De cómo vivir rescatado

Ahora que la palabra apocalipsis se ha puesto de moda ante un hipotético rescate de la economía española, habría que recordar que esta dramática situación no es nueva en la historia de España. Es más somos uno de los Estados con mejores marcas en el particular ranking de la bancarrota universal. Nada menos que seis veces se declaró en quiebra durante los siglos XVI y XVII, bajo el reinado de los Austrias, y en ocho ocasiones más en los convulsos años marcados por las continuas guerras civiles en el siglo XIX. Vamos que deberíamos estar más acostumbrados a la penuria y los desahucios que a la bonanza y los éxitos, eso al menos en el caso de los ciudadanos de a pie. El significado del rescate en el caso de un Estado es muy similar al concepto que manejamos cuando hablamos de particulares o familias.  Un país se declara en quiebra cuando sus debilitadas cuentas públicas no le permiten hacer frente a sus compromisos de pago, tanto con particulares como con organismos internacionales o terceros países. Esto ocurre cuando los niveles de déficit fiscal y deuda externa y pública son insostenibles.

Es evidente que cuando se llega a una situación así, se han producido suficientes errores propios como para propiciar la especulación en torno a la ruina y posterior “salvación”, así como la presión externa de aquellos que aguardan la caída para quedarse con los restos a muy módicos precios. Y los mecanismos son siempre los mismos desde que el tiempo es tiempo. Los salvadores dosifican las ayudas a cambio de que se produzcan las medidas que consideran garantizarán su devolución. Los “rescates” no son otra cosa que convertir deuda privada, que por lo general han generado y disfrutado los sectores más ricos, en deuda pública que pagarán a la lo largo de décadas principalmente las clases de rentas más bajas. Además, la nueva deuda además de estar condicionada, debe ser preferente, es decir, se paga antes que cualquier otro compromiso. En la década de los 70 y los 80 los rescatadores se cebaron en América Latina y otras economía entonces denominadas en “vías de desarrollo”. Fueron los grandes momentos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional y supusieron la antesala de las políticas neoliberales que en los 90 se extendieron al ritmo de la globalización. GreciaIrlanda y Portugal fueron los primeros euroestados en sufrir las consecuencias de las alegrías del mercado libre y ahora el volumen de España complica encontrar a los buitres la manera de hincar el diente al cadáver. Mera cuestión de tiempo y de ponerse de acuerdo los carroñeros para repartirse el festín.

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Llegados aquí cabría señalar que realmente llevamos dos años supervisados y seudorescatados. Los efectos en política económica de nuestros desequilibrios los llevamos pagando desde que en mayo de 2010 al ex presidente RodríguezZapatero le bajaron del guindo y le impusieron un giro copernicano que acarreó a los ciudadanos la congelación de las pensiones y la reducción de sueldo a los funcionarios como primeras dosis de la amarga medicina que llevamos tomando desde entonces. Los llamados ajustes, que curiosamente son unidireccionales, es decir siempre se aplican sobre las clases medias y bajas, tienen ya en España más de 24 meses de antigüedad y lejos de ser suficientes no han hecho más que empezar. Por tanto, deberíamos tener claro el tortuoso camino a seguir que nos espera caso de ser rescatados. Se parece mucho al actual pero acentuando en intensidad y tiempo las medidas ya aplicadas.

En todo caso podemos señalar con bastante exactitud los diferentes efectos que un rescate podría producir:

  • Sobre el Estado: el principal efecto se deriva del encarecimiento para colocar deuda pública o hacerlo a altísimo precio. En la actual crisis, en todos los casos de rescate, se ha detectado cómo antes la rentabilidad de los bonos soberanos de los países se ha disparado y ha marcado niveles récord respecto al bono alemán, que es el activo de referencia, por considerarse el más solvente. Este hecho provoca que las medidas de ajuste del déficit emprendidas por los gobiernos rescatados se alarguen en el tiempo y en las cuantías, en una auténtica espiral perversa.
  • Sobre las empresas: el rescate produciría un efecto top-down, empezando por las que cotizan en bolsa, dado que el hecho de anunciar un estado de insolvencia y su posterior rescate tiene un efecto muy negativo sobre los mercados de valores. Las caídas en las cotizaciones de las principales empresas multinacionales españolas sería automática dada la globalización del capital. Ello las pondría al borde de posibles opas hostiles de compradores ávidos de sus activos internacionales, lo que les obligaría a profundas restructuraciones para tratar de sostener sus resultados. Con lo que sus proveedores de manera indirecta verán mermadas las facturaciones y una vez más las pequeñas y medianas empresas volverán a pagar el pato de los ajustes.
  • Sobre el ciudadano: los peores efectos ya lo está sintiendo por lo que por su naturaleza no le pillarán de sorpresa pero sí por la dureza de los mismos. Así verán incrementada la carga tributaria derivada de la necesidad del Estado de ingresar más recursos con los que atender el servicio de la deuda. A la vez que sus rentas del trabajo y de capital disminuirán debido a la reducción de los salarios tanto públicos como privados, del cierre de empresas por la caída de demanda y de la cancelación de contratos públicos ante la necesidad de las Administraciones de seguir recortando gasto.

A estos efectos hay que añadir el estigma que un  rescate que se convertirá en noticia de alcance internacional producirá sobre la marca del Estado español. En primer lugar, por la falta de credibilidad que todo lo español tendrá y, en definitiva, porque llevará aparejada una pérdida de atractivo para inversiones internacionales, tanto como una huida de las actualmente residentes. Deslocalizaciones y búsqueda de lugares más acordes para encontrar las rentabilidades seguras se coordinarán a alta velocidad.

Pero, sin duda, los efectos más perniciosos del rescate son los que atacan y socavan los sentimientos. Un país rescatado es un colectivo sin ánimo, sin rumbo, que pierde los referentes del presente y solo espera mesiánicamente la aparición de alguien que le lleve a la tierra prometida. Y si ésta no llega, uno no tiene más remedio que buscársela, el destino de una juventud formada a la que definitivamente condenaríamos a la emigración. Varias generaciones perdidas para el conocimiento en común, regalada al mundo a bajo coste. El empobrecimiento en ratios de renta per cápita y de servicios sociales – eduación, sanidad y dependencia – es seguro, los cálculos más optimistas lo cifran en un 30% y los más pesimistas en un 50%, pero el derrumbe generacional de una sociedad que pierde el talento y el empuje de sus jóvenes es incalculable. Ese sería el peor precio pagado por el rescate.

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Merkel descubre su jugada: el estado de excepción «económica» para los periféricos

La llegada al parisino palacio del Elíseo de François Hollande y con él la de los aires programáticos de los socialdemócratas galos a Bruselas han obligado a la canciller Angela Merkel a descubrir sus cartas. Alemania ha tenido que improvisar un documento con sus planteamientos para reactivar el crecimiento en la zona euro y en él, siempre según filtración al diario Der Spiegel, destila las que son sus verdaderas intenciones para sacar provecho particular de la crisis en la Unión Europea. De los seis puntos destaca uno por la trascendencia del planteamiento: la creación de zonas de excepción económica para los Estados periféricos del euro. Casi nada con lo que se descuelgan nuestros socios germánicos después de que llevemos sufriendo tres años la crisis con sus consiguientes recortes por ellos impuestos.

Nos hace Merkel esta brutal propuesta basándola en la similar decisión que su antecesor Gerhard Schröeder tomó hace ahora exactamente diez años cuando Alemania pagaba la cuantiosa factura de la reunificación y la economía de la ex República Federal no daba a basto para relanzar el crecimiento de la ex República Democrática. Paradojas de la vida, aquellos presupuestos del Estado alemán elevaron su endeudamiento hasta cerca de los 40.000 millones de euros y el entonces ministro de Finanzas Hans Eichel, se vio obligado a declarar el estado de excepción económica ya que la Constitución alemana solo permite que el endeudamiento sea superior a las inversiones cuando se produce un desequilibrio de la economía. Alemania superó finalmente en un punto y medio el 3% fijado en el Pacto de Estabilidad y convergencia que llevó aparejada la puesta en marcha del euro. Todos lo entendimos y lo aceptamos por lo que Alemania no tuvo sanciones de la Comisión Europea por sus desequilibrios presupuestarios. A veces la memoria debería servir para algo. Sin embargo, por contra su propuesta actual es convertir a las economías desequilibradas, ya no solo en zonas supervisadas sino sometidas a una especie de dictadura tecnócrata.

