Elecciones en el Reino Desunido

Vive Gran Bretaña la más clara representación del drama shakespiriano. Su ser o no ser ha quedado patente en los resultados de las elecciones generales de la pasada semana, pues, más allá de la sorprendente victoria del conservador David Cameron, las encrucijadas que arrojan las urnas son enormes. Por un lado, los tories se hacen con una mayoría absoluta que les obliga a cumplir su promesa de convocar un referéndum sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea en 2017, lo que consumirá al país en este complejo debate la mitad de la legislatura. Pero lo que es más grave, es que su cohesión interna se ha visto aniquilada por el éxito arrollador de los Nacionalistas en Escocia y la práctica desaparición en este país de los laboristas que ya difícilmente pueden presentarse como una formación británica, sino puramente inglesa y galesa. Una de las campañas más anodinas que se recuerdan pueden transformar históricamente el Reino Unido tanto interna como externamente.

La realidad es que sin tender a exagerar, estas podrían haber sido las últimas elecciones generales del Reino Unido que se celebran en Escocia y también las últimas de los británicos como miembros de la UE. Cameron será premier con una mayoría con la que nadie contaba pero no puede ser ajeno a ese 13% de británicos que han votado al UKIP y anhelan quedarse en libre flotación en las islas, lejos de las normas de Bruselas y, menos aun, a que 56 de los 59 escaños de la Cámara de los Comunes elegidos en Escocia, pertenecen por voto y derecho propio al Partido Nacionalista escocés, el SNP. Su lideresa, Nicola Sturgeon recoge la siembra de Alex Salmond, ahora electo en Londres y la nefasta gestión que desde septiembre han hecho conservadores y laboristas del no escocés. Salieron del apuro in extremis y, aliviados del susto de la independencia, se olvidaron de que los escoceses en su mayoría habían votado un no pero sí, una suerte de reclamo de mucha más autonomía que ha fecha de hoy no se ha plasmado en ninguna realidad.

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Por mucho que a Cameron se le llene la boca hablando del partido conservador como el gran partido nacional, la realidad es que los tories son un partido inglés y si se me apura, un partido del sur de Inglaterra. Pero es que los laboristas son aún menos “nacionales”, pues, el populismo antieuropeista y antiinmigración del UKIP ha captado un importante porcentaje de voto en áreas tradicionalmente laboristas en el norte de Inglaterra y en Gales. Estas son las consecuencias de una forma de hacer política en una burbuja alejada de la realidad territorial, de tomar las decisiones en Londres, bajo las presiones de la City financiera y lejos de los intereses ciudadanos. Como también es una peculiar venganza del sistema electoral proporcional que concede el escaño al ganador en el distrito pese a que la diferenciada pueda ser de un solo voto. Así se explica que el UKIP con casi 4 millones de votos solo haya obtenido un escaño o que los nacionalistas escoceses se lleven la práctica totalidad de los escaños con solo un 10% más de votos que sus adversarios.

Supongo que Cameron, aún inmerso en su borrachera de éxito por la reelección, no querrá calibrar ya las consecuencias que estas extrañas elecciones dejan en el Reino Unido, pero cualquiera diría que le hubiera ido mucho mejor tener que conformar un gobierno de coalición con otras fuerzas políticas que habría expresado de forma mucho más real la división territorial e ideológica que se vive en la isla. Obcecados en centrar su política en los recortes del gasto público, los tories más duros exigen ahora de forma inmediata la puesta en marcha de un nuevo paquete de ajuste, seguros de que su política económica les ha hecho ganar las elecciones. En vez de llegar a la sencilla conclusión de que más que por sus méritos, la victoria conservadora se debe a los errores de una oposición laborista que de la mano de Ed Miliband se entregó a un programa electoral extremadamente izquierdista, que asustó a buena parte del electorado de centro y a las clases medias británicas.

