygind, Lars Mikkelsen y Flemming Enevold. Nacionalidad: Dinamarca y Alemania. 2008. Duración: 130 minutos

La suerte de una película, o sea esa sensación final que queda en la retina del público, depende de sus últimos metros. Los últimos metros de Flame y Citron desembocan en un extrañamiento, no tanto por ese tono épico a medio camino entre Leone y Peckinpah pasado por el túrmix de Dos hombres y un destino , sino por los ecos finales del proceder de todos los personajes que les sobreviven y les acompañan. La cuestión es que, enfrentarse a una película como ésta, conlleva una complejidad desterrada del cine de Hollywood y con ella se deja indefenso al espectador enfrentado a un problema moral: ¿dónde reside la culpa?

Flame y Citron esculpe un monumento en hielo a dos héroes de la resistencia danesa durante el paseo nazi por el reino de Dinamarca. Su director, Ole Christian Madsen, antiguo combatiente de la mal comprendida y peor tratada escaramuza Dogma, hunde el escalpelo cinematográfico en las ruinas de una historia que, 65 años después, todavía incomoda. Como el Verhoeven de El libro negro , Madsen revisa la Historia con la espada desenvainada. Lejos del tono folletinesco y cínico del cineasta de Delicias turcas , aquí se adopta la solemne distancia del Tavernier de el Capitán Conan . Todo empieza y todo termina con una evocación, la del 9 de abril en el que las tropas de Hitler se pasearon por Copenhague; un día de sorpresa porque esa mañana, al paso de la oca de los soldados alemanes, miles de nazis daneses salieron de su escondite. Durante dos horas largas, Flame y Citron se dedica a hurgar y radiografiar ese escondite en el que se alberga lo peor de la condición humana. Durante dos horas que se hacen tan incómodas como inquietantes, Madsen muestra esa deriva por la que el héroe deviene en carnicero y el carnicero se convierte en fiera.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo dejó de creer en los héroes y Flame y Citron muestra cómo y por qué. De hecho, en los intersticios de este complejo filme de recovecos cortantes y de personajes heridos, todo adquiere el aspecto de una gran pantomima trágica. Todo se llena de barro y sangre, de traición y doble juego,… todo menos la implacable maestría de dos matadores víctimas de una comprobación: ser héroe cuesta la vida.

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Policía bueno, policía malo

viernes, 9 de enero de 2009 Sin comentarios

Dirección: Gavin O’Connor. Intérpretes: Edward Norton, Colin Farrell, Jon Voight, Noah Emmerich, Jennifer Ehle, John Ortiz, Frank Grillo, Shea Whigham y Lake Bell. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 130 minutos.


Hay casualidades que parecen caprichos de dioses. Por ejemplo, esta Cuestión de honor ha tardado años en poder estrenarse sometida a numerosos retrasos. El primero, el 11-S y la inconveniencia de su denuncia al cuerpo policial de Nueva York. La última, el fracaso económico de La Brújula dorada, que dejó a su productora sin liquidez para acometer el lanzamiento comercial.

Entonces… ¿estamos ante un filme desbrujulado? No exactamente. Porque no hay duda de que la dirección hacia la que señala Cuestión de honor clava su sentido en el mal comportamiento de algunos policías. De forma que Cuestión de honor se suma pertinentemente a esa larga tradición de cine policiaco que se cuestiona por la vieja cuestión: ¿quién vigila al vigilante?

Sus dudas internas se presentan en forma de pequeños titubeos, en el hacer de ciertas secuencias «justificadoras» y, lo más grave, en su apuesta por un desenlace rehabilitador y descafeinado.

Pese a ello, Cuestión de honor ofrece rasgos de cierto interés. Ese contexto familiar de policías: el padre, los dos hijos, el yerno… un microcosmos de tragedia en el que la vieja escuela se resquebraja frente a las corruptelas del presente, se sostiene en torno a un interrogante decisivo: ¿cómo se elimina a los policías delincuentes sin que el cuerpo sufra el desgaste que eso significa? Aquí los de Asuntos internos ceden el sitio al conflicto íntimo de una familia enfrentada. Aquí le trama descansa en esa delgada línea que separa la legalidad del abuso, la misma que dinamita el honor cuando se cruza en medio de un universo de violencia en el que los delincuentes parecen tenerlo todo a su favor.

