Europa escenario de una guerra fría y de otra caliente

La vieja Europa vuelve a ser escenario de un conflicto armado y se repite la percepción de riesgo o amenaza de globalización del mismo. Ucrania sirve de mesa de operaciones de una perversa partida de ajedrez con los intereses de las grandes potencias mundiales en juego. Y una vez más, miles de seres humanos inocentes mueren víctimas de la guerra y millones se ven obligados a desplazarse de sus hogares abandonando todo lo que era suyo para refugiarse de la crueldad de sus congéneres. En medio de un nuevo fracaso de la convivencia pacífica humana, la Unión Europea trata de demostrarse a si misma y a sus miembros, que es capaz de hacer política con personalidad propia ante el discurso de guerra fría impuesto por Rusia y EE.UU. Más que nunca la UE debe hacer valer su política de seguridad para preservar su paz.

Como todo conflicto el de Ucrania tiene unos antecedentes, unos responsables causales y unos intereses enfrentados. Los antecedentes, más que centenarios, están repletos de reivindicaciones históricas que si bien nos ayudan a explicar la actual situación, son perfectamente irrelevantes a la hora de justificar cualquier acción armada. De ahí, que pese a que pueda culparse a la Unión Europea del apoyo a las fuerzas que forzaron la dimisión del Gobierno pro-ruso de Viktor Yanukovich en 2014, nada puede legitimar la invasión de Crimea por parte del Ejército ruso, ni la acción descarada de Moscú dando cobertura a las milicias pro-rusas que combaten en el Este de Ucrania. Como de la misma forma resulta impropia la puesta en marcha de los mecanismos de injerencia internacional en la zona, como es el caso de la presión ejercida por la Administración norteamericana y los movimientos de tropas llevados a cabo por la OTAN.

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La UE se está mostrando en esta nueva prueba de fuerza de su capacidad política exterior como acostumbra. La nueva Alta Representante, la italiana Federica Mogherini, se afana diligentemente en ocupar la rendija de atención mediática que se le presta, con mejores formas que con las que lo hacía su antecesora Lady Ashton. Pero el escenario lo han protagonizado el bloque franco-germano, con una actividad frenética de la Canciller Merkel y su acompañante de lujo el presidente Hollande. Mientras, el premier británico, David Cameron, sin salirse un milímetro de la posición atlantista histórica del Foreign Office, se ha posicionado del lado de las tesis de acoso y derribo a Putin defendidas por EE.UU. Por su parte, los Estados Bálticos y Polonia, con el nuevo presidente del Consejo Europeo al frente, el polaco Donald Tusk, como valedor principal, han acudido cual coro de plañideras a pedir el amparo de la UE y la OTAN ante la amenaza que siempre han percibido de los anhelos expansionistas rusos. Y para colmo del esperpento, una Grecia sumida en la tragicomedia de su rescate y con el patrocinio de su nuevo Gobierno de izquierda radical, ha llegado a hacer sus pinitos planteando, aunque solo en primera instancia, el veto a las sanciones económicas impuestas a Rusia por la UE.

Del otro lado del frío, Putin representa su propia obra de engrandecimiento del orgullo patrio ruso. Tan grandilocuente como poco creíble, se ha enrollado en la bandera y en la defensa de los derechos de los ciudadanos que se sienten rusos en Ucrania. Resulta patética tanta preocupación por los rusos extramuros cuando a los que habitan sus territorios discrimina en libertades por no pensar como él, por criticarle, por pertenecer a una etnia que reivindica su independencia o incluso por su aberrante homofobia. No está, sin embargo, el bravucón presidente ruso para muchas bromas, con un país que difícilmente sortea el invierno con los productos de primera necesidad en galopante inflación y las arcas del Estado en cash empobrecidas por la caída en picado de los precios del petróleo.

Enfrente, EE.UU. se encuentra cómoda en esta segunda versión de la guerra fría con el gigante ruso. Su economía mejora sustancialmente por primera vez en las últimas dos décadas, energéticamente su dependencia del petróleo se ha reducido mucho y sus guerras contra el terrorismo internacional, ya no solo le ocupan a él, sino al resto del mundo. Otra cosa es la situación política. Obama que ya solo sueña con ser recordado en la historia como el presidente que no metió a su país en una guerra y el que cambió la política social en beneficio de los más necesitados, pero siente la tremenda presión de su propio partido, en horas muy bajas y de los republicanos que ante Putin no están dispuestos a una sola veleidad. Todo ello, en la antesala de los primeros escarceos en ambos partidos de las candidaturas a la Casa Blanca del próximo mandato presidencial.