Para la UE este resultado supone enfrentarse con casi total seguridad a una compleja negociación de los Tratados de la Unión con el gobierno de Cameron, si se quiere salvar el incalculable resultado de un referéndum para la salida del Reino Unido. Pese al hartazgo lógico de Bruselas ante las repetidas amenazas británicas de abandonar la Unión, la realidad es que el mero hecho produciría el pánico en otro Estado miembro como Irlanda, dependiente comercial y económicamente de Gran Bretaña y el indudable temor de Alemania a quedarse sola ante Francia y los grandes países del sur como España e Italia, a la hora de ordenar una política europea de austeridad conforme a los estatutos del Bundesbank. En la mentalidad germana, los británicos son un aliado imprescindible para garantizar políticas de rigor presupuestario en Europa. De ahí que previsiblemente la canciller Merkel empezará a realizar gestos y concesiones a las primeras demandas que sobre el escenario comunitario plantee el premier reelegido.

La vieja y compleja Europa otra vez ante el espejo de sus arrugas. Con Grecia instalada en el impago de sus deudas, el Reino Unido dividido internamente y apelando a su salida y con un mapa político general que cuestiona el bipartidismo que consagró el proceso comunitario, precisa urgentemente de un plan de recuperación de las ideas fundacionales. El discurso europeista está caduco, no ofrece nada nuevo a futuro, sigue basándose exclusivamente en el vértigo que produce la desunión si miramos a nuestro trágico pasado bélico. O nuestros políticos y gobernantes son capaces de salir del planteamiento de unión temporal de empresas en que han convertido el espacio común o tendremos un escenario similar al que vive el Reino Unido, que camina inexorablemente por errores propios hacia la desunión más profunda, la de territorios y clases.

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Lecciones del no escocés, abran paso a su majestad la democracia

No cabe duda que la mejor medicina que el ser humano ha inventado para garantizar la convivencia en sociedad es la democracia. Por dura e incómoda que pueda resultar siempre a los perdedores, el libre ejercicio del voto es siempre la forma de expresión de la voluntad popular y la única garantía del respeto a los derechos de las minorías. Quien teme el gobierno del pueblo, pues, amparándose en el concepto legalista, es decir, el del gobierno de la ley, lo único que trata a la postre es saltarse a la torera por intereses particulares la capacidad de expresarse de los ciudadanos. Algo que se suele escamotear con los típicos argumentos paternalistas de los gobernantes que justifican el hurto de la democracia por nuestro bien, desde una posición de visión privilegiada de las cosas. Gran Bretaña como escenario del referéndum de Escocia se ha convertido en estos tiempos en los que impera la dictadura de las visiones materialistas bajo el reinado de los mercados, en un ejemplo único de libre determinación sin el más mínimo atisbo de violencia, ni siquiera verbal. Una lección histórica de fair play democrático que debería servir de espejo en el que mirarse Europa, en vez de seguir jugando a la amenaza del precipicio que supone la ruptura de la Unión. Lo que se basa en decisiones en las urnas construye un compromiso sólido muy superior a lo que deciden media docena de mandatarios en torno a una chimenea sin luces ni taquígrafos.

El resultado, pues, de las urnas es inapelable y deja bien a las claras que los escoceses y solo los escoceses, no los ingleses, los galeses o los norirlandeses, a los que no puede corresponder decidir el destino de Escocia, son partidarios mayoritariamente,  hoy por hoy, de seguir perteneciendo al Reino Unido y no ser un Estado independiente. No debería olvidarse a nadie el único dato cierto de esta consulta vinculante porque si lo primero es reconocer la victoria de la democracia, acto seguido debemos reconocer también la victoria del no. Los nacionalistas escoceses no pueden presentar una derrota como una victoria, su objetivo era la independencia y el pueblo no les ha dado la razón. Mucho tendrán también, por tanto, que reflexionar quienes llevan a sus partidarios a las urnas para perder porque el ejercicio de soberanía no tiene fecha de caducidad, pero indudablemente el paso por el voto frustra para generaciones el anhelo de independencia. Dicho esto, en la batalla por el sí Escocia ha ganado mucho. Primero el reconocimiento como nación y su deseo de mayor autogobierno. Ese 45% de apoyo es una llamada de atención muy clara a Londres que obliga al gobierno y al parlamento británico a dar pasos hacia una mayor autonomía en las decisiones que les compete de los escoceses y una gestión más directa de sus recursos. El estatus entre Inglaterra y Escocia cambiará en base a una negociación pragmática y realista de las dos partes. Esa es la primera consecuencia que podemos extraer del resultado del referéndum.