Gavin O’Connor, un cineasta hijo de un policía neoyorquino, siembra el filme con detalles notables de buen narrador. Refuerza simbólicamente todos y cada uno de sus personajes: ese barco que hace agua, ese padre que da gracias por una familia perfecta, cuando todos sabemos que su base está podrida, esa cara herida del personaje de Edward Norton con su divorcio en marcha,… En Cuestión de honor sobresalen secuencias de intensa crueldad, pero la suma de ellas queda por debajo de lo que valen por una cuestión de precisión y por una grave falta de personajes con fundamento.

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Ni cine, ni tebeo… sólo un homenaje confuso y confundido

viernes, 2 de enero de 2009 Sin comentarios

Dirección y guión: Frank Miller. Intérpretes: Gabriel Macht, Samuel L. Jackson, Sarah Paulson, Eva Mendes, Dan Lauria, Paz Vega, Jaime King y Scarlett Johansson. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 108 minutos.

Antes de enfrentarnos a esta adaptación que ha hecho el siempre excesivo Miller, conviene puntualizar una circunstancia inapelable: Denny Colt, nombre real que sostiene a The Spirit, no nació como ahora lo percibimos. Fue domingo a domingo, en las entregas semanales de la prensa -llegó a publicarse en cinco millones de ejemplares-, como se modeló su personalidad. The Spirit nació en tiempo revuelto; en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, en medio de un mundo herido.

Will Eisner tenía 22 años cuando, a finales de 1939, fue contratado por Busy Arnold, jefe de Quality Comics. Se le dio total libertad para crear un héroe de papel destinado a entretener al gran público. Su misión era completar los suplementos dominicales y Eisner vio en ese encargo, algo así como el reconocimiento a su joven talento y la posibilidad de escapar de la llamada a filas. Pero en 1942, cuando Spirit ya era un personaje seguido por millones de aficionados, Eisner se incorporó al ejército y tuvo que dejar que a su Spirit le dieran vida otros.

También fue consciente, poco después, de que había sido contratado por su capacidad de trabajo antes que por su calidad de autor. Saber eso, fue una cura de humildad y espoleó un talento del que, poco después, daría un recital incontestable.

Probablemente aquella lección recibida a través de Spirit sirvió para asentar su estilo y, a la vuelta de la guerra, un Eisner madurado en el horror de la muerte se reencontró con su personaje. Su héroe inmortal se le aparecía como un antihéroe, y su presencia era sólo un pretexto al servicio del verdadero texto. De hecho, en muchas aventuras Spirit se comportaba casi como una sombra testigo de la crueldad del mundo.

¿Qué Spirit sirve de modelo a Miller? Es evidente que Miller, ansioso de bucear en el origen como si allí siempre habitase lo decisivo, acude al Spirit más primitivo aunque evite, por lo inapropiado del hecho, la presencia de su ayudante Ebony White, un joven negro que respondía a los estereotipos paternalistas que Spike Lee denunciaba en Bamboozled . Miller, enfant terrible del mundo del tebeo actual, consagrado para el cine tras las adaptaciones de 300 y Sin City , se enfrenta a The Spirit con las mismas armas e(s)téticas que, junto a Robert Rodríguez, formuló en Sin City : Esto es, acercar el cine al tebeo con un lenguaje fascinado por la brutalidad. En The Spirit , también la ciudad es la protagonista. De hecho, los objetos del mobiliario urbano, devienen en las armas con las que Spirit , un detective sin pistola, se defiende de sus enemigos. Es ahí, en esa esencialidad del héroe, donde reside su mejor logro. El otro descansa en la carnalidad de sus actrices, un reparto envidiable y envidiado, que imprime una ácida sensualidad a esta Central City.

Se trata de una bella embarcación en cuya sala de máquinas crece un agujero por el que hace agua todo el conjunto. Miller desoye el principio de toda traslación de un arte a otro: traicionar el modelo de partida, olvidarse de los recursos de origen para aferrarse a lo que es propio del medio utilizado. En Spirit la servidumbre al realismo propia del cine no se respeta. En su lugar todo se trueca en deuda a la viñeta. El todo se pone al servicio de la imagen pero ésta no es suficiente para cerrar el vacío que lo consume desde el núcleo de su guión. Demasiado pegado a la piel del papel, a Miller le pasa como al Fesser de Mortadelo y Filemón , que el exceso de literalidad lo disuelve todo. Sin verdad no hay emoción y sin emoción no hay relato que se sostenga.

Tan sólo queda, al decir del propio Miller, esa carta de amor a Eisner. Pero, ay, es mediocre porque que carece de eso que reclama su título: espíritu (cinematográfico).

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