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Diario íntimo, crónica política

viernes, 2 de noviembre de 2007 Dejar un comentario Ir a comentarios

Dirección y guión: Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud. Doblaje original: Chiara Mastroianni, Catherine Deneuve, Danielle Darrieux, Simon Abkarian y Gabrielle Lopes. Nacionalidad: Francia. 2007. Duración: 95 minutos.

Antes de ser cine, Persépolis fue cómic. De hecho, sigue teniendo más alma de tebeo que vocación de obra cinematográfica. Por eso mismo sus méritos no hay que buscarlos en sus valores fílmicos, porque lo mejor de Persépolis subyace en el discurso que su historia plantea. Y eso descansa en el testimonio autobiográfico de la joven Marjane Satrapi, una joven iraní que tras vivir en Irán los años de hierro, encontró refugio en Europa a costa de alejarse de su propia familia y vivir en un exilio asumido.

Ese diario personal que nutre este filme de animación, recoge un tiempo y un espacio sobre el que ahora se vuelven muchas miradas y donde se cocina una alarma inquietante. Tanto en el cómic como en el filme, que no es sino una adaptación fidedigna a sus primeros volúmenes, Satrapi reconstruye las impresiones de una niña de clase acomodada en el Irán que en pocos meses pasaría del oropel militarista del Sha de Persia al velo fundamentalista de Jomeini.

Por lo demás, paso a paso, Marjane Satrapi rinde cuentas de las progresivas transformaciones vividas bajo fervor islámico de raíz totalitaria. A aquellas manifestaciones occidentalizadas de barniz modernizador, le suceden los años secos de represión y fanatismo. Su periplo no sólo muestra las contradicciones y vergüenzas de un régimen fanático sino que va más allí al poner sobre este espejo distorsionante pero luminoso todas aquellas zancadillas que el ser humano pone a la libertad y a la tolerancia, al derecho a la felicidad y al respeto a la opinión del otro.

Con evidente humor pero sin dejar que su lápiz pierda la punta, Satrapi lanza al espectador una serie de paradojas que poseen la habilidad de mostrarse independientes. Lo mejor de las historietas de Persépolis no reside en la calidad del dibujo ni en la innovación del lenguaje. El primero es funcional y rudo, el segundo ortodoxo y lineal. Su valor estriba en la oportunidad de su testimonio y en la capacidad de la joven autora para reírse de sus contradicciones y hacer caricatura de y con ella misma. Pero ni siquiera eso le ha librado de algunas protestas y amenazas que no hacen sino revalorizar su contenido.

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