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Respecto a los protagonistas de este bello episodio político, como siempre que se extreman posiciones y se pone a la población en la difícil circunstancia de decidir cuestiones gruesas, quedan todos seriamente desgastados. El premier escocés AlexSalmond, impulsor y principal artífice de la campaña del sí, ha sido derrotado y dependerá de su habilidad negociadora el coste que el no tenga para su partido en los próximos comicios generales. Para Cameron, al que en las últimas semanas los sondeos le han colocado al borde del infarto, la victoria le permite salvar los muebles in extremis, pero queda en una enorme situación de debilidad ante el ala más conservador de los tories y esa mayoría antieuropeísta que cabalga a lomos de Inglaterra.  Los laboritas, salvando la figura recuperada del ex primer ministro británico Gordon Brown, uno de los puntales decisivos del no al final de la campaña, han visto como el debate se centraba en el modelo de sociedad que querían los escoceses para Escocia, sin que su discurso diluido en Inglaterra sirviera para frenar el ascenso del sí independentista. Porque en esta consulta no sólo ha votado la ciudadanía la pertenencia a un Estado u otro o tener un himno o una bandera. El nacionalismo caduco y rancio de identidades simbólicas y base histórica de batallitas del abuelo, no tiene cabida hoy en un mundo global y que cambia a velocidad on line. Lo que está en discusión es el modelo de sociedad que esa identidad diferenciada defiende. Lo relevante es la forma de organizar los recursos propios para un reparto más justo y equitativo de los mismos y no para un cambio de titularidad de unos poderosos oligarcas por otros. Un nuevo Estado debe ganarse la voluntad de su pueblo de serlo porque ofrece a sus ciudadanos la posibilidad de ser más libres y más felices, de otra forma volveríamos al juego de tronos medieval.

En Escocia el sí ha avanzado desde posiciones iniciales del 25% cuando se anuncia la consulta, hasta el 45% del resultado final a base de propuestas sociales frente a un gobierno y un modelo actual de sociedad inglesa, liberal basado en los recortes de prestaciones y servicios públicos. Y solo cuando la opinión pública empezó a acercarse a la decisión de la independencia, Inglaterra se parapetó en el discurso apocalíptico y los chantajes desde Bruselas de salida de la UE, por otro lado, harto infantiles pues no parecería lógico que una Europa deficitaria energéticamente negara la entrada a una Escocia independiente convertida en el país con más petroleo del viejo continente. Esa lección también debería servir en el proceso de construcción europea. La gente quiere participar en los grandes debates de fondo que condicionan el destino de una sociedad. No están dispuestos a decidir solo sobre una lista cerrada el consejo de administración que va a gerenciar su país los próximos cuatro años. Fijémonos en ese 85% abrumador que ha votado en el referéndum escocés y tomemos nota de que se deben abrir nuevos cauces de comunicación y participación innovadores de los políticos con los ciudadanos. Una nueva forma de hacer política,  tantas veces demandada y aun por descubrir y poner en práctica.

