Rajoy y Merkel en Santiago para bendecir el largo camino de la austeridad

La maestra y su mejor alumno o la directora de orquesta y su mejor intérprete. Llámenlos como quieran, pero lo que nadie puede ya poner en duda es para laAlemania cartesiana regida por la nueva dama de hierro del continente, España se ha convertido en el mejor campo de pruebas de sus políticas de ajuste y austeridad. En menos de tres años, los españoles por arte de magia de las reformas y recortes llevadas a cabo por el gobierno de Mariano Rajoy, de ser esos europeos del Sur derrochadores y vagos, hemos pasado a ser el mejor rostro milagroso de la recuperación impulsada por las políticas dictadas por ÁngelaMerkel. Si como dijera Enrique de Navarra, “París bien vale una misa”, al aceptar el catolicismo y con ello el trono de Francia, algo así debió pensar la canciller germana al ser invitada por el presidente español a recorrer parte del Camino de Santiago y abrazar al apóstol en la tierra natal del dirigente español. En el fondo, todos están necesitados de fotos y la cercanía celestial a ninguno le viene mal, si tenemos en cuenta que la economía alemana se contrajo un 0,2% en el segundo trimestre de este año y que en España sigue habiendo oficialmente cerca de cuatro millones y medio de parados. Otra cosa es que los dos mandatarios en clara armonía quisieran ver, en su cena en la rúa del Villar compostelana, la botella de albariño más medio llena que medio vacía.

Pero más allá de la propaganda o de las imágenes veraniegas de los líderes reconfortados por su autocomplacencia, parece sensato analizar dónde podemos situar la salida efectiva de la crisis y en qué lugar del paisaje después de la batalla nos deja a los ciudadanos las políticas llevadas a cabo por la Unión Europea en estos años. Si queremos leer adecuadamente las cifras macroeconómicas parece evidente que austeridad es sinónimo de desigualdad. Poner a cero nuestro déficit y abaratar el endeudamiento ha provocado una contracción severa de la actividad y esa falta de crecimiento se ha enseñado en las rentas más bajas, no solo en forma de menores ingresos, sino también en la reducción de los servicios públicos de los que venían disfrutando antaño. Europa, les guste o no a la pareja de hecho en que se han convertido Merkel y Rajoy, está estancada, con un crecimiento ridículo, con altísimas cuotas de desempleo, especialmente juvenil y agravando cada día los problemas sociales de las clases más necesitadas de su sociedad. Ni somos capaces de mejorar la competitividad de nuestras empresas en una economía global, ni el Estado del Bienestar es sostenible con este modelo productivo obsoleto. Seguimos regidos por viejas recetas dogmáticas y ortodoxas incapaces de interpretar la nueva realidad de los mercados y de dar respuesta a los retos que un mundo que vive bajo la oleada de una tercera revolución tecnológica nos impone.

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Tan determinista es la política impuesta desde Berlín vía Bruselas, que el mismo día que Merkel y Rajoy cantaban las bondades de sus medidas en Santiago,Hollande obligaba a dimitir a todo le Gobierno Valls, para darle una vuelta de tuerca en lealtad incondicional a sus ministros para poder emprender un nuevo trecho del camino de los recortes presupuestarios en Francia. El presidente socialista galo abandona ya toda veleidad innovadora y como ya le sucediera aRodríguez Zapatero pone rumbo hacia la austeridad sin dudas. Un proceso reformista que a buen seguro encontrará una fuerte oposición sindical expresada en la calle y en conflicto laboral. En teoría, al socialismo europeo tras esta definitiva traición francesa solo le queda la gran esperanza blanca que debería suponer el primer ministro italiano Matteo Renzi. Pero su realidad es aún más bien pobre, con una exigua mayoría parlamentaria y una economía italiana en recesión, los mercados le ofrecen escasa tregua para poner en práctica políticas sociales. El camino de la austeridad, por tanto, parece gozar de buena salud y de amplio recorrido, por mucho que los resultados de tanto sacrificio sean tan minúsculos como inestables. Pero la realidad es que los mercados solo premian a los que hacen lo que a sus rendimientos especulativos más conviene, sobre todo, mientras el Banco Central Europeo ha convertido la financiación de la deuda pública en un suculento negocio seguro para la banca privada y fondos de inversión.

Así las cosas el coste político de la crisis con quien se está cebando es con las opciones de izquierdas, incapaces de articular una alternativa coherente que pueda establecer nuevas reglas del juego en la economía europea. Ello propicia la división en los grandes partidos socialdemocrátas o la fuga masiva de voto en torno a ellos. Y al albur de este proceso surgen nuevas formaciones radicalizadas en su discurso antisistema que, sin embargo, más allá de ruptura de lo existente, aún no han pasado de hacer oír sus voces populistas sin definir un programa de cambio concreto. Así surgió en Italia el Movimiento 5 estrellas de Beppe Grillo o en España lo ha hecho Podemos con su líder mediático, Pablo Iglesias. Todos ellos inmersos en una especie de centrifugadora que se come lo que entra en ella, primero las formaciones filocomunistas o Verdes, pero que amenaza con hacer lo mismo con todo aquel que por falta de novedad haga perder la esperanza o fe en un “verdadero” cambio. Una realidad que lo único que constata es la falta de unidad desde opciones progresistas para alcanzar el cambio de modelo. Bronca por la izquierda que beneficia a mayorías de derechas o la conformación de grandes coaliciones bipartidistas al estilo de la que gobierna en Alemania.

Al fin y al cabo todas estas batallitas políticas tendrían escasa trascendencia si la sociedad de los países europeos fuera capaz de cambiar de rutinas y procedimientos. Pero lo cierto es que el envejecimiento intelectual de nuestro continente está impregnado en el adn de la mayoría de los ciudadanos, acomodados en una vida sin metas ni objetivos, acostumbrados a ver pasar los días complacientemente con la mayoría de las necesidades básicas cubiertas y la seguridad razonable garantizada. No en vano seguimos siendo el espacio del mundo que sigue gozando de mayores cuotas de bienestar se mida como se mida. Tras más de cinco décadas de paz y prosperidad, el principal temor es que se nos olvide que también se pasa hambre y que la violencia también puede formar parte de nuestro paisaje. Si no afrontamos las revoluciones pendientes es porque no tienen incentivo suficiente, seguir sobreviviendo pese a que todo se deteriore a nuestro alrededor es mejor propuesta que un cambio que por desconocido puede ser peor. De eso se valen las fórmulas conservadoras que con un ligero retoque de imagen y de mensajes, defiende lo de siempre mientras lo de siempre siga funcionando aunque sea mínimamente y cada vez para menos personas.

