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Mitos y leyendas en un ‘western’ de edad imprecisa

viernes, 12 de septiembre de 2008 Dejar un comentario Ir a comentarios

Dirección: James Mangold Intérpretes : Russell Crowe, Christian Bale, Logan Lerman, Ben Foster, Peter Fonda, Vinessa Shaw y Alan Tudyk Nacionalidad: EEUU. 2007 Duración: 117 minutos.

Un adolescente lee en la cama un ejemplar de Dime western y sueña despierto con los héroes que pueblan sus páginas. Se trata de una revista llena de lo que John Ford desveló en El hombre que mató a Liberty Valance . O sea, llena de leyendas. Al mismo tiempo, en la pared de al lado, su padre teme lo inevitable, la llegada de lo real, y por eso su vigilia derivará en pesadilla. En los siguientes minutos El tren de las 3:10 muestra sus verdaderas cartas. Mangold, su director, resuelve la secuencia con cierta confusión para sostener la penumbra de lo que no debe ser mostrado de forma explícita. Pero en definitiva de lo que se trata es de lo siguiente. En medio de la noche, unos hombres prenden fuego al granero de los Wade. El padre Ben, pese a que va armado, no dispara, trata de defender su tierra sin violencia. ¿Cobardía? ¿Sensatez? ¿Respeto a la vida ajena? Ese fuego no alumbrará la respuesta, no al menos en su arranque. Ese fuego no será aquí sino la metonimia de un punto de ignición interior, el que amenaza con separar definitivamente al padre del hijo. A los ojos del primogénito, su padre, superviviente de la guerra civil norteamericana, no está a la altura de esos hombres de los que habla su revista; su padre no lucha. Su pierna de metal, cicatriz del soldado superviviente que una vez fue, habla de un valor que ahora no aparece y sin valor se pone en peligro su palabra.

Para el segundo hijo, todavía un niño, su padre sigue siendo el hombre imbatible y perfecto. Mientras, su mujer percibe que la fatalidad de un cielo que se niega a regar sus tierras y el peso de las deudas adquiridas les dejará sin esperanza y, tal vez, sin vida. Al mismo tiempo que los Wade, hombres de bien, hombres de la ley, se hunden; a escasos metros de allí, una leyenda siembra la muerte y se enriquece con lo que roba. En medio, el ferrocarril avanza y, con él, el viejo oeste comienza a desaparecer. Lo que ocupará el núcleo argumental de esta historia es ese cruce entre un padre que ve peligrar su estima y un pistolero que sólo respeta a las criaturas libres, entre las que no se encuentra persona alguna.

En este diorama de paisaje árido y épica clásica, todo lo que viene se reviste con la materia del western , esa mezcla agridulce que, desde casi el mismo nacimiento del cine, se empeñó en enfrentar los mitos a las leyendas. Como al parecer a los jóvenes espectadores europeos no les gusta el western , El tren de las 3:10 ha tardado más de un año en llegar. Así que, a estas alturas, es de suponer que los lectores más exigentes ya saben que se trata de un remake del viejo filme de Delmer Davies de 1957, construido sobre un relato de Elmore Leonard y cercano a obras como Solo ante el peligro. Es decir, se trata de un texto alumbrado en pleno manierismo del género, cuando lo que importaba era penetrar en las contradicciones internas de los personajes. Dicho de otro modo, cuando el héroe empezaba a saber del temor, la culpa y las dudas. Si se piensa bien, ¿no es eso lo que le ocurre al Batman de Christopher Nolan?

En ese punto equidistante entre la postmodernidad y el clasicismo y que no olvida el testimonio de Leone y Peckimpah, El tren de las 3:10 se parece a decenas de títulos sin que siga en realidad moda alguna. Lo indudable es que Mangold ha reescrito el viejo texto protagonizado por Glenn Ford para acercarlo simbólicamente a Raíces profundas , filme del que éste sería algo así como su versión oscura. Como en aquel filme, aquí se habla del valor de la familia y del desarraigo del outsider; del honor, de la muerte y de la locura. Sólo que en este tren viaja una amargura inevitable; los hijos suelen comprender a los padres cuando su tren se pierde ya en la lejanía.

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