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También brillan las estrellas cuando hacen el alcornoque

viernes, 10 de octubre de 2008 Dejar un comentario Ir a comentarios

Dirección y guión: Joel Coen y Ethan Coen. Intérpretes: George Clooney, Frances McDormand, John Malkovich, Tilda Swinton, Richard Jenkins, Brad Pitt. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 117 minutos.

En sus dos primeras películas, los Coen inscribieron la naturaleza bicéfala de su cine. Una se hacía de crueldad ¿intolerable?; de género ¿negro? y de sangre ¿fácil? La otra vocacionalmente busca la risa, anhela ser ligera e ingeniosa y sueña con parecer ocurrente. Una lee a Chandler y sabe de Hitchcock; la otra prefiere a Wilder y rehabilita a la vieja comedia Ealing. En esas premisas permanecen firmes los Coen desde su mismo origen. Desde aquellas dos primeras películas, ¿recuerdan? Sangre fácil (1985) y Arizona Baby (1987), han alternado estas querencias básicas. Por supuesto, en estos herederos del mestizaje cultural y el cine amamantado en videoclubes bien surtidos, la forma pura nunca aparece. Lo suyo es el mix, el guiño post y la hibridación formal. Por eso mismo, nadie discute que los Coen sean un valor firme del cine de la contemporaneidad, pese a haber firmado títulos inclasificables.

Personalmente, prefiero Fargo , Muerte entre las flores y No es país para viejos a Crueldad intolerable , O Brother! y The Ladykillers . Y las prefiero por las mismas razones por las que considero a El gran Lebowski su filme vertebral y modélico; o sea, por una cuestión de equilibrio y solidez. Pero vayamos a este Quemar después de leer , película extrema que pertenece a la vertiente, digamos, más ligera de los Coen. Hay una palabra clave para determinar su naturaleza: alcornoque. Bajo su advocación, los Coen echaron mano de sus amigos de siempre. Empezaron por Frances McDormand, mujer de uno de ellos, incluyeron a dos luminarias del clan Soderbergh, Brad Pitt y George Cloney, y, para finalizar, enrolaron en este viaje seminal a presencias tan inspiradas como Tilda Swinton, Richard Jenkins e incluso un John Malkovich al borde del delirio.

«¡Actuad como alcornoques!», afirman que les decían los Coen a todos ellos. Y como las reflexiones de Bruce Lee,»be water, my friend», objeto ahora de un anuncio publicitario, estos hermanos, con la confianza de la amistad, les hicieron a todos ellos ser algo que ningún otro se hubiera atrevido: payasos capaces de reírse de sí mismos; materia actoral noble que no teme ni al ridículo ni al descalabro. Por eso, hay en esa primera línea de playa, en la confluencia de este party de estrellas sintiéndose corchos a los que el agua argumental mueve a su antojo, la sensación ¿sublime?, ¿patética? de ser/no ser realmente lo que son. Y esta actitud supone un valor añadido, un riesgo sin red ni trucos. Y ahí reside la clave de Quemar después de leer ; filme que desde su mismo título ya nos habla de mensajes secretos, de servicios de espionaje, de poderes ocultos y de hilos invisibles. Se trata de un aviso que afecta al propio argumento y a la propia naturaleza del hacer actoral. Con parodia y risas, los Coen ponen en cuestión el propio ser del poder político. Se burlan de las tramas oscuras, de los recovecos de la política, del sentido de la vida y de la dirección de la muerte.

Convocan la risa pero descargan mazazos de violencia y desgarro al mismo tiempo. Hacen blanco de las grandes cuestiones, de las últimas brasas de la guerra fría y el conflicto caliente pero, en el fondo, sus personajes tiemblan de soledad y se saben vulnerables. Más allá de la anécdota, retratos perplejos, dolientes y muchas veces vacíos, donde el cine de los Coen, y, en concreto esta película, se hace noble, eficaz y atractivo.

No alcanza el equilibrio de El gran Lebowski pero pergeña un cine noble que pertenece al grupo de las películas que ansían hacer reír porque, en el fondo, saben que hablan de lo que más daño hace al mundo: ¿la maldad? No. La estupidez.

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