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El estado de excepción consistiría en ventajas fiscales y regulaciones menos estrictas que sean capaces de atraer inversiones extranjeras a los países que hoy viven ahogados por la presión de los intereses de la deuda. Y como es natural esos inversores también se verán favorecidos por un amplio programa de privatizaciones llevadas a cabo a través de “instituciones de desconfianza”. En una palabra podrán adueñarse de los principales activos de ese país a precio de saldo y si esos hipotéticos inversores hablan alemán hemos cuadrado el círculo. Para rematar su gloriosa propuesta para nuestro crecimiento Merkel pretende que adoptemos el modelo dual de formación profesional que ha convertido a Alemania en una masa de trabajadores de bajo coste laboral pero intercambiable entre sectores, es decir flexible y de alta movilidad. A cambio la República Federal se ve obligada a importar con arduas dificultades ingenieros o científicos investigadores.

En el fondo y simplificando las intenciones de Merkel, estamos ante una propuesta de neocolonialismo puro y duro del centro hacia la periferia, una forma de pax germánica concluída la conquista de la eurozona. A cambio de seguir en la moneda del imperio tendremos que malvender las joyas de la abuela y las mejores de la corona y después pasaremos a ser trabajadores baratos en las colonias. Suena feo la verdad pero dado que llevamos años vomitando de vértigo al borde del abismo, lo normal es que nos veamos obligados a aceptar nuestra triste condición de periféricos esclavos. Como muy bien señalaron en sendos artículos bajo el mismo tema, Slavoj Zizek y José María Ridao, vivimos en un permanente estado de excepción económica que ha llegado a justificar la caída de gobiernos legítimos emanados de las urnas en Grecia e Italia para ser sustituidos por ejecutivos tecnócratas que como hemos podido observar tampoco son capaces de salir del marasmo en que nos tiene inmersos esta crisis. Pero en aquellos países donde el cambio de gobierno se ha solventado en las urnas, como es el caso de Portugal o España, los nuevos gobenantes actúan como autómatas deterministas al dictado de la tecnocracia imperante desde Berlín vía Bruselas. Y volviendo a las paradojas de este drama continental algunos se empeñan en que se nos olvide que el gran préstamo para Atenas se utiliza para cancelar la deuda griega con los grandes bancos franceses y alemanes o que la financiación pública para ayudar a la banca española a limpiar sus cimientos de basura inmobiliaria está resultando un excelente negocio para esos mismos bancos alemanes que reciben préstamos al 1% y prestan al 8%.

Enfrente, quitando los planteamientos iniciales de reeqiilibrio del eje franco-alemán por parte del presidente Hollande, lo único que ha habido es indignación sin encauzar, ciudadanos desesperados manifestando su confusión, simplemente una negativa generalizada a que se desmonte el Estado de bienestar. Ni una idea, ni una propuesta. Deberíamos tomar conciencia de que periféricos somos todos, sobre todo, cuando alguien ha decidido convertirse en el centro del universo Europa. La batalla se ha desencadenado cuando alguien ya se pensaba triunfadora, pero las urnas, la bendita democracia parecen haber torcido el destino de la Unión. Sigamos confiando, pues, en más democracia y más Europa para salir del estado de excepción económica.

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¿Cuál es la agenda europea del presidente Hollande? Un nuevo plan Marshall para la Unión

La elección de François Hollande como presidente de Francia ha significado un soplo de aire fresco para toda Europa, tal vez más por la novedad del personaje y la necesidad de reequilibrar el eje franco-alemán, que por las realidades del programa del socialista galo que ofrece pocas pistas de sus intenciones.  Sabido es que la esperanza tiene la fuerza de la naturaleza conservacionista y que nos aferramos al optimismo del futuro aunque esté basado en el desconocimiento, pero también es cierto que en muchas ocasiones son esos deseos los que como un movimiento inercial son capaces de cambiar la realidad. El hombre “normal” Hollande, sustituye al fracaso de un Sarkozy tan grandilocuente como ineficaz para contraponer y negociar un modelo de la Unión al rostro de la austeridad que representa la canciller Angela Merkel.  Es precisamente la capacidad de Hollande de aportar una mirada nueva, con nuevas ideas que puedan provocar un cambio de enfoque en las políticas comunitarias la gran incógnita en torno al personaje. Tal vez vive Europa el mismo momento de expectativa que produjo en el mundo la llegada a la Casa Blanca de Barak Obama en el caso del nuevo inquilino del Palacio del Elíseo.

De todas las medidas que se esperan de Hollande, sin duda, la más importante sería la incorporación al pacto fiscal parido por el dúo “Merkozy” de un capítulo dedicado al crecimiento. Ese tratado que desde su nacimiento los propios miembros del Partido Socialista francés a menudo llaman el “tratado de austeridad”, parece que tiene los días contados, pero la realidad es que durante sus siete meses de campaña, Hollande ha mantenido la ambigüedad sobre el verdadero significado del ansiado nuevo “Plan Marshall”. Las ideas que ha incluido en su discurso, tan ambiguas como vagas, se han referido al refuerzo del papel del Banco Europeo de Inversiones y la creación de “eurobonos” como respaldado fundamental para estabilizar la deuda de los Estados de la zona euro y para financiar proyectos a gran escala de infraestructura. Es evidente que realizar un planteamiento poskeynesiano en un escenario de crisis sistémica como la que asola Europa no es tarea fácil y de ahí que Hollande haya encargado un memorando sobre el crecimiento que están preparando actualmente las principales personalidades socialistas francesas, entre ellos Elisabeth Guigou (ex asesora de asuntos de la UE del presidente François Mitterrand) y diputados del Parlamento Europeo como Catherine Trautmann y Pervenche Berès. Un documento que servirá de base a la discusión que centrará la próxima cumbre los Jefes de Gobierno en junio.

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Pero antes, la cita previa de Merkel y Hollande resultará clave para esta estrategia de renegociación, pieza central de la campaña del nuevo presidente francés para la “reorientación de Europa”.  Sin embargo, este new deal europeista no ha no ha sido bien recibido por Berlín. “Nosotros en Alemania somos de la opinión, y yo también personalmente, que el pacto fiscal no es negociable. Se ha negociado y ha sido firmado por 25 países “, anticipaba en su línea inmovilista Angela Merkel, al día siguiente de conocer la derrota de su inseparable pareja del baile de la crisis, Nicolás Sarkozy. Con todo, los dos líderes también han llevado a cabo gestos conciliatorios, mientras Merkel respaldaba al presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, en su llamada a un “pacto de crecimiento”, Hollande a medida que veía más cerca su victoria electoral ha ido suavizando su posición y ha omitido hablar de la reforma del Banco Central Europeo, en función de la audiencia que le escuchaba, especialmente durante una visita en diciembre a Alemania y en la presentación de sus demandas de reforma de la UE a la prensa internacional, recientemente, el 25 de abril. Probablemente en este ejercicio de equilibrio entre los dos mandatarios resida la clave del futuro de la Unión Europea. Es evidente que Alemania, dados sus dramáticos antecedentes, no cederán en su obsesión en el papel del Banco Central Europeo como garante de la lucha contra la inflación o los equilibrios presupuestarios de los distintos gobiernos europeos. La base del tratado fiscal no parece alterable – solo Irlanda está pendiente de la celebración de un referéndum sobre el texto el 31 de mayo está pendiente de ratificarlo -, pero de la misma forma la necesidad de incorporar medidas de reactivación económica se ha convertido ya en una reclamación general de las principales economías del continente que sufren la recesión en parte motivada por las duras recetas de austeridad.

El programa de Hollande es igualmente vago al referirse al presupuesto de la UE para el período 2014-2020. La dimensión de las aportaciones de los socios al conjunto de la Unión se convertirá en el debate central el próximo año y afecta de manera fundamental a la construcción institucional europea y también al previsible proyecto de inversiones para reanimar el crecimiento económico. A pesar de que el líder galo ha manifestado su deseo de incrementar las aportaciones para poder financiar “grandes proyectos orientados hacia el futuro”, la realidad es que el compromiso no ha pasado de ser genérico y verbal. En plena reforma de la Política Agrícola Común, el portavoz de Hollande Stéphane Foll siguiendo la tradicional defensa francesa de las ayudas al sector, señaló que quería un “presupuesto ambicioso”, pero eso no significaba la cobertura de financiación “hasta el último euro”, tal y como Nicolas Sarkozy, se había en comprometido previamente en campaña. Otra diferencia respecto a su antecesor conservador radica en la posición respecto a la política regional. Francia ha sido tradicionalmente ha desdeñado las políticas de apoyo a las regiones, sin embargo, este pilar redistributivo de la UE es probable que encuentre más apoyo en Hollande, dado que prácticamente todos los gobiernos regionales francese, con la excepción de Alsacia, están dirigidos por socialistas. Él ya se ha comprometido a dar a las regiones un papel más importante en la gestión de los fondos de la UE.