Supongo que todo esto lo sabe bien el presidente español Mariano Rajoy, un socrático por excelencia, que sabe que nada sabe y que maneja el tancredismo relativista con primor. No se meta usted en líos y déjese llevar, arrimándose al gran árbol que da cobijo. A la vera de Merkel coloca sus piezas. De Guindos alEurogrupo aunque no se sepa ni en qué plazo, ni con qué contenido real. Cañeteserá comisario… o no, pero España estará representado en la Comisión. Su particular juego de tronos le funciona y en pocos meses ha pasado de ser el miembro mudo del Consejo Europeo, a el gregario de lujo de la todopoderosa canciller. Hace tiempo que estos movimientos políticos tienen poco efecto entre nosotros los comunes mortales, pero se supone que en los medios de comunicación, esa prensa que cada día tiene menos credibilidad, esto de ejercer el poder entre los poderosos sigue ocupando titulares. El único problema que pueden tener estos gobernantes cortados por el viejo patrón sería que sus gobernados hubieran tomado de conciencia de que nadie les va a solucionar sus problemas y se pusieran por libre a la faena. Seguramente entonces lo real superaría a lo oficial como un día en Versalles los cortesanos se sorprendieron una mañana comiendo sus cruasanes cuando la turba del populacho les cortó sus perfumados cuellos. Todo depende de hasta donde nos lleve el camino…

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La España Ni-ni avanza mientras Europa pone la prioridad en la educación

El informe de la OCDE “Panorama de la Educación 2012″ no puede resultar más desolador: España es el país de Europa con más jóvenes que ni estudian, ni trabajan. Este titular que suena más bien a epitafio generacional es el resultado más desolador de la crisis económica que nos azota desde hace cinco años… ¿o no? Como en la mayoría de los ratios de nuestra actividad en los últimos años, el fracaso educativo en el conjunto del Estado español se ha visto tuneado por el muro de ladrillo de la bonanza económica. Las inversiones realizadas para mejorar la educación de nuestros niños y jóvenes se han dilapidado en reformas legislativas yuxtapuestas, más basadas en criterios ideológicos que en sistema de evaluación de la calidad en las aulas. La peor de las políticas, la partidista, se ha instalado en la organización de los programas educativos y en la selección de los recursos humanos del profesorado. El fracaso escolar hasta hace unos años quedaba absorbido por la burbuja inmobiliaria que daba empleo a generaciones mal formadas capaces de consumir sin sentido común para saber que algún día serían enterrados en el desahucio de una hipoteca bancaria. Pero el debate de las aulas, de los colegios o de la universidad, ha aburrido siempre a una España ágrafa por naturaleza, donde al maestro y al profesor se le sitúa a la cola del éxito social. Este desprestigio de la educación, más que gradual está en nuestro adn – por supuesto con enormes diferencias territoriales en toda la península – y lastra las capacidades para la investigación y la innovación, que no son sino el resultado de la buena educación.

Es evidente que la crisis ha agudizado la situación, pues, a quiénes más desafecta el desempleo es a los jóvenes – el 51% de 18 a 25 años mo encuentra trabajo – y mucho más a aquellos que no tienen estudios. El 23,7% de los españoles de entre 15 y 29 años ni estudia, ni trabaja y España es también el país con mayor tasa de desempleados entre los diplomados de educación universitaria, y el segundo entre los que han superado estudios de secundaria superior y postsecundaria no universitaria. Los más afectados por la falta de oportunidades laborales son sobre todo los mayores de 25 años, ya que entre estos el paro alcanza el 28,6%, 8,6 puntos por encima de la media de la OCDE, seguidos por los jóvenes de entre 20 y 24 años, donde es del 27,4%. En total, independientemente de la edad y del nivel de estudios, el estudio destaca que el tamaño de la población Ni-ni en España casi dobla la media de la OCDE. Pero los jóvenes no son los únicos afectados por una “mala educación”, ya que la tasa de paro creció del 9% en 2007 al 24,7% en 2010 entre los españoles que se quedaron al nivel de la educación secundaria inferior, cuando en el caso de los diplomados con educación superior aumentó de forma algo menos importante, del 4,8% al 10,4%.

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Ante este drama que asola el futuro de nuestros jóvenes, los gobiernos españoles, primero de Rodríguez Zapatero y aún en mayor medida el actual de Mariano Rajoy, han respondido corriendo en sentido opuesto a la recomendaciones de las instituciones de la Unión Europea, reduciendo la inversión en Educación, en Investigación y en Innovación, hasta límites denunciados por los colectivos científicos y de profesorado en todos los ámbitos. Justo lo contrario de lo que el Informe conjunto de 2012 del Consejo y la Comisión sobre la aplicación del marco estratégico para la cooperación europea en el ámbito de la educación y formación solicita de los Estados miembros. “Frente a la peor crisis económica y financiera de su historia, la Unión Europea se ha visto obligada a adoptar nuevas medidas y ha acordado la Estrategia Europa 2020 para un crecimiento inteligente, sostenible e integrador. La educación y la formación son parte esencial de esa estrategia, en particular de las de las Directrices Integradas, de los programas nacionales de reforma de los Estados miembros y de las recomendaciones específicas por país destinadas a orientar a los Estados miembros en sus reformas. Uno de los cinco objetivos principales de la Estrategia Europa 2020 se refiere a la tasa de abandono escolar y a la de personas con estudios superiores o equivalentes completos”, señala el informe taxativamente. Y todo ello con el único objetivo de poner el acento simultáneamente en reformas que impulsen el crecimiento a corto plazo y en un modelo de crecimiento adecuado a medio plazo. Es preciso modernizar los sistemas de educación y formación para aumentar su eficacia y calidad y dotar a las personas de las capacidades y competencias que necesitan en el mercado de trabajo, lo que aumentará su confianza para superar los retos actuales y futuros, contribuirá a aumentar la competitividad de Europa y generará crecimiento y empleo.

Actualmente, todas las partidas de los presupuestos públicos, incluidas las de educación y formación, están sometidas a examen. La mayoría de los Estados miembros tienen dificultades para mantener los actuales niveles de gasto, y aún más para aumentarlos.Sin embargo, los estudios muestran que una mejora del nivel educativo puede tener enormes beneficios a largo plazo y generar crecimiento y empleo en la Unión Europea. Por ejemplo, alcanzar el objetivo de referencia de reducir a menos de un 15 % la tasa de alumnos con un nivel insuficiente en materias básicas de aquí a 2020 podría suponer unas enormes ganancias económicas globales a largo plazo para la Unión Europea. De la misma forma es crucial alcanzar el objetivo de la Estrategia Europa 2020 de reducir a menos de un 10 % de aquí a 2020 la tasa de jóvenes de entre 18 y 24 años que abandona prematuramente la enseñanza y la formación. España vuelve a ser un caso sangrante en esta materia, pues, actualmente registra porcentajes del 28% de abandono muy lejano del 15% de la media de la UE. Una mayor oferta de educación y formación profesional de alta calidad, adaptada a las necesidades de los jóvenes, por ejemplo en forma de aprendizaje mixto que vincule la FP con la enseñanza secundaria general, puede contribuir a reducir el abandono escolar. Esta opción ofrece un itinerario educativo diferente que, para algunos estudiantes, puede resultar más estimulante. Una de las propuestas que realiza, en este sentido, la Comisión Europea consiste en eforzar la cooperación con los padres y las comunidades locales. La cooperación entre los centros educativos y las empresas, las actividades extracu­rriculares y extraescolares y las «garantías juveniles» constituyen posibles formas de participación de los diferentes agentes locales.