Y como siempre, en medio está la gente, esa pobre gente de rostro helado por el frío del terror a no tener un mañana cierto. Esas mujeres, hombres, niños y ancianos que deambulan como zombis por un país arruinado. Ni Europa, ni Rusia pueden permitirse por más tiempo este juego de tronos orquestado en Ucrania. Más de que de armas toca hablar de reconstrucción, de cooperación para hacer de Ucrania un lugar seguro y próspero donde rusos y europeos puedan desarrollar proyectos comunes. La política es el arte de hacer posible lo que en un momento determinado se nos antoja imposible. Es la Unión la que está obligada a saber hacer política y alejar el fantasma de la guerra al Este de Europa. Una estela de terror de la que deberíamos tomar conciencia todos los europeos. Vivimos en medio de una guerra fría y nuestros hermanos ucranianos sufren una guerra caliente, pero si no somos capaces de reconducir la situación, una vez más Europa podría verse abocada al abismo de un conflicto general. El fracaso de la diplomacia hoy puede convertirse en la antesala de la tragedia de mañana.

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Un premio Nobel para la paz europeista

Es evidente que con la concesión del Premio Nobel de la Paz a la Unión Europeala polémica está servida. Nos hemos acostumbrado a mirar los acontecimientos con cultura digital, de forma on line, sin perspectiva histórica y con miopía de futuro. Si lo que la academia Nobel premia es la situación puntual que viven las instituciones europeas podemos establecer un rico debate sobre la buena o mala salud de las mismas y sobre los problemas que sin duda afronta la Unión y los Estados que la forman. Y en ese caso deberíamos empezar por reconocer que la crisis que nos afecta es global y que no se trata de una dolencia endogámica o intrínsecamente europea. Pero el jurado del Nobel no se ha fijado en el punto concreto en que se encuentra el proyecto de construcción europea, sino en el propio proyecto en sí y en el valor como garante de paz que ha tenido en el continente durante más de cincuenta años. Seis décadas ininterrumpidas de cese de la violencia bélica en un territorio que históricamente ha protagonizado las más cruentas y numerosas guerras de la humanidad. De ahí que las primeras críticas recibidas por el Nobel europeo resulten profundamente injustas cuando se compraran con el concedido al presidente estadounidense Barak Obama, pues, se contrapone la labor colectiva de los europeos durante 50 años con el de una persona en tres años. De la misma forma que escuchar en boca del presidente checo, Václav Klaus, reputado euroescéptico o al también Nobel de la paz, LechWalesa, su decepción con el galardón, resulta paradójico dado que difícilmente la libertad en sus países alcanzada tras la caída del Muro de Berlín serían posible sin la contribución realizada por una Europa unida.

Para cualquier persona en su sano juicio debería ser motivo de satisfacción que los pueblos europeos que generaron tragedias tan terribles como las guerras imperiales del Renacimiento, las confrontaciones napoleónicas y las dos guerras mundiales, hayamos convertido la práctica totalidad del espacio continental en un área de comercio común, donde las personas, los capitales y las ideas fluyen en libertad y defendido por derechos comunitarios. Los europeos le guste a quien le guste y le pese a quien le pese, hemos borrado siglos de enfrentamiento por décadas de paz y prosperidad. Nada tiene que ver la forma en que estamos encarando la actual crisis económica en como lo hemos venido haciendo en nuestro tiempo pretérito. La cooperación, el diálogo y la negociación se han impuesto a la fuerza de las armas. El vértigo de la guerra, el miedo a la muerte extendiéndose una vez más por los viejos campos de batalla, unió a los padres fundadores de la Europa del Tratado de Roma. De ese vértigo fue naciendo la conciencia de que juntos somos más fuertes y unidos se defiende mejor nuestro modelo de sociedad, sean cuales sean las dificultades que nos proponga la globalización. Es ya muy fuerte el entramado de intereses y el tejido institucional creado paso a paso lentamente a base del famoso acerbo comunitario como para tirarlo por la borda y volver al abismo de las fronteras irreconciliables.