Un tema en el que pueden converger como nunca hasta ahora el eje franco-alemán es en materia energética. Hollande se ha comprometido a reducir la dependencia de Francia de la energía nuclear, pasando del actual nivel de uso eléctrico de esta fuente del 75% actual al 50% en 2025. Esto implicaría grandes inversiones en energías renovables, que podrían ser financiados por los bonos del Banco Europeo de Inversiones que él propugna y que cuenta con el beneplácito germano. Demasiadas esperanzas puestas en el cambio político vivido en Francia el pasado domingo y demasiadas incógnitas en torno al programa socialista y al personaje que debe implementarlas. Deberíamos rebajar las ansiedades y ser conscientes de los plazos para la toma de decisiones a 27. Además, Hollande tiene a escasas semanas vista las elecciones legislativas francesas donde está obligado a aprovechar la circunstancia del declive del centroderecha para reforzar su acción de gobierno con una mayoría sólida en la Asamblea Nacional. Su partner alemán, Angela Merkel, se enfrenta a un rosario, sino calvario, de comicios regionales en los länder federales donde la CDU está viendo mermado su apoyo electoral y en octubre de 2013 tendrán lugar las elecciones federales al Bundestag. Hasta entonces me temo que el programa de medidas no caminará al ritmo que la calle desea.

Que Europa empezará en el próximo semestre a perfilar el plan de reconstrucción económica para hacer frente a la recesión, parece ya una realidad innegable. La fisonomía del plan, las cuantía de sus ayudas y los Estados a los que afectará en mayor medida, aún estamos lejanos a conocer su definición. Me aventuro a pensar que países del Este, con Polonia como gran protagonista y, los Estados de los Balcanes, sobre todo, cuando se produzca la incorporación de Serbia – que supondrá la entrada de cerca de 10 millones más de habitantes, junto a los 4 millones de Croacia que será miembro de pleno derecho en enero de 2013 – capitalizarán gran parte de la reconstrucción de la demanda interna de la eurozona. Supongo que pensar que Italia vaya ser ajena a este proceso es ridículo, los italianos siempre han sabido colocarse el lugar adecuado en el momento idóneo, para no perderse las oportunidades que la historia les ha brindado. Fueran quedarán las pig-nations, aquellos que han rebasado la barrera del sonido y no son creíbles ni en los mercados, ni entre sus socios comunitarios.Grecia al frente, con Portugal siguiendo sus pasos de caos social y económico, no cuentan ni siquiera en el contexto de reparación de lo demolido por la crisis. YEspaña, es la gran incógnita. Su incapacidad para acometer en tres años un presentable saneamiento de sus sistema financiero, le incapacita hoy por hoy, para ser beneficiario de la flexibilidad de la Unión y de sus ayudas. El ladrillo sigue pesando demasiado en los pasivos de la banca española y en el altísimo endeudamiento privado de su economía. A este paso, por mucho que tratemos de hacer un remake del clásico de Berlanga, nos volveremos a quedar pasmados al paso de Mister Marshall y algún gobernante al estilo de Pepe Isbert deberá darnos una explicación porque nos la debe.

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Nos azotan vientos de neopopulismo europeo: navegando entre ultras y piratas

Sabida es la afición twittera del presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, para comunicar su agenda de trabajo, pero resulta novedoso que emplee la red social para lanzar mensajes con sus preocupaciones políticas más íntimas. “Desgraciadamente, vientos de populismo amenazan a uno de los grandes logros de la integración europea: la libre circulación de las personas en el seno de la UE”, deploró el mandatario europeo. Van Rompuy expresó esta preocupación durante una visita oficial a Rumania, cuya adhesión al espacio Schengen (de libre circulación) está bloqueada por el gobierno holandés, bajo la presión de la formación de extrema derecha Partido por la Libertad (PVV) de GeertWilders. La misma que hace una semana obligaba a dimitir al Ejecutivo neerlandés y a convocar a la reina Beatriz elecciones anticipadas demostrando así su capacidad para quitar y poner gobiernos. Esa es una de las principales características de los fenómenos neopopulistas europeos. Ya no exploran la vía revolucionaria para la toma del poder, lejanos a los fascismos y comunismos de antaño, que pretendían cambiar la sociedad conquistando la cúspide de las estructuras decisorias, ahora sólo trabajan para tener la llave de la gobernabilidad, con el mínimo esfuerzo construyen minorías de bloqueo que condicionan las decisiones más trascendentes para la vida de los ciudadanos.

Resulta muy fácil en las actuales circunstancias de crisis económica que asola Europa levantar la bandera de la indignación para tras ella y convenientemente aderezado de discursos populistas esconder viejos prejuicios xenófobos y planteamientos antidemocráticos. Protestar desde el cabreo que la gente tiene contra la actual clase política es tan legítimo como necesario, pero combatir las irregularidades del sistema, su mala praxis o incluso reivindicar un cambio de modelo, nada tiene que ver con las ideas totalitarias que de nuevo algunos pretenden imponer en el continente europeo. El increíble ascenso del Frente Nacional de la mano de su lideresa, Marine Le Pen, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, asomándose a la cota del 20% de votantes y a solo seis puntos de Sarzoky, la opción del centro derecha republicano, ha levantado todas las alarmas en las élites de poder. Esas mismas élites que son las responsables de la situación al haber alimentado la quiebra de su relación con el colectivo que gobiernan. Población y gobernantes ya no pertenecen a la misma clase social, ya no representan los unos a los otros o los ciudadanos ya no se sienten representados por sus representantes. Una fractura de representatividad que se manifiesta mediante la paulatina caída de la participación en los comicios – especialmente aquellos que más cercanos, municipales, regionales… que no cuentan con el espectáculo mediático de las grandes citas electorales – y con la aparición de opciones radicales que atraen poco a poco el sustrato más popular de la población con la idea simplona de un nacionalismo pasional, sin inteligencia, que solo habla a los corazones amedrentados de personas asustadas por la pérdida de derechos a manos del neocapitalismo y de una inmigración que sienten como enemiga. Son hijos del Estado del Bienestar acomodado y no quieren perder su estatus, una suerte de chauvinismo del bienestar.

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Las opciones ultras calan con enorme facilidad en los jóvenes europeos que afrontan su futuro cada vez con más temor, abocados al fatal destino del paro o la emigración a otros continentes. En España, el desempleo juvenil supera el 50%, uno de cada dos jóvenes no encuentra trabajo y lo que es peor la mayoría de ellos se convierten en parados de larga duración. Su nivel de alejamiento de ese Estado del Bienestar construido por sus padres y que hace aguas por todas partes es día a día mayor. Del sistema solo reciben malas noticias y casos de corrupción de sus dirigentes, el mercado les impone la realidad vital sin que nadie levante por ellos el dedo meñique para defender su dignidad. Son carne de cañón para el neopopulismo y las ofertas más radicales, al fin y al cabo, a sus ojos las únicas capaces de salirse del pactismo entre los grandes partidos del quítate tú para ponerme yo. El modelo de consenso social fraguado en la posguerra mundial basado entre las fuerzas de centro derecho y centro izquierda y con las centrales sindicales como garantes externos del diálogo, hace mucho tiempo que ha degenerado en una suerte de pasteleo oligárquico que molesta profundamente a aquellos a los que debería servir. Lo increíble es que en sociedades asoladas por el paro y la pérdida de coberturas sociales como GreciaPortugal o España no hayan saltado ya por los aires las instituciones que han creado este caos y siga adormecida la sociedad a base de fuerzas del orden cada vez más presentes y de resignación sumisa de una gran parte de la población.

