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Archivo para septiembre, 2007

McClane se reinventa

viernes, 14 de septiembre de 2007 Sin comentarios

Dirección: Len Wiseman. Intérpretes: Bruce Willis, Timothy Olyphant, Justin Long, Maggie Q, Cliff Curtis, Mary Elizabeth Winstead, Cyril Raffaelli y Kevin Smith. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 130 minutos.

Lo mejor, lo esencial de esta cuarta entrega, posee, más que nunca un nombre propio: Bruce Willis. En buena medida, la aceptación o no de lo que el filme propone, residirá en la mejor o peor disponibilidad del espectador ante el protagonista. Un prejuicio secular entre cierta cinefilia hispánica, insiste en maltratar a los actores y actrices norteamericanos como si la mayor industria del mundo estuviera en manos de iletrados rufianes empeñados en escoger como intérpretes a gentes sin talento. Les mueve la misma razón científica por la que creen que en EE.UU. sólo comen hamburguesas y votan a Bush. Como sabemos que estos últimos, son sólo la mitad de los que votan y vota la mitad de la población, apenas rozamos un 25% de verdad, aunque a veces ésta se imponga.

Existe pues una duda razonable para deducir que también algunos de los más capaces histriones que en el mundo hay, provienen de allí. Bruce Willis tal vez no esté entre ellos, pero desde luego en el cine de acción resulta de lo más convincente y carismático. Como Kitano, su sola presencia carga de significado cualquiera de sus apariciones por fugaces que éstas sean. Por cierto, él mismo apadrinó a Wiseman, autor de la estimable Underworld , para que supliera al entumecido John McTiernan, como director de este 4.0.

A juzgar por el resultado, acertó. Tanto que Willis ha comprometido su participación para una quinta entrega, siempre y cuando repita Wiseman.

Pero si la realización ha sido eficaz, lo notable de esta nueva incursión del agente McClane lo hallaremos en su guión; en la reescritura del personaje que ha sabido envejecer sin perder su magnetismo y en el concurso de una serie de secundarios en estado de gracia. Por supuesto que es cine de baja intensidad dramática y de alta parafernalia escópica. Aquí, Willis se muestra divertido. Se sirve de su ¿futuro yerno en la ficción? como alivio humorístico y se mueve como un bailarín en una coreografía de destrucción y salvajadas. Ése más difícil todavía lo convierte en un filme estimable en su falta de pretensiones, divertido en su ritmo, aceptable en su ejecución y memorable en su negocio. ¿Es esto incompetencia?

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Jumelage argentino-español

viernes, 14 de septiembre de 2007 Sin comentarios

Dirección: Marcos Carnevale. Intérpretes: Chete Lera, Montse Germán, Raúl Arévalo, Facundo Arana, Verónica Echegui, Betiana Blum, Lidia Catalano, Ana Wagener y China Zorrilla. Nacionalidad: España-Argentina. 2007. Duración: 109 minutos.

Bastaron dos títulos para despertar el interés del público español por el cine argentino. Uno ganó con el boca a boca: Nueve reinas . El otro, arrasó de entrada: El hijo de la novia . Desde entonces aumenta la colaboración entre el cine español y el argentino, una entente en la que Tocar el cielo aparece como quintaesencia de esa fusión. Desde sus primeras imágenes todo en él es dual y arquetípico. Su acción acontece entre Madrid y Buenos Aires. Su discurso escruta a la familia. Y su tono es un híbrido entre comedia y drama.

Tocar el cielo se abre con unos delfines que sobrevuelan Madrid, en el corazón de Preciados, el día de nochevieja. Parece una imagen surreal y algo de surrealismo argumental no falta. Esa noche, cuando un año muere y otro comienza, en Madrid y en Buenos Aires dos grupos humanos muy diferentes echarán al cielo sendos puñados de globos con deseos prendidos en ellos. Es aquí, en su apertura, cuando Carnevale construye sus más inspiradas imágenes en un deseo de convocar la ambigüedad para reclamar que las cosas no son lo que parecen a simple vista. Lo siguiente en aparecer es una boda extraña porque en ella, el novio se deshace en arrumacos y besos con una convidada sin que la novia se altere.