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Muchas han sido las personas que han participado en la construcción de las Comunidades Europeas, primero, y de la Unión Europea (UE), después, a partir de la llamada Declaración Schuman de 1950. Muchas de estas personas han jugado un papel destacado en la vida de sus propios países de origen, papel que incluso puede ser más significativo que el que han representado en el seno de la Unión. Muchos, pues, son merecedores personalmente del Nobel de la paz, aunque normalmente se conoce como “Padres de Europa” a AdenauerMonnet,Schuman y Gasperi, la Comisión Europea oficialmente considera como tales a Konrad Adenauer, Jean Monet, Winston Churchill, Robert Schuman, Alcide de Gasperi, Paul-Henri Spaak, Walter Hallstein y Altiero Spinelli. Una historia que se alumbra en Roma el 25 de marzo de 1957 con la firma de los Tratados de la Comunidad Económica Europea (CEE) y de la Comunidad Europea de la Energía Atómica (CEEA o Euratom). Ambos tratados fueron firmados por la República Federal de AlemaniaBélgicaFranciaItaliaLuxemburgo, y los Países Bajos, los Estados fundadores. El tratado estableció, entre otras cosas la Unión Aduanera: la CEE fue conocida popularmente como el “Mercado Común”. Se acordó un periodo transitorio de 12 años, en el que deberían desaparecer totalmente las barreras arancelarias entre los Estados miembros. Y la Política Agrícola Común (PAC): esta medida estableció la libre circulación de los productos agrícolas dentro de la CEE, así como la adopción de políticas proteccionistas, que permitieron a los agricultores europeos evitar la competencia de productos procedentes de terceros países. Ello se consiguió mediante la subvención a los precios agrícolas. Desde entonces la PAC ha concentrado buena parte del presupuesto comunitario. Este tratado estableció la prohibición de monopolios, la concesión de algunos privilegios comerciales a las regiones ultraperiféricas, así como algunas políticas comunes en transportes.

La actual Unión Europea ha vivido seis ampliaciones consecutivas en su ya larga historia. La primera supuso la incorporación de IrlandaReino Unido y Dinamarca. La segunda de Grecia, la tercera de España y Portugal, la cuarta de Suecia,Austria y Finlandia y la quinta fue la más amplia de MaltaChipre y ocho países del Este, EstoniaLetoniaLituaniaPoloniaHungríaRepública Checa,Eslovaquia y Eslovenia. Y, por último, la sexta la de los vecinos Rumanía yBulgaria. En total 27 países miembros, que serán uno más el próximo mes de enero con la integración de Croacia. Desde el punto de vista jurídico, el proceso de unión europea ha vivido desde el Tratado de Roma cinco grandes reformas y otros tantos nuevos tratados que constituyen la ley de leyes para sus Estados miembros. En 1986 se aprueba el Acta Única Europea cuya finalidad fue reformar las instituciones para preparar la adhesión de España y Portugal, y agilizar la toma de decisiones para preparar la llegada del mercado único. Los principales cambios fueron la ampliación de la votación por mayoría cualificada en el Consejo (para hacer más difícil el veto de las propuestas legislativas por un único país) y creación de los procedimientos de cooperación y dictamen conforme, que dan más peso al Parlamento. En 1992 entra en vigor el Tratado de Maastricht, cuyo objetivo fue la implantación  la Unión Monetaria Europea e introducir elementos de unión política (ciudadanía, políticas comunes de asuntos exteriores y de interior). Significó el establecimiento de la Unión Europea e introducción del procedimiento de codecisión, dando más protagonismo al Parlamento en la toma de decisiones. Nuevas formas de cooperación entre los gobiernos de la UE, por ejemplo en materia de defensa y de justicia e interior. En 1997 se reforman los tratados por el acuerdo de Amsterdam en materias menores y en 2001 el Tratado de Niza viene a facilitar la toma de decisiones después de la incorporación de numerosos países y, finalmente, en 2007 el Tratado de Lisboa vigente en la actualidad pone el énfasis en hacer la UE más democrática, más eficiente y mejor capacitada para abordar, con una sola voz, los problemas mundiales, como el cambio climático y aumenta las competencias del Parlamento Europeo, establece el cambio de los procedimientos de voto en el Consejo, la iniciativa ciudadana, el carácter permanente del puesto de Presidente del Consejo Europeo, el nuevo puesto de Alto Representante para Asuntos Exteriores y el nuevo servicio diplomático de la UE.