Mientras las recetas de la derecha, no solo no han fracasado, sino que han sido en gran medida las causantes del desastre, la izquierda balbucea mensajes carentes de credibilidad por su falta de coraje para poner en marcha un programa alternativo de desarrollo sostenible en Europa. La socialdemocracia se vendió con demasiada comodidad a los planteamiento neoliberales cuando el crecimiento trampa convertía todas las decisiones políticas en fáciles y, los comunistas democráticos europeos, mezclados sus postulados con los partidos verdes y un confuso conglomerado de opciones minoritarias, siguen teniendo tentaciones totalitarias en su ideario como receta contra la crisis. Todos ellos adolecen de falta de credibilidad, el tiempo los ha desgastado y, además, tienen la obligación de concretar sus discursos, esperamos de ellos que nos aporten soluciones específicas a problemas reales. El neopopulismo, sin embargo, no precisa de medidas o programa, canta la marsellesa, se enrolla en la bandera y nos promete tiempos mejores de la mano de esa gran familia llamada Nación, eso sí, una vez limpiada de todos los infectos colectivos causantes de los males que nos afectan con los inmigrantes a la cabeza. Cumplido su plan de depuración del solar patrio, la arcadia gloriosa del territorio nacional reinará tan grandiosa como solitaria. La globalización no va con ellos y la solidaridad solo es interpretable con el que piensa, reza o es del mismo color que tú. La vieja idea fundadora de los padres de Europa, la unión política de los pueblos, perece a manos de burócratas de la política en urbes sin personalidad que clonan sociedades de consumo con los estándares americanos de forma de vida. La identidad propia se ha diluido, la forma de hacer diversa y rica de cada cual ha perdido valor, la fuerza de la colaboración entre territorios se devalúa ante el creciente avance de unos falsos nacionalismos de pandereta, que tópico en ristre asolan a su paso las grises estructuras de la tecnocracia de sus Estados.

El balance provisional del avance de la ultraderecha les acerca a niveles de entre el 15% y el 20% en muchos Estados de la Unión. En los países escandinavos, donde la crisis del euro apenas se siente y la inmigración por dimensión no representa un problema, la ultraderecha se ha fortalecido elección a elección. EnFinlandia, los Verdaderos Finlandeses obtuvieron el 20 por ciento de los votos con el eslogan “No vemos por qué tenemos que pagar por Portugal” y en Suecia, losDemócratas de Suecia entraron por primera vez en el parlamento en 2010. EnAustria, el Partido de la Libertad de Austria y la Unión por el Futuro suman cerca del 30% de los sufragios, mientras en Benelux, en Bélgica el Vlaams Belang y elFront Nacional alcanzan cerca del 13% y en Holanda el Partido por la Libertad que ha tumbado el gobierno se sitúa en el 16%. En los Balcanes, la Unión Nacional por el Ataque en Bulgaria obtuvo el 10%, en Serbia el Partido Radical Serbio se acercó al 30%, en Hungría, el Movimiento para una Hungría Mejor un 18% y enGrecia, la Concentración Popular Ortodoxa creció hasta el 6%. Casos aparte suponen los de dos de los grandes Estados de la Unión, Italia, donde la Liga Norte, se mueve en porcentajes entorno al 10% y en Francia, el Frente Nacional, cuyo último dato ya citado de las elecciones presidenciales les ha llevado nada menos que hasta el 20%, con casi 6 millones y medio de votantes. No deberíamos olvidar que en la II Guerra Mundial, cerca de 250.000 voluntarios de las SS alemanas provinieron de países europeos, un dato escalofriante de una legión dispuesta a matar por el nazismo, que la historiografía de los vencedores ha mantenido silenciado. Hoy el mapa ultra y radical se extiende como una mancha de aceite y pese a que sus planteamientos son corpantimentos estancos, basados en el proteccionismo y el aislamiento de posiciones europeistas, el contagio en una sociedad globalizada donde la información y las opiniones se multiplica a toda velocidad en la red está garantizado.

En Alemania, aún bajo el poderoso efecto de la dramática historia del nacionalsocialismo que costó a la humanidad un holocausto de millones de víctimas y la partición y control de su territorio por cuatro décadas, crece el fenómeno antisistema representado por el Partido Pirata que ya cuenta con más de 20.000 afiliados y las últimas encuestas les sitúan en un 12% de intención de voto. Sus éxitos recientes entrando en el parlamento del länder de Berlín y en el deSarre, les han obligado a reformular parte de sus postulados en el reciente Congreso celebrado por la formación. Han tratado formalmente de alejarse de las posiciones neonazis, aunque de forma individual alguno de sus integrantes sigue manteniendo reivindicaciones de revisionismo de la historia del III Reich. Su esencia y origen es el del partido protesta, promulgando la transparencia y la participación como elementos regenaradores de la acción política. Lo que “ayer” representaron los Verdes con su defensa del medio ambiente como impulso de una formación política global, ahora lo es la defensa del medio de comunicación de la gente: internet. En ambos casos con la bandera de la renovación política frente a la vieja casta del fraude y la impunidad: pretenden abordar el galeón de los corsarios con corbata. Son los guerreros de la Red, pero en su tránsito a la madurez tienen enormes dificultades para estructurar una organización y formular unas propuestas concretas que sirvan a la sociedad para progresar. A su manera y sin pretenderlo, son nuevas formas de neopopulismo que se nutren del mismo sustrato: el descontento. Todos ellos, ultras o piratas, avanzan como el nuevo viento que azota una Europa confusa, enferma de falta de liderazgos integradores. Enfrente solo encuentran gobernantes atrincherados en la mercadotecnia política, en el control de medios de comunicación incapaces de ser independientes por sus carencias de autofinanciación y en la adocenada sumisión a las doctrinas que emanan de los mercados financieros. Ultras y piratas navegan con viento fresco y arrasan los sargazos de la política. De nada vale descalificarles o no querer atender a sus airadas voces, más nos valiera escuchar el quejido de una sociedad atemorizada por el mañana y ponernos a la tarea de ofrecer alternativas desde la democracia y la libertad, una rebelión ética, estética pero desde las ideas. Una reacción eficaz y capaz de cambiar el destino. De no ser así el paisaje de la vieja Europa volverá a cerrar fronteras y a encerrarse en ancestrales luchas de poder.

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Falacias sobre el copago sanitario en Europa

El debate sobre la utilidad o no del sistema de copago para la financiación del sistema sanitario se ha abierto en España a raíz de la aprobación por parte del govern de la Generalitat de Catalunya de una tasa de 1 euro por receta – el llamado ticket moderador – en el Servei Catalá de la Salut. De la misma forma que en la mayoría de los Estados más asolados por la crisis de la deuda – Grecia,IrlandaPortugal – se han introducido medidas de este tipo, parece por los indicios que el gobierno del Partido Popular en España, pese a negarlo una y otra vez, está llevando a cabo reuniones “técnicas” con las consejerías de Sanidad de las Comunidades Autónomas para el estudio primero y posterior implementación de medidas de copago sanitario. Convendría, pues, en este clima preimpositivo analizar sin sesgos ideológicos  y sin fundamento o prejuicios carentes de rigor, las virtudes y los defectos de este tipo de reformas. Lo digo partiendo de la base de la trascendencia que en nuestras vidas tiene garantizar un sistema de salud público de calidad, de acceso garantizado universal y equitativo. Nos jugamos demasiado en las decisiones que sobre el tema tomemos como para que el debate se produzca con opiniones de algunos políticos o tertulianos basadas en generalidades y lugares comunes, en vez de en datos contrastados o hipótesis elaboradas por profesionales de la sanidad. Son éstos, que además en el caso del Estado español, lo son de reconocido prestigio y compromiso con el sistema, quienes más tienen que decir sobre una reforma que solo debe pretender hacer viable la sostenibilidad de uno de los mejores modelos de salud pública de Europa y, por ello, del mundo.