¿A Europa cómo se le queda el cuerpo después de la cita escocesa? Pues poco más o menos como se te queda después de una ducha escocesa que te somete a un cambio brusco de agua caliente a agua helada. Muscularmente relajada porque un sí habría supuesto un efecto dominó en aquellos territorios y no son pocos que la Unión albergan anhelos independentistas. Bruselas respira hoy aliviada como lo hacen muchos de sus jefes de Gobierno. Pero todos saben que el precedente obliga a reconocer la grandeza de la democracia y que requiere de una reformulación del proyecto que afiance las herramientas comunes, pero que permita a la riqueza diferencial encontrar cauces de participación en las instituciones.  La visión federalista de Europa sale claramente reforzada del referéndum y más aun cuando los acuerdos entre ingleses y escoceses avancen el el autogobierno de éstos. Los deseos recentralizadores legalistas tratarán de olvidar el 18 de septiembre de 2014 pero todos recordaremos que ese día los escoceses votaron.

El siguiente escenario de expresión de voluntades identitarias debería serCatalunya, así lo ha expresado la mayoría de las fuerzas políticas de su Parlament y de sus ciudadanos a través de sondeos de opinión y de manifestaciones multitudinarias en sus calles. Son condiciones muy superiores a las que llevaron a Cameron y Salmond a pactar la consulta. Sin embargo, parece evidente que en España el gobierno de Mariano Rajoy optará por la vía legitimista para negar el derecho de expresión a los catalanes. Y  Bruselas como siempre sumisa a las decisiones de los gobiernos de los Estados miembros calificará la decisión de asunto interno de España y se lavará la manos ante el no a decir si o no que Rajoy impondrá al president Mas. Se equivocan los dirigentes de las instituciones europeas no entendiendo que no vivimos en el siglo XIX cuando las fronteras aislaban a los ciudadanos y la diplomacia o las armas resolvían los problemas. Hoy como europeos lo que le concierne a los escoceses le importa a los catalanes, como lo que les importa a los alemanes, les ocupa a los vascos. Decidir nuestro futuro en común pasa se quiera o no se quiera por poder decidir primero lo que sucede en mi solar, pero con unas reglas del juego democráticas iguales para todos y que se respeten los derechos de cada cual. De otra forma seguiremos en el mercadeo y los repartos del dinero, un pasteleo que no tiene credibilidad alguna entre los ciudadanos. Lecciones de una ducha escocesa.

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El impeachment de Rajoy

El 1 de agosto es tradicional fecha vacacional para los españoles, de ahí que la comparecencia extraordinaria del presidente del Gobierno Mariano Rajoy ante los diputados resulte formalmente a contratiempo. Para cúmulo de circunstancias extrañas ni el escenario era el propio para esta cita, pues, al encontrarse el Congreso de los Diputados en obras, la sesión se celebró en el plenario del Senado, esa especie de limbo de los políticos patrios. Todo un acto del esperpento nacional a la altura de la convocatoria del pleno: Comparecencia, a petición propia, del Presidente del Gobierno, ante el Pleno del Congreso de los Diputados, para informar sobre la situación económica y política de España. Claro que tras la insistencia del resto de grupos: Comparecencia del Presidente del Gobierno ante el Pleno de la Cámara, solicitada por los Grupos Parlamentarios Mixto y de IU, ICV-EUiA, CHA: La Izquierda Plural, para que ofrezca explicaciones sobre su relación en el “Caso Bárcenas”, para que aclare todos los interrogantes que pesan sobre la situación del Presidente del Ejecutivo y para que informe de manera transparente a la ciudadanía ante la gravedad de las informaciones conocidas. Y por parte de los grupos nacionalistas: Comparecencia del Presidente del Gobierno ante el Pleno de la Cámara, solicitada por los Grupos Parlamentarios Catalán (Convergència i Unió) y Vasco (EAJ-PNV), a fin de dar cuenta sobre su posición y actuaciones en relación al denominado caso Bárcenas.