Un camino proceloso repleto de tira y aflojas, de marchas adelante y parones que ha conformado una realidad interna y externa protagonista se quiera o no en el escenario mundial. Porque a las incorporaciones de Estados y poblaciones hasta sumar los 500 millones de personas actuales y un marco legal de compleja regulación y basada en la transferencia de soberanía, hay que añadir la existencia de una moneda única, el euro, vigente en 17 Estados miembros y la creación de un Banco Central Europeo que ya actúa como autoridad monetaria del eurogrupo y que avanza en su funcionamiento como reserva federal al estilo de la de losEstados Unidos. En 50 años la Europa que camina unida ha logrado establecer normas comunes comerciales, de movilidad laboral, de capitales, de moneda única y, recientemente, está poniendo en marcha la diplomacia más ambiciosa y voluminosa del mundo. Negar los problemas y dificultades que hoy acechan a la UE sería vivir al margen de la realidad. A cada paso que damos se producen nuevos retos y mayores inconvenientes. Mantener la riqueza de la diversidad en un espacio que cada vez ensancha más supone la obligación de reinventarnos desde el convencimiento de que juntos podemos seguir siendo un referente mundial.

La memoria humana es tan débil que por supervivencia pronto olvida el drama y la tragedia. Para poner en valor lo que los europeos hemos logrado en estas seis últimas décadas bien valdría reproducir machaconamente la desolación producida en Europa por las dictaduras fascistas y por los regímenes comunistas. La democracia y el Estados social de derecho desde una visión humanista basada en nuestra mejor historia, ha dado fruto en la época más próspera y pacífica que hemos conocido en nuestro continente. El premio que ahora todos recibidos es un acicate y un impulso para los que aún creemos en el proyecto europeista frente a las veleidades populistas y ultras de quienes quieren volver a la defensa de intereses particulares que fomentan el enfrentamiento egoísta. Hay que ser muy estúpido o muy malintencionado para defender que la Europa deHitlerMussolini y Stalin es mejor que la que vivimos hoy de la mano de nuestros gobernantes, por mucho que los actuales puedan errar. Sus errores que sin duda los tienen, son parte de nuestro derecho a equivocarnos juntos y con la enorme capacidad de reconvenirlo en las próximas elecciones. Tenemos problemas económicos, de falta de integración política, de credibilidad internacional, de respeto a minorías, de defensa de derechos humanos en el mundo…, pero seguimos siendo una isla modélica en la humanidad de libertades y calidad de vida. El Nobel de la paz no es más que una llamada de atención a no perder lo que hemos alcanzado, a no dejar de ser referente para el mundo. Nuestra obligación más que nunca es colaborar en la resolución de los problemas mundiales desde la vanguardia de la innovación y la investigación o convertirnos una vez más en el escenario del conflicto. Elegir entre Europa como dilema o como solución. El europeismo ahora premiado además de un bello anhelo es ya un repertorio de hechos incuestionables que nos garantizan vivir en paz.

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¿Cuál es la agenda europea del presidente Hollande? Un nuevo plan Marshall para la Unión

La elección de François Hollande como presidente de Francia ha significado un soplo de aire fresco para toda Europa, tal vez más por la novedad del personaje y la necesidad de reequilibrar el eje franco-alemán, que por las realidades del programa del socialista galo que ofrece pocas pistas de sus intenciones.  Sabido es que la esperanza tiene la fuerza de la naturaleza conservacionista y que nos aferramos al optimismo del futuro aunque esté basado en el desconocimiento, pero también es cierto que en muchas ocasiones son esos deseos los que como un movimiento inercial son capaces de cambiar la realidad. El hombre “normal” Hollande, sustituye al fracaso de un Sarkozy tan grandilocuente como ineficaz para contraponer y negociar un modelo de la Unión al rostro de la austeridad que representa la canciller Angela Merkel.  Es precisamente la capacidad de Hollande de aportar una mirada nueva, con nuevas ideas que puedan provocar un cambio de enfoque en las políticas comunitarias la gran incógnita en torno al personaje. Tal vez vive Europa el mismo momento de expectativa que produjo en el mundo la llegada a la Casa Blanca de Barak Obama en el caso del nuevo inquilino del Palacio del Elíseo.

