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La eterna guerra del mundo

viernes, 20 de junio de 2008 Dejar un comentario Ir a comentarios

Dirección: Jacques Rivette. Intérpretes: Jeanne Balibar, Guillaume Depardieu, Michel Piccoli, Bulle Ogier, Anne Cantineau y Mathias Jung. Nacionalidad: Francia e Italia. 2007. Duración: 137 minutos.

La mirada perdida de Armand de Montriveau no cambia de registro cuando se escucha la primera frase de La duquesa de Langeais . Se la dicen al oído como una plegaria insolente: «Francia está en todas partes». No cabe duda de que se trata de una bravata anticlerical porque, como se desprende de la escena, ese general taciturno que se sienta de manera oblicua al altar mayor tras el que se esconde el objeto de su deseo, representa la Francia revolucionaria, la que puso fin al Antiguo Régimen. ¡Dios ha muerto, viva Francia! Sin embargo, no fue así ni nada es nítido en esta historia de Balzac. Estamos en 1823. Ese centurión napoleónico pasa por ser un héroe. Estamos en Ibiza y es el tiempo en el que, gracias a Francia, Fernando VII ha regresado al trono de España. Así que la Iglesia está en deuda con quienes nacieron para negarla y el guerrero calmado buscará su complicidad para violar la clausura religiosa.

Jacques Rivette, un director frente al que no caben posiciones tibias, se mueve en el filo abismal de los lenguajes narrativos. Cine, teatro y literatura atienden a esa necesidad de relatos, esa demanda de oír cuentos que reclama la humanidad desde su origen. Rivette, cosa aceptada, hilvana la sustancia literaria con el rito teatral con la ayuda de las herramientas del cine. Dicho de otro modo, este filme exalta el placer del relato. Lo que importa es el matiz, el requiebro, la pausa y la forma. Lo que se cuenta, curiosamente, atiende a esa disposición propia del romanticismo japonés que se flagela en la no consumación de lo que se anhela. Por eso mismo es común que muchas miradas presientan en este filme de Rivette ecos de Wong Kar-Wai. Además, de manera perversa, Rivette fuerza esa asociación al hacer que Jeanne Balibar nos muestre una bella colección de vestidos cuyo cromatismo, corte y reflejos evocan la presencia de la Maggie Cheung de Deseando amar . Paralelamente, lo que nos espera en el fondo de este melodrama, que deriva en poema al amor perdido, es la guerra del mundo en sus dos frentes sempiternos: el hombre y la mujer; la razón y la fe; lo viejo y lo nuevo… el ying y el yang. Oriente y occidente con el conmovedor estilo de una inteligencia que se mantiene inmune al paso del tiempo.

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