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Campanadas en la madrugada de Brooklyn

viernes, 4 de abril de 2008 Dejar un comentario Ir a comentarios

Dirección y guión: James Grayn. Intérpretes: Joaquin Phoenix, Mark Wahlberg, Eva Mendes, Robert Duvall, Tony Musante, Antoni Corone y Alex Veadov. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 117 minutos.

El título de la película aparece en la manga de una chaqueta, es(ins)crita en el escudo que identificaba a la Policía de Nueva York hacia el final de los años 80. Se trata de una declaración de intenciones:La noche es nuestra . Por cierto, es el mismo lema que los cachorros de la movida madrileña, en el fondo los cachorros de todas las movidas, se repiten a sí mismos mientras se acicalan para triunfar allí donde con frecuencia se acaba recogiendo soledad, intoxicaciones frustración y derrota. James Grayn, un cineasta que ha firmado con ésta tres películas en quince años, su caso recuerda al de Malick, abre su filme con fotografías de la época. El contexto del filme, por eso se nos muestra, existió. ¿El texto?, el texto, se demuestra, surge de hundir las manos en ese acervo cultural que trenza relatos de Homero y de Shakespeare, de Scorsese y Coppola. Y para emprender este viaje Gray ni oculta sus nutrientes, ni se doblega ante el peso de lo que este legado significa.

En el final de los 80 acontece la historia de La noche es nuestra . Nueva York vivía los últimos brotes de una épica policial que luego consagraría a Rudolph Giuliani, un alcalde con alma de Mr. Proper, gatillo fácil y métodos expeditivos. Era el tiempo de la heroína y las mafias rusas, cuando el sida galopaba y la ciudad de Woody Allen imitaba al Chicago de los años 30. Han pasado veinte años, tiempo suficiente para que Grayn pueda reconducir hacia lo simbólico lo que antes no lo era y, de ese modo, convertir en narración ordenada lo que surgió en el caos de lo real. A lo real pertenecen esas fotografías con las que se abre el filme. Lo demás, es fruto de la reflexión que Grayn levanta sobre las relaciones entre el poder y la sangre, el deber y la felicidad.

Lo más molesto de La noche es nuestra se oculta en la memoria de cada espectador. Ante su visión es inevitable que cada uno perciba multitud de referencias. Siempre que se toca el tema del lumpen, sus negocios y la violencia, se repiten las comparaciones con o sin fundamento. El tema es que, de toda esa abundante imaginería que le precede, tal vez la más decisiva se encuentre en el filme de Orson Welles, Campanadas de medianoche. De hecho, aquí resuenan con gravedad funesta.

Por más que se invoque a Scorsese y a Coppola, a Cimino y a Ferrara, es más que probable que los fluidos que sostienen este proceso de descomposición vital que el filme narra, emanen de Welles y de Kurosawa. Ambos, por otra parte, fueron buenos conocedores de Shakespeare y sus tragedias. De hecho, si el proceso del personaje de Phoenix nos conduce a las alcobas de Henry IV, su mejor secuencia, el ataque al convoy policial en la autopista, convoca a la lluvia que cegaba la mirada de Los siete samurais .

Lluvia y fuego marcan los dos momentos culminantes de La noche es nuestra . Lluvia y fuego marcan un proceso de purificación que, lejos de salvar a sus protagonistas, los reduce a víctimas. Todo resulta dual en esta película. Dos hermanos, dos ambientes, dos figuras paternas… De ese proceso dialéctico extrae Grayn su herida reflexión sobre la fatal deriva que impone el destino y sus circunstancias. La noche es nuestra provoca desasosiego y resquemor. Cierto que a veces Grayn parece recalcar que está haciendo una película solemne. Tan cierto como que en ella se agita una amarga conclusión. ¿Reaccionaria? Algunos así lo denuncian. La cara atormentada de Phoenix rezuma dolor, perplejidad y pérdida. O sea, la negación del cielo y la evidencia de que, al ocupar el lugar del padre, cumple con la ley, pero se pierde a sí mismo y arruina su deseo de ruptura.

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