El objeto aludido para introducir el copago es la insuficiencia financiera del modelo. Se nos dice que no tenemos recursos suficientes para mantener un sistema tan bueno, pero tan caro. Yo niego la mayor. Lo primero que tenemos que decidir es qué sistema de salud público queremos tener y cuál es su relación con las ofertas de sanidad privada. Dimensionar la cartera de servicios sanitarios que queremos tener es el primer trabajo, así como establecer qué orden de importancia le concedemos en el conjunto de gasto público. Porque si como parece, todos pensamos que junto con el pago de las pensiones y la educación gratuita e igualmente universal, son los gastos comprometidos ineludibles, a partir de aquí serán otras las partidas a reformar. Por tanto, una vez que definamos el tamaño del sistema y consiguientemente sus necesidades de recursos, podremos pasar a definir las partidas de ingresos sobre las que lo sustentamos. Empiezo por deshacer otra falacia del copago por introducir, porque el copago en el Estado español ya está implantado. En primer lugar, mediante las cuotas a la Seguridad Social que pagamos todos los trabajadores y empresarios, en esa suerte de mutualidad aseguradora de diversas prestaciones que supone. En ese sentido, sería muy convenientes que dichas cuotas vinieran desglosadas en sus diferentes aportaciones para que pudiéramos saber claramente a qué se dedica la caja única: tanto para su sanidad, tanto para su pensión, tanto para su prestación por desempleo si ha lugar… Así evitaríamos la mala praxis habitual, que han llevado a cabo todos los gobiernos, de meter la mano en la caja para sufragar otro tipo de gastos. En segundo lugar, pagamos un porcentaje de los medicamentos – excepto los pensionistas – que nos receta la sanidad pública. Por lo tanto, no debemos hablar de copago como novedad, sino de extender a nuevos tipos de impuesto la financiación de la salud.

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Si echamos un vistazo a la situación de nuestro entorno europeo, veremos que el copago en distintas modalidades existe en todos. En veintisiete se realiza el copago farmacéutico. En todos salvo en DinamarcaEspaña, Grecia – y ahora se va a introducir – y Reino Unido, existe el copago en atención hospitalaria. En todos menos en España, Grecia – y también pagarán ya –, HungríaLituania, Reino Unido y República Checa se paga algo por la atención especializada. Y respecto a la atención primaria, donde menos está implantado el copago, es totalmente gratuita en España, Grecia – y se les acaba – Holanda, Hungría, Italia, Lituania,Polonia, Reino Unido y República Checa. Es decir, los Estados con menor nivel de copago y, por tanto, de aportación directa de los ciudadanos al coste de los servicios sanitarios que emplean, son el Reino Unido y España. En ambos casos, somos según diversos baremos e indicadores dos de las mejores sanidades del mundo y en el caso español, el tercer país del mundo en esperanza de vida. Además, resulta útil combinar este dato con el de la rentabilidad de la inversión del gasto sanitario, es decir, qué porcentaje sobre el total del PIB empleamos en sanidad. Así en España nos sale muy barata esa salud pública de calidad. La media de los países desarrollados en Europa está alrededor del 9% del PIB, llegando a cifras mucho más altas en EE.UU. (14%). En España el porcentaje es de los más bajos de Europa (8,4%), por debajo de la media europea, solamente por delante de Finlandia, Hungría, Polonia y la República Checa y muy por debajo de lo destinado en Suiza (11,3%), Alemania (10,6%), Bélgica (10,4%), Francia(11,1%), Austria (10,1%), Dinamarca (9,5%), Holanda (9,3%), Islandia (9,2%),Suecia (9,2%), Grecia (9,1%) e Italia (8,7%).

Se supone que el principal argumento a favor de la extensión del modelo de copago es la disminución del “consumo” sanitario. En ese sentido, deberíamos recordar que la enfermedad, en general, se contrae, no se desea y, más importante aún, que quien discrimina el uso del sistema son sus profesionales, es decir, aquellos en quienes depositamos la confianza en nuestra curación o cuidado. Partir de la base del abuso del sistema supone quebrar la confianza en él y, en todo caso, si existen los excesos atajense, pero no se introduzcan impuestos indiscriminados que culpan a aquellos que nada tienen que ver con los que se aprovechan indebidamente. En cualquier caso, en los países europeos donde más experiencia por tiempo y extensión del copago tienen, está demostrado que efectivamente disminuye el “consumo”, si bien a costa de importantes pérdidas en el reparto equitativo. Es evidente que pese a que se reduzca la aportación del copago a las capas con menores niveles de renta, el hecho de tener que pagar establece una discriminación que afecta más al que menos tiene y que le disuade de acudir al médico. Ello supone a largo plazo que al desaparecer la labor preventiva de la consulta periódica, se pierde el contacto con el paciente y el historial clínico es menos rico en datos, por lo que una enfermedad puede revelarse más grave cuando aparece y propender a convertirse en dolencia crónica. Es decir, que lo barato a la larga se vuelve caro. Y, como dato adicional, la cuantía que se recauda por las distintas fórmulas de copago no son relevantes a efectos del conjunto del gasto sanitario, con ellas no se garantiza la sostenibilidad del sistema. En resumen, demasiado coste social para poco retorno económico.

Si el problema se centra en la financiación del sistema y éste resulta prioritario en nuestras vidas, deberíamos plantearnos una reforma fiscal en profundidad que lo haga viable. De igual forma que el Pacto de Toledo aseguró un consenso básico para garantizar el pago a largo plazo de las pensiones, se requiere un Pacto de Estado para la Salud, dado que además la responsabilidad de su gestión está plenamente transferida a las Comunidades Autónomas. A éstas se les puede marcar y se debe, el mínimo de servicios y prestaciones a las que está obligada por ley, pero en absoluto se les puede impedir a aquellas que mejor gestionan o son capaces de hacer frente a sus necesidades de recursos, que dejen de prestar una asistencia de máxima calidad porque en otras comunidades se malgasta o despilfarra. La solidaridad interterritorial solo es exigible cuando existe paralelamente la fiscalización del gasto y la responsabilidad de cada uno en el mismo. En todo caso, más que imponer una tributación especial en función de la renta personal a los usuarios de los distintos sistemas de salud como ha propuesto el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijoó, parece mucho más coherente y eficaz, acometer una reforma fiscal global que ante la situación de ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres en España, suponga un nuevo modelo de redistribución de la riqueza y, con ello, de financiación de la sanidad, pensiones, desempleo o educación. Cualquier otra medida es un parche intencionado para encubrir la privatización del sistema.

El modelo público de Salud en el Estado español no requiere un cambio radical, ni siquiera en su esquema de financiación. Eso solo lo defienden los que buscan su desaparición. Requiere mejorar los modelos de gestión y, sobre todo, implicar más y contar más con sus profesionales que siguen siendo los mejores defensores del sistema. Requiere un redimensionamiento de sus recursos y una evaluación de sus necesidades de inversión para no quedarse obsoleto en equipamientos y en formación de sus clínicos. Pero con eso no estamos hablando de nada que no sea un trabajo continuo en el ámbito más importantes de nuestras vidas, algo que debemos hacer día a día, no excepcionalmente. No podemos asumir con debates superfluos y vacuos la introducción de un impuesto a la enfermedad, una suerte de tributo por no estar sano, porque eso rompe el equilibrio de una sociedad que cree en la solidaridad y en la red de apoyo que supone que tus congéneres paguen por ti cuando tú lo necesitas igual que tú harías por ellos si así sucediera. En eso nos diferenciamos los europeos, para bien, de modelos de sociedad como el de Estados Unidos, donde curarse es un privilegio o de sociedades donde los derechos solo están al alcance de los más ricos. No podemos permitir que entre nosotros se instale el egoísmo de aceptar que nuestros niños o ancianos podrán vivir en función de su renta. Si así lo hacemos, habremos matado el concepto mismo de Europa.
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Europa en recesión, enhorabuena Frau Merkel

Tras dos años de drástricos recortes presupuestarios e inyecciones mil millonarias de euros a la banca para calmar a los mercados, Europa ha acabado con el tímido crecimiento que venía registrando, oficialmente su eurozona – el buque insignia de la economía de la UE – ha entrado en recesión y según las previsiones para todo el año 2012. La política de austeridad y equilibrio de las cuentas públicas a cualquier precio marcada al paso germánico por la Canciller Angela Merkel con la complicidad estatutaria del Banco Central Europeo y del presidente galo Nicolás Sarkozy, ha obtenido sus primeros resultados. Eso sí, los contrarios de los deseados salvo que pensemos con toda la mala fe posible que estamos en una trampa de empobrecimiento de los activos de la mayoría de los países para ejercer un control efectivo francoalemán de Europa.

Pero hoy no toca ese tipo de reflexión que aunque algunos califican de política ficción la tozuda realidad se empeña día a día a ponernos la mosca detrás de la oreja. Hoy el problema es que, con la motivación que fuera, la política ultraortodoxa liberal de Merkozy y Draghi nos ha llevado a todos al borde de la congelación. Algunos aún marcan dígitos ceranos al medio punto, casos como el de los promotores del desastre, Alemania (0,6%) o Francia (0,4%). Y otros padecemos el rigor mortis de temperaturas bajo cero, aquellos afectados por los rescates,Grecia (-4,4%) o Portugal (-3,3%) y los atacados por el mal de la prima de riesgo,Italia (-1,3%) o España (-1%). La media de la zona euro plácidamente estancada como las fétidas aguas de un mar muerto al 0%, en una palabra, ni frío ni calor, simplemente inactivos. Tampoco había que ser muy listo para darse cuenta que si aplicas elementos correctores severos al consumo y a la demanda interna de Estados cuya población en conjunto suma cerca de 120 millones de personas, todos los países del euro se verían afectados. De eso se trataba cuando hace más de 30 años nos empeñamos en la construcción de un mercado único europeo para todos. ¿O pensábamos que solo funcionaría en opulencia y ciclo alcista y que podríamos levantar muros en las fronteras cuando asomara la crisis a alguno de los territorios comunes?

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Como ocurre con las epidemias y los aviones, nuestra crisis no es encapsulable al antojo de los más ricos, acaba afectando a todos por moneda común y por balanza comercial intracomunitaria. Lo que le afecta al vecino termina por dolernos en nuestras propias carnes. Tal vez creyó Alemania cuando analizó la crisis europea de bonos nacionales que la política del castigo al socio indisciplinado le serviría para garantizar su alto ritmo de crecimiento. Y tal vez por eso se opuso hasta la saciedad a la aplicación de soluciones de consenso y a flexibilizar las penas a los pecadores. Había que ejemplarizar y cortar el problema de raíz no fuera a ser que los derrochadores sureños se comieran los abnegados ahorros del disciplinado y sufrido pueblo alemán. A los griegos les cortamos uno a uno la mano izquierda para recordarles de por vida que no deben meter la mano en la caja o vivir por encima de sus posibilidades – como es natural el que decide los posibles de Grecia son los bancos alemanes y ahora toca que no como antes tocó que si -. No son los griegos ni peores ni mejores que hace diez años cuando fundamos el euro. Seguro que mienten como entonces o dicen las mismas verdades de aquellos días. Pero les ha caído encima el castigo de los intransigentes dioses teutones y, por si fueran pocas sus tragedias, dado que con una mano no saben hacer los deberes, les acabamos de cortar la mano derecha. Tenemos ya un pueblo manco de las dos manos al que pedimos que trabaje haciendo encaje de bolillos. Como es natural los bordados son horrorosos y no hay quien venda una pieza: resultado, un país en bancarrota, sin ninguna posibilidad de crecer.

Lo peor de la cosa es que aunque nuestros ilustrados dirigentes aceptaran haberse equivocado y cambiaran de políticas para afrontar la recesión que ya padecemos, me temo que no nos queda suficiente margen de maniobra. Cualquier política poskeynesiana sensata no sería de aplicación, pues, hemos derrochado nuestras reservas para inversiones públicas en los cuantiosos fondos monetarios que ha precisado una banca privada al borde de la quiebra. Y encima ni con esas tenemos un sistema financiero drenado que proporcione créditos a nuestras pymes – el verdadero tejido empresarial europeo -. Asimismo, si optáramos por una reforma fiscal en profundidad como escudo protector de nuestro modelo de Estado del Bienestar, el paulatino desmantelamiento que del mismo ya se está produciendo y los escasos recuedsos que detentan por una crisis larga nuestras clases medias europeas, la harían ineficaz. Por último, ni la innovación, falta de recursos suficientes de mercado, ni la economía social, sin presupuestos públicos de magnitud para sostenerla, nos ofrecen esperanzas de crecimiento a corto plazo.

En el fondo los europeos volvemos a padecer nuestro mal endémico: la desconfianza en nosotros mismos o mejor dicho en el vecino, porque cada uno de nosotros seríamos un pueblo ejemplar si no fuera por pérfidos objetivos del de al lado. La única esperanza que nos queda, en mi humilde parecer, es que instalados todos en la ruina dejemos de tener celos unos de otros y nos demos cuenta que atar o amordazar al deudor de nada sirve para cobrar la deuda. Las deudas hoy ya son de todos los europeos sumidos en recesión y, por ello, las soluciones deben ser de todos y para todos porque ya nadie tiene nada que ganar por el camino que íbamos, ni nada que perder por explorar nuevas sendas. Démosle, pues, la enhorabuena a Merkel por habernos traído hasta aquí y podernos replantear las cosas, y marquemos un nuevo rumbo si es preciso con nuevos timoneles más jóvenes y más aventurados. Algo evidentemente se está empezando a mover cuando 10 jefes de gobierno instigados por CameronMontihan empezado un movimiento rebelde contra los planteamientos de Merkel y Sarkozy y, por otra parte, ambos dos se enfrentan a procesos electorales en los que las encuestas no les auguran resultados victoriosos, el uno de inmediato en abril y la otra el próximo año. Puede que los tiempos de Merkozy estén tocando a su fin.

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Al borde del éxodo, el último acto de la tragedia griega

Europa lleva casi dos años asistiendo al drama de Grecia, de su bancarrota, de su primer rescate, de sus baldíos intentos de ajustes y recortes, de sus huelgas generales, de su larvado estallido social, de su segundo rescate y, finalmente, o al menos así parece, a la decisión final de si se quedan o se van de la eurozona y, porqué no, de la Unión Europea. El problema de la decisión que finalmente adopte el eurogrupo no es otro tan egoísta como el posible contagio que producirá en el resto de Estados del euro que se encuentran en dificultades – Irlanda yPortugal, ya rescatados, EspañaItalia con elevados déficits y altas primas de riesgo en su deuda pública -. Del sufrimiento al que se está sometiendo a base de medidas de empobrecimiento de las rentas familiares y de desmantelamiento de la asistencia social a los griegos, de eso ya ni hablamos. A nadie o casi nadie en Bruselas les importa la suerte a que abandonamos a más de 11 millones de habitantes, al territorio que en su día alumbró la cultura y la civilización clásica y, en la actualidad, a un enclave geopolíticamente crucial en el escenario mediterráneo y, por ello, en la relación con Turquía y Oriente Medio. Así de pacatos y cortoplacistas se han vuelto nuestros políticos obsesionados por el vil metal.

Es Grecia presa de su propia paradoja. Allí se creo la tragedia griega que hoy en forma de pesadilla irónica viven sin máscaras, ni teatros, en plena calle. De ahí que me permita la licencia de recordar que la tragedia helena está estructurada siguiendo un esquema rígido, cuyas formas se pueden definir con precisión. Se inicia generalmente con un prólogo, que según Aristóteles es lo que antecede a la entrada del coro. Las características generales son que se da la ubicación temporal y se une el pasado del héroe con el presente, pueden participar hasta tres actores, pero sólo hablan dos y el otro interviene o puede recitar un monólogo. Se informa al espectador del porqué del castigo que va a recibir el héroe y en esta parte no interviene el coro. Verdad que nos suena: el héroe el pueblo greigo, dos actores, MerkelSarzoky, con el monólogo de la Canciller, con el coro del eurogrupo. El castigo se anunció tras el primer rescate. Prosigue lapárados, que son cantos a cargo del coro durante su entrada en la «orchestra». En esta parte se realiza un canto lítico, donde se dan danzas de avance y retroceso. En la realidad que vivimos, se escenificó con las primeras huelgas y violencia en las calles de Atenas, mientras su clase política trataba de dar pasos hacia adelante y hacia atrás sin alcanzar acuerdos.

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Luego comienzan los episodios que pueden ser hasta cinco. En ellos hay diálogo entre el coro y los personajes o entre personajes; es la parte más importante por ser la dramática por excelencia y expresa el pensamiento e ideas del personaje. Entre los episodios se hallan los estásimos, que son intervenciones del coro en las que se expresan las ideas políticas, filosóficas, religiosas o morales del autor. Aquí nos encontramos tras dimitir Papandreu y forzar la UE un gobierno de coalición presidido por el tecnócrata Lukas Papademos. Por último, el éxodo es la parte final de la tragedia, hay cantos líricos y dramáticos; el héroe reconoce su error. A veces es castigado con la muerte por los dioses y es allí donde aparece la enseñanza moral. A punto estamos de dictar esta trágica sentencia contra el pueblo griego y con ello condenarnos eternamente a la derrota del proyecto europeísta.

Volviendo a la cruda situación conviene analizar qué está exigiendo la troika de acreedores –Comisión EuropeaFMIBCE – al gobierno griego. El acuerdo sobre Grecia se basa en tres pilares. El compromiso de nuevos ajustes sociales por parte del Gobierno y los partidos políticos griegos, un acuerdo con la banca por el que acepte unas pérdidas o quita de la deuda de hasta el 70% de su inversión en Grecia y la aceptación por parte de la UE y el FMI de conceder un segundo paquete de ayudas que podría oscilar entre 130.000 y 145.000 millones de euros. El capítulo de recortes es especialmente traumático para un país que empieza su quinto año de recesión y que está cada vez más próximo a la explosión social. Los ajustes que se debaten ahora, muchos de los cuales son compromisos anteriores no aplicados aún, incluyen una reducción de gastos sanitarios de 1.100 millones; recortes en Defensa y en la Administración local, de 400 millones en cada caso; reducción del salario mínimo en 22% (pasaría de 750 euros brutos a 586 en 14 pagas), reducciones del 15% en las pensiones complementarias y aplicación del acuerdo anterior de eliminar 15.000 empleos del sector público.

La encrucijada a la que se está sometiendo a Grecia es tan simple como quedarse en el euro para sufrir décadas de pobreza e inestabilidad social o salirse y pasar a ser los parias de la Unión. Además, desde el punto de vista jurídico comunitario, no está regulada la salida del un miembro del euro, mientras que sí lo está cuando se sale Unión Europea, por lo que la caída de Grecia podría suponer que el Estado heleno se viera expulsado del club europeo. Hecho que podría convertirle en un oscuro objeto de deseo de potencias hostiles a los intereses europeos, dado el caos social que produciría quedarse en tierra de nadie en el escenario internacional.

El éxodo griego, de producirse, tendrá indudables efectos sobre la imagen de la Unión Europea y su ya tocada credibilidad en los mercados financieros. Así lo reconocía el ministro de Economía español Luis de Guindos al manifestar que «si Grecia va a la quiebra, puede haber contagio». El temido efecto dominó sobre países con sus cuentas públicas cuestionadas alarga su sombra sobre el continente. De ahí que todos debamos ser muy conscientes de la trascendencia de cualquier decisión que se tome sobre Grecia porque del final de la tragedia griega depende en gran medida el futuro de Europa.

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Por una Unión Europea federal: buscando al Alexander Hamilton europeo

Si en algo debería servirnos a los europeos la historia de los Estados Unidos de América en el proceso de construcción económica y política que vivimos es para no reproducir sus errores y para emular sus virtudes. Y si buscamos similitudes de la situación que vive nuestra Unión con la crónica del nacimiento de la gran nación norteamericana, hallamos un momento y un personaje en el que mirarnos. Si nos situamos en la última década del siglo XVIII, pasados los años revolucionarios de los Padres Fundadores, pasada la euforia de la independencia, corrían días de intenso debate y de encarnizadas batallas dialécticas en el desafío por afianzar un Estado federal que diera satisfacción identitaria y práctica eficaz a los anhelos del nuevo pueblo americano. Un panorama tan complejo como el que se dibuja en cada cumbre europea que en plena crisis económica trata de diseñar un modelo de gobernanza económica como mejor defensa de nuestra moneda común, el euro. Aquellos hombres al otro lado del Atlántico habían desafiado al Rey de Inglaterra, habían ganado una guerra y habían redactado una Constitución que sacralizaba los derechos y libertades de los hombres. Una proeza que, sin embargo, no les garantizaba el futuro que todos ellos pretendían. Les quedaba la ingrata pero imprescindible tarea de construir un Estado de Estados y con ello la arquitectura del mayor edificio de la democracia que los hombres han sido capaces de construir. El sueño americano no había hecho más que empezar y se enfrentaba a sus propias paradojas y a sus internas disensiones. ¿A que nos suena a presente esta coyuntura en Europa?.

Y en esa circunstancia toma especial valor la figura de Alexander Hamilton, un economista, político, escritor, abogado y soldado estadounidense. Secretario y amigo íntimo de George Washington, era ya considerado uno de los padres de la patria por su participación en la guerra y en la redacción de la Constitución, así como por haber fundado el primer partido político norteamericano, el Partido Federal. Pero será con su nombramiento de primer Secretario del Tesoro (1789 – 1795) cuando su figura cobra especial relevancia en la historia de los Estados Unidos. Desde ese cargo organizó la banca, estableciendo el primer Banco de los Estados Unidos, el origen de la Reserva Federal y, siguiendo con el paralelismo, el Banco Central Europeo made in USA. Su impronta proteccionista con gravámenes a los productos de importación llegó a desatar la guerra del whiskey convencido como estaba de la necesidad de preservar la industria y comercio propios para dar estabilidad a las finanzas estatales.  En esa línea tuvo numerosos enfrentamientos con Thomas Jefferson y con James Madison al apostar por dotar al Gobierno interestatal de mayores competencias, mientras que su rivales se inclinaba a darle mayor poder a los gobiernos estatales. En este contexto, se produce también uno de los primeros debates sobre economía política de los Estados Unidos, en el que Hamilton se muestra partidario de fomentar la industria con medidas proteccionistas (en su Report on Manufactures), como contrapartida a la idea de fomentar la agricultura dejando al comercio al servicio de ella, postura adoptada por Thomas Jefferson; a pesar del triunfo político del último, los hamiltonianos vieron triunfar sus ideas.

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Alexander Hamilton es considerado a menudo el «santo patrón» de la Escuela económica Americana que, según algunos historiadores, dominó la política económica norteamericana a partir de 1861. Apoyó firmemente la intervención gubernamental en favor de la industria y el comercio nacionales, oponiéndose a los postulados británicos de libre comercio, que consideraba que favorecían los intereses de las potencias colonialistas e imperialistas, en favor del proteccionismo norteamericano, que en cambio favorecerían el desarrollo industrial y la economía de su nación emergente. Curiosa paradoja una vez más que su política se enfrentara conceptualmente a las corrientes liberales británicas, de la misma forma en que en estos momentos el Reino Unido ha optado por apartarse de las políticas comunitarias que pretenden defender el euro. Sin embargo, la realidad es bien distinta en las intenciones de los actuales protagonistas europeos, pues, en el seno de la Unión triunfan las posiciones estatales sobre los planteamientos unionistas. Merkel Sarkozy en su pretendida defensa de la moneda común han abandonado la construcción por consenso de la UE y lo que verdaderamente defienden son sus posiciones nacionales, la fortaleza francoalemana. Nuestro modelo de unión camina por senderos contrarios a los que Hamilton propugnó e impulsó, mientras en Estados Unidos finalmente triunfaron sus tesis federales, en nuestra vieja Europa seguimos viviendo enrocados en posiciones nacionales sin dotarnos de un verdadero gobierno económico común.

Europa vive hoy aterrorizada por el volumen de la deuda pública de sus Estados. Si bien es cierto que el origen de estos desequilibrios presupuestarios se deben a excesos de gastos públicos, no es menos cierto que el laberinto en que han situado los mercados a la UE tiene mucho que ver en nuestra incapacidad para asumir la deuda de nuestras naciones como la deuda de todos, la deuda federal que hubiera dicho Hamilton. “La deuda, siempre que no sea excesiva, es una bendición para la Unión”, manifestó Hamilton en una de sus frases históricas. Y plasmaba la bendición en cuatro virtudes que reconocía en ella: su capacidad para fortalecer las herramientas del gobierno federal al asumir entre todos las deudas de los Estados de la Unión, su facilidad para cohesionar un sentido de identidad nacional federal, su idoneidad para controlar el individualismo ciudadano y el apoyo que recibe de la propiedad privada sobre los valores públicos. Lejos que causarle temor alguno, veía Hamilton en la deuda una suerte de problema común que obligaba a trabajar codo con codo para sacar la nación adelante, por supuesto, siempre que la medida de deudora tuviera una relación razonable con los recursos propios. De alguna manera en una economía federal como la que puso en pie, la deuda se convierte en un elemento motriz y así ha sido en la historia económica de los Estados Unidos cuyos déficits públicos han generado cíclicamente riqueza.