De todas las medidas que se esperan de Hollande, sin duda, la más importante sería la incorporación al pacto fiscal parido por el dúo “Merkozy” de un capítulo dedicado al crecimiento. Ese tratado que desde su nacimiento los propios miembros del Partido Socialista francés a menudo llaman el “tratado de austeridad”, parece que tiene los días contados, pero la realidad es que durante sus siete meses de campaña, Hollande ha mantenido la ambigüedad sobre el verdadero significado del ansiado nuevo “Plan Marshall”. Las ideas que ha incluido en su discurso, tan ambiguas como vagas, se han referido al refuerzo del papel del Banco Europeo de Inversiones y la creación de “eurobonos” como respaldado fundamental para estabilizar la deuda de los Estados de la zona euro y para financiar proyectos a gran escala de infraestructura. Es evidente que realizar un planteamiento poskeynesiano en un escenario de crisis sistémica como la que asola Europa no es tarea fácil y de ahí que Hollande haya encargado un memorando sobre el crecimiento que están preparando actualmente las principales personalidades socialistas francesas, entre ellos Elisabeth Guigou (ex asesora de asuntos de la UE del presidente François Mitterrand) y diputados del Parlamento Europeo como Catherine Trautmann y Pervenche Berès. Un documento que servirá de base a la discusión que centrará la próxima cumbre los Jefes de Gobierno en junio.

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Pero antes, la cita previa de Merkel y Hollande resultará clave para esta estrategia de renegociación, pieza central de la campaña del nuevo presidente francés para la “reorientación de Europa”.  Sin embargo, este new deal europeista no ha no ha sido bien recibido por Berlín. “Nosotros en Alemania somos de la opinión, y yo también personalmente, que el pacto fiscal no es negociable. Se ha negociado y ha sido firmado por 25 países “, anticipaba en su línea inmovilista Angela Merkel, al día siguiente de conocer la derrota de su inseparable pareja del baile de la crisis, Nicolás Sarkozy. Con todo, los dos líderes también han llevado a cabo gestos conciliatorios, mientras Merkel respaldaba al presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, en su llamada a un “pacto de crecimiento”, Hollande a medida que veía más cerca su victoria electoral ha ido suavizando su posición y ha omitido hablar de la reforma del Banco Central Europeo, en función de la audiencia que le escuchaba, especialmente durante una visita en diciembre a Alemania y en la presentación de sus demandas de reforma de la UE a la prensa internacional, recientemente, el 25 de abril. Probablemente en este ejercicio de equilibrio entre los dos mandatarios resida la clave del futuro de la Unión Europea. Es evidente que Alemania, dados sus dramáticos antecedentes, no cederán en su obsesión en el papel del Banco Central Europeo como garante de la lucha contra la inflación o los equilibrios presupuestarios de los distintos gobiernos europeos. La base del tratado fiscal no parece alterable – solo Irlanda está pendiente de la celebración de un referéndum sobre el texto el 31 de mayo está pendiente de ratificarlo -, pero de la misma forma la necesidad de incorporar medidas de reactivación económica se ha convertido ya en una reclamación general de las principales economías del continente que sufren la recesión en parte motivada por las duras recetas de austeridad.

El programa de Hollande es igualmente vago al referirse al presupuesto de la UE para el período 2014-2020. La dimensión de las aportaciones de los socios al conjunto de la Unión se convertirá en el debate central el próximo año y afecta de manera fundamental a la construcción institucional europea y también al previsible proyecto de inversiones para reanimar el crecimiento económico. A pesar de que el líder galo ha manifestado su deseo de incrementar las aportaciones para poder financiar “grandes proyectos orientados hacia el futuro”, la realidad es que el compromiso no ha pasado de ser genérico y verbal. En plena reforma de la Política Agrícola Común, el portavoz de Hollande Stéphane Foll siguiendo la tradicional defensa francesa de las ayudas al sector, señaló que quería un “presupuesto ambicioso”, pero eso no significaba la cobertura de financiación “hasta el último euro”, tal y como Nicolas Sarkozy, se había en comprometido previamente en campaña. Otra diferencia respecto a su antecesor conservador radica en la posición respecto a la política regional. Francia ha sido tradicionalmente ha desdeñado las políticas de apoyo a las regiones, sin embargo, este pilar redistributivo de la UE es probable que encuentre más apoyo en Hollande, dado que prácticamente todos los gobiernos regionales francese, con la excepción de Alsacia, están dirigidos por socialistas. Él ya se ha comprometido a dar a las regiones un papel más importante en la gestión de los fondos de la UE.