Todo, luego, será aclarado y la perplejidad inicial será resuelta con esa enfermiza voluntad explicativa -propia del cine español antes y argentino ahora-, de contarlo todo. Carnevale así lo hace con un guión que parece diseñado por un maestro del bricolaje Ikea. Cada cubo en su lugar, cada imagen con su explicación, cada personaje con su desenlace. Todo cerrado pese a que muchos de los protagonistas de esta película coral sean excesivos, estén dibujados a brochazos y carezcan de solidez argumental en su evolución dramática. Pero esto parece no importarle. En su lugar, coloca todas las fichas en juego en el drama total para acongojar el ánimo. Hurga en la herida de la muerte y radiografía una agonía hasta el final para conmover por la vía directa. Para equilibrar su angustiosa recreación terminal filma un parto sin pudor en discurso que une vida y muerte con poca sutileza. Traiciona el surrealismo visual por el folletín verbal de sal gruesa.

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Crónica desapasionada del terror y la política

viernes, 14 de septiembre de 2007 Sin comentarios

Dirección: Michael Winterbottom. Intérpretes: Angelina Jolie, Dan Futterman, Archie Panjabi, Irrfan Khan, Will Patton, Denis O’Hare y Adnan Siddiqui. Nacionalidad: EEUU, Reino Unido. 2007. Duración: 100 minutos.

En este poderoso corazón -título original más cabal que el folletinesco Un corazón invencible -, como acontece con algunas esculturas de la modernidad, hay que buscar lo esencial no tanto en las formas que permanecen sino en los vacíos que se provocan al conformarla. Sólo así, desde esa mirada total, puede interpretarse su verdadero alcance y con ello, el último sentido de su autor, un Michael Winterbottom al que una y otra vez se infravalora.

Ese desdén con el que se despacha a Winterbottom sería el primer escollo a sortear para enfrentarse libremente a lo que significa esta película. Británico de nacimiento, a Winterbottom le lastra su versatilidad y su productividad. Todavía resuenan los ecos contrarios al homenaje que, valiente y lúcidamente, le dedicó el festival de San Sebastián hace cinco años. ¿Por qué? Veámoslo. Rueda con la obsesión febril de Woody Allen; ha tocado casi todos los géneros y desde todos los ángulos y se mueve con una actitud muy alejada de lo que algunos entienden como cine de autor. Para colmo, sus apariciones públicas lo muestran como un hombre tranquilo, en absoluto dogmático, dispuesto a exponerse y cada vez políticamente menos manejable.

Sin embargo, su ideario no reside tanto en una cuestión de fe traicionada, como son los casos de Ken Loach y Robert Guédiguian, veteranos marxistas reciclados; ni de esperanza herida, como sería el caso de Michael Haneke, puntal desgarrador de neoteólogos resabiados. Lo suyo es misericordia. Si se piensa detenidamente el cine de Winterbotton está poblado por personajes hacia los que el británico vuelca una y otra vez una admirada condolencia. A Winterbottom le gustan sus protagonistas, se acerca a ellos y antes que denunciar culpables proclama inocencias. No juzga, se conmueve. No denuncia, muestra. No grita, mira y espera. Sólo desde esa actitud, se puede percibir mejor el hecho de su aparente carencia de estilo. Su puesta en escena no se adecua a un universo propio, se amolda al tema que trata. Como narrador se desvanece en la historia.

En ese sentido, Un corazón invencible ofrecía dos handicaps que muy pocos autores hubieran podido sortear. Uno, el hecho de que Angelina Jolie, una megaestrella, sea la actriz protagonista mientras que su marido, Brad Pitt figure como productor, es decir, ése que en el Hollywood dorado era el que mandaba en todo. El otro, que la película esté inspirada en un hecho real, el asesinato de un periodista norteamericano por terroristas musulmanes en Pakistán. Por fortuna lo que aquí tenemos no es ni biopic emotivo a lo Oliver Stone, ni un melodrama maniqueo a lo Ken Loach, ni un híbrido deforme a lo Amenábar. Es decir, su recreación histórica no cae en el exceso lacrimógeno. Su juicio a los hechos no se resuelve dividiendo el mundo en buenos y malos. Y desde luego, Angelina Jolie no trata de imitar a la mujer en la que se inspira su personaje; al contrario, deviene en una especie de autenticidad personal capaz de mirar hacia lo que mejor conoce, ella misma y de ese modo, negar a la estrella que lleva dentro.

Winterbottom hace que la cámara se mueva como si robase las imágenes. Imágenes de personajes que deambulan perdidos porque en el caos y en el infierno -eso es el terrorismo y la guerra-, no hay brújulas salvadoras. Con ello el proceso cronológico pasa ante los ojos del espectador en una cadencia huérfana de simulacros y solemnidades. En su lugar se erige una monumental, fría y distante lección magistral sobre la angustia y el perdón.