Pero Europa no puede quedarse anclada en el objetivo de la educación primaria, secundaria y universitaria, debemos convertirnos en el gran continente de la formación permanente. Para salir reforzada de la crisis, Europa debe generar un crecimiento económico basado en el conocimiento y la innovación. La educación terciaria o equivalente, puede ser un potente motor de ese crecimiento: forma el personal altamente cualificado que Europa precisa para avanzar en la investigación y el desarrollo y aporta a las personas las capacidades y las cualificaciones que necesitan en la economía del conocimiento. En la Estrategia Europa 2020 se ha establecido el objetivo principal de aumentar hasta el 40 % la propor­ción de personas de 30 a 34 años que han obtenido un título de educación terciaria o equivalente de aquí a 2020. En 2010, la tasa media de titulaciones de educación terciaria en ese grupo de edad era del 33,6 %. Y estos conceptos no pueden aplicarse en los Estados europeos como estrategias desagregadas, debemos sacar la rentabilidad del espacio común europeo poniendo en valor el concepto de movilidad durante el aprendizaje. La movilidad consolida los cimientos europeos del futuro crecimiento basado en el conocimiento y de la capacidad de innovar y competir a nivel internacional. Por otro lado, aumenta la empleabilidad de las personas, contribuye a su desarrollo personal y es valorada por los empleadores. Sin embargo, las actuales tasas de movilidad no se corresponden con los beneficios que esta aporta. En torno a un 10-15 % de los titulados de educación superior cursa parte de sus estudios en el extranjero, que es donde la movilidad aporta el valor añadido más reconocido, mientras que solo lo hace un 3 % de los titulados de FP.

En estos días que millones de niños y jóvenes europeos vuelven a las aulas deberíamos cambiar nuestra mentalidad de aparcacoches o de consumo educativo, por el que enviamos a nuestros hijos a aquellos centros que menos nos molestan o nos garantizan títulos y certificados sin contraste de calidad alguno. Deberíamos ser conscientes de una vez de lo que nos jugamos en la formación del recurso humano del mañana como mejor herramienta para solucionar los problemas del presente. Cada euro que dejamos de invertir en una educación adecuada y con la evaluación pertinente, es una oportunidad perdida para luchar contra el cáncer, una década más de dependencia del petróleo, una pérdida de miles de puestos de trabajo y, sobre todo, la consagración de una injusticia social al no dar la oportunidad equitativa al individuo de formarse en libertad. Nos jugamos tanto en la educación que es incomprensible que actuemos al hablar y decidir sobre ella de una forma tan frívola como lo hemos venido haciendo en las últimas décadas. Podemos fallar en casi todo, podemos replantearnos casi todo, pero no cabe duda que concebir la educación como un gasto corriente y no como una inversión nos aboca al camino del empobrecimiento sistemático de la sociedad. Y esto no es solo de responsabilidad de los líderes políticos, lo es de cada uno de nosotros al no permitirlo.

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El rapto de Europa

Cuenta la leyenda mitológica griega que Zeus, en su faceta de incansable conquistador de diosas, ninfas y mortales, puso sus ojos en la bella princesa fenicia Europa. Con el fin de seducirla se transformó en un toro blanco y se mezcló con las manadas del padre de Europa, el rey Agenor. Mientras Europa y su séquito recogían flores cerca de la playa, ella quedó prendada del toro, acarició sus costados y, viendo que era manso, terminó por subir a su lomo. Zeus aprovechó esa oportunidad y corrió al mar, nadando con ella a su espalda hasta la isla de Creta. Entonces reveló su auténtica identidad y Europa se convirtió en la primera reina de Creta. El padre de Europa, corrió desconsolado el resto de su vida por todos los caminos que sus fuerzas pudieron recorrer al grito de ¡Europa!, ¡Europa!, nombre que quedó grabado en la memoria de los habitantes de los lugares por los que pasó y que, por ello, acabó dando nombre al continente. Zeus le dio tres regalos a Europa: Talos, un autómata de bronce; Laelaps, un perro que nunca soltaba a su presa; y una jabalina que nunca erraba. Hoy ha querido la historia que la leyenda ilustre la paradoja que vive nuestra Unión Europea sin cambiar de escenario, en las tierras helénicas bañadas como en los tiempos del mito por las aguas del Mediterráneo. En Grecia, de nuevo, se representa las escenas más épicas de la ya vieja Europa.

Sabido es que los griegos clásicos construyeron su universo mitológico para explicarse el cosmos y su existencia humana plagado de dioses que lejos de ser justos, adolecían de las mismas debilidades que el hombre pero dotados de poderes superlativos. Caprichosos y egoístas, ponían en riesgo el equilibrio de las cosas y no dudaban en emplear la fuerza y el engaño en sus múltiples enfrentamientos, incluso, entre dioses padres e hijos. Supongo que a todos nos suena esta situación y que cualquiera podría imaginar en las reuniones del Consejo Europeo a nuestros 27 jefes de gobierno en el Olimpo de Bruselas, discutiendo ajenos a la realidad mientras, ajenos a los comunes mortales, ciudadanos que asistimos atónitos a las consecuencias de una crisis que destruye el empleo y socava día a día los cimientos del Estado del bienestar. Encerrados en sus moradas de cristal, los políticos europeos parecen no querer enterarse de que su mundo se derrumba porque el nuestro ya se ha venido abajo. Pelean por la supremacía olímpica y por enviar al inframundo a esos dioses variables que no han cumplido las reglas del juego. MerkelSarkozy antes y ahora cumplirá el mismo roll Hollande, han enviado al invierno que supone la intervención económica a PapandreuBerlusconiCowenSócrates y Zapatero. Sus sucesores, PapademosMontiKennyPassos Coelho y Rajoy, se dedican a administrar bajo mandato de los dioses olímpicos, la penuria y la miseria de unas políticas de ajustes que han demostrado que solo sirven para condenarnos a todos a la recesión.

