De porqué Syriza no es moderna aunque esté de moda

Escribir contracorriente siempre es un ejercicio de incomprensión que requiere de un esfuerzo añadido al exponer argumentos, aunque no sea posible convencer y sea solo por ser bien entendido. Esta es mi intención en estas líneas surgidas de las reflexiones que me producen los primeros pasos del nuevo Gobierno griego emanado el pasado fin de semana de las urnas. Un Ejecutivo que a una velocidad atípica, en escasos cinco días, ha marcado impronta de lo que puede ser su devenir futuro. Coincide además en el tiempo el estreno en la toma de decisiones de los hombres de Tsipras con mi estancia esta semana en Bruselas, el escenario principal de la tragedia a la que se enfrenta el pueblo griego. Y debo confesarme sorprendido por el desarrollo de los acontecimientos tanto por su contenido de fondo como por las formas adoptadas. Si el cambio político en Grecia se nos vendía como una esperanza de giro en las políticas europeas, la realidad de sus primeros pasos ha evidenciado muchos más riesgos para todos los europeos, que oportunidades de mejora.

Empiezo por poner en tela de juicio la frivolidad con que la prensa de diferentes países europeos ha acogido la victoria de Syriza y el escaso análisis previo a las elecciones y posterior a ellas que de sus propuestas se ha hecho en los mismos. Probablemente de haber puesto el foco más sobre la realidad de su programa y de los personajes que la integran y menos en la ilusoria utopía de sus intenciones, nos habríamos dado cuenta de la nula aportación al progreso, que el cambio enGrecia nos puede aportar en la Unión Europea. Y es que ponerse de moda gracias al hartazgo de una buena parte de la población europea de las políticas de austeridad impuestas por la Alemania de la Canciller Merkel y ejecutadas por la Troika, no garantiza en absoluto la aportación de modernidad de un proyecto. En una palabra, estar de moda no es lo mismo que ser moderno. Lo moderno es aquello que representa un avance en ideas, en planteamientos sociales y en convivencia pacífica. En ese sentido, nadie puede defender que la foto del Gobierno griego camina en esa dirección. Todos hombres, todos, menos el propio Primer Ministro, mayores de 50 años, todos ex dirigentes del viejo Partido Comunista heleno, todos pro-soviéticos y el que no lo es, la cuota del coaligado partido de los Griegos Independientes, un declarado xenófobo, homófobo y anti-turco. Una foto más propia del Politburó que de un Ejecutivo que debe enfrentarse a una situación extrema que requiere la audacia de la innovación de las ideas y del impulso de la juventud.

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Del pacto relámpago entre una fuerza política de la izquierda radical con un partido conservador al que no llamamos ultra porque a su derecha están los nazis griegos, casi mejor no hablar porque lo único que les une es el rechazo al pago de la deuda. Es decir, el incumplimiento de unos compromisos adquiridos con Grecia, no ante unos bandoleros del FMI o de la Comisión Europea, sencillamente ante todos los ciudadanos europeos que hemos puesto cientos de miles de millones de euros para solidariamente sacar de la ruina a nuestros hermanos europeos en Grecia. Resulta inaudito que se pueda calificar de comprensible una unión contra natura entre Syriza y los Griegos Independientes por el solo hecho de que la aritmética concede el resultado de una mayoría. La coherencia ideológica de ese Gobierno es nula de principio y solo comulgan conjuntamente en una senda de populismo irresponsable. Y para más esperpento, se le entrega la cartera de Defensa al griego independiente, extremista en sus posiciones ante la inmigración y que considera una amenaza a Turquía. Todo ello en el escenario de los Balcanes, clásico teatro de operaciones de guerras y frontera marítima del territorio donde el yihadismo islámico avanza a golpe de terror.

Pero lo dicho no pasaría de ser una retahíla de incoherencias menores, de no ser por el posicionamiento en política exterior de la Unión Europea que el Gobierno de Alexis Tsipras ha mostrado desde su elección. Declararse descaradamente pro-ruso supone en estos momentos, no solo una ruptura de la unanimidad de la posición común de los 28, sino una introducción de una tensión añadida al conflicto que la UE mantiene con Rusia por la invasión de ésta en territorios ucranianos. Las invasión de Crimea y algunas ciudades del Oeste de Ucrania ha sido considerada por los legítimos gobiernos de los Estados miembros como un acto de violencia unilateral, que ha sido contestado con la aplicación de sanciones económicas a los productos rusos. El cambio de posición del Gobierno griego obedece exclusivamente a un intento de chantaje para que las posiciones respecto al pago de la deuda se relajen. La política exterior y de seguridad de la UE es la única que por tratado requiere de la unanimidad y ese es el precio que el Syriza pretende hacernos pagar a los europeos a cambio de que realicemos una quita de su deuda. Lisa y llanamente, si no pago estoy de acuerdo con que obligues a Rusia a desocupar territorios ucranianos, si me obligas a pagar veto las sanciones a Rusia. Putin ha jugado una carta que aparentemente es un as que tenía guardado en la manga. Se nos ha colado de la mano del partido y hombre de moda de la Europa más castigada por la crisis. Cuando la quiebra amenaza a las arcas rusas por la caída de los precios del petróleo y sus derivados energéticos, él encuentra un aliado arruinado también por las insoportables condiciones impuestas por la banca a los ciudadanos griegos. Alianza tan natural como inadmisible.

En esta especie de regreso al pasado, donde los viejos comunistas se alían con la Rusia corrupta de Putin, nadie recuerda que Europa representa el espacio de libertad, democracia y respeto a los derechos humanos, algo que al líder ex soviético, le parece secundario como ha demostrado en multitud de ocasiones. Más que irónico resulta sarcástico que la cuna de la democracia apoye dentro de la UE a una democracia orgánica presidencialista que censura, tortura y que gestiona fondos soberanos en manos de multimillonarios mafiosos. Y todo ello, se produce cuando en la UE se estaba fraguando una posición de acercamiento a Rusia para alcanzar un acuerdo que posibilite la recuperación social y económica de Ucrania, cuya población está siendo tratada como meras piezas de un tablero de ajedrez, mientras se derrama la sangre de miles de inocentes. Si Grecia sigue jugando al amigo de Putin, será imposible defender posiciones de mediación y se impondrán los halcones de la administración EE.UU. partidarios de la mano dura con Rusia.

Europa no puede permitir, ni se lo permitirá una quita en Grecia. Primero, porque sería incumplir compromisos y entonces cualquiera de los Estados miembros se apuntaría a la fiesta. Segundo, porque los mercados lógicamente no tendrían piedad con un espacio en el que se falta a los acuerdos firmados. Y tercero, porque en un espacio común con moneda única, los ciudadanos que damos soporte y valor al euro seríamos los perjudicados por el impago. Se puede y se ha venido haciendo, ampliar los plazos, reducir hasta prácticamente cero los intereses de la deuda y, por supuesto, seguir siendo solidarios con el pueblo griego acudiendo en su ayuda con nuevos préstamos. Pero el Gobierno griego tiene la obligación de poner encima de la mesa un proyecto creíble de regeneración del país y de crecimiento y desarrollo de su economía que genere empleo. Algo que vaya más allá de medidas populistas como subir el salario mínimo por encima del de países de la UE que tiene más del doble de renta per cápita que Grecia o crear miles de empleos públicos, entre ellos los de las 600 limpiadoras del Ministerio de Economía griego y la radio televisión pública helena que duplica el personal de entes de similar naturaleza en países como Francia o Reino Unido. Es la hora de la seriedad en Grecia, de poner fin a la corrupción sistémica y a la falta de un modelo económico de progreso. Los problemas de Grecia no los ha engendrado la Troika, provienen de la irresponsabilidad casi delictiva de sus gobernantes. Por ello, de esa ruina moral no se sale con la nada brillante idea de seguir haciendo demagogia retórica. Si Grecia quiere seguir siendo parte de Europa y compartir un proyecto común, debe partir de la base de que nadie le ha obligado a formar parte del mismo, pero que si permanece en él, tendrá que someterse a la decisión de la mayoría de los europeos, sean estos alemanes, franceses, británicos o españoles. Así son las reglas del juego que nos hemos dado. Otra opción es salirse del euro, salirse de la UE y navegar libremente en el vacío de la mano del aliado ruso, sin paraguas de seguridad ante los intereses turcos. Syriza a fecha de hoy no ha demostrado aportar ni un solo gesto o idea de modernidad a la construcción europea y quien quiera en otros países de la Unión presentarme al nuevo Gobierno griego como un modelo a seguir, tendrá que poner encima de la mesa al menos los mismos argumentos de peso que yo he tratado de explicar aquí. Si esto es lo moderno, que paren Europa que yo me bajo.

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25 M: La Europa por la que votamos, I’m an european voter

La noche del 25 de mayo conoceremos a los 751 mujeres y hombres sobre los que va a recaer la responsabilidad de representar a más de 500 millones de personas en un Parlamento europeo que se convertirá en el centro mayor de poder de la historia de Europa. No exagero y los que tienen la paciencia de leerme sabéis que no es mi estilo, cuando concedo tal relevancia a la Eurocámara resultado de los comicios próximos. El Tratado de Lisboa, es decir, los entonces jefes de Gobierno de los Estados miembros, dieron un paso de gigante para dotar de credibilidad democrática a las instituciones europeas. Así el nuevo Parlamento Europeo tendrá la potestad de proponer al candidato a presidente de la Comisión Europea, como ya lo tenía de cesarle, y examinará una vez más uno por uno, a todos los miembros del Colegio de Comisarios. Solo este dato serviría para justificar la certera campaña institucional del Parlamento Europeo, que bajo el lema “Acción, reacción, decisión. Utiliza tu poder. Tú puedes decidir quién dirige Europa”, nos llama a votar. Bueno mejor preciso, nos llama a votar en 28 de los 29 países de la Unión, porque en España, una democracia joven y de calidad cuestionable, somos más papistas que el Papa y por ley la Junta Electoral Central prohíbe a las instituciones convocantes a unas elecciones pedir el voto. Se supone que tal apelación es una discriminación a la abstención. Es decir, que preferimos primar la no participación, sacralizamos a los antisistema, en vez de promocionar el derecho a decidir y la implicación de los ciudadanos en la política. Muy moderno y luego hablamos del descrédito de la política y el incremento de la abstención, cuando institucionalmente la primamos. Seguramente algo tendrá que ver en ello el acomodo de los grandes partidos al bipartidismo con esta situación.

En todo caso, de lo que se trata ante la jornada del 25M es de reflexionar sobre lo mucho que nos jugamos con nuestro voto. Esto es, la Europa por la que vamos a votar. Y me gustaría empezar por un dato económico que creo define la esencia del proyecto europeo. Todos sabemos que la Unión Europea es un gigante por cifras en el contexto mundial. Representa el 20% del PIB mundial, es el líder en transacciones comerciales y, sin embargo, solo suma un 7% de la población del mundo. Somos comparativamente un espacio rico que hasta la fecha ha estado en vanguardia de la historia. Pero lo más notable a mi entender es que esa escasa masa demográfica, no solo es capaz de producir y comerciar a gran escala, sino que comparativamente con el resto del planeta, protagoniza nada menos que el 50% del gasto social que se produce en el mundo. Ese es el verdadero rostro de Europa, el de su preocupación social, el marco solidario de convivencia. Aquello precisamente por lo que más somos cuestionados por nuestro gran aliado y competidor, Estados Unidos. Aquello de lo que adolecen aún por desgracia los gigantes emergentes como China, BrasilIndia o Turquía. Aquello que nos diferencia radicalmente de sociedades que no respetan los derechos humanos o los valores fundamentales de la democracia, como ocurre hoy en día en Rusia o Estados bajo la ley de la Sharia. Un elemento esencial de nuestro ser europeo que precisamente se ha puesto en tela de juicio a lo largo de la crisis económica que nos azota ante las políticas de recortes que han afectado seriamente en algunos países miembros a la cobertura de las prestaciones sociales y de los servicios públicos. Los nuevos eurodiputados tendrán una responsabilidad capital en mantener y dotar de contenido real a ese espacio social común.

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Si estos dos motivos enunciados no fueran suficientes para movilizarnos al voto, os pido que reflexionéis sobre el número y trascendencia de las decisiones que se toman en la Eurocámara. La legislación producida por el Parlamento Europeo supone un 80% del total de la que durante una legislatura se lleva a cabo en el Parlamento de un Estado miembro. Traducido a la realidad significa que 8 de cada 10 leyes aprobadas por los diputados españoles son mera transposición de directivas europeas que de una u otra forma han sido debatidas y decididas en el Parlamento Europeo. Y las materias sobre las que legisla nos afectan en todos los capítulos de nuestra vida, tan sensibles como la educación, la salud, el medio ambiente, la normas de competencia, etcétera, etcétera, etcétera. En la legislatura que ahora ha concluido el Parlamento Europeo  ha celebrado 260 días de Pleno; 2.162 horas de Pleno; se han emitido 20.696 votos; se ha formulado 57.238 preguntas escritas; se han adoptado 16.390 enmiendas y se han rechazado 18.449; se han adoptado 2.583 informes y se han aprobado 952 leyes.

Seis son las competencias y responsabilidades que el Tratado confiere a los eurodiputados:

1. Procedimiento de nombramiento de la Comisión Europea. Esta será la primera vez que los Estados miembros de la UE deban tener en cuenta los resultados de las elecciones europeas antes de elegir un candidato a presidente de la Comisión. El procedimiento será el siguiente: teniendo en cuenta los resultados de las elecciones europeas, los Jefes de Estado o de Gobierno de los Estados miembros proponen un candidato a presidente de la Comisión. El candidato presenta sus directrices políticas (en un manifiesto) al Parlamento. El candidato debe ser aprobado por mayoría absoluta de diputados al PE (376 de 751); si resulta aprobado, se le considera «elegido» por el Parlamento; si no resulta aprobado, los Estados miembros deberán presentar un nuevo candidato. El presidente electo y los gobiernos nacionales de la UE acuerdan conjuntamente una lista de candidatos para el resto de carteras de la Comisión (uno de cada país). Los candidatos se someten a audiencias de confirmación en el Parlamento (que no son un mero trámite, ya que el Parlamento ha rechazado en el pasado a candidatos que no consideraba aptos). El presidente y el resto de comisarios, como organismo, son sometidos entonces a una votación única de aprobación por parte del Parlamento, que requiere una mayoría simple (mayoría de votos emitidos). Si el Parlamento da su aprobación, la nueva Comisión queda formalmente nombrada por los Jefes de Estado o de Gobierno de la Unión Europea.

2. Competencias legislativas. Los eurodiputados son los legisladores de la Unión Europea: sin su aportación y su aprobación no es posible hacer realidad la mayoría de leyes de la UE. El Tratado de Lisboa de 2009 concedió un verdadero poder al Parlamento sobre ámbitos políticos cruciales, como la agricultura y las libertades civiles, en los que previamente tenía tan solo un papel consultivo.

3. Competencias presupuestarias. Las políticas europeas en ámbitos como la agricultura, el desarrollo regional, la energía, el transporte, el medio ambiente, la ayuda al desarrollo y la investigación científica reciben fondos de la Unión Europea. El presupuesto a largo plazo de la Unión Europea debe ser aprobado por los gobiernos nacionales y el Parlamento Europeo. Cada año, ambas entidades deciden conjuntamente cómo se gastará el presupuesto anual.

4. Control democrático y competencias de supervisión. Una función básica de cualquier parlamento es la supervisión o la fiscalización de otros poderes, con el fin de garantizar la responsabilidad democrática. Entre ellas se encuentra la de las instituciones de la UE, incluido el BCE.

5. Política exterior y derechos humanos. La Alta Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) es responsable ante el Parlamento, que tiene derecho a ser informado y consultado sobre sus políticas y puede utilizar las competencias presupuestarias para definir su tamaño y alcance.

6. Peticiones. El Parlamento Europeo lidera la promoción de la transparencia, la apertura y el acceso del público a las instituciones y organismos europeos. Todos los ciudadanos de la UE tienen derecho a presentar peticiones ante el PE sobre cuestiones relativas al medio ambiente, conflictos con las autoridades aduaneras, transferencias de derechos de pensión y otros asuntos, siempre que entren en la esfera de competencias de la Unión Europea. El público también puede acudir al Defensor del Pueblo Europeo —una figura independiente designada por el Parlamento—, encargado de investigar denuncias sobre mala gestión o abuso de poder cometidos por una institución de la UE.

Supongo que a la vista de estos datos e informaciones seguirá habiendo gente que considere al Parlamento Europeo una cámara inútil, un cementerio de elefantes políticos donde no se decide nada. Porque cambiar los estereotipos resulta siempre complicado. Los ciudadanos tiene todo el derecho a exigir responsabilidades a los políticos que les representan en el cumplimiento de sus funciones y en la defensa de sus derechos. Pero cada día más deberíamos reflexionar sobre el derecho que se tiene cuando no se respeta el valor de las instituciones democráticas, ni a las personas que por libre designación a través del voto trabajan en ellas. Antes de exigir deberíamos exigirnos a nosotros mismos el mínimo esfuerzo de la participación. La libertad que cada cual tiene ante una jornada electoral, en algunos países se extiende a la de quedarse en casa sin ejercer tu derecho, pero en otros no menos democráticas se considera una obligación ciudadana. No entro en esta discusión, pero considero que el voto en blanco supone la mejor manera de realizar una crítica constructiva en el caso de que ninguna de las ofertas electorales satisfaga tus anhelos políticos. Yo me declaro votante europeo, I’m an european voter. Y lo soy porque soy consciente de lo mucho que nos jugamos en las elecciones europeas, lo importante que ha resultado la Unión Europea para la paz y de la necesidad de preservar este espacio único de libertades y solidaridad. Te animo a que tú también lo seas. Ayudemos a hacer posible el suelo de Víctor Hugo en su famoso discurso en el Congreso de la Paz el 21 de agosto 1849: “Llegará un día en que todas las naciones del continente, sin perder sus cualidades distintivas y su gloriosa individualidad, se fusionarán en estrecha colaboración dentro de una unidad superior y constituirán la fraternidad europea “.

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La Europa que queremos o para qué queremos a Europa

Tal vez el principal problema del que ha adolecido el proyecto de construcción europea no es otro que la distancia en expectativas, objetivos e incluso ilusiones que los europeos tenemos puestas en él. Por decirlo en clave mercadotécnica, la oferta no está ajustada a la demanda. Los políticos que han dirigido los destinos de la nuestra Unión lo han hecho por convicción propia, acertada o no, sin contar con la opinión de los comunes mortales que les votamos. Esa ceguera elitista que en tiempos remotos iniciales del Tratado de Roma podía tener un pase, se muestra hoy, en un mundo en Red en el que todo el ciudadano informado se siente dueño de sus actos, en un defecto inhabilitante. Y lo digo como debate que debemos afrontar todos, no como tarea exclusivamente de la clase política, pues, si ellos han pecado de falta de cercanía a nosotros, nosotros podemos pecar en esta nueva era de falta de compromiso con la política. Es por ello, que en este año de elecciones europeas resulta más necesario que nunca preguntarnos en recíproco, por la Europa que queremos o lo que es lo mismo, para qué queremos Europa, es decir, una Unión Europea.

Yo empezaría por algo básico y tan simple por reconocer nuestro espacio, esto es, por los territorios y extensión en el continente que entendemos como común. Y lo digo en el sentido de completar el diseño comunitario sin dejar fuera del mismo a quien consideramos parte integrante. Nos queda la tarea de los Balcanes, con el referente inicial de la incorporación de Serbia, actualmente en periodo negociador y el resto de Estados como es el caso de MacedoniaBosnia y Herzegovina,MontenegroKosovo y más lejano, pero parte de este territorio escenario de grandes conflictos europeos, Albania. En los límite continentales de dicha región se abre uno de los debates más complejos que debe afrontar Europa, la integración o no de Turquía. La potencia turca nos plantea cuestiones no solo territoriales, sino mucho más profundo de identidad y modelo de sociedad. Pese a ser constitucionalmente un Estado laico, la realidad social creciente es la presencia en la vida política cada vez más influyente de la religión musulmana. Pero si ese es el impedimento para que consideremos europeos a los turcos, ¿es que estamos considerando Europa un territorio solo habilitado para cristianos? Europa puede tener raíces históricas de una u otra índole religiosa, pero hoy por hoy, constituye un espacio aconfesional, que parte del respeto más absoluto de la libertad religiosa y, por tanto, no puede establecer exclusiones de poblaciones por sus creencias. Al Este se plantea un nuevo dilema no menos peliagudo con los Estados limítrofes de la Federación Rusa. Ucrania es el ejemplo más claro, en plena crisis entre europeístas y prorusos. Pero no es menos problemática la relación con Bielorrusia, a la que la UE ha impuesto sanciones por el comportamiento antidemocrático de su gobierno de clara influencia rusa. Por su parte Georgia, que tiene serios litigios fronterizos con Rusia, ha acelerado en los últimos meses su acercamiento a la Unión. Definir, pues, las fronteras de la UE con Rusia, se ha convertido en uno de las grandes cuestiones a futuro teniendo en cuenta nuestra dependencia energética y que estas zonas pueden ser suministradores en competencia de las importaciones de gas que hoy depende de Moscú.

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Si fuéramos capaces de definir nuestro espacio común, deberíamos plantearnos por el modelo de convivencia que queremos para él. Nadie duda de que la democracia parlamentaria es la fórmula política por la que regirnos, pero los niveles de participación en la política, los sistemas de control de la actividad pública, las fórmulas de elección y representatividad, el distinto peso en las decisiones de los Estados, las Regiones o las instituciones comunitarias, para nada son homogéneos entre nosotros. Por decirlo muy claro, la calidad de la democracia no es igual en todos los miembros de la Unión y eso produce un déficit total para que el proyecto sea realmente de todos. En este sentido, la UE no puede mirar para otro lado cuando en sus Estados miembros se conculcan derechos fundamentales o se trampean las normas básicas de procedimiento de la separación de poderes en alguno de ellos. Si se ha sido capaz de crear un mercado único, una moneda única, un banco único, debemos tener una democracia única, es decir, unas normas de convivencia de derechos de ciudadanos y de actuación política únicas y de obligado cumplimiento para todos los gobiernos tengan el nivel que tengan. No estamos tanto ante el problema de la elegibilidad de los cargos de las instituciones europeas y de creer que hasta que no tengamos un presidente de todos los europeos no nos creeremos Europa, que sería reducir la cuestión mucho, se trata de que todos los europeos sepamos que las reglas del juego son idénticas de verdad para todos nosotros.

De la misma forma en que no se puede tener una fe ciega en nada que venga de la mano del hombre por su falibilidad, no tenemos porqué ser creyentes dogmáticos de la construcción europea. De ahí que convenga preguntarnos para qué queremos una Europa unida. El principal valor que podemos atribuir a nuestra unidad, es su aportación a la paz en el continente. Europa sufrió y contagió al mundo la locura de dos guerras que se llevaron por delante cientos de millones de vidas y poner freno a esa barbarie ha sido el mayor logro de la UE como se le reconoció justamente con la concesión el pasado año del Premio Nobel de la Paz. Estar unidos es una garantía de paz. Económicamente los datos de la trayectoria de estos ya casi 57 años desde la firma del Tratado de Roma avalan que los procesos de mercado interior, de libertad de movimientos y más cercanos de la puesta en marcha de una moneda común y un Banco Central con capacidades de supervisión, han dado réditos muy positivos a los Estados miembros. Unidos somos más fuertes. Ni que decir tiene que para los ciudadanos europeos contar con un espacio común por el que transitar libremente y poder trabajar en él sin trabas supone un cúmulo de oportunidades histórico. Juntos somos más libres y tenemos más oportunidades. Pero no podemos tener la mentalidad de constituir una isla en el mundo, si creemos en las bondades de nuestro modelo de convivencia podríamos también decir que juntos somos un modelo a seguir para el resto del planeta.

Probablemente donde más nos cuesta a fecha de hoy alcanzar un consenso generalizado es sobre la sociedad que queremos construir entre todos. Llama la atención que el esquema de protección social que siempre fue sello de identidad de los Estados del Bienestar puestos en marcha en Europa para reconstruir un desangrado continente, es en la actualidad puesto en cuestión no tanto ideológicamente sino mediante medidas de austeridad que prácticamente están contribuyendo a su desmantelamiento. Es una reforma silenciosa hacia ninguna parte. No hay al otro lado un modelo definido, sino simplemente el desmontaje de un entramado de red social para las clases medias. Concebir Europa sin sus derechos sociales universales para los ciudadanos de los Estados miembros es sinónimo de romper la Unión, pues, sin esa solidaridad y cohesión territorial la UE queda supeditada a la Europa de los mercaderes y poco más. Es, pues, el momento de definir los servicios sociales que dan sentido a los derechos fundamentales, sea sanidad, educación, vivienda, pensiones… y llegar un nuevo contrato social entre todos los europeos. Si todos sabemos lo que Europa nos garantiza tendremos mucho más claro la necesidad de defender esa idea de Europa unida.

Es seguro que este año electoral se harán oír más fuertes las voces de los euroescépticos, de aquellos que culpan de todos los males a Bruselas sin reparar en argumentos apocalípticos. El racismo, la xenofobia, la marginalidad antisistema por ser antisistema, el localismo más tribal, es probable que gane una pequeña batalla en mayo. Pero la gran batalla que tenemos por delante los europeos que queremos un futuro mejor en Europa y a través de ella en el mundo, consiste en provocar el debate del consenso, el de los mínimos homogéneos de espacios, derechos, libertades y de oportunidades. Porque lo más importante que nos aporta la UE es la posibilidad de la puesta en común de conocimiento, de compartir la riqueza de la diversidad sin miedo al de al lado. Debemos aprender a ser competitivos en un entorno de alianzas, acometer proyectos conjuntos entre finlandeses, griegos y franceses, o entre letones, portugueses y alemanes. En suma, ser más eficientes sobre la base de la colaboración. Si pensamos bajo todos los elementos que señalo en este post y somos capaces de buscar puntos de encuentro, ya no nos quedará ninguna duda a futuro de la Europa que queremos.

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Aniversario de la caída de Lehman Brothers: un lustro de crisis, el paisaje después de la tormenta

Podemos decir que en la moderna Historia económica mundial, la fecha oficial del inicio de la recesión que algunos denominan ya la II Gran Depresión, es la del 15 de septiembre de 2008, día de la caída de Lehman Brothers. La quiebra del cuarto banco de inversión más importante, por aquel entonces, de EE.UU.ocasionó una serie de consecuencias que aún hoy lastran las economías de occidente y condicionan la eclosión de las emergentes. El efecto cascada que produjo ha secado prácticamente durante cinco años los mercados internacionales y ha obligado a los principales bancos centrales (BCE, Banco de Inglaterra, Reserva Federal…) a bajar tipos de interés hasta niveles históricos. La falta de liquidez del sistema que ha afectado, sobre todo, a las pequeñas y medianas empresas incapaces de acceder al crédito y forzadas en muchos casos al cierre y desaparición. La consiguiente consecuencia obvia ha sido la del empleo. Primero en Estados Unidos y después en Europa, especialmente en países del sur con una estructura económica poca diversificada y centrada en la vivienda, decenas de millones de trabajadores han perdido su empleo. Y para construir la tormenta perfecta, mientras los Estados, empezando de nuevo por el origen de la crisis EE.UU. y después el conjunto de la UE se han visto forzados a inyectar ingentes cantidades de dólares y euros para salvar entidades y, en el fondo, un modelo financiero inviable. El incremento de déficit público por esa causa y la consiguiente deuda contraída por los Estados, ha obligado posteriormente a unas políticas severas de ajustes presupuestarios que de nuevo han incidido negativamente en los consumos internos y, finalmente, en la destrucción de empleo. Resumen del resumen: el huracán Lehman nos ha puesto ante el espejo de una sociedad ficticia, que vivía de la mentira de una ingeniería financiera y la producción y el consumo por encima de las necesidades reales y de la sostenibilidad ambiental del planeta.

Veamos, pues, si hemos aprendido algo tras el paso del tsunami. Para ello conviene analizar la situación de los tres grandes actores de la economía mundial: EE.UU., la UE y su Eurozona y las principales economía emergentes con China a la cabeza. En Estados Unidos estos cinco años han servido para poner de manifiesto que la hasta ahora siempre dinámica economía estadounidense, capaz de meternos en una crisis galopante de la noche a la mañana y de sacarnos de ella con el mismo vigor, se encuentra estancada y sin recursos reales de recuperación. Los intentos de la Administración Obama, que no fue causante de la quiebra pero que ha gobernado los intentos de salida de la crisis, se han limitado a tímidas políticas keynesianas que si bien han servido para frenar la caída del empleo, no han supuesto el impulso suficiente para generar niveles de crecimiento significativos. A cambio el endeudamiento público de Washington bordea alarmantemente el abismo de la quiebra encorsetado como está por los límites fiscales impuestos por un política impositiva injusta y cicatera. Mientras su sistema financiero convencional tampoco es que goce de buena salud. Renqueante tras las intervenciones de la Reserva Federal para salvar algunas de sus piezas, trata aún de recobrar su capacidad crediticia pero la realidad es que no tiene la pujanza de décadas anteriores.

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Por su parte, Europa primero trato de salvar sus bancos del contagio de lassubprime norteamericanas y cuando comprobó que tenía la toxicidad de inversiones en activos inútiles dentro de su propio territorio, tiró de la chequera pública para defender a los impositores europeos, en un intento que más bien significó evitar la bancarrota de banqueros de dudosa conducta los más y algunos de ellos delincuentes descarados. Después vino el propósito de enmienda de tanto despilfarro de la peor manera posible, de la mano de la germánica doctrina oficial de la austeridad. Los obligados ajustes presupuestarios han conducido a rescates archimillonarios de Estados europeos – GreciaIrlandaPortugalChiprey el de España financieramente encubierto – con condiciones leoninas de cumplimiento y devolución. Los Gobiernos obligados a recortar sus cuentas desde Bruselas con la mano de hierro por detrás de la canciller Merkel, solo encontraron una salida del laberinto: reducir el gasto público, cercenando el Estado del bienestar y las prestaciones sociales a sus ciudadanos. Mientras las familias veían perder su poder adquisitivo y muchos de ellos sus empleos, perdían a la par derechos en asuntos  trascendentales para su vida cotidiana como la educación, la sanidad o el cuidado de sus mayores. Una sociedad deprimida por pérdida de capacidad de consumo y unas pymes sin crédito nos precipitó al abismo de la recesión. Sin crecimiento y sin capacidad de crear empleo la UE en el último año ha tratado de reconducir la situación pariendo una Unión Bancaria que no acaba de ponerse en marcha y hablando más que haciendo de políticas de creación de empleo. De momento lo que tenemos es el anuncio de la salida de la crisis para el 2014 pero sin que ello suponga nuevos puestos de trabajo ni recuperación de los derechos perdidos. ¿De qué recuperación nos están hablando entonces, de la macro y de las grandes empresas? La calle tendrá que seguir esperando.

Para las potencias emergentes esta crisis ha significado el frenazo a sus aspiraciones. Si China, Brasil o Turquía venían creciendo antes de la crisis a niveles de dos dígitos, ahora tienen que contentarse con una reducción cercana al 50% de dichos valores. Sus exportaciones se están frenando, los precios de las materias primas que tienen que importar suben y sus ciudadanos cada día están más endeudados en una carrera tan humana como irresponsable por el consumo desmedido. Si pretendíamos tener una economía mundial globalizada y liberalizada en sus normas de comercio que hicieran posible que los países menos desarrollados se aprovecharan de las nuevas condiciones abiertas de los mercados, me temo que el sueño se puede convertir en pesadilla. Las dudas sobre el futuro de las economías emergentes se ciñen sobre una población ansiosa de salir de la pobreza que paga ahora las malas praxis y el despilfarro de los ricos del mundo que les imponen ahora un parón en sus ilusiones. En el limbo de la nada desde hace casi una década, Japón lucha por volver al escenario internacional y, por primera vez, habla de crecimiento. Pero su pulso aún es demasiado leve para ser relevante en los mercados.

Un lustro después de la quiebra de Lehman, muchas son las cosas que han cambiado en el panorama financiero mundial. Sin ir más lejos, la situación del propio banco de inversión, que el pasado marzo anunció su salida de la bancarrota y en abril ya comenzó a pagar a sus acreedores. La entidad tiene que afrontar demandas por un valor de más de 65.000 millones de dólares. Pero la realidad es que los gobernantes del mundo en su G20, reunidos el pasado fin de semana en San Petesburgo, son incapaces de darle un cambio de rumbo a un mundo en crisis que como siempre sigue empeñado en guerras y conflictos en el Oriente Medio con el oro negro como telón de fondo. El petroleo sigue condicionando buena parte de las decisiones económicas como única fuente de energía, mientras las alternativas nos siguen costando mucho más de lo que producen o la nuclear nos produce cada década un desastre natural de dimensiones incalculables. La humanidad no aprende de sus errores y sus gobernantes menos, pues, no iban a ser una especie aparte. No aprendemos de los errores y lo más que hacemos es poner parches y cataplasmas a las situaciones. Nos mentimos a nosotros mismos para seguir adelante con el mismo sistema que nos llevó a la ruina.

En el fondo, seguimos hundidos en la miseria de una crisis de inteligencia filosófica, de visión del mundo y de la vida. Sin reflexión sobre lo que somos y sobre nuestra existencia, resultará imposible articular respuestas a los problemas de convivencia justa en un planeta de recursos agotables que se enfrenta a su propia degradación por mal uso medioambiental. Necesitamos urgentemente voces e ideas rupturistas, que nos provoquen nuevos enfoques, nuevos caminos por recorrer. No podemos seguir dando vueltas sobre los mismos planteamientos caducos de una sociedad global donde los jóvenes no tienen esperanza de vivir una vida mejor. El egoísmo de unos pocos cada vez más viejos no puede imponerse al resto de la población deseosa de encontrar salidas. Hoy reinan a sus anchas los fondos buitres de dudosa procedencia, los capitales de riesgo de árabes que discriminan a la mujer, de chinos que desprecian los derechos humanos y de rusos que trafican con todo lo que se mueve. Mientras el Estado de derecho y la democracia languidece sin recursos materiales para hacerles frente y, sobre todo, sin revoluciones pacíficas de las ideas que llevarse a la boca. Hoy el hombre cada vez es más el lobo para el hombre y cada vez menos bueno por naturaleza. Hoy Hobbes está derrotando a Rousseau sin que nadie haga nada por cambiar el signo de los tiempos. ¡Viva Lehman Brothers!

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Lo que perdimos en 2012

Concluye el cuarto año oficial de la crisis económica que salió a la luz de los medios de comunicación con la caída de Lehman Brothers el 14 de septiembre de 2008. Entonces nos resultaba difícil entender que estaba pasando, todo parecía quedar en un juego de gigantes de Wall Street envuelto por la avaricia incontenible de los brokers financieros. Pocos se atrevieron a pensar que detrás de aquellos titulares a cinco columnas en los periódicos salmón se escondía un crack auténtico del sistema capitalista en su moderna versión neoliberal. La globalización y la presión de los Estados emergentes – ChinaBrasilIndia,Turquía… en conjunto cerca del 40% de la población mundial – en su proceso de crecimiento estaban detrás de una crisis que empezó siendo financiera y ahora es claramente sistémica. Son ya cuatro años de caída de todas las tasas macroeconómicas en el mundo desarrollado o por ser más claro, del mundo rico. Un mundo que se para a toda velocidad, que ha encontrado la inercia perfecta para autodestruirse a los ojos atónitos del resto de la civilización pobre. Tanto asustamos los ricos en nuestra autoproclamada recesión que los pobres tratan desesperadamente de evitar nuestro parón para no ser presa de de nuestra inactividad. Pero la única realidad palpable que han dejado estos cuatro años, largos y precipitados, es la desigualdad creciente entre pobres y ricos en todo el planeta, incluso y de manera especial en los países más ricos. La miseria se está globalizando y cada vez resulta más difícil hablar de ricos y pobres en función de la latitud de la Tierra en la que estemos.

El 2012 será recordado por todos como el gran año de los ajustes, el de los recortes generalizados de los Estados del Bienestar que Europa consagró como mejor sistema para no caer en tentaciones fascistas o comunistas, para darle sentido a la libertad y a la democracia en un espacio de social y de derecho. Nunca antes se había puesto tanto en duda la arquitectura de ese diseño político como en estos últimos doce meses. Bajo el dictado uniformador de la Alemaniade Ángela Merkel, las instituciones europeas han impuesto medidas de enorme sacrificio para las clases medias de los países más afectados por la crisis. El sustrato básico que soporta el crecimiento armónico de las sociedades europeas se ha visto brutalmente afectado. Y todo ello con el único afán de saciar a unos mercados empeñados en poner en riesgo la supervivencia del euro y que pusieron todas sus armas de destrucción masiva en el escenario de la deuda soberana de los Estados con mayores desajustes de sus cuentas públicas. En vez de acudir unánimemente a la defensa de un sistema, en vez de articular políticas verdaderamente europeas salvaguarda de la Europa social, ha imperado el reino de sálvese quien pueda y que palo que aguante su vela. Se aprobaban medidas de unión fiscal y bancaria en Bruselas por los líderes de los 27, pero la detrás de ellas subyacían severos programas de recortes que complican sobremanera la convivencia en los Estados de la UE en dificultades.

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La Europa de los pueblos, de sus ciudadanos, de los derechos en definitiva se construyó sobre dos pilares de protección: la educación y la sanidad. Haciéndolos universales y gratuitos, todos reconocimos el derecho a la igualdad de oportunidades y el amparo ante situaciones de necesidad independientemente de la renta per cápita. La presión demográfica de una Europa envejecida nos llevó a añadir paulatinamente el pilar de la asistencia social. Esa conquista legal que supuso en el caso de España la promulgación de la ley de Dependencia no era sino el reconocimiento de una realidad. Sin embargo, la crisis se ha encargado de desmantelar lo que aún ni siquiera había llegado a construirse. Pero nos guste o no, la presencia de una población mayor afectada por enfermedades de senilidad y el reconocimiento de los derechos de los discapacitados y el cuidado de enfermos crónicos no desaparece por la crisis, sino que se acentúa la necesidad de atenderlos. Si la educación, la sanidad y la asistencia social están viendo en serio peligro de sustentarse los pilares de recursos económicos y humanos que los han venido sustentando, no es menos arriesgado el cercenar las esperanzas de futuro al recortar los presupuestos destinados para la investigación. La ciencia y el conocimiento son la mejor inversión para garantizar esa Europa social que es la verdadera protagonista del Nobel de la Paz que acaba de recibir la Unión Europea. Europa se diferencia de Estados Unidos en el modelo social de protección y, sobre todo, en el enfoque de su inversión en investigación. Mientras que la Administración norteamericana se ha caracterizado por priorizar sus inversiones en la industria militar, Europa lo ha hecho en áreas de innovación y mejora de la calidad de vida de las personas. De ahí que el frenazo a este tipo de proyectos suponga una auténtico drama para toda la humanidad.

Ahora que el año concluye, el presidente del Consejo Europeo Herman Van Rompuy, nos alegra el turrón manifestando solemnemente que “que 2012 es el año que ha marcado el punto de inflexión para la superación de la crisis del euro y que los esfuerzos realizados en estos meses darán sus frutos. Los gurús de las macroeconomía nos empiezan a hablar de una ligera recuperación a finales del próximo año y los gobiernos se apresuran a atisbar los primeros brotes verdes de sus respectivas economías. Están empezando a concluir su programa de ajustes, a anunciar el final del quinquenio negro y a alumbrar la llegada del señor crecimiento para el 2014. Un años más de sacrificios y estaremos al otro lado del río pasada la tempestad. Curiosa manera de cegar nuestra consciencia, como si no supiéramos que lo importante no es ya que se recuperen las tasas de crecimiento, sino el estado en que habrá quedado la sociedad y su entramado de derechos para entonces. Pretenderán hacernos creer que han acertado con sus medidas plagadas de recortes de derechos porque han sacralizado los cuadros macroeconómicos y tratarán hacernos olvidar los verdaderos índices de progreso de una sociedad, los que afectan a cada persona, a cada familia, en su auténtica circunstancia y no los que estadísticamente equiparan a millones de seres anónimos. Es seguro que en el plazo incierto de uno o dos años, las cifras oficiales lanzadas por las autoridades serán más positivas que las actuales, pero lo que es aún más evidente es que para entonces los niveles de desigualdad se habrán disparado y que los mecanismos que corregían las injusticias sociales se habrán desmantelado.

Es por ello que es ahora que empiezan a hacernos creer que todo va a ir mejor, cuando debemos cuestionarles a qué coste se va a producir esa recuperación y si nos vale la pena aceptarla. Un año más de reformas puede suponer un cambio de modelo definitivo – probablemente el objetivo alcanzado, si no buscado por los poderes del mercado – y la implantación de una suerte de Estado neoliberal europeo al estilo de Estados Unidos. Europa sigue suponiendo la última barrera real para la instauración de un nuevo orden internacional económico en el que primen los intereses economicistas, las rentabilidades a corto y el individualismo más egoísta. Molesta el euro porque detrás de nuestra moneda está el Estado del Bienestar, ese ejemplo de vida en común que bien defendido y promovido anhelan muchos pueblos de la humanidad. Algo que va directamente contra los intereses dictatoriales de los grandes entramados económicos que provocaron el inicio de esta absurda crisis. No sé si estamos aún a tiempo de frenar el deterioro de nuestro sistema social, ni si seremos capaces de recuperar muchos de los derechos asolados en estos cuatro años, pero lo único que se me ocurre hacer es compartir la necesidad de consciencia en estos momentos de tsunami que está viviendo la calle.

Corremos un serio riesgo de enfrentamiento social, el que se produce cuando la miseria se instala y cada cual ya solo mira por garantizar el pan propio y el de los suyos. Las redes de solidaridad se han puesto en entredicho y además no tienen recursos para ayudar a la legión de necesitados que se agolpa en las esquinas. Millones de niños por debajo del umbral de la pobreza, decenas de millones de jóvenes sin empleo y de mayores sin pensiones para subsistir,  componen un paisaje de miserables que el gran Victor Hugo ya dibujó en el universo urbano europeo. En 2012 hemos perdido muchas cosas, sobre todo, la ilusión y la esperanza, nos hemos instalado en la resignación de la crisis, en la aceptación del desastre y con el paso del tiempo, la protesta cada día se ha hecho menos colectiva y más individual. Cada vez protestamos menos contra los que nos imponen la injusticia y más por lo que el de al lado tiene. La bronca se está haciendo más tribal y la sociedad cada vez más insensible al dolor del vecino. Por eso se hace imprescindible recuperar la conciencia social, la memoria histórica de lo que fuimos capaces de construir juntos y lo que estamos perdiendo por incapacidad de organizarnos mejor contra quienes enfundados en intereses particulares nos venden pseudoverdades dogmáticas. Se impone la obligación colectiva de trabajar por un nuevo contrato social, que si precisa de reajustes en nuestra forma de vida y de consumo de recursos, sea alcanzado mediante el diálogo y la negociación entre desiguales, no desde la imposición de los fuertes a los débiles. Y en este empeño necesitamos lo primero reiniciarnos, resetear todos nuestros prejuicios y, después, precisamos recuperar el valor de las ideas y del pensamiento, el único verdadero motor capaz de cambiar el mundo.

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Peña Nieto o el reto de la normalización y ¡qué viva México!

Enrique Peña Nieto será investido presidente de los Estados Unidos de México y con ello su partido el Partido Revolucionario Institucional vuelve al poder tras doce años desalojado del Palacio Nacional. El PRI, que un día levantó en armas una revolución, después en un ejercicio contra natura la institucionalizó y se convirtió en el sistema y régimen mismo, finalmente fue pasto de su corrupción y de la falta de democracia y libertades en el país. Esa larga travesía del desierto a nivel federal – ya que han mantenido poderosos feudos estatales en estos años – concluye ahora con la victoria del ex gobernador del Estado de México, avalado por su gestión y por sus aires de renovación política ante la debacle electoral de la derecha del PAN representado por la candidata Josefina Vázquez Mota. Cambio anunciado y nada sorprendente, pero al fin y al cabo cambio, salvo por la actitud nada novedosa del perdedor por segunda vez consecutiva en unas elecciones presidenciales, el candidato de la izquierda PRD, Andrés Manuel López Obrador, que no reconoce los resultados y anuncia que se opondrá a las reformas en el Parlamento y en las calles. Según el recuento oficial Peña Nieto ha obtenido el 38% de los votos, López Obrador el 30% y Vázquez Mota el 25%, unos resultados suficientemente claros como para que la sombra de sospecha que pudiera haber sobre supuesta compra de votos no ponga en tela de juicio la libre elección llevada a cabo por el pueblo mexicano como así lo ha puesto de manifiesto el equipo de observadores internacional.

Ante el nuevo tiempo político que se avecina en México conviene analizar el escenario teniendo en cuenta la herencia recibida, los retos que debe afrontar en este sexenio, la personalidad del presidente electo y el tipo de oposición con que se encontrará:

La herencia: Hoy México es la 14ª economía del mundo – coincide con el lugar que ocupa en el globo por su superficie – y sus 112 millones de habitantes tienen una renta per cápita superior a las otras potencias emergentes como Turquía, Brasil, Colombia, Perú, India o China. Durante la última década la inversión extranjera directa ha sido 65% superior a la de Brasil, sus tasas de crecimiento no han bajado del 3% y han alcanzado cotas del 6%, crea empleo sostenidamente – en 2010 780.000 puestos de trabajo – y tiene la tasa de desempleo más baja de Latinoamérica. Exporta más a su vecino gigante, Estados Unidos, de lo que importa de él, de 1995 a 2010, la inflación pasó del 52% al 4,4% y su déficit público se sitúa entorno al 3%, el más bajo de las economías emergentes. Todos estos datos avalan que se pueda hablar del milagro económico mexicano, un fenómeno innegable de no ser por el drama de la violencia que asola el país, con un balance estremecedor: 80.000 víctimas anuales. Una realidad que no sólo ensombrece los éxitos colectivos y de gestión política sino que se convierten en la prioridad de cualquier mandatario que quiera sentirse tranquilo con su conciencia y poner la imagen internacional de México donde le corresponde.

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Retos: Como se acaba de señalar la pacificación es el principal reto que debe acometer el presidente electo. Una guerra más que batalla complicada de librar dado que las mafias organizadas del narcotráfico han logrado la complicidad de importantes niveles institucionales del régimen. Una violencia especialmente feroz contra la mujeres y contra quienes la denuncian, sean medios de comunicación o clase política y que cuenta con la connivencia del enorme mercado de consumo de drogas que supone Estados Unidos, que a su vez encuentra en la violencia organizada un handicap perfecto para lastrar las oportunidades de México como potencia mundial. Las bandas mexicanas están sólidamente organizadas, bien financiadas y armadas y sus miembros no tienen nada que perder muriendo y mucho que ganar con una vida entregada a la delincuencia. Conocida es su extrema barbarie y la capacidad de cometer todo tipo de atrocidades rayando el salvajismo, lo que produce un efecto de pánico en la población que condiciona el silencio cómplice en muchas localidades con la actuación de los criminales. Peña Nieto hereda el reto de la normalización, en primer lugar, en forma de paz y orden frente al crimen organizado. Un reto en el que su antecesor, Felipe Calderón, ha fracasado pese al empeño puesto en que el que se ha dejado incluso la vida de allegados colaboradores. De fondo quedan también reformas trascendentales para asentar definitivamente a México en el contexto de las grandes democracias mundiales. Reformas económicas como la liberalización de sectores estratégicos como el todopoderoso sector petrolífero, reformas sociales que sigan estrechando la brecha social sobre todo profundizando las inversiones en educación como las llevadas a cabo en la última década. Y reformas de transparencia política que definitivamente acallen las voces que acusan de corrupción a los mandatarios, como ha sucedido con el movimiento juvenil #Yosoy132, verdadero artífice de la remontada hasta el segundo puesto de López Obrador.

El presidente: Se dice de él que es el presidente joven del partido viejo, tal vez esa dualidad ha sido la fórmula del éxito. De familia de políticos, ha forjado su candidatura en base a la gestión que realizó de 2005 a 2011. Peña Nieto basó su gestión al frente del gobierno del Estado de México en el cumplimiento de los compromisos adquiridos en campaña. En total firmó 608 compromisos ante notario público, los cuales cumplió durante los 6 años de gobierno, a través de más de 790 obras y 63 acciones de gobierno. Los más importantes fueron los de infraestructura en carreteras, cuya red se triplicó en su sexenio. Las principales obras de transporte público fueron las del Tren Suburbano (en conjunto con el Gobierno Federal y del Gobierno del Distrito Federal) y el Mexibús, ambas para comunicar al Distrito Federal con la zona metropolitana del Estado de México, los cuales dan servicio a más de 200 mil personas cada día. En el área de salud, se construyeron 196 hospitales y centros médicos en el estado y se duplicó el número de unidades móviles para llevar atención médica a las regiones más alejadas y vulnerables. Unos logros que unidos a su oferta electoral de cambio y renovación, no sólo en el país, sino en su propio partido, le han granjeado una amplia mayoría en las elecciones del pasado domingo.

El opositor: enfrente tendrá el nuevo presidente al sempiterno opositor en estos últimos seis años y otros seis más. López Obrador, que militó en el PRI cerca de 20 años, se ha convertido en el irredento defensor de la arcadia revolucionaria mexicana, una especie de salvador del pueblo que desde un discurso fácil que cala en la capas sociales más bajas pone en cuestión el sistema sin aportar alternativa posible. El conoce bien las dificultades por la que puede atravesar el mandato de Peña Nieto, sabe que si se tuercen las cosas económicamente, por ejemplo, con la caída del precio del crudo, por contagio de la situación en la zona euro o por repunte inflacionista fruto de un crecimiento desmedido de la demanda interna, el presidente se encontrará con una fuerte respuesta en la calle y en las zonas más desprotegidas del país. Su oportunidad se basa en el fracaso del proceso de normalización y consolidación democrática que debe emprender Peña, solo del desastre de México obtiene él su victoria y a ese objetivo, sin duda, dedicará todos sus esfuerzos, como ya ha demostrado al cuestionar la legalidad de los resultados. Cuenta además con unos aliados indirectos, los todopoderosos paquidermos de la política priista, muchos de ellos reyes de taifas en los estados de los que son gobernadores, que no ven con buenos ojos los vientos renovadores de su líder federal.

México afronta una nueva encrucijada, la del paso de potencia emergente a líder mundial. En sus manos está el destino de un centenar de millones de personas, los más numerosos de habla hispana. Su impronta en cultura y forma de hacer es más necesaria que nunca en un mundo globalizado, donde la vieja Europa en crisis necesita más que nunca la sabia nueva de un continente americano, donde los mexicanos deben ser decisores de primer nivel. Con Peña Nieto debe llegar esa normalización para que todos podamos gritar con ellos, ¡qué viva México!

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Al borde del éxodo, el último acto de la tragedia griega

Europa lleva casi dos años asistiendo al drama de Grecia, de su bancarrota, de su primer rescate, de sus baldíos intentos de ajustes y recortes, de sus huelgas generales, de su larvado estallido social, de su segundo rescate y, finalmente, o al menos así parece, a la decisión final de si se quedan o se van de la eurozona y, porqué no, de la Unión Europea. El problema de la decisión que finalmente adopte el eurogrupo no es otro tan egoísta como el posible contagio que producirá en el resto de Estados del euro que se encuentran en dificultades – Irlanda yPortugal, ya rescatados, EspañaItalia con elevados déficits y altas primas de riesgo en su deuda pública -. Del sufrimiento al que se está sometiendo a base de medidas de empobrecimiento de las rentas familiares y de desmantelamiento de la asistencia social a los griegos, de eso ya ni hablamos. A nadie o casi nadie en Bruselas les importa la suerte a que abandonamos a más de 11 millones de habitantes, al territorio que en su día alumbró la cultura y la civilización clásica y, en la actualidad, a un enclave geopolíticamente crucial en el escenario mediterráneo y, por ello, en la relación con Turquía y Oriente Medio. Así de pacatos y cortoplacistas se han vuelto nuestros políticos obsesionados por el vil metal.

Es Grecia presa de su propia paradoja. Allí se creo la tragedia griega que hoy en forma de pesadilla irónica viven sin máscaras, ni teatros, en plena calle. De ahí que me permita la licencia de recordar que la tragedia helena está estructurada siguiendo un esquema rígido, cuyas formas se pueden definir con precisión. Se inicia generalmente con un prólogo, que según Aristóteles es lo que antecede a la entrada del coro. Las características generales son que se da la ubicación temporal y se une el pasado del héroe con el presente, pueden participar hasta tres actores, pero sólo hablan dos y el otro interviene o puede recitar un monólogo. Se informa al espectador del porqué del castigo que va a recibir el héroe y en esta parte no interviene el coro. Verdad que nos suena: el héroe el pueblo greigo, dos actores, MerkelSarzoky, con el monólogo de la Canciller, con el coro del eurogrupo. El castigo se anunció tras el primer rescate. Prosigue lapárados, que son cantos a cargo del coro durante su entrada en la «orchestra». En esta parte se realiza un canto lítico, donde se dan danzas de avance y retroceso. En la realidad que vivimos, se escenificó con las primeras huelgas y violencia en las calles de Atenas, mientras su clase política trataba de dar pasos hacia adelante y hacia atrás sin alcanzar acuerdos.

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Luego comienzan los episodios que pueden ser hasta cinco. En ellos hay diálogo entre el coro y los personajes o entre personajes; es la parte más importante por ser la dramática por excelencia y expresa el pensamiento e ideas del personaje. Entre los episodios se hallan los estásimos, que son intervenciones del coro en las que se expresan las ideas políticas, filosóficas, religiosas o morales del autor. Aquí nos encontramos tras dimitir Papandreu y forzar la UE un gobierno de coalición presidido por el tecnócrata Lukas Papademos. Por último, el éxodo es la parte final de la tragedia, hay cantos líricos y dramáticos; el héroe reconoce su error. A veces es castigado con la muerte por los dioses y es allí donde aparece la enseñanza moral. A punto estamos de dictar esta trágica sentencia contra el pueblo griego y con ello condenarnos eternamente a la derrota del proyecto europeísta.

Volviendo a la cruda situación conviene analizar qué está exigiendo la troika de acreedores –Comisión EuropeaFMIBCE – al gobierno griego. El acuerdo sobre Grecia se basa en tres pilares. El compromiso de nuevos ajustes sociales por parte del Gobierno y los partidos políticos griegos, un acuerdo con la banca por el que acepte unas pérdidas o quita de la deuda de hasta el 70% de su inversión en Grecia y la aceptación por parte de la UE y el FMI de conceder un segundo paquete de ayudas que podría oscilar entre 130.000 y 145.000 millones de euros. El capítulo de recortes es especialmente traumático para un país que empieza su quinto año de recesión y que está cada vez más próximo a la explosión social. Los ajustes que se debaten ahora, muchos de los cuales son compromisos anteriores no aplicados aún, incluyen una reducción de gastos sanitarios de 1.100 millones; recortes en Defensa y en la Administración local, de 400 millones en cada caso; reducción del salario mínimo en 22% (pasaría de 750 euros brutos a 586 en 14 pagas), reducciones del 15% en las pensiones complementarias y aplicación del acuerdo anterior de eliminar 15.000 empleos del sector público.

La encrucijada a la que se está sometiendo a Grecia es tan simple como quedarse en el euro para sufrir décadas de pobreza e inestabilidad social o salirse y pasar a ser los parias de la Unión. Además, desde el punto de vista jurídico comunitario, no está regulada la salida del un miembro del euro, mientras que sí lo está cuando se sale Unión Europea, por lo que la caída de Grecia podría suponer que el Estado heleno se viera expulsado del club europeo. Hecho que podría convertirle en un oscuro objeto de deseo de potencias hostiles a los intereses europeos, dado el caos social que produciría quedarse en tierra de nadie en el escenario internacional.

El éxodo griego, de producirse, tendrá indudables efectos sobre la imagen de la Unión Europea y su ya tocada credibilidad en los mercados financieros. Así lo reconocía el ministro de Economía español Luis de Guindos al manifestar que «si Grecia va a la quiebra, puede haber contagio». El temido efecto dominó sobre países con sus cuentas públicas cuestionadas alarga su sombra sobre el continente. De ahí que todos debamos ser muy conscientes de la trascendencia de cualquier decisión que se tome sobre Grecia porque del final de la tragedia griega depende en gran medida el futuro de Europa.

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