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Un Verne digital y en ¿3D?

viernes, 12 de septiembre de 2008 Dejar un comentario Ir a comentarios

Dirección: Eric Brevig Intérpretes: Brendan Fraser, Josh Hutcherson, Anita Briem, Seth Meyers, Jean-Michell Paré, Jane Wheeler, Frank Fontaine y Giancarlo Caltabiano Nacionalidad: EEUU. 2008 Duración: 92 minutos.

Tras lamentar que Brendan Fraser, el actor que un día pareció grande en Dioses y monstruos , se autoinmolase en la tercera y lamentable entrega de LaMomia , encontrárselo en un filme de naturaleza afín devaluaba el posible interés por ver este Viaje al centro de la tierra . Si además, se sabe que su director es un debutante, Eric Brevig, cuya formación emana de su pasado como especialista consumado en los efectos especiales, la confianza no da ni para acercarse al cine. Y por último, si el mayor atractivo de esta película reside en que ha sido hecha para verse en 3D y que en la mayoría de las salas del 3D no tienen noticia alguna, lo aconsejable sería no verla. Pero guiarse por esas impresiones sería un lamentable error porque, además de lo dicho, su estructura ósea, ese esqueleto que la mantiene en pie, sabe de la nobleza de los grandes narradores, no en vano su argumento lleva la firma de Julio Verne.

En efecto, lo mejor de esta producción descansa en la novela de partida. Ella sostiene lo que no se limita a ilustrar la obra de Verne sino que es objeto de una apañada puesta al día. El filme de Brevig acontece en el tiempo presente y escoge como protagonista a un científico al borde del desahucio. Será este vulcanólogo, empeñado en respetar el legado de su hermano desaparecido en una expedición, quien, en compañía de su sobrino, el hijo del hermano ¿muerto?, y una joven exploradora recrearán página a página lo que Verne dejó escrito en su inmortal novela. Con ese esquema, Brevig se comporta como un ilustrador correcto. Él sabe que se maneja mejor con los pasajes de acción y fantasía y a ellos dedica lo mejor del filme: criaturas legendarias, paisajes deslumbrantes y peligros ininterrumpidos en un viaje iniciático que no oculta su querencia por las montañas rusas y el videojuego. Sin otra ambición que la de entretener, libre de esos tics contemporáneos que confunden el arte del relato con la obsesión por las citas, aquí la única cita pertinente se llama Julio Verne y se basta por sí misma para rememorar el viejo sabor de la aventura pura. Como las antiguas novelas ilustradas, lo mejor reside en el subsuelo de la letra impresa. Y esa es tan notable que poco importa que lo demás apenas sea casi nada y que el 3D no se vea.

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