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Nuestro mundo, aquel que construimos con el esfuerzo de la solidaridad y la ilusión del sueño europeo común, de tanto precipitarse hacia el abismo en los últimos tres años, se viene abajo por la fuerza de la gravedad, por esa insoportable levedad del ser que se pliega a la incercia de los acontecimientos. Todos sabemos que el desastre es inminente, incluso hablamos sin rubor de sus consecuencias, pero nadie es capaz de hacer nada. Miramos al Olimpo buscando una señal que nos dé confianza, que nos marque el camino hacia esa nueva tierra prometida europeista, pero solo nos llegan los ecos de sus broncas, los rumores de desunión, los reproches mutuos y el ruido ensordecedor de sus escándalos de corrupción. Pero mientras, la gente sufre, padece el dolor de un empobrecimiento que está abriendo una brecha social profunda entre ricos y pobres. Mientras, la sanidad pública se desmantela y sus profesionales trabajan al límite malpagados. Nuestros hijos cada vez se educan peor porque no hay recursos para tener los mejores profesores. No investigamos, ni innovamos porque no tenemos ni ideas para enfocar hacia dónde mirar, ni fondos para destinarlos. Mientras nuestros mayores han pasado de ser atendidos a tener que atender a sus hijos en paro y a sus nietos sin hogar. Estamos asistiendo al desahucio social, a la expulsión a la marginalidad de una buena parte de nuestra sociedad. Y nadie hace nada…

Asistimos a una de las transformaciones del mundo más vertiginosas de la historia. Pero deberíamos tirar de Einstein y relativizar la situación, al fin y al cabo, solo estamos ante una minúscula partícula del tiempo en evolución, por mucho que para nosotros sea la única transcendental porque es la que nos ha tocado vivir. Huir del drama y la tragedia como forma de representación de lo que está sucediendo es la primera de la tareas a las que deberíamos enfrentarnos. El cambio es consustancial a la esencia terrenal y humana, algo que sin embargo sigue provocándonos temor y parálisis. Tenemos una Unión Europea de solo 50 años de vida y una moneda única de poco más de diez. Es lógico que como el adolescente al que le duelen los huesos, le sale acné y sus hormonas se revolucionan, nuestro proyecto en común en crecimiento muestre síntomas de juventud. Pero si seguimos teniendo la firme determinación de seguir creciendo, de seguir apostando por un espacio en libertad, de profundizar en la democracia y la transparencia de nuestras actuaciones, de redimensionar nuestro edificio de derechos y coberturas sociales, acabaremos madurando y demostrando al mundo que ese joven que tantos desvelos supuso un día para todos, es de nuevo el referente universal de civilización.

No tiene sentido que la Unión Europea que sigue suponiendo la organización supranacional con más calidad de vida del planeta vea cuestionado su futuro por los mercados. Algo falla de base en el planteamiento: si nuestra deuda es la más cara por las incertidumbres que provocamos, ¿qué será entonces del futuro del resto de mundo que necesita de nosotros comercialmente para seguir viviendo? ¿Pueden los mercados afirmar que el futuro de economías tan dependientes como la china, la hindú, la brasileña o la turca por poner algunos ejemplos de Estados emergentes es más predecible? Y que decir del resto del mundo aún atrapado por la hambruna y las desigualdades, África entera y gran parte de Asia o América Latina, ¿son poblaciones cuyo futuro pinta mejor a corto o medio plazo que el nuestro? Situar a Europa como el paradigma del problema mundial es tan ridículo como racionalmente insostenible. Otra cosa, bien distinta, es que se apele a nuestra responsabilidad de ricos egocéntricos para que no nos convirtamos una vez más en escenario de conflicto y seamos capaces de liderar las ideas de futuro de la humanidad. Todos necesitamos más Europa, no sólo los europeos, el resto del mundo también nos necesita. Hemos sido a la vez los pueblos más guerreros y que más sacrificios en vidas han supuesto a la humanidad en su historia y de la misma forma el continente que más ideas a aportado al ser humano. La Unión solo tiene un sentido: apostar por el lenguaje de la palabra y abandonar la semántica de las armas, algo que solo será sostenible si nuestros políticos son capaces de hacer política con mayúsculas para el ciudadano, para resolver sus problemas.

Europa como su dioses del Olimpo se enfrenta a una guerra de Titanes, la guerra contra la especulación, la avaricia, la ilegalidad, el fraude, esos dioses que gobiernan los mercados a su antojo, sin que el poder de representación pública de gobiernos e instituciones haya sido capaz de hacerles frente hasta ahora. Tenemos armas, las del derecho, las de la democracia, la de nuestros ciudadanos libres decididos a no dejarse amedrentar por las agencias de rating o las primas de riesgo. Somos más y más fuertes en razón y convicción, solo tenemos que creérnoslo. Sólo necesitamos que Zeus, sea Merkel o quien sea capaz de liderar esta contienda política, reúna a sus hermanos dioses en el próximo Consejo Europeo del 28 de junio y tomen medidas que destierren al Tártaro, el peor lugar del inframundo a los Titanes que pretenden acabar con nuestra civilización forjada a través de siglos de conquistas sociales. Salvar el euro en sus integridad, salvar a los griegos de su particular tragedia y abrir la senda del crecimiento económico son las primeras batallas de las que deben salir victoriosa y para eso Europa sigue contando con su autómata de bronce, su perro que no suelta a su presa y la jabalina que nunca yerra.

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De cómo vivir rescatado

Ahora que la palabra apocalipsis se ha puesto de moda ante un hipotético rescate de la economía española, habría que recordar que esta dramática situación no es nueva en la historia de España. Es más somos uno de los Estados con mejores marcas en el particular ranking de la bancarrota universal. Nada menos que seis veces se declaró en quiebra durante los siglos XVI y XVII, bajo el reinado de los Austrias, y en ocho ocasiones más en los convulsos años marcados por las continuas guerras civiles en el siglo XIX. Vamos que deberíamos estar más acostumbrados a la penuria y los desahucios que a la bonanza y los éxitos, eso al menos en el caso de los ciudadanos de a pie. El significado del rescate en el caso de un Estado es muy similar al concepto que manejamos cuando hablamos de particulares o familias.  Un país se declara en quiebra cuando sus debilitadas cuentas públicas no le permiten hacer frente a sus compromisos de pago, tanto con particulares como con organismos internacionales o terceros países. Esto ocurre cuando los niveles de déficit fiscal y deuda externa y pública son insostenibles.