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Blablablá…, crash, punch, ay!

viernes, 7 de septiembre de 2007 1 comentario

Dirección y guión: Quentin Tarantino. Intérpretes: Kurt Russell, Sydney Tamiia Poitier, Rosario Dawson, Vanessa Ferlito, Jordan Ladd, Rose McGowan y Tracie Thoms. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 113 minutos.

Más allá del mecanismo que agita este proyecto, es decir, ese jugar con la quimérica ilusión de recrear el programa doble -normalmente forjado con películas de serie B – conocido en EEUU como Grindhouse, centrémonos en Death proof , es decir, vayamos al núcleo de la película de Tarantino.

Realizada tras el éxito de Kill Bill , sublimación enciclopédica del universo tarantiniano, da la impresión de que el autor de Pulp Fiction pone en marcha todo este artificio para proteger sus miedos y ocultar sus carencias. Narrada de manera lineal, aunque con un salto temporal en su zona vertebral, se diría que Death Proof ha sido gestada con lo que en ciertos argots profesionales denominan guión-cangrejo. Es decir, lo que el espectador contempla al final de la película, es la razón de ser de su existencia, es aquello que se vislumbró en su principio. Esa imagen final; en este caso vengativa y jubilosa, culpable de una autocomplaciente violencia de bajo instinto y nula reflexión, probablemente cruzó como un relámpago por la ya de por sí atronadora cabeza de Tarantino, y de su visión surgió este filme.

En realidad, Death Proof aporta una idea macabra pero sin duda poderosa -la del asiento letal del copiloto del coche del psicópata -, dos secuencias memorables y tres imágenes emblemáticas. El resto, o sea casi 65 minutos, lo ocupa una verborrea insoportable si se ve el filme doblado. En ese insulso blablablá por el que un grupo de bellas mujeres se empeña en lo imposible, hacer suyos esos parlamentos que Tarantino escribe cuando se carga de humo y polvo, habita el ADN del autor. Lo demás no es suyo. O no exactamente. Lo demás pertenece a su portentosa capacidad para sacar de los otros aquello que como espectador más le ha gustado.

Se ha escrito en algún lado que la mejor aportación de Tarantino hay que buscarla en su labor reivindicadora de esos buenos cineastas que le han precedido e incluso de aquellos que coexisten con él. Aunque sólo fuera por esa labor divulgadora por la que ahora Occidente admira tanto el cine de Wong Kar Wai como el de Tsui Hark, estaría justificado que se sienta aprecio por este hombretón que conforme pasan los años engorda en la misma medida en la que avanza su infantilismo.

En Death Proof, los reflejos cinéfilos crecen hasta el infinito. Algunos son visuales, la mayoría retóricos y dos, esenciales: Russ Meyer y el cine trash . Uno, que comparte esa pasión desmitificadora de Tarantino, ese querer rescatar del olvido la valía de aquellos a los que el sistema condena al ostracismo, no puede evitar percibir que en esta labor revival Tarantino se mueve con el paternalismo con el que el poderoso atiende al necesitado. Por eso este cine B que Tarantino nos muestra es profundamente falso. Tarantino se comporta como algunos exploradores blancos que van de caza creyendo que ponen a prueba su valor armados con rifles automáticos, con guardaespaldas profesionales y frente a leones sedados. La selva no es eso. En esta selva de cine grasiento y muslo largo falta el verdadero espíritu transgresor que tanto fascina a Tarantino. Sus chicas son de diseño, pero enseñan sólo lo que pueden ver todos los públicos. Su psicópata es de homenaje y sus coches están asegurados. Hay instantes de vertigo, pero resultan más vacíos que la vaciedad que daba a estos filmes su discreto encanto. Ahora bien, algunas de las imágenes de Death proof aspiran a permanecer en el tiempo, no así su historia, para eso se necesitan personajes y aquí sólo hay piernas largas y cerebros cortos.

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Naufragio en un lavabo

viernes, 7 de septiembre de 2007 Sin comentarios

Dirección: Imanol Uribe. Guión: Imanol Uribe, basado en la novela de Arturo Pérez-Reverte. Intérpretes: Aitana Sánchez-Gijón, Carmelo Gómez, Enrico Lo Verso, Javier García Gallego, Gonzalo Cunill y Lucina Gil. Nacionalidad: España. 2007. Duración: 100 minutos.

Llevo cinco días tratando de encontrar algo qué decir sobre La carta esférica porque, como martillea una canción de Fito, «no tengo nada que decir». Nada bueno, ése es mi problema. No obstante podría apuntar que películas como La carta esférica deben ser diseccionadas para comprender qué pasa con el cine español bendecido por el poder. Quizá aquí reside su principal aportación. A falta de interés narrativo, huérfano de la menor calidad, La carta esférica ofrece un modelo ejemplar sobre la insufrible decadencia de tantos profesionales del cine español. ¿Qué está ocurriendo?

Empecemos por su director. Hubo un tiempo en el que Imanol Uribe hacía cine sin dinero pero con sentido. Llenó la pantalla con mordiscos de realidad. El proceso de Burgos, La fuga de Segovia, La muerte de Mikel ,… Tanto era su empuje que fue en él y en unos pocos más: Ungría, Armendáriz,… donde se forjó el espejismo del cine vasco.

Algo ha llovido y bastantes cosas se han podrido. De hecho La carta esférica encierra el peor Uribe de todos, el de Adiós pequeña y Bwana . Claro que si se recuerda que Bwana ganó la Concha de Oro del festival de San Sebastián en medio de un escándalo monumental que dejó fuera obras infinitamente superiores como Capitán Conan de Tavernier. algo hemos ganado. En este momento el Festival de Donostia consigue evitar un filme como éste. Decadencia sí, pero con cierta dignidad, al menos por parte de algunos.

Basada en la novela de Reverte, La carta esférica alberga al peor Reverte de todos. Un Reverte que amasa oro en las librerías y en el cine alumbra lodo.

Para no desmerecer en esta ceremonia de despropósitos, Carmelo Gómez y Aitana Sánchez Gijón convocan el hacer de Humphrey Bogart y Ingrid Bergman en Casablanca . Incluso pretenden ser perversos cuando apenas son patéticos. Una trama sin tensión y una adaptación perezosa en la que el peso de la letra impresa ahoga la fotografía de un Aguirresarobe televisivo, completan el desastre de ésta que en otros tiempos podía haber sido una armada invencible y que ahora provoca pena y estupor. El problema está dentro.

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Sexo y diseño

viernes, 7 de septiembre de 2007 Sin comentarios

Dirección y guión: Alek Keshishian. Intérpretes: Brittany Murphy, Matthew Rhys, Catherine Tate, Santiago Cabrera, Elliot Cowan y Stephanie Beacham. Nacionalidad: Reino Unido y Francia. 2006. Duración: 99 minutos.

En cada fotograma salta un guiño; en cada secuencia, un homenaje; en cada palabra, un eco. Amor y otros desastres comparte con Death proof una actitud generacional. Ambos obedecen a ese modelo de cine neoclásico por el que se repiten las viejas películas con la complicidad de que quien las ve asume el disfrute de ese cine disfrazado. Es decir, tanto Alek Keshishian como Quentin Tarantino no cree nen lo que cuentan y, en consecuencia, muestran el artificio narrativo. Por eso echan mano de sus fuentes, de sus iconos y de sus desfalcos. Ambos practican un cine posmoderno y cinéfago. La diferencia está curiosamente implícita en el título. Tarantino alimenta su pasión por el cine salvaje y tremendista, a Keshishian le gustan las comedias de amor y lujo.

La pregunta que se/nos hace es la siguiente: ¿Es posible volver a hacer películas como Desayuno con diamantes sin que el público salga corriendo? Keshishian se teme que no, pero le gustaría que sí. Para ello ha escrito un argumento lleno de enredos, sentimental y romántico.

Como en El diablo viste de Prada , aquí los encuadres se llenan de glamour y diseño. De hecho esta película admite dos pases. Uno para quedarse con la historia que cuenta; el otro, para tomar nota del catálogo de interiores y la colección del vestuario. Hay que decir que la segunda aporta más, pero la primera ni molesta, ni aburre, incluso hace sonreír por su ingenuidad. Hay que ser muy atrevido para obligar a Brittany Murphy a imitar con tanto descaro a Audrey Hepburn. Alek Keshishian, que hace quince años dirigió En la cama con Madonna , se pega a la piel de Brittany Murphy y ésta, desinhibida, pizpireta y con desparpajo se aplica en el papel de una celestina preocupada por buscarle un hombre a su compañero de piso al tiempo que evita que un príncipe azul le eche el lazo.

El enredo está servido. Nos lo cuenta uno de los personajes, aspirante a guionista e incluso al final, en un golpe de espejos, se mezcla la película que él quiere escribir con la que nosotros estamos viendo. Todo dulce, todo venial, todo un poco pijo. Una duda aparece al final del filme: ¿qué hace en esta nadería David Fincher como productor ejecutivo?

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