Un tema en el que pueden converger como nunca hasta ahora el eje franco-alemán es en materia energética. Hollande se ha comprometido a reducir la dependencia de Francia de la energía nuclear, pasando del actual nivel de uso eléctrico de esta fuente del 75% actual al 50% en 2025. Esto implicaría grandes inversiones en energías renovables, que podrían ser financiados por los bonos del Banco Europeo de Inversiones que él propugna y que cuenta con el beneplácito germano. Demasiadas esperanzas puestas en el cambio político vivido en Francia el pasado domingo y demasiadas incógnitas en torno al programa socialista y al personaje que debe implementarlas. Deberíamos rebajar las ansiedades y ser conscientes de los plazos para la toma de decisiones a 27. Además, Hollande tiene a escasas semanas vista las elecciones legislativas francesas donde está obligado a aprovechar la circunstancia del declive del centroderecha para reforzar su acción de gobierno con una mayoría sólida en la Asamblea Nacional. Su partner alemán, Angela Merkel, se enfrenta a un rosario, sino calvario, de comicios regionales en los länder federales donde la CDU está viendo mermado su apoyo electoral y en octubre de 2013 tendrán lugar las elecciones federales al Bundestag. Hasta entonces me temo que el programa de medidas no caminará al ritmo que la calle desea.

Que Europa empezará en el próximo semestre a perfilar el plan de reconstrucción económica para hacer frente a la recesión, parece ya una realidad innegable. La fisonomía del plan, las cuantía de sus ayudas y los Estados a los que afectará en mayor medida, aún estamos lejanos a conocer su definición. Me aventuro a pensar que países del Este, con Polonia como gran protagonista y, los Estados de los Balcanes, sobre todo, cuando se produzca la incorporación de Serbia – que supondrá la entrada de cerca de 10 millones más de habitantes, junto a los 4 millones de Croacia que será miembro de pleno derecho en enero de 2013 – capitalizarán gran parte de la reconstrucción de la demanda interna de la eurozona. Supongo que pensar que Italia vaya ser ajena a este proceso es ridículo, los italianos siempre han sabido colocarse el lugar adecuado en el momento idóneo, para no perderse las oportunidades que la historia les ha brindado. Fueran quedarán las pig-nations, aquellos que han rebasado la barrera del sonido y no son creíbles ni en los mercados, ni entre sus socios comunitarios.Grecia al frente, con Portugal siguiendo sus pasos de caos social y económico, no cuentan ni siquiera en el contexto de reparación de lo demolido por la crisis. YEspaña, es la gran incógnita. Su incapacidad para acometer en tres años un presentable saneamiento de sus sistema financiero, le incapacita hoy por hoy, para ser beneficiario de la flexibilidad de la Unión y de sus ayudas. El ladrillo sigue pesando demasiado en los pasivos de la banca española y en el altísimo endeudamiento privado de su economía. A este paso, por mucho que tratemos de hacer un remake del clásico de Berlanga, nos volveremos a quedar pasmados al paso de Mister Marshall y algún gobernante al estilo de Pepe Isbert deberá darnos una explicación porque nos la debe.

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Falacias sobre el copago sanitario en Europa

El debate sobre la utilidad o no del sistema de copago para la financiación del sistema sanitario se ha abierto en España a raíz de la aprobación por parte del govern de la Generalitat de Catalunya de una tasa de 1 euro por receta – el llamado ticket moderador – en el Servei Catalá de la Salut. De la misma forma que en la mayoría de los Estados más asolados por la crisis de la deuda – Grecia,IrlandaPortugal – se han introducido medidas de este tipo, parece por los indicios que el gobierno del Partido Popular en España, pese a negarlo una y otra vez, está llevando a cabo reuniones “técnicas” con las consejerías de Sanidad de las Comunidades Autónomas para el estudio primero y posterior implementación de medidas de copago sanitario. Convendría, pues, en este clima preimpositivo analizar sin sesgos ideológicos  y sin fundamento o prejuicios carentes de rigor, las virtudes y los defectos de este tipo de reformas. Lo digo partiendo de la base de la trascendencia que en nuestras vidas tiene garantizar un sistema de salud público de calidad, de acceso garantizado universal y equitativo. Nos jugamos demasiado en las decisiones que sobre el tema tomemos como para que el debate se produzca con opiniones de algunos políticos o tertulianos basadas en generalidades y lugares comunes, en vez de en datos contrastados o hipótesis elaboradas por profesionales de la sanidad. Son éstos, que además en el caso del Estado español, lo son de reconocido prestigio y compromiso con el sistema, quienes más tienen que decir sobre una reforma que solo debe pretender hacer viable la sostenibilidad de uno de los mejores modelos de salud pública de Europa y, por ello, del mundo.