Es evidente que cuando se llega a una situación así, se han producido suficientes errores propios como para propiciar la especulación en torno a la ruina y posterior “salvación”, así como la presión externa de aquellos que aguardan la caída para quedarse con los restos a muy módicos precios. Y los mecanismos son siempre los mismos desde que el tiempo es tiempo. Los salvadores dosifican las ayudas a cambio de que se produzcan las medidas que consideran garantizarán su devolución. Los “rescates” no son otra cosa que convertir deuda privada, que por lo general han generado y disfrutado los sectores más ricos, en deuda pública que pagarán a la lo largo de décadas principalmente las clases de rentas más bajas. Además, la nueva deuda además de estar condicionada, debe ser preferente, es decir, se paga antes que cualquier otro compromiso. En la década de los 70 y los 80 los rescatadores se cebaron en América Latina y otras economía entonces denominadas en “vías de desarrollo”. Fueron los grandes momentos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional y supusieron la antesala de las políticas neoliberales que en los 90 se extendieron al ritmo de la globalización. GreciaIrlanda y Portugal fueron los primeros euroestados en sufrir las consecuencias de las alegrías del mercado libre y ahora el volumen de España complica encontrar a los buitres la manera de hincar el diente al cadáver. Mera cuestión de tiempo y de ponerse de acuerdo los carroñeros para repartirse el festín.

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Llegados aquí cabría señalar que realmente llevamos dos años supervisados y seudorescatados. Los efectos en política económica de nuestros desequilibrios los llevamos pagando desde que en mayo de 2010 al ex presidente RodríguezZapatero le bajaron del guindo y le impusieron un giro copernicano que acarreó a los ciudadanos la congelación de las pensiones y la reducción de sueldo a los funcionarios como primeras dosis de la amarga medicina que llevamos tomando desde entonces. Los llamados ajustes, que curiosamente son unidireccionales, es decir siempre se aplican sobre las clases medias y bajas, tienen ya en España más de 24 meses de antigüedad y lejos de ser suficientes no han hecho más que empezar. Por tanto, deberíamos tener claro el tortuoso camino a seguir que nos espera caso de ser rescatados. Se parece mucho al actual pero acentuando en intensidad y tiempo las medidas ya aplicadas.

En todo caso podemos señalar con bastante exactitud los diferentes efectos que un rescate podría producir:

  • Sobre el Estado: el principal efecto se deriva del encarecimiento para colocar deuda pública o hacerlo a altísimo precio. En la actual crisis, en todos los casos de rescate, se ha detectado cómo antes la rentabilidad de los bonos soberanos de los países se ha disparado y ha marcado niveles récord respecto al bono alemán, que es el activo de referencia, por considerarse el más solvente. Este hecho provoca que las medidas de ajuste del déficit emprendidas por los gobiernos rescatados se alarguen en el tiempo y en las cuantías, en una auténtica espiral perversa.
  • Sobre las empresas: el rescate produciría un efecto top-down, empezando por las que cotizan en bolsa, dado que el hecho de anunciar un estado de insolvencia y su posterior rescate tiene un efecto muy negativo sobre los mercados de valores. Las caídas en las cotizaciones de las principales empresas multinacionales españolas sería automática dada la globalización del capital. Ello las pondría al borde de posibles opas hostiles de compradores ávidos de sus activos internacionales, lo que les obligaría a profundas restructuraciones para tratar de sostener sus resultados. Con lo que sus proveedores de manera indirecta verán mermadas las facturaciones y una vez más las pequeñas y medianas empresas volverán a pagar el pato de los ajustes.
  • Sobre el ciudadano: los peores efectos ya lo está sintiendo por lo que por su naturaleza no le pillarán de sorpresa pero sí por la dureza de los mismos. Así verán incrementada la carga tributaria derivada de la necesidad del Estado de ingresar más recursos con los que atender el servicio de la deuda. A la vez que sus rentas del trabajo y de capital disminuirán debido a la reducción de los salarios tanto públicos como privados, del cierre de empresas por la caída de demanda y de la cancelación de contratos públicos ante la necesidad de las Administraciones de seguir recortando gasto.

A estos efectos hay que añadir el estigma que un  rescate que se convertirá en noticia de alcance internacional producirá sobre la marca del Estado español. En primer lugar, por la falta de credibilidad que todo lo español tendrá y, en definitiva, porque llevará aparejada una pérdida de atractivo para inversiones internacionales, tanto como una huida de las actualmente residentes. Deslocalizaciones y búsqueda de lugares más acordes para encontrar las rentabilidades seguras se coordinarán a alta velocidad.

Pero, sin duda, los efectos más perniciosos del rescate son los que atacan y socavan los sentimientos. Un país rescatado es un colectivo sin ánimo, sin rumbo, que pierde los referentes del presente y solo espera mesiánicamente la aparición de alguien que le lleve a la tierra prometida. Y si ésta no llega, uno no tiene más remedio que buscársela, el destino de una juventud formada a la que definitivamente condenaríamos a la emigración. Varias generaciones perdidas para el conocimiento en común, regalada al mundo a bajo coste. El empobrecimiento en ratios de renta per cápita y de servicios sociales – eduación, sanidad y dependencia – es seguro, los cálculos más optimistas lo cifran en un 30% y los más pesimistas en un 50%, pero el derrumbe generacional de una sociedad que pierde el talento y el empuje de sus jóvenes es incalculable. Ese sería el peor precio pagado por el rescate.

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El new deal europeo o de cómo crecer austeramente

El triunfo de François Hollande en las elecciones presidenciales francesas a hecho correr por Europa la especie de falso debate entre los defensores de la austeridad y los partidarios del crecimiento economico. Como si una cosa estuviera reñida con la otra, cuando realmente una es condición para la otra o ambas son simbiosis de la buena praxis de la gobernanza. Cierto es que la politica impulsada por la Canciller alemana Angela Merkel y seguida a pies juntillas por el expresidente galo, Nicolás Sarkozy de ajustes presupuestarios, a base de recortes sociales para alcanzar el sagrado totem del déficit cero, han provocado un movimiento pendular hacia el lado de las propuestas de inversión para fomentar el crecimiento. Un péndulo más movido por los ciudadanos a la hora de votar, que por las propias propuestas de los socialdemócratas con proyectos alternativos a los de los conservadores. La crítica de la izquierda en una Europa de nuevo en recesión y sus vagos guiños de esperanza al electorado, han sido suficientes para empezar a desalojar a la derecha gobernante.