Bárcenas en fin, ha obligado al presidente del Gobierno a dar explicaciones de su relación con el ex gerente y ex tesorero del Partido Popular durante más de 20 años. Un culebrón, parte desglosada del caso Gürtel, que acompaña a Rajoy desde su nombramiento como presidente del PP y que propiamente en el caso Bárcenas lleva la friolera de 4 años de instrucción judicial. Todo un espectáculo bochornoso, mediático primero y después en perfecta sintonía de retroalimentación con los autos judiciales, que persigue la gestión de Mariano Rajoy como impagable herencia de sus antecesores en el cargo de la calle Génova. Esos usos y costumbres que parecen haber dado forma a la financiación del PP desde su fundación, flotan y reflotan en forma de portadas de prensa a medida que los desesperantes tiempos judiciales pueden complicar la vida de los protagonistas políticos de este entuerto. Y empeñado como está Rajoy en convencernos de que la recuperación ya se roza con la punta de los dedos, decide su tesorero Luis aplicar la famosa técnica del chantaje para tratar de que también a él se le apliquen los beneficios de un futuro prometedor lejos de los barrotes de la cárcel que a fecha de hoy habita.

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La palabra bochorno viene del latín vulturnus, el viento del Este caliente y molesto que se levanta en el estío. Tal vez ese clima sofocante provocó el otro sentido de la acepción referido al sentimiento que puede producir una situación de desazón o sofocamiento producido por algo que ofende, molesta o avergüenza. No cabe duda que si algo provoca el episodio de ver a un presidente del Gobierno dando explicaciones en el Congreso de los Diputados por las acusaciones formuladas por el ex tesorero de su partido es bochorno. Y esa es también la palabra que dio origen a una de las prácticas democráticas más antiguas del parlamentarismo anglosajón. El impeachment es una figura del Derecho anglosajón, específicamente en Estados Unidos y Gran Bretaña, mediante el cual se puede procesar a un alto cargo público. El parlamento o congreso debe aprobar el procesamiento y posteriormente encargarse del juicio del acusado (normalmente en la Cámara Alta, nuestro Senado). Una vez que un individuo ha sido objeto de un impeachment tiene que hacer frente a la posibilidad de ser condenado por una votación del órgano legislativo, lo cual ocasiona su destitución e inhabilitación para funciones similares. El término impeachment literalmente significa “bochorno”, y tiene su origen en la Edad Media, cuando el parlamento inglés lanzó acusaciones contra el rey y sus colaboradores por derrochar caudales públicos, avergonzándolos.

Históricamente en En Estados Unidos, de catorce procesos de impeachmentiniciados a nivel federal, sólo cuatro acabaron con una resolución condenatoria. Sólo dos presidentes han sido juzgados mediante este procedimiento, Bill Clinton(1998-1999)por el caso Levinsky y Andrew Johnson (1868) por negar los derechos a los negros varones y los dos fueron absueltos. Richard Nixoninterrumpió el proceso al dimitir de su cargo en 1974 tras la aprobación de su impeachment por el caso Watergate. Sin encaje en el ordenamiento constitucional actual español, sin embargo, el impeachment se ha convertido en una fórmula simbólica de enfrentar a un dirigente político con la verdad en sede parlamentaria. Y en la sesión del 1 de agosto de 2013 en presencia de diputados y senadores, Rajoy ha empeñado su palabra después de reconocer como error la confianza de la presunción de inocencia en Luis Bárcenas al que ha calificado de presunto culpable. Así se lo han hecho ver varios portavoces parlamentarios que habrán pedido copia taquigráfica de la sesión a la espera de si nuevas portadas de periódico añaden pruebas reales de que el presidente del Gobierno les ha mentido. Al órdago a la chica de Bárcenas con papeles manuscritos de contabilidad ilegal del Partido Popular y mensajes sms cruzados con Rajoy, el presidente ha lanzado con una imagen que trataba de transmitir tranquilidad de hombre seguro, un órdago a la grande en forma de impeachment: “todo lo que dice sobre mi es falso y basado en falsedades”.

