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Archivo para junio, 2008

La vuelta del calcetín

viernes, 6 de junio de 2008 Sin comentarios

Dirección: Paul Weiland. Intérpretes: Patrick Dempsey, Michelle Monaghan, Kevin McKidd, Kathleen Quinlan, Sydney Pollack. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 101 minutos.

La dama de honor, título original que coincide con el de una película de Claude Chabrol, se ha convertido entre nosotros, gracias a los distribuidores españoles, en La boda de mi novia , equívoco título que trata de arrimarse a la sombra de La boda de mi mejor amigo, protagonizada por Julia Roberts y Cameron Diaz. Bueno, más que equívoco, el título es destripador porque, salvo perversiones extrañas, La boda de mi novia sólo significa la boda propia. Y ése es todo el misterio del filme: ¿se casará él con ella? ¡Qué angustia más insoportable! La carpintería que los guionistas de esta película construyen recurre al viejo truco de dar la vuelta al calcetín para que parezca otro siendo el mismo. O sea, han hecho, argumentalmente, un remake en clave masculina de La boda de mi mejor amigo. ¿Hará tanta taquilla?

No. Y no la hará porque el resultado es un calcetín, perdón, una película, de ver y olvidar que ya habíamos visto antes; lo que dicho sea de paso no es necesariamente perjudicial. Como género pertenece al subgrupo de las comedias de amor y lujo. La chica, experta en Historia del Arte y dedicada en cuerpo y alma a rescatar el esplendor de las viejas obras pictóricas más valiosas, viaja en primera y se enamora de un noble escocés. Su amigo de toda la vida, ese novio que no se declara porque es amigo de verdad y de revolotear de cama en cama, se ha forrado gracias a un invento estúpido para evitar que se quemen las yemas de los dedos quienes toman café en vasos de papel. El resto, tres cuartas partes del metraje, gira en torno a los preparativos de una boda.

Weiland, un cineasta dedicado en cuerpo y alma a soportar a Mr. Bean, para quien ha hecho unas cuantas películas, conserva, contra toda lógica, algo de cordura y dirige este encargo sin asomos de delirio. Al contrario, salvo alguna secuencia algo sobreactuada y un par de guiños escabrosos y/o picantes, el resto parece una suerte de cine años 60, al estilo del que hacían Rock Hudson y Doris Day. Hay cuatro protagonistas, los ya apuntados Monaghan y Dempsey, más Manhattan y Escocia. Los cuatro, personajes y escenarios, compiten en belleza y superficialidad con ese acabado de portada de revista de avión y/o fruslerías de LV.

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La memoria y sus testigos

viernes, 6 de junio de 2008 Sin comentarios

Dirección: Paolo Barzman. Intérpretes: Susan Sarandon, Christopher Plummer, Gabriel Byrne, Roy Dupuis, Max Von Sydow, Dakota Goyo, Domini Blythe, Kris Holden-Reid. Nacionalidad: Canadá. 2007. Duración: 99 minutos.

Lo propio de la emoción es la ruptura de la lógica. Los sentimientos no saben de reglas fijas. Por ejemplo en los sentimientos, como en el cine, el orden de los factores altera el producto. Hay quien cree que precisamente ese orden de factores es más determinante que los propios factores en sí mismos. Otros sostienen lo contrario. Que todo se reduce a una ecuación de química y física y que lo que entendemos como inexplicable o maravilloso es simplemente porque no lo entendemos. ¿Y la memoria? ¿Qué lugar ocupa en todo este entramado; es aritmética o metafísica? Un plantel de excelentes actores, dirigidos por un discreto realizador de televisión, se enfrenta a este tema complejo, escurridizo e inestable, guiados por el texto de un novelista incómodo.

Todo comienza con un reencuentro. Melanie, Christopher y Jacob son tres supervivientes del horror de Dreser en 1945. Los dos primeros eran casi unos niños. El otro, un intelectual lúcido que salvó sus vidas a costa de perder su libertad. En ese cruce surge el fuego del pasado: afectos, emociones, recuerdos distorsionados… ante la mirada desconcertada e incluso dolida de quienes de eso nada supieron. La historia, escrita por Matt Cohen y recreada con gélida contención por Paolo Barzman, es una de las muchas que se vivieron en los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Quienes han hecho el esfuerzo de escuchar, de ver y de participar de esos relatos -ocurre lo mismo con los asesinados en la Guerra Civil española, por ejemplo- pronto comprenden lo escalofriantemente idénticos que resultan todos entre sí. Ese despojamiento de la anécdota particular para convertir a las víctimas en números es la canción que con sordina resuena a lo largo de esta desgarradora película. Barzman deja que sus grandes actores se suban a sus personajes para declamar lo que Cohen dejó escrito. Y lo escrito se inviste del dolor de la memoria y del estigma que rodea a quienes la han sufrido. Sin embargo, al contrario que muchas películas que de un modo u otro han tocado este tema, la aportación de Aritmética emocional surge de su capacidad para asomarse a los dos lados de esa memoria y para reclamar la necesidad de superarlo.

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