El objeto aludido para introducir el copago es la insuficiencia financiera del modelo. Se nos dice que no tenemos recursos suficientes para mantener un sistema tan bueno, pero tan caro. Yo niego la mayor. Lo primero que tenemos que decidir es qué sistema de salud público queremos tener y cuál es su relación con las ofertas de sanidad privada. Dimensionar la cartera de servicios sanitarios que queremos tener es el primer trabajo, así como establecer qué orden de importancia le concedemos en el conjunto de gasto público. Porque si como parece, todos pensamos que junto con el pago de las pensiones y la educación gratuita e igualmente universal, son los gastos comprometidos ineludibles, a partir de aquí serán otras las partidas a reformar. Por tanto, una vez que definamos el tamaño del sistema y consiguientemente sus necesidades de recursos, podremos pasar a definir las partidas de ingresos sobre las que lo sustentamos. Empiezo por deshacer otra falacia del copago por introducir, porque el copago en el Estado español ya está implantado. En primer lugar, mediante las cuotas a la Seguridad Social que pagamos todos los trabajadores y empresarios, en esa suerte de mutualidad aseguradora de diversas prestaciones que supone. En ese sentido, sería muy convenientes que dichas cuotas vinieran desglosadas en sus diferentes aportaciones para que pudiéramos saber claramente a qué se dedica la caja única: tanto para su sanidad, tanto para su pensión, tanto para su prestación por desempleo si ha lugar… Así evitaríamos la mala praxis habitual, que han llevado a cabo todos los gobiernos, de meter la mano en la caja para sufragar otro tipo de gastos. En segundo lugar, pagamos un porcentaje de los medicamentos – excepto los pensionistas – que nos receta la sanidad pública. Por lo tanto, no debemos hablar de copago como novedad, sino de extender a nuevos tipos de impuesto la financiación de la salud.

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Si echamos un vistazo a la situación de nuestro entorno europeo, veremos que el copago en distintas modalidades existe en todos. En veintisiete se realiza el copago farmacéutico. En todos salvo en DinamarcaEspaña, Grecia – y ahora se va a introducir – y Reino Unido, existe el copago en atención hospitalaria. En todos menos en España, Grecia – y también pagarán ya –, HungríaLituania, Reino Unido y República Checa se paga algo por la atención especializada. Y respecto a la atención primaria, donde menos está implantado el copago, es totalmente gratuita en España, Grecia – y se les acaba – Holanda, Hungría, Italia, Lituania,Polonia, Reino Unido y República Checa. Es decir, los Estados con menor nivel de copago y, por tanto, de aportación directa de los ciudadanos al coste de los servicios sanitarios que emplean, son el Reino Unido y España. En ambos casos, somos según diversos baremos e indicadores dos de las mejores sanidades del mundo y en el caso español, el tercer país del mundo en esperanza de vida. Además, resulta útil combinar este dato con el de la rentabilidad de la inversión del gasto sanitario, es decir, qué porcentaje sobre el total del PIB empleamos en sanidad. Así en España nos sale muy barata esa salud pública de calidad. La media de los países desarrollados en Europa está alrededor del 9% del PIB, llegando a cifras mucho más altas en EE.UU. (14%). En España el porcentaje es de los más bajos de Europa (8,4%), por debajo de la media europea, solamente por delante de Finlandia, Hungría, Polonia y la República Checa y muy por debajo de lo destinado en Suiza (11,3%), Alemania (10,6%), Bélgica (10,4%), Francia(11,1%), Austria (10,1%), Dinamarca (9,5%), Holanda (9,3%), Islandia (9,2%),Suecia (9,2%), Grecia (9,1%) e Italia (8,7%).