Un presidente del Gobierno cuenta con todas las herramientas posibles, incluidas fiscalía y cloacas de la inteligencia de la razón de Estado. La información debería ser su materia prima y más aún, él mejor que nadie sabe lo que Bárcenas puede tener para chantajearle, porque  nadie mejor que él para ser testamentario de su pasado. Sin embargo, a veces el problema no es conocer la verdad, sino la percepción que de la verdad puede realizarse. Rajoy se enfrenta a un maestro en esta materia, pues, Bárcenas ha elegido al diario El Mundo y su director Pedro J.Ramírez como francotirador oficial. Su fuerza es la del afamado cazador de piezas políticas durante más de 30 años de democracia de baja calidad. En el Congreso tiene como estilete el verbo fácil de Rosa Díez, la líder de UPyD, que abandera el “patriotismo constitucional”, esa suerte de populismo cañí con actor Cantó incluido. Ella junto al comunista Cayo Lara se han convertido en los verdaderos líderes de la oposición y han protagonizado los discursos más exigentes y duros en la crítica al presidente del Gobierno. Ambos han pedido a Rajoy que dimita y que convoque elecciones. Una tiene al medio de comunicación de los escándalos y el otro cree tener la calle a su favor. En tierra de nadie, intentando sacar cabeza desde su abismo interno y de sus propios bochornos de corrupción, el líder socialista Alfredo Pérez Rubalcaba asistía a una sesión en la que no tenía nada que ganar y todo que perder al quedar en evidencia su debilidad en articular una moción de censura abocada al fracaso aritmético y programático.

España se va de vacaciones atormentada por la crisis económica, inmersa en escándalos de corrupción y dolida por un trágico accidente ferroviario que se ha llevado 79 vidas. Todos trataremos de descansar, incluso de la triste política del bipartidismo oficial, que es incapaz ya de ofrecer un proyecto de Estado ilusionante. Y Rajoy se va vivo, con su órdago a cuestas y dispuesto a fumarse un puro a la espera del siguiente movimiento de su enemigo. Bárcenas mientras tendrá que hacer frente al bochorno estival madrileño en la serrana prisión de Soto del Real, pensando si lo que sabe y tiene es suficiente para tumbar las estructuras del Estado. Y el periodista en discordia, pasará unos días en su chalet de Baleares, aquel en que un diputado de Esquerra Republicana protagonizó un tan inocente como ridículo gesto en bañador y dni en boca, tramando al sol su siguiente acoso regeneracionista mientras las deudas multimillonarias ponen en cuestión a su grupo mediático. En fin, que el bochorno de estío es general aunque la gente no lo merezca, al menos la gente anónima como mis heróicos compatriotas gallegos de Angrois que acudieron desesperados a las vías de terror para tratar de salvar vidas en medio de la tragedia. Ellos y muchos otros ciudadanos anónimos que como dejó escrito Machado son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan, y en un día como tantos descansan bajo la tierra. Ellos merecen algo más que este país hoy nos ofrece.

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Correa, Assange y Garzón, ¡viva el espectáculo!

No hay verano sin serpiente de verano, ni solsticio sin culebrón. Año tras año la historia parece repetirse cambiando personajes y temáticas pero cuando el calor aprieta y los mercados dan un respiro a los problemas ciertos, surgen los espectáculos festivaleros con mucha parafernalia y poca enjundia. El 2012 no podía escaparse a este afán mediático de llenar la escena y a ello se ha prestado el caso Wikileaks, su prima donna Julian Assange y sus peculiares partenaires, el presidente de Ecuador, Rafael Correa y el juez español inhabilitado Baltasar Garzón. Si a tales condimentos le unimos la particular interpretación insular del derecho internacional de Gran Bretaña y el orgullo herido en sus secretos oficiales de su aliado tradicional, los Estados Unidos de América, el esperpento mundial está servido. La concesión del asilo político a un ciudadano que debe ser juzgado en un país democrático de la Unión Europea, como es Suecia, por presuntos delitos comunes solo se le podía ocurrir a un presidente que altera el derecho a la libertad de expresión censurando la prensa de su país y que como el resto de los mandatarios de ALBA – Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe – propugna el establecimiento de Estados socialistas de economía planificada. Solo las pretensiones de tres personajes con desmedido y demostrado afán de protagonismo y la falta de transparencia en los gobiernos occidentales ha hecho posible este absurