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Cuestión de tiempo

viernes, 31 de agosto de 2007 Dejar un comentario Ir a comentarios

Dirección: Andrea Staka. Intérpretes: Mirjana karanovic, Marija Skaricic, Ljubica Jovic, Pablo Aguilar. Nacionalidad: Alemania, Suiza, Bosnia Herzegovina 2007. Duración: 81 minutos.

La gran diferencia conceptual entre el cine-industria al estilo de Hollywood y el cine europeo en clave realista reside en un factor importante. El primero, suele mantener la atención del público a costa de acumular detalles, efectos, tramas y trampas con la sensación de que da mucho. El segundo, opta por un minimalismo narrativo, una sobriedad emocional, que trasmite la sensación de que nada acontece en la pantalla. La paradoja surge minutos después. Cuando el espectador trata de reflexionar sobre lo que ha visto comprende que allí donde mucho se prometía apenas había algo. Al contrario, en filmes como Fraulein , se percibe cómo, tras minutos de aparente vacío e inexpresividad, se ha escrito un fresco complejo y certero cuyos recovecos están llenos de matices y sugerencias.

En realidad, todo se reduce a una cuestión de tiempo. En el primer modelo, la película acaba cuando aparecen los créditos. En el segundo, es en ese momento cuando comienza a tener sentido lo que se estaba viendo. El problema para el cine europeo es que con las prisas, -¿han visto cómo se escapan los espectadores del cine en cuanto se intuye el final del relato?- pocos son los espectadores dispuestos a prestar atención a lo que han visto.

Fraulein acontece en Zurich aunque sus protagonistas nacieron en una desaparecida, Yugoslavia. Trata de tres mujeres, y habla de la vida, del amor, de la tierra perdida y del futuro incierto. Con ella debuta una joven realizadora suiza de raíces yugoslavas. Como se desprende de todo esto, es una película cuyo protagonismo decisivo está explícito: la mujer. En ella, aparecen hombres, pero la historia es de ellas. Filmada con fotografía fría y encuadre austero, Fraulein rezuma incomodidad, claustrofobia y desarraigo. Pese a su actitud realista, Andrea Staka, la directora del filme, salpica todo con una inefable sensación de inquietante extrañamiento. Hay vocación fabuladora, voluntad de tejer un discurso político y una querencia por el símbolo. Hay muchos matices, algunas concesiones a lo ornamental, pequeños titubeos narrativos y unos personajes profundos, vulnerables y tiernos. A cambio, reclaman tiempo, algo insólito para quienes miden el cine en monedas.

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