Pero de momento, más que por una alternativa, por lo que la gente ha apostado es por la alternancia a ciegas. Los europeos, elección tras elección, estamos convirtiendo la política en una suerte de batidora que tritura a todo gobernante que ha tratado de gestionar la crisis, más allá de su color ideológico o de la fortaleza de sus líderes. BrownPapandreuBerlusconi, SócratesZapateroCowen,Rutter, Sarkozy y previsiblemente Merkel que lleva un rosario de derrotas en elecciones en los länder, han engrosado la larga lista de políticos engullidos por la vertiginosa marcha que ha impuesto la crisis. Superar un mandato, el mínimo de cuatro anos, se ha convertido en el plazo de quita y pon a que estamos sometiendo el ritmo de decisiones políticas. Tal estress, aunque resulta lógico dada la ineptitudo de todos ellos para enfrentarse a los problemas, no parece el clima más adecuado para llevar a cabo un programa de medidas solvente con proyección a medio plazo. Queremos soluciones y las queremos ya, sin pensar que probablemente las soluciones solo vendrán del cambio de modelo y para ello se precisa reflexión, ideas y tiempo para que funcionen.

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Ese es el camino del new deal europeo, una nueva era del viejo continente que debe rejuvenecerse en todo. Los requisitos que señalan aquellos que aún se dedican al desprestigiado oficio de pensar en Europa, establecen una serie de premisas para empezar a transitarlo. Los principales think tank europeos  han propuesto un decálogo para salir de esta crisis sistemica. A saber:

1. Compromiso: sin una apuesta decidida de pueblos y gobernantes para salir adelante, sin un nuevo contrato social entre todos, no hay futuro. El espacio europeo primero tiene que ser creíble y para eso tenemos que creernoslo los europeos, sentirlo y desearlo. Solo de esa pasion útil surgirá la defensa de Europa como algo propio.

2. Sacrificio: la construcción europea se basa en la cesión y en el sacrificio de todos para todos. La cultura del esfuerzo debe ser proporcionada, una forma de ser de la Unión tan imprescindible para evitar agravios comparativos dentro, como para ser tomados en serio por las potencias internacionales y no ser vistos como el club de los ricos ociosos del mundo.

3. Colaboración: abrir fronteras, posibilitar el movimiento de mercancias, capitales y personas, dotarnos de instituciones y monedas propias ha supuesto una ingente tarea política de más de medio siglo. Debemos preguntarnos cada uno de los ciudadanos europeos si estamos aprovechando esa maravillosa oportunidad que hemos sido capaces de proporcionarnos. Las posibilidades de colaboración entre empresas, entidades locales e individuos son aun enormes y porqué no hemos puesto en valor ni un 10 por ciento de sus posibilidades, segun los estudios de la Comisión Europea.

4. Juventud: los principales cambios de era en Europa los han liderado los jóvenes, siempre han actuado de vanguardia política, artística o científica. Darles el protagonismo que requieren y un futuro esperanzador es un requisito imprescindible para nuestra supervivencia.

5. Educación: solo creceremos si formamos mejor a las generaciones futuras. Nuestros centros educativos desde primaria a secundaria y, de forma muy especial, universitaria, son el eje del valor añadido del proyecto europeísta. Debemos aspirar a la excelencia educativa y volver a ser referente mundial de pensamiento.

6. Innovación: nuestros productos y servicios pueden diferenciarse por sus procesos innovadores y de investigación, distinguiéndose de competidores mundiales cuantitativos y de bajo coste. No debemos aspirar a convertirnos en un espacio de reducción de precios y de derechos como si fueramos un país emergente.

7. Solidaridad: somos más de 500 millones de habitantes con iguales derechos y debemos serlo con las mismas oportunidades. Consolidar y no perder el carácter social de Europa es una necesidad para seguir gozando del mayor espacio de paz y seguridad mundial.

8. Democracia: la transparencia y el ejercicio participativo de nuestras sociedades es un requisito básico para que los ciudadanos se sientan parte de un todo. No somos un colectivo dirigido a un objetivo ciego, con una meta de crecimiento planificado, somos un conjunto de pueblos diferenciados, con diversidad de culturas que deben ser respetadas siempre, aunque nuestros ritmos sean mas lentos de lo deseable.

Y llegamos al corolario que hoy centra el debate:

9. Austeridad: no gastar lo que no se tiene, realizar previsiones ajustadas de ingresos y gastos, llevar a cabo una gestión pública fiscalizada y con un correcto plan de prioridades, debe ser un forma de ser que no puede verse alterado por los vaivenes de los ciclos económicos.

10. Crecimiento: ese ansiado afán de toda sociedad que significa traducir los incrementos del PIB en riqueza y desarrollo social, solo puede venir de la aplicación de los nueve anteriores puntos de este decálogo. No existen recetas o medidas mágicas, que tornen la recesión en crecimiento por el mero hecho de poner en marcha una serie de cortoplacistas medidas reactivadoras. No hay otro plan Marshall para Europa que pueda servir, porque ni hemos vivido otra guerra, ni EE.UU. nos tienen que salvar. La solución está en nosotros, la solución es Europa.

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La reforma laboral española “modélica y valiente”… para Merkel y ¿para los españoles?

Conviene recordar, para aquellos que claman sistemáticamente por una mayor flexibilidad del mercado de trabajo como si de la panacea universal se tratara, que una reforma laboral no crea empleo y si acaso su función es proporcionar condiciones para que contratar sea posible. Son el crecimiento, la demanda interna, la capacidad exportadora, la productividad o la competitividad de una economía las verdaderas claves del incremento de ventas y de beneficios que lleva aparejada la contratación de personal en las empresas. Por tanto, de entrada llama la atención el empecinamiento de los gobiernos españoles y de las autoridades europeas en apresurarse a plantear una “agresiva” – en palabras del ministro de Economía Luis de Guindos – cuando las reformas estructurales, antiespeculativas y de lucha contra el fraude fiscal aún ni siquiera han empezado a enunciarse. Acometer parcialmente reformas sin poner el énfasis en el cambio del modelo productivo solo puede deberse a un intento de calmar a los socios comunitarios, especialmente, a la todopoderosa canciller Merkel o para satisfacer las necesidades de las grandes empresas. Ninguno de los dos motivos justifica la extrema urgencia de una reforma que llega apenas un año después de la realizada por el gobierno de Rodríguez Zapatero y que tan escaso éxito, por no decir nulo, ha tenido.

