La serenidad como mejor arma europea contra el terror yihadista

Que no hay peor ciego que el que no quiere ver o peor sordo que el que no quiere oír sería la primera enseñanza que los europeos deberíamos extraer de los terroríficos acontecimientos vividos en París. Sabíamos de los riesgos ciertos que el radicalismo islamista supone para nuestra civilización, éramos conscientes de la salida de miles de jóvenes europeos hacia zonas de combate para su entrenamiento con el solo objetivo de su regreso para actuar contra sus objetivos infieles en nuestros países. Hemos sufrido en las dos últimas décadas atentados en nuestras principales ciudades, MadridLondres, París… Vemos cómo su imparable violencia cada día avanza en el África subsahariana, en Oriente Medio y en el Golfo Pérsico, asesinando rehenes occidentales, masacrando a la población civil no integrista que se encuentra a su paso colgando cotidianamente en Internet los vídeos de su barbarie. Pero era más cómodo taparse los ojos y los oídos y seguir plácidamente instalados en la pax europea del no pasa nada, como si todo lo que sucedía fuera una realidad virtual de los informativos de televisión. Lo más seguro es que el terror vivido en París tampoco sea suficiente para sacarnos del sopor adormecido del que no acepta complicarse la vida. Y, sin embargo, la guerra santa está entre nosotros para quedarse, es ya parte trágica de nuestra fisonomía, no la hemos importado, la hemos generado en nuestras propias entrañas europeas de los barrios periféricos parisinos o londinenses.

Sería bueno que fuéramos conscientes de que esos jóvenes cargados de odio e ira que quieren acabar con la forma de vida que les hemos dado, son un producto del fracaso de integración de una inmigración que en la mayoría de los casos se retrotrae a sus padres o abuelos. Sería un ejercicio de sentido común reconocer que tenemos un enemigo interior, que evidentemente sirve a órdenes globalizadas exteriores de las redes terroristas yihadistas, pero que tiene su banderín de enganche en la frustración de una juventud a la que no hemos sabido darles valores superiores que contraponer a la irracionalidad de quiénes les piden que maten en nombre de Alá. El paradigma es muy simple: el Occidente surgido de la Ilustración, baqueteado por dos guerras mundiales e instalado en el acomodaticio Estado del Bienestar, está en quiebra porque no ofrece una realidad terrenal mejor que la prometida en otra vida que puede incluso merecer la terrible pena de inmolarse. A una interpretación integrista de una religión que reconoce la violencia como método de alcanzar sus objetivos, solo se le combate con otra religión que contrapone la paz como valor supremo o con una ética de la solidaridad entre los hombres. Da la casualidad de que los europeos, cada día, menos practicantes de la religiosidad y más adoratrices del becerro de oro, hemos abandonado ambas fórmulas de lucha contra el enemigo de la razón.

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Además, desde la década de los 50 del pasado siglo y, en gran medida, gracias a nuestro poderoso invento de Unión Europea, hemos depuesto las armas entre nosotros y hemos instalado un pacifismo equívoco, que da por sentada la garantía de seguridad en la convivencia, como si ya no existieran enemigos interiores o exteriores. Esa ingenuidad de gobernantes y gobernados, nos pone ahora cuando el terror nos atenaza, en el disparadero de cómo actuar dentro de nuestras confortables fronteras contra el terror integrista. Ante el reto debemos vencer el principal riesgo que nos acecha: la reacción desmedida ante el desafío lanzado por los violentos. El miedo puede llevarnos a socavar nuestra libertad, la esencia misma de nuestro ser europeo y retroceder hacia fórmulas totalitarias o populistas que es exactamente lo que pretenden en su partida de ajedrez a largo plazo los ideólogos yihadistas. Seguridad y libertad son dos caras de la misma moneda indisociables. No puede haber una sin la otra y menos en un espacio común como el que hemos construido con no pocos esfuerzos desde hace casi 60 años. Por tanto, ante el terror la actitud que asuman gobiernos y ciudadanos europeos va a resultar clave para afrontar la nueva situación a la que nos enfrentamos. No podemos caer en la tentación de la respuesta pendular de quien no ha querido ver el problema durante años y ahora pretende resolverlo a base de penas de muerte y convirtiendo Europa en un escenario tan inseguro como injusto. Por ello se impone la serenidad como método de toma de decisiones. Solo la fortaleza que puede darnos el convencimiento de hacer el bien y de no perder nuestros principios pese a ser duramente atacados, nos permitirá ganar esta batalla de formas de entender la vida y la muerte.

La serenidad es aquella actitud del espíritu humano de responder ante cualquier evento o situación sin dejarse arrebatar por sentimientos o emociones desestabilizadores. Una persona serena es una persona pacífica, y en paz con su entorno y para con los demás. Así debemos comportarnos como colectivo racional frente a quienes pretenden que les hagamos frente con sus mismas armas de violencia desatada. Y desde la serenidad debemos entender que la unidad de los europeos que creemos en la paz y la libertad como principal valor en la vida presente, cobra más que nunca un protagonismo histórico. Si nuestros padres fundadores, los Konrad Adenauer, Jean Monnet, Winston Churchill, RobertSchuman, Alice de Gaspieri, Paul-Henri Spaak, Walter Hallstein y Altiero Spinellifueron capaces de hacernos un relato de la necesidad de la paz como respuesta a cientos de años de enfrentamientos entre nosotros mismos, ahora nuestros líderes tienen la obligación de orientar el discurso de la paz frente a la violencia, de la libertad frente a la imposición. Una vez más, la vieja Europa se convierte en el centro de las miradas del mundo, una vez más, nos encontramos ante la responsabilidad de dar respuestas civilizadas a un planeta interconectado donde la información fluye a toda velocidad y hasta cualquier rincón del orbe. Los enemigos de nuestra forma de vida han escogido Europa como escenario de su asalto, como ya han hecho de forma histórica, pero la forma de guerra ha mutado y ahora no se trata de organizar santas cruzadas contra guerras santas, sino de garantizar la seguridad y la libertad de los ciudadanos que viven en Europa sean del color que sean, piensen o se expresen como lo deseen y profesen la religión que profesen. Ellos, los que siempre en nuestra historia han creído que somos parte de una civilización decadente, incapaces de sacrificarnos y de hacerles frente desde la serenidad y con la paz como bandera, creen que no vamos a ser capaces de soportar su presión día a día, sin perder la unidad y sin caer en formas de totalitarismos. En nuestra mano está escribir una de los mejores capítulos de nuestra historia, uniéndonos ante un enemigo común que desprecia la vida y cualquier forma libre de expresión que no sea la suya.

De cualquier riesgo surge una oportunidad si se sabe afrontar la situación. Por dolorosas que sean las jornadas que nos toquen vivir, los europeos sabemos que somos mejores cuando nos ponen al borde del precipicio de la intransigencia, que en la defensa de nuestros valores nos hacemos fuertes y surge la inteligencia que tantas aportaciones a la humanidad ha dado. Francia no puede sentirse sola en esta batalla ni un solo día, los ciudadanos franceses no pueden pasar este duro trance que puede trasladarse en cualquier momento a una de nuestras ciudades, sin sentir el apoyo incondicional de todos. La coordinación de medios antiterroristas y de información debe ser absoluta entre los Gobiernos de la UE y las propias instituciones europeas deben demostrarnos más que nunca que nos son meros administradores de nuestro comercio, sino que velan por las libertades de los 400 millones de europeos que hoy componen la Unión. Una libertad que se defiende dentro, pero también requiere de acciones conjuntas en el exterior, donde los terroristas hoy avanzan impunemente mientras nosotros miramos para otro lado. Toca rearmarse moralmente y demostrarnos a nosotros mismos y al mundo entero, que por salvaguardar la paz y la libertad estamos dispuestos a hacer todos los sacrificios necesarios. Es la gran hora de Europa como conjunto de valores, no lo desperdiciemos porque puede que nuestra bella forma de vida esté en juego.

A la memoria de todos los periodistas que han dado su vida por darnos la libertad de saber lo irracional que puede llegar a ser la violencia

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Una Europa de saldos en venta

El emir de QatarHamad bin Jaliga al Thani, compró la semana pasada un total de seis islas griegas ubicadas en el mar Jónico por el precio de 8,5 millones de euros. Europa está en venta, sin anuncios expresos, de la peor de las formas maneras, a precio de saldo y al mejor postor. La crisis económica, la insolidaridad entre socios y la falta de liderazgo e ideas políticas, nos ha abocado a contemplar sobre nuestro paisaje la llegada de toda clase de especies carroñeras.  Y lo más grave es que los oportunistas compradores provienen de allende nuestras fronteras y, en muchos casos, se jactan de incumplir nuestras normas y ni siquiera de mostrar el mínimo respeto a los derechos humanos.

En España, la creación de la Sareb (Sociedad de Gestión de Activos Inmobiliarios), el mal llamado “banco malo” supone una tardía rendición incondicional ante todo tipo de fondos de inversión de dineros de todo tipo de pelaje y condición, de cuya procedencia legal mejor no preguntar. 300.000 millones de € en activos inmobiliarios muchos de los cuales nunca deberían haber visto la luz, pero acompañados de tantos otros de indudable valor, que de la noche a la mañana han visto reducida su tasación un 70% de su precio contable. Suelos muchas veces en lugares envidiables perfectamente válidos para ejecutar proyectos de transformación del tejido productivo del país.  Sectores innovadores, centros educativos, clusters empresariales o instalaciones sanitaria o de asistencia social podrían haberse visto beneficiadas de este excedente de activos, si se hubiera trabajado desde las administraciones públicas de manera coordinada en la búsqueda de financiación ad hoc. Nadie ha hecho su labor y ahora nos encontramos con la única salida posible: la venta a saldo y al mejor postor, con la aberración del proyecto Eurovegas de Alcorcón como mascarón de proa de la subasta puesta en marcha.

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En Atenas, MadridRoma o Dublín, equipos de especialistas en distressed assets(activos rebajados de precio por la crisis) pululan por las sedes de empresas al borde de la quiebra rastreando en las cenizas de la crisis en busca de valor. El deterioro es tan tremendo que incluso empresas potentes no pueden financiarse. Los bancos desinvierten, dejan de refinanciar, es el momento de las “financiaciones especiales y flexibles” que han puesto su radar en Europa y España es el país de la periferia europea que más volumen de negocio les ofrece. Son momentos excelentes para compradores globales de distressed assets. La capitalización bursátil de empresas no financieras y bancos se sitúa un 25% por debajo de las cumbres eufóricas de la burbuja, tras dos años de miedo escénico en la zona euro.

El euro empieza a depreciarse de forma acelerada tras perder el 20% de su valor frente al dólar en tres meses. Inversores internacionales esperan hambrientos la venta de activos bancarios –principalmente créditos a empresas– que Morgan Stanley calcula que pueden ascender a tres billones de dólares. Los inversores no sólo son fondos de Wall Street y la City. Llegan multinacionales y fondos soberanos desde China y otros países asiáticos en busca de empresas energéticas o de infraestructuras y logística, que, desde Lisboa a Atenas, están siendo subastadas a precios bastante inferiores a lo que se consideraba su valor. Tres empresas de energía europeas han sido vendidas en los últimos meses a inversores chinos, la última de ellas, una participación del 21% en la eléctrica portuguesa EDP, adquirida el mes pasado por la china Tres Gargantas (Three Gorges). La empresa de bienes de equipo china Shandong acaba de comprar al fabricante italiano de yates de lujo Ferretti.

A estos fondos hay que unir las nuevas ofertas de empresas privatizables a precio de ganga por gobiernos con necesidad urgente de vender, desde una eléctrica portuguesa, una playa en Rodas o un parador en un palacio castellano. Se buscan joyas en sectores como logística y transporte, alimentos y turismo. La crisis está creando una amplia gama de oportunidades con precios de activos muy deprimidos y los fondos de private equity han aumentado su presencia. A medida que crece la desconfianza de la gente y el entorno se vuelve negativo aumentan las oportunidades de comprar empresas buenas a mejores precios. Las gangas están al orden del día y perpetuar la crisis se ha convertido en un objetivo a largo plazo de esa especie nueva de tiburones financieros. Existen en la actualidad fondos llamados de “situación especial”, creados desde el inicio de la crisis que cuentan con más de 1.500 millones de euros para invertir en activos en apuros en España, Italia e, incluso, Grecia. En España el objetivo está puesto en empresas de tamaño bastante grande en todos los sectores, desde materiales de construcción a alimentos o comercio al por menor. No se trata de inversiones a largo plazo, sino claramente oportunistas, buscan la especulación ante la enorme carencia de financiación que asola Europa.

Los fondos buitre que se perciben como salvadores en empresas asfixiadas y atemorizadas, no son sino operaciones forzadas, tanto en las privatizaciones como en las ventas de activos bancarios. Es evidente que si se hubiesen condicionado los rescates a los bancos a la concesión de créditos a la economía productiva, no sería necesario vender activos en apuros a precios de saldo. Así las cosas, a los ciudadanos nos sigue quedando como la opción última el recurso del pataleo. Estamos asistiendo a un fenómeno que no por reciente deja de tener valor. La presión social y su propia crisis, ha situado a los medios de comunicación en una suerte de reanimación de su papel como elemento fiscalizador del poder político.  Si la prensa se reconcilia con el ciudadano tenemos todos una oportunidad para frenar esta especie de mercado persa de chollo al que puede verse convertida la Europa empobrecida. En la denuncia de los expolios radicará la defensa de lo público.

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Al rescate de las Comunidades Autónomas: ¡motín a bordo!

Sabido es que resulta de lo más cómodo en situaciones de excepcional dificultad buscar un responsable para ponerlo en la picota y hacerle responsable de cuantos males nos invaden. La cultura hispánica lejana a la autorresponsabilidad y a la autocrítica, siempre encuentra justificaciones ajenas a sus problemas con tanta facilidad como pone en marcha juicios sociales inquisitoriales para buscar culpables que nos tranquilicen las conciencias. En esta crisis por la que tratamos de navegar hace ya casi un lustro, el relato oficial del drama que vivimos ha acudido a distintos malos de la película para explicar lo que no estaba sucediendo con una trágica frivolidad que ha impedido un análisis riguroso de las causas internas del crack de nuestra economía y de las reformas estructurales que son imprescindibles para salir de ésta. Primero fueron los vientos lejanos de Wall Street en exclusiva quiénes protagonizaron titulares de medios y declaraciones de políticos como si la globalización no fuera con nosotros. Después, los errores de un presidente del Gobierno que se empeñó en negar la gravedad de los hechos convirtió a Rodríguez Zapatero en el pim pam pum del colectivo. Su desaparición dejó paso a la omnipresente figura de la canciller alemana Angela Merkel como mala oficial, su intransigencia en flexibilizar las condiciones de ajuste que nos han impuesto la ha convertido en el blanco de las iras de la calle. Pero como siempre necesitamos culpables patrios, encontramos un mantra extraordinario, capaz de explicar sin titubeos el origen de todos nuestras desgracias: las Comunidades Autónomas. Una aberración de la transición democrática que nos ha convertido en 17 reinos de taifas repletos de corruptos que malgastan el dinero de los pobres españoles, vamos en una palabra, la cueva de Alí Babá y los 17 ladrones. Simple, simplicísimus, la mejor de las coartadas para volver a 1976, al glorioso régimen donde las diputaciones provinciales y los gobernadores civiles mantenían la ley y el orden, por cierto de un Estado, tan arruinado como el actual.

Como la memoria es frágil en un país que no quiere recordar habrá que echar la vista atrás para refrescar las ideas sobre cómo surgió el invento de las Comunidades Autónomas. Es evidente que como no se cansan de repetir los enemigos del modelo autonómico, España tenía un “problema” con Euskadi yCataluña – curiosa manera de afrontar el debate del encaje de realidades nacionales dentro del Estado – podía perfectamente, pues, haber optado por un régimen administrativo asimétrico o por la simetría total que representa el federal. Sin embargo, en un peculiar encaje de bolillos, las distintas fuerzas constitucionales – salvo el Partido Nacionalista Vasco que siempre se opuso al modelo aunque finalmente lo acató – entendieron que las Autonomías atemperaban mejor las tensiones territoriales del Estado español. Para ello se estableció en el texto constitucional de 1978 dos vías de acceso a las competencias autonómicas: la vía rápida para las históricas – dado que ejercieron autogobierno durante la Segunda República – las citadas Euskadi y Cataluña por el artículo 151 y el resto de las hasta entonces regiones y provincias, por el artículo 143 o la vía lenta. Un procedimiento que se vio alternado el 28 de febrero de 1980, en virtud del referéndum celebrado en Andalucía que consagró con un apabullante del 87% a favor del acceso de los andaluces a la vía rápida. A partir de este momento se puso en marcha un proceso de aceleración del Estado autonómico y de las transferencias de gestión de los asuntos básicos para la vida de los ciudadanos desde la administración central a las administraciones autonómicas. El “café para todos” como lo bautizó el ministro Clavero, enfrentado al presidente Adolfo Suárez, se puso en marcha y ha durado hasta la fecha. Pero sus detractores se olvidan que si estamos donde estamos se debe a la voluntad popular de casi tres millones de andaluces que libremente decidieron exigir a Madrid más autogobierno y más rápido. Cosas incómodas que tiene la democracia, ¡qué le vamos a hacer señores del antiguo régimen!

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Para cualquier planteamiento de reforma que se quiera plantear habrá que partir de dos condiciones inexcusables: primero, proponer un modelo alternativo al autonómico que se formule claramente, sin argucias de si es más caro o más barato, pues, lo que nos jugamos es un modelo de convivencia, no el tipo de asesor fiscal que escogemos; y en segundo lugar, que cualquier modificación debe ser aceptado por la voluntad popular, la de los ciudadanos de los distintos territorios que hoy componen este Estado plurinacional. Cada cual tiene un derecho inalienable recogido en la declaración de las Naciones Unidas a pertenecer a la entidad jurídica nacional o estatal que desee, si bien esta capacidad de autodeterminación al colisionar con el derecho de quienes en una misma comunidad tienen distinto deseo, debe articularse a través del consenso y la negociación. Es decir, que abrir el melón del modelo de Estado, en ningún caso puede encontrar la justificación fácil de culpabilizarlas del éxceso de déficit de la economía española, para cercenar derechos fundamentales de las personas y de los pueblos. Si abrimos el melón, si estamos de acuerdo en que el traje se nos ha quedado pequeño y viejo, nos hacemos uno nuevo con todas las consecuencias, incluido como no puede ser de otra forma el derecho a decidir libremente. Supongo que estas reflexiones ya no son tan del agrado de los medios y políticos que cada día con más fuerza y virulencia predican la imperiosa necesidad de reformar el Estado español. Si la única reforma posible es que el Estado sea más español, o lo logran por la fuerza o tendrá que refrendarlo territorio a territorio los distintos pueblos que componen el Estado.

Pero para centrar la realidad del supuesto problema de despilfarro que suponen las Comunidades Autónomas, debemos empezar por asumir que las Autonomías son más Estado que el Estado central, pues, gestionan más del 60% del gasto público, especialmente aquellos aspectos como la Sanidad o la Educación más sensibles y más cercanos del servicio público al ciudadano. El conjunto de las CC.AA. los 140.083 millones de euros, que equivale al 13,1% del PIB, mientras que la deuda pública total de España, cerró el año pasado en 734.962 millones de euros, lo que supone el 68,5% del PIB y, por su parte, las corporaciones locales arrojaron una deuda de 35.420 millones de euros en 2011, el equivalente al 3,3% del PIB. Nos pongamos como nos pongamos, criminalicemos a quien queramos criminalizar, la realidad es que el fuerte incremento de la deuda pública en el Estado se ha debido a las cuantiosísimas ayudas que se vienen prestando a la banca desde el inicio de la crisis y a los pagos por prestaciones al desempleo, que afecta a más cinco millones y medio de parados. Son el pago por intereses de la deuda, unos 40.000 millones al año y la cobertura del paro, cerca de 50.000 millones al año, los capítulos que han tensionado hasta el extremo la prima de riesgo española en los últimos años.

Pretender el cambio de un modelo porque en estos 30 años de su funcionamiento se han producido malas praxis es algo así como dejar de conducir porque puedes tener un accidente. De lo que ha adolecido el modelo autonómico es de autorresponsabilidad fiscal, unos entes gestores de gastos fundamentales y con tienen capacidad de generar ingresos, son por naturaleza irresponsables. De ahí que convenga en estos momentos analizar dónde se identifican territorialmente los principales problemas de endeudamiento y déficit autonómico. De otra forma pagarán justos por pecadores. Cuatro son las comunidades con un endeudamiento por encima del 15% de su PIB: Cataluña 41.778 millones de euros, 20,7%; Valencia, 20.762 millones de euros, 20,7%; Castilla-La Mancha, 6.587 millones de euros, 18,8%; y Baleares 4.432 millones de euros, 16,3%. Ellas cuatro solas alcanzan el 50% del total de la deuda autonómica. Les  siguen seis comunidades con ratios de deuda similares a los del Estado, entre el 15% y el 10%: Navarra (12,9%), Galicia (12,3%), Rioja (11,2%), Extremadura (10,9%),Aragón (10,2%) y Murcia (10,1%). Mientras que sólo 7 comunidades registraron al cierre del 2011 niveles de deuda por debajo del 10% de su PIB: Andalucía (9,8%),Castilla y León (9,4%), Cantabria (9,3%), Asturias (9,1%), Canarias (8,8%), País Vasco (8,1%) y Madrid (7,9%). La insuficiencia financiera de quien gestiona y no recibe recursos, unido a la mala gestión imputable a determinados gobiernos autonómicos que si se quieren leer las cifras de evolución de la deuda tienen nombre y apellidos, explica el incremento del endeudamiento de las Comunidades Autónomas.

Así las cosas, la Comunidad Valenciana y la Región de Murcia han anunciado su intención de acudir al mecanismo de financiación puesto en marcha por el Gobierno central para facilitar los pagos por parte de las Comunidades Autónomas, una suerte de rescate autonómico aunque como en el caso de la intervención de España queramos jugar a laberintos semánticos para correr una cortina de humo sobre la realidad. El problema es que el fondo que se ha instrumentado es claramente insuficiente para dar cabida a los 140.000 millones que anualmente generamos de deuda y sus consiguientes intereses. Cataluña es la punta del iceberg del problema y su incapacidad para realizar pagos tan imprescindibles como las nóminas de los médicos de los hospitales está a la vuelta de la esquina. El president de la Generalitat Artur Mas ha advertido de la circunstancia y apela a un pacto fiscal con el Estado para poner fin a un largo período de insuficiencia financiera por parte de Cataluña, que se siente maltratada en el reparto de transferencias. De  no producirse este nuevo consenso la administración catalana será incapaz de hacer frente a sus obligaciones y podría ser intervenida, una situación que como el propio dirigente nacionalista ha indicado, abocaría a unas elecciones para que el pueblo catalán decidiera el camino a seguir. Detrás podrían venir cualquiera del resto de las Comunidades Autónomas, pues, la mayoría de ellas han reformado sus estatutos para poder celebrar elecciones dentro del período cuatrianual de mandato. Estamos ante la necesidad de un replanteamiento general del modelo de Estado, más en su formulación de responsabilidad fiscal que de otra índole, pero en todo caso ante la obligación de un nuevo pacto de Estado. De no abordarse o de hacerlo con meras pretensiones recentralizadoras colándolas de rondón con el pretexto de la crisis, podemos vernos sumidos en un auténtico motín a bordo.

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El euro, ¿una trampa para pobres?

En un reportaje publicado en el diario El País recientemente, realizado por el periodista Miguel Mora y fechado en París, una emigrante de origen argelino expresaba con toda crudeza su desencanto con la moneda única: “El euro fue una trampa para los pobres, hizo más dura la vida a mucha gente, todo se hizo más caro de un día para otro”, aseveraba la señora Chatti. Se podría decir más alto, tal vez gritando de rabia, pero dudo que más claro que con la sencillez del que padece y sufre las consecuencias de una política monetaria hecha a la medida de un país, bajo el patrón de Alemania. Es evidente, que si esto es así, culpables de caer en el engaño somos todos, de nada sirve ahora rasgarse las vestiduras cuando en la puesta en marcha del euro todos lo bendecimos como la panacea universal. Y el mal no están en tener una moneda en un mercado común, sino en haber aceptado una reglas del juego unilaterales.

Siguiendo con la paradoja, tras más de una década de funcionamiento del euro, alguien me tendrá que explicar las increíbles diferencias de precios que un mercado único vivimos. Hace unos días viajé por trabajo a Hamburgo y me tomé la molestia de comparar todos los precios de los consumos y gastos que en la ciudad nórdica germánica tuve en relación a lo que por lo mismo tengo que pagar en Madrid. Lo primero el taxi de Hamburgo al hotel, 8 kilómetros de trayecto, al igual que de Barajas a mi oficina situada en el centro e Madrid. El taxista alemán me cobró 20 euros, el madrileño a la vuelta 35. Y pague con la misma moneda. Me alojé en un hotel cinco estrellas porque su precio, 145 euros, en Madrid lo pagaría en uno de cuatro estrellas, es decir, de una categoría inferior. Y pague con la misma moneda. Cené en uno de los mejores restaurantes de Hamburgo acompañado por mi buen amigo Jorge Valdez, Director Ejecutivo de la EULAC Fundation – Funcación Europa América Latina Caribe -. La nota final 66 euros, incluido un razonable vino blanco alemán. En Madrid ese hubiera sido el precio de un comensal. Y pague con la misma moneda. Por último, en el escaso tiempo libre que tuve en la ciudad del Elba, me fijé en los escaparates de las principales calles comerciales y comprobé sin mucho esfuerzo que tanto la ropa como los artículos de lujo estaban al menos un 30% más baratos que en la llamada milla de oro de Madrid. Y hubiera pagado con la misma moneda.

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Si a esta mínima muestra comparativa le añadimos el nada anecdótico dato de que el salario medio español es la mitad del salario medio alemán y que la renta per cápita alemana se sitúa en el 118 % en el conjunto de la UE frente al 101% de la renta per cápita española, nos enfrentamos a la tormenta perfecta. El huracán de un pobre venido a más tratando de comportarse como rico, mientras éste que maneja las reglas de la moneda juega con los precios a su antojo dentro y fuera de su país para favorecer sus exportaciones y encarecer la vida de unos países pobres obligados a comprar. Y para colmo de trampas, las economías estatales pobres obligadas también a endeudarse deben financiar sus bonos con altos tipos de interés mientras a los teutones les sale prácticamente gratis. Solo así se explica que la economía alemana haya sido capaz de crecer mientras los demás entrabamos en estanflación – estancamiento e inflación – .

Y ahora que parece evidente que esta política se está volviendo contra su creador – el Banco Central Europeo hecho a la medida de la férrea doctrina monetaria del viejo Bundesbank -, ahora lemania puede verse abocada a entrar en recesión porque nadie tiene un euro para comprar sus productos en Europa y porque empieza a caer en su propia trampa de financiación de la deuda. Tal vez estos primeros indicios que señalan que Alemania puede haberse pasado de frenada obliguen a un replanteamiento de sus posiciones en política económica y monetaria de la Unión, pero la realidad actual es que mientras sigamos produciendo y vendiendo a niveles de mínimo superiores un 30% por ciento a los que lo hace Alemania y con Estados y economías privadas endeudas, es imposible competir con la potencia germana.

¿Cómo se puede deflacionar una economía sin contar con la herramienta principal para ello que es la política monetaria? Las únicas vías de solución tienen que ver con profundas reformas estructurales que abaraten los costes de producción, sean laborales, fiscales o de infraestructuras. Políticas todas ellas de medio largo plazo, alejadas de las premuras de emergencia que precisan las economías emprobrecidas europeas. Es por eso que el debate casi monotemático se centre en la salud del euro. ¿Debemos permanecer en él, seremos expulsados por un núcleo duro de nueva creación o serán los alemanes los que se salgan para recuperar la histórica buena salud de su marco? Caben todos los escenarios pero todos son apocalíticos para una Europa que camina como un pollo sin cabeza, dando vueltas alocadamente sobre su propio eje.

Seguramente estamos más cerca que nunca en estos últimos tres años del borde del precipicio , tanto que ya hablan las empresas abiertamente de prepararse para la ruptura del euro. Lo cierto es que el peor síntoma que puede abocarnos a un destino tan trágico en la UE tiene que ver con el deterioro señalado de las posiciones alemanas en las últimas semanas. Mientras el euro fue una moneda al servicio de la economía exportadora alemana y mantuvo el equilibrio inflacionista bajo el modelo germano, Alemania apostó firmemente por nuestra moneda única. Ahora que puede volverse contra ellos, se han empezado a alzar las voces que preconizan la salida de Alemania de la eurozona, la reinstauración del marco en libre competencia con el dólar al estilo de la libra esterlina. Solo el temor a una fuerte revalorización del marco en su refundación frena estos deseos aislacionistas germanos, ante la terrible hipótesis del encarecimiento de sus exportaciones, el auténtico motor de su economía. Como todo en la vida, nos hallamos ante la paradoja del euro: la moneda que un día fue una trampa para pobres, puede acabar siendo la tumba de los ricos. Vivo sin vivir en mí, con el euro muero y sin él no vivo.

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