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Fundido a nieve

viernes, 28 de marzo de 2008 Dejar un comentario Ir a comentarios

Dirección: Alain Resnais Intérpretes: Laura Morante, Lambert Wilson, Sabine Azéma, Isabelle Carré, Pierre Arditi y André Dussollier Nacionalidad: Francia e Italia. 2006 Duración: 123 minutos

El cine clásico, cuando se dirigía a un público menos avisado,utilizaba el fundido. Un recurso consistente, por lo general, en oscurecer el plano como método básico para significar, en la sucesión de secuencias, un salto temporal. El cine contemporáneo, hecho de suficiencia y resabios, hace tiempo que ya no necesita ni fundidos ni cortinillas, ni muletas de ningún tipo. No hay tiempo que perder ni espectador al que guiar. La decostrucción del relato impuesta por la posmodernidad los desterraron para siempre.

¿Para siempre? No en el cine de Alain Resnais (1922), uno de los más longevos supervivientes de la Nouvelle vague, anterior a ellos y, sin embargo, compañero de viaje de Godard y Truffaut, y casi hermano de Marker. Resnais es paradigma del cine de la modernidad y del cine francés; dos maneras de designar un mismo cine. De hecho, todo en esta inteligente película se cose con frecuentes, obsesivos y recurrentes usos de un fundido a… nieve. Quienes hayan visto la película saben de qué se está hablando y de ese epílogo relativo a una nieve distinta y final que emana, no del ya cielo, sino del receptor de una tele enmudecida que ya ha agotado su contenido erótico.

Resnais conjura una tipología anclada en París y atravesada por la soledad. Son seis personajes que deambulan por el filo abismal de una existencia patética. Un montaje sincopado, casi televisivo, desmenuza a sus personajes, a quienes trata con desdén. Todo en el filme es frío y todo avanza en pequeñas secuencias, a través de diálogos y silencios que describen a unas ridículas criaturas sitiadas por el (des)amor y la (des)orientación, por el sexo y su ausencia. Y entremedio, planos recurrentes de la nieve cayendo sobre París, un frágil hilván de algo que ya no se sostiene. Estamos frente a retratos crepusculares cuyos escenarios devienen en textos más atractivos que el que aportan sus protagonistas, un puñado de burgueses rumiantes de una civilización en la que impera un eterno invierno preludio de una fatal descomposición. En medio de ese naufragio emerge, vibrante, la mirada de un cineasta que desafía al tiempo y, con ello, a la muerte con un cine transparente y hondo. Un cine que no se agota.

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