Se supone que el principal argumento a favor de la extensión del modelo de copago es la disminución del “consumo” sanitario. En ese sentido, deberíamos recordar que la enfermedad, en general, se contrae, no se desea y, más importante aún, que quien discrimina el uso del sistema son sus profesionales, es decir, aquellos en quienes depositamos la confianza en nuestra curación o cuidado. Partir de la base del abuso del sistema supone quebrar la confianza en él y, en todo caso, si existen los excesos atajense, pero no se introduzcan impuestos indiscriminados que culpan a aquellos que nada tienen que ver con los que se aprovechan indebidamente. En cualquier caso, en los países europeos donde más experiencia por tiempo y extensión del copago tienen, está demostrado que efectivamente disminuye el “consumo”, si bien a costa de importantes pérdidas en el reparto equitativo. Es evidente que pese a que se reduzca la aportación del copago a las capas con menores niveles de renta, el hecho de tener que pagar establece una discriminación que afecta más al que menos tiene y que le disuade de acudir al médico. Ello supone a largo plazo que al desaparecer la labor preventiva de la consulta periódica, se pierde el contacto con el paciente y el historial clínico es menos rico en datos, por lo que una enfermedad puede revelarse más grave cuando aparece y propender a convertirse en dolencia crónica. Es decir, que lo barato a la larga se vuelve caro. Y, como dato adicional, la cuantía que se recauda por las distintas fórmulas de copago no son relevantes a efectos del conjunto del gasto sanitario, con ellas no se garantiza la sostenibilidad del sistema. En resumen, demasiado coste social para poco retorno económico.

Si el problema se centra en la financiación del sistema y éste resulta prioritario en nuestras vidas, deberíamos plantearnos una reforma fiscal en profundidad que lo haga viable. De igual forma que el Pacto de Toledo aseguró un consenso básico para garantizar el pago a largo plazo de las pensiones, se requiere un Pacto de Estado para la Salud, dado que además la responsabilidad de su gestión está plenamente transferida a las Comunidades Autónomas. A éstas se les puede marcar y se debe, el mínimo de servicios y prestaciones a las que está obligada por ley, pero en absoluto se les puede impedir a aquellas que mejor gestionan o son capaces de hacer frente a sus necesidades de recursos, que dejen de prestar una asistencia de máxima calidad porque en otras comunidades se malgasta o despilfarra. La solidaridad interterritorial solo es exigible cuando existe paralelamente la fiscalización del gasto y la responsabilidad de cada uno en el mismo. En todo caso, más que imponer una tributación especial en función de la renta personal a los usuarios de los distintos sistemas de salud como ha propuesto el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijoó, parece mucho más coherente y eficaz, acometer una reforma fiscal global que ante la situación de ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres en España, suponga un nuevo modelo de redistribución de la riqueza y, con ello, de financiación de la sanidad, pensiones, desempleo o educación. Cualquier otra medida es un parche intencionado para encubrir la privatización del sistema.

El modelo público de Salud en el Estado español no requiere un cambio radical, ni siquiera en su esquema de financiación. Eso solo lo defienden los que buscan su desaparición. Requiere mejorar los modelos de gestión y, sobre todo, implicar más y contar más con sus profesionales que siguen siendo los mejores defensores del sistema. Requiere un redimensionamiento de sus recursos y una evaluación de sus necesidades de inversión para no quedarse obsoleto en equipamientos y en formación de sus clínicos. Pero con eso no estamos hablando de nada que no sea un trabajo continuo en el ámbito más importantes de nuestras vidas, algo que debemos hacer día a día, no excepcionalmente. No podemos asumir con debates superfluos y vacuos la introducción de un impuesto a la enfermedad, una suerte de tributo por no estar sano, porque eso rompe el equilibrio de una sociedad que cree en la solidaridad y en la red de apoyo que supone que tus congéneres paguen por ti cuando tú lo necesitas igual que tú harías por ellos si así sucediera. En eso nos diferenciamos los europeos, para bien, de modelos de sociedad como el de Estados Unidos, donde curarse es un privilegio o de sociedades donde los derechos solo están al alcance de los más ricos. No podemos permitir que entre nosotros se instale el egoísmo de aceptar que nuestros niños o ancianos podrán vivir en función de su renta. Si así lo hacemos, habremos matado el concepto mismo de Europa.
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