Es evidente que los hombres sacados de su contexto histórico resultan ridículos y que Hamilton sirvió a su sociedad para poner en marcha mecanismos imprescindibles para entender hoy los mimbres que han hecho posible a la primera potencia mundial. Su vehemencia y su forma de entender el orden y la justicia chocaban con el concepto profundamente democrático que vivía a la sociedad norteamericana y de ahí que su trayectoria fuera polémica y relativamente corta. Tanto es así que si vida se vio dramáticamente truncada al alba del 11 de julio de 1804 al ser abatido en duelo por Aaron Burr a la afueras de Weehawken (Nueva Jersey). Una muerte a manos de uno de sus acérrimos enemigos políticos, que fuera vicepresidente de los Estados Unidos con Jefferson pero que acabó sus días arruinado y en el peor de los olvidos, mientras Hamilton engrandeció con el paso del tiempo su leyenda de prócer de la patria. La historia de aquellos días trascendentales para construir una gran nación que cambiaría el mundo está teñida de fechas, gestas y héroes. De la misma forma que en sus discursos y en sus ideas se plasmaba el anhelo por prosperar y buscar un futuro común. Exactamente lo contrario que exhalan hoy las discusiones de las cumbres europeas.

Sirvan la vida y las ideas de Hamilton para ilustrar hoy una de las principales necesidades de nuestra vieja Europa empeñada en un proceso de construcción unitario aún joven y relativamente indeciso. Es evidente que necesitamos liderazgos que crean en nuestra capacidad de unión, que antepongan los valores federales sobre los intereses particulares de los Estados nación. Alguien que sepa ver en el problema de Grecia, la oportunidad de todos, que mire menos hacia atrás para tomar decisiones en el presente y, sobre todo, que ponga rumbo al futuro desde premisas de protección de los valores que nos hacen el mayor espacio del mundo de democracia y libertad desde bases sociales. Ante tanta incertidumbre y desconfianza en nosotros mismos, bien haríamos en buscar al Alexander Hamilton europeo.

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Unión Europea 2012: perspectivas políticas y económicas

PERSPECTIVAS POLÍTICAS:

El calendario electoral de la Unión Europea el año 2012 vendrá marcado por tres comicios:

  • 15 de enero, elecciones presidenciales en Finlandia.
  • 22 de abril, elecciones presidenciales en Francia.
  • Finales de abril, elecciones legislativas en Grecia.

Queda por saber si el gobierno provisional de Mario Monti en Italia alargará su mandato para efectuar las reformas solicitadas desde Bruselas todo el año 2012 o si por el contrario, concluida su misión especial se convocarán elecciones legislativas para retomar la normalidad política en el país transalpino.

Y sobre todas ellas tendrá enorme significación la contienda electoral en Rusiapara elegir su presidente el 4 de marzo.

Previsiones electorales:

  • Finlandia: Las elecciones presidenciales del próximo 15 de enero se producen a menos de un año de las elecciones legislativas que dieron como resultado la conformación de un gobierno de coalición que tardó dos meses en alcanzarse e integrado por seis partidos políticos. De ahí que la elección del nuevo presidente, que sustituirá a la presidente Tarja Halonense convierta en una auténtica segunda vuelta de los comicios generales. El presidente finlandés constitucionalmente tiene poderes reforzados para materias de Estado, por lo que no resultan en absoluto unas elecciones testimoniales. Será también importante evaluar la capacidad de movilización de la ultraderecha de los Verdaderos Finladeses, cuyo líder Timo Soini fue la gran sorpresa de las legislativas y ahora se presenta a la presidencia para competir con el principal favorito, el ex presidente del gobierno y líder del Partido de Coalición Nacional, Sauli Niinisto, con el permiso del socialdemócrata Paavo Väyrynen.
  • Francia: La principal cita electoral de la Unión tendrá lugar entre abril y mayo – lo normal es que sea precisa la segunda vuelta – para definir el presidente de la República. Una batalla que se dirimirá casi con total seguridad entre Nicolás Sarkozy y Francois Hollande. Los socialistas acaban de llevar a cabo su proceso de primarias, en el que votaron nada menos que 2 millones de personas del que saliço ungido Hollande (ex marido de la anterior candidata socialista Ségolène Royale). Enfrente un sarkozy cuya imagen se ha desgastado estos años de mandato notablemente pero que en los últimos meses, fruto de su protagonismo ante la situación del euro y de la UE ha remontado posiciones en las encuestas. Los sondeos actualmente señalan que Hollande obtendría un 32% de los votos en primera vuelta por un 25,5% de Sarkozy. La clave una vez más estará en las opciones de hacerse con los votos de otros candidatos de cara a la segunda vuelta. En este sentido, parece claro que Hollande contaría con el voto de la izquierda y los del centro que pueda obtener Francois Bayrou (las encuestas le dan un 7%). Por contra Sarkozy podría contar con los votos de los ultraderechistas del Frente Nacional representados por Marine Le Pen (con un 17% en los sondeos).
  • Grecia: Sin fecha aún fijada pero con el escenario de adelanto ya pactado, el país heleno celebrará sus comicios generales a finales de abril o principios de mayo. Todo depende de las negociaciones que el gobierno de Lukás Papademos lleva a cabo sobre la quita de la deuda que obligó a dos rescates de las finanzas públicas griegas. El ejecutivo de unidad conformado por los tres principales partidos deberá concluir su trabajo para lograr la condonación de la mitad de la deuda en manos de banca privada y grandes fondos de inversión. Los sondeos últimos dan una clara ventaja al partido de centro derecha de Antonis Samarás, Nueva Democracia, aunque lejana aún a una mayoría absoluta por lo que lo más previsible es que Grecia deba acudir a fórmulas de coalición o incluso de gobiernos de unidad como el actual.
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PERSPECTIVAS ECONÓMICAS:

Según el último informe de previsiones de la Unión Europea hecho público el pasado 10 de noviembre en Bruselas, el crecimiento de la UE permanecerá prácticamente estancado durante 2012 para empezar a recuperarse lentamente en 2013,  por lo que se prevé que el desempleo se mantenga en los actuales niveles elevados. Los principales indicadores apuntan al estancamiento de la recuperación con posibles riesgos de contracción. En consecuencia, se espera que en 2012 el PIB crezca a un ritmo de tan solo un 0,5% en la UE y la eurozona.

La prolongada incertidumbre en los mercados financieros con respecto a la sostenibilidad de las finanzas públicas en algunas economías de la zona euro y los temores de contagio que afectan a los países de su núcleo duro contribuirán a un crecimiento débil. La debilidad de la economía mundial, y de las economías de algunos de los socios más importantes de la UE, reforzará esta tendencia. El pronóstico asume una recuperación gradual de la confianza en el segundo semestre de 2012, respaldada por la aplicación de medidas políticas que reconduzcan la crisis de la deuda soberana.

Sus principales conclusiones son:

  • Estancamiento de los mercados laborales. Es probable que el desempleo se mantenga en su elevado nivel actual del 9,5%, aunque, también en este caso, la situación variará mucho de un país a otro.
  • Las finanzas públicas en vías de una mejora gradual. Está previsto que en 2012 los déficits se reduzcan hasta situarse justo por debajo del 4% y el 3,5% del PIB en la UE y la eurozona, respectivamente. Según las previsiones, la ratio deuda-PIB alcanzará su nivel máximo en la UE en 2012 (en torno al 85%) para estabilizarse en 2013. En la zona euro, sin embargo, la ratio de la deuda seguirá aumentando ligeramente y rebasará el 90% del PIB en 2012.
  • Inflación por debajo del 2%. El pronóstico indica un descenso de la inflación por debajo del 2% en 2012 debido a la reducción de la presión de los precios de la energía. Está previsto que la debilidad de la actividad económica y la moderación salarial mantengan la inflación bajo control durante el periodo examinado en las previsiones.
  • Se mantiene el riesgo de contracción.Son tres los principales riesgos que pesan sobre la economía de la UE y la eurozona: la prolongada incertidumbre generada por la deuda soberana, la debilidad del sector financiero y la ralentización del comercio mundial. Existe la posibilidad de entrar en una dinámica negativa: la desaceleración del crecimiento podría afectar a los emisores de deuda pública, lo que, a su vez, podría deteriorar la situación del sector financiero, que sería incapaz de apoyar el crecimiento.

En sentido más positivo las previsiones también señalan que si por el contrario, el hecho de que la recuperación de la confianza se produjese antes de lo previsto podría potenciar la inversión y el consumo privado. Es más, la mejora del entorno internacional, si se reanudase por ejemplo el crecimiento mundial, podría dar un nuevo ímpetu a las exportaciones de la UE. Del mismo modo, la bajada de precios de los productos de consumo contribuiría a un consumo más dinámico.

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