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El excesivo peso del padre

viernes, 15 de junio de 2007 Dejar un comentario Ir a comentarios

Dirección y guión: Dito Montiel. Intérpretes: Robert Downey Jr., Shia LaBeouf, Chazz Palminteri, Dianne Wiest, Channing Tatum, Eric Roberts, Rosario Dawson y Melonie Díaz. Nacionalidad: EEUU. 2006. Duración: 98 minutos.

Las declaraciones de los cineastas no deben tomarse al pie de la letra. Al contrario que sus películas, donde, confiados por el aparato fílmico, suelen ser mucho más sinceros. Dito Montiel se dio a conocer gracias a una novela autobiográfica. Su título original: Una guía para reconocer tus santos . Una guía que reconstruía, entre la verdad y lo imaginado, las condiciones de vida de un barrio de Queens en los años 70. En ella, Montiel, con un pie puesto en lo vivido y otro en la necesaria fabulación, recreaba su memoria acunada por tensiones juveniles, la primera novia, los amigos del alma y la sombra del padre.

El éxito de la novela hizo que, al comienzo de forma inconsciente, luego ya con firme voluntad, la historia de su juventud se convirtiera en su ópera prima cinematográfica. De modo que Memorias de Queens pertenece a ese subgénero de falsas memorias y verdades profundas que radiografían lo que mejor conocen los autores, su propia existencia. En su caso, Montiel ha mirado de reojo el trayecto de cineastas de esa Nueva York de tensión, drama y bandas juveniles. Casi parece de perogrullo esa coincidencia formal entre este Memorias de Queens con el Historias del Bronx de Robert de Niro. Pero en ambos casos, el contexto es sólo telón de fondo. Montiel habla de un regreso a la casa del padre, de un cruce de tiempos entre el pasado, años 70-80, y el final del siglo XX. Un regreso que conlleva un proceso de perdón y aprendizaje. Un retorno difícil en el que su protagonista, o sea el propio cineasta, deberá convocar la figura de sus padres. Entre los incontables pliegues que dan consistencia a este filme agrio y cortante, uno de los más vertiginosos es aquél que muestra el envejecimiento de Chazz Palminteri, en un proceso en el que ficción y realidad se enroscan sobre una misma sensación, la del tiempo que inevitablemente pasa. Aunque a veces se presiente que estamos ante un filme ya visto, otras se impone la singularidad de sus pequeñas y valiosas aristas. Esas que hacen percibir la mordedura del tiempo, la relatividad de las grandes pasiones, la vulnerabilidad de las ideas simplistas y, sobre todo, el vértigo de reencontrarse con lo que un día se dejó abandonado en la cuneta.

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