Realizada la crítica anterior, no es óbice para reconocer las causas objetivas que hacen necesaria una reforma del marco legal del mercado laboral en España. La principal tiene un rostro muy concreto, la generación perdida de jóvenes que se están viendo obligados a emigrar ante la imposibilidad manifiesta de encontrar trabajo. Con más del 40% de la tasa de paro juvenil España es el país de Europa líder en esta estremecedora estadística. Duplica la media de paro de la Unión Europa en menores de 25 años, es decir, en personas que acaban sus estudios universitarios, jóvenes que han realizado formación profesional o lo que es más grave, los “ni-ni”, aquellos que ni estudian, ni trabajan. El futuro que deben representar está más que cuestionado y sus expectativas para los años venideros no parecen ser mejores. Ante este drama generacional y colectivo de nuestra sociedad, solo cabe conceder el valor que le corresponde a un puesto de trabajo. Si los legisladores fueran capaces de convencer a los trabajadores de la riqueza infinita que hoy en día supone poder trabajar cuando el empleo se ha convertido en un bien tan escaso, probablemente cambiarían las mentalidades de quienes acuden a su lugar de trabajo mecánicamente para cubrir una jornada laboral y cobrar un sueldo a fin de mes. Esa transformación de la cultura del trabajo tendría mucho que ver con la relación empresa – trabajadores, pasando de un criterio de conflicto a uno cooperativo, diseñado desde el reconocimiento de ambas partes de que la negociación colectiva actual está obsoleta. La capacidad de innovación o la eficiencia en el uso de los recursos en una empresa está directamente relacionada con el clima laboral de la misma. De ahí que resulte imprescindible que cada cual se conciencia para buscar los niveles de excelencia lógicamente exigibles en su nivel de responsabilidad. La verdadera reforma laboral empieza por uno mismo, empieza porque empresarios y trabajadores se pregunten si están haciendo todo lo posible para trabajar mejor, para crear más riqueza y desarrollar el negocio.

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España es uno de los países europeos que más reformas laborales ha acometido en la última década. La reforma de la reforma de la reforma ha concebido un mercado laboral español que lleva demasiadas legislaciones yuxtapuestas sin encontrar un camino estable para el mercado de trabajo. Y es así precisamente porque el foco no se ha puesto en el verdadero problema. Los tecnicismos contractuales se han impuesto a las visiones estratégicas, se han cambiado fórmulas contractuales una y otra vez tratando de ajustarlos a las situaciones del mercado, sin entrar de lleno en los procesos formativos y en los esquemas organizativos que afectan a los niveles de productividad y, por ende, de competitividad en su entorno de mercado. Esas reformas estructurales que tienen más que ver con la forma de trabajar española, que huye del concepto colaborativo y que desprecia la colaboración en cluster empresarial, son las que desde hace años se hacen imprescindibles para crear empleo sostenible. Seguimos poniendo el ojo y la bala en el despido, como si abaratarlo fuera la única manera de convencer a un empresario de que contrate. Una cosa es que el sistema drene, es decir, que permita la entrada fluida de trabajadores en él y otro que lo convirtamos en la bañera que tratamos de llenar y a la que no ponemos tapón.

En todo caso, ya que nos han cocinado un plato de comida rápida, otra reforma laboral express, me aventura a comentar las principales medidas de la misma:

Condiciones de despido no objetivo, es decir, improcedente: la indemnización pasa de 45  a 33 días por año trabajado y su tope de 42 a 24 mensualidades. No es retroactivo, esto es, computa dualmente. La antigüedad anterior a la reforma se contabilizara sobre 45 días y 42 mensualidades y la que surja a partir de ahora sobre 33 días y 24 mensualidades. Dadas las actuales circunstancias económicas, podría calificarse como el mal menor que los trabajadores estarían dispuestos a aceptar, mientras que a los empresarios les parecería si fuera la medida principal de la reforma, insuficiente a todas luces. Por tanto, no produce ni frío, ni calor a los actores del mercado laboral.

Condiciones de despido por causas objetivas: 20 días por año trabajado y la justificación para su aplicación por parte de las empresas no será otra que poder demostrar la bajada de ingresos o pérdidas en los últimos 9 meses del ejercicio. Sin paliativos y si en el trámite parlamentario no se establecen severos mecanismos de control, esta medida es un auténtico coladero para fraudes y despidos masivos. Permitiría cambiar trabajadores caros de mediana edad (entre 45 y 60 años) por jóvenes mileuristas. A ella se añade la capacidad que se les concede a las empresas para llevar a cabo un ERE – Expediente de Regulación de Empleo – sin necesidad de contar con la autorización administrativa. Un traje a la medida para las grandes compañías y que extienden además a las empresas públicas.

Cambio de condiciones de trabajo: se conceden amplísimos poderes a las empresas para cambiar las condiciones en que un trabajador ejerce su labor tanto por causas organizativas, de producción… en suma, de todo lo que el empresario estime oportuno. Cambiar horarios, ubicación o puesto, supone alterar radicalmente la vida de una persona y eso viola claramente los más mínimos derechos de los trabajadores.

Contrato de emprendedores: se establecen subvenciones y bonificaciones para fomentar el empleo joven. Volvemos a caer en la trampa de crear empleo no por necesidad del mercado sino por convertir en un negocio el contratar.

Temporalidad: se impide la concatenación de contratos temporales buscando el fomento de la contratación indefinida. Nada que objetar si no fuera porque la realidad actual del crecimiento de nuestra economía hace imposible a los empresarios planificar su masa laboral sobre contratos indefinidos, más bien requieren ligarlo a la demanda o su capacidad de venta o de realizar proyectos.

Podemos concluir que si la reforma se aborda por los agentes sociales, especialmente los empresarios, por su lado más “agresivo”, se logrará el abaratamiento del despido que favorece a las grandes empresas que podrán cambiar empleados “caros” maduros, por jóvenes a bajo coste. Habremos aumentado el paro y además, lo habremos hecho en su segmento de población más sensible, clases medias que soportan la protección familiar de sus mayores con bajas pensiones y de sus hijos sin empleo. A corto un absoluto desastre y a largo una apuesta sin garantías de éxito, ni de ofrecer una perspectiva ilusionante a nuestros jóvenes. Para Merkel una reforma “modélica y valiente”, seguramente porque no afecta a sus trabajadores alemanes y para los españoles un motivo más de preocupación. Enfrente una oposición política disminuida, unos sindicatos sin apenas credibilidad social y unos ciudadanos atemorizados.

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El Gobierno Rajoy o el Ejecutivo naftalino

Tiene el gobierno Rajoy una edad media de 55 años, es decir, según se mire es un equipo de veteranos experimentados o un grupo de viejos carcas. Es evidente que los años de vida son una medida relativa, porque el enfoque con que afrontas problemas y oportunidades depende de cómo se han vivido y de cómo se está dispuesto a vivir los años que te quedan. Conozco jóvenes anímicamente avejentados y personas mayores irreductiblemente juveniles. Sin embargo, un hecho es cierto: tras décadas en que primó la juventud de los gobernantes en La Moncloa – así ocurrió con la llegada de Felipe González, después con Aznar y, sobre todo, con Zapatero – ahora Rajoy ha impuesto la moda “retro”.  Muchos de sus ministros son casi sexagenarios y fueron altos cargos o miembros de los gobiernos aznaristas, hace ya más de 10 años. Se me antoja que tienen demasiadas referencias al pasado, que sus análisis se basan más en la experiencia vivida que en la prospectiva de futuro. Conducir mirando al retrovisor es una práctica imprescindible cuando se pretende adelantar pero puede desviar en exceso la atención de la carretera y de la trazada más conveniente en una curva peligrosa. Y me temo que la tremenda crisis económica que atravesamos requiere más destreza con la mirada puesta hacia adelante que estar preocupados por lo que hemos dejado atrás.

En este primer mes de gobierno, los ministros de Rajoy han acudido en fila india al Congreso de los Diputados a exponer sus principales proyectos para la legislatura, curiosamente a excepción hecha aún del titular de Economía, Luis deGuindos que lo hará el próximo 7 de febrero, como si necesitara más tiempo para aclarar las ideas cuando la suya es la máxima responsabilidad del Ejecutivo. Del roll show de los ministros nos han quedado un rosario de reformas legislativas cuya parte más novedosa consiste en la componente remake de regreso al pasado. La mayoría han elegido como arcadia política, los primeros años de las década de los 80, cuando muchos de ellos eran unos rebeldes veinteañeros de centro derecha que vestían abrigo loden y trataban de ligar por la madrileña calle Serrano. Supongo que el recuerdo de aquellos joviales años les retrotrae a idílicos paisajes sociales de una España que aún era en gran medida el reflejo de una dictadura y que también estaba lejos de su incorporación a Europa. Una libre versión de las coplas de Jorge Manrique y de “como a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor”.

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A saber la crónica de la regresión la inició precisamente la vicepresidente SorayaSáenz de Santamaría, una de los miembros más jóvenes del Gobierno que, sin embargo, hizo gala de sentirse contagiada de la moda centrista reformista. De forma sorpresiva anunció la reforma de la Ley del Consejo General del Poder Judicial, por medio de la cual actualmente los consejeros son elegidos por los jueces y por los miembros del parlamento. Su propuesta: volver a antes de 1985 y que todos los miembros del Consejo los elijan los jueces. La razón argumentada: la justicia está muy politizada, como si el PP no se hubiera aprovechado de la circunstancia y como si las asociaciones de jueces fueran independientes de la política y si tuvieran más capacidad de representación de la que tienen los partidos políticos. Le siguió el turno el ex alcalde de Madrid y flamante ministro de Justicia, Alberto Ruíz Gallardón y a él le correspondió el principal desfile de modelos retro del Ejecutivo. Primero con la insinuación de una revisión de penas para delitos especiales convertibles en cadenas perpetuas, medida que obliga a esforzar más si cabe la memoria, pues, nos sitúa en tiempos de la dictadura franquista – veremos como salva la constitucionalidad de tal ocurrencia -. De similar corte el anuncio de la introducción de una tasa para ejercer el recurso en segunda instancia, de tal forma que consagra el principio de la justicia para el que se la paga o se la puede pagar. Y cómo no, la guinda de su comparecencia no podía faltar la reforma de la ley de interrupción voluntaria del embarazo, devolviéndonos a los supuestos y no a los plazos, otra situación anterior a 1985.

Después llegó el titular de Educación, José Ignacio Wert para poner el reloj de las escuelas en hora, en la hora del Partido Popular. Confirmó lo ya anunciado por el presidente en su discurso de investidura en su deseo de añadir un año más de bachillerato a los alumnos de enseñanza secundaria. Volvemos a los tiempos del PREU del bachillerato clásico, es decir, a la educación modelo UCD, anterior a la reforma de José María Maravall, el primer ministro socialista de Educación de Felipe González. A él debemos la LODE, Ley Orgánica del Derecho a la Educación que universalizó la gratuidad de la misma. Y para no incumplir el programa electoral de los populares, el ministro Wert anunció la desaparición de la asignatura inventada por Zapatero, Educación para la Ciudadanía, que apenas va a durar cinco cursos. Según el ministro las clases impartidas han servido para ejercer el adoctrinamiento político de los chavales. Será que el nacionalcatolicismo en el que fueron educados todos los ministros de Rajoy era aséptico y neutral o será que en los colegios concertados católicos no se imparte doctrina alguna.

El postre de las comparecencias regresivas lo ha puesto la ministra de Sanidad, Ana Mato, cuyo anuncio de llevar a cabo una ley de Servicios Básicos lo dice todo. Básico es sinónimo de mínimo, por lo que podemos temernos que el Estado va a establecer los umbrales de una atención sanitaria y la Comunidad Autónoma que quiera mejorar sus prestaciones que se la pague, una vez más si puede. Podría decirse que el Gobierno se declara en huelga de salud y nos declarará los servicios mínimos a prestar. Lo del copago de momento que ni que sí, no que no, queda para próximas citas según se pongan de feas las cuentas públicas de cara a los presupuestos que deberán aprobarse en primavera. Y para no perder la costumbre de sus antecesores en sus comparecencias, cumplió otro compromiso programático de derogar medidas llevadas a cabo por el gobierno Zapatero. En este caso respecto a la dispensación de la píldora del día después. Según la ministra se han encargado un informe sobre los resultados desde su implantación y conforme a los datos que aporte se decidirá si se mantendrá la libre dispensación o se requerirá la receta médica. En una palabra, que como todos sabemos uno encarga el informe para que diga lo que el que paga espera y, por tanto, cualquier madrugada de amor juvenil desenfrenado deberá acabar en urgencias para que un médico de guardia extienda una receta.

Tanta conmemoración de tiempos pretéritos, sin ser baladí, tendría escasa relevancia si en la materia que protagoniza el drama de la crisis, el empleo, hubiera sido abordado ya con medidas de fomento de la actividad económica. Sabemos ya que el proceso de marcha atrás en el tiempo incluye también pérdida de derechos, de prestaciones del Estado del bienestar y subida de impuestos. De lo que no tenemos ni idea es de cómo el gobierno piensa reducir la espantosa cifra de 5.300.000 parados que también nos trae recuerdos de principios de los 80, de una economía escasamente internacionalizada, desmantelando industrias, con la banca en quiebra, inflación desatada, con más de tres millones de parados y tasas de desempleo superiores al 20%. Volvemos a donde estábamos en una especie de viaje a ninguna parte, sin un liderazgo capaz de poner la vista en el horizonte y tomar el rumbo del crecimiento. El olor a naftalina que inunda las primeras decisiones del Ejecutivo Rajoy nos retrotrae 30 años atrás en un somnoliento ejercicio del día de la marmota. Seguiremos esperando una brizna de frescura y de valentía para encarar el futuro, aunque cada vez esté más convencido de que los vientos que vienen de Madrid como los de Dinamarca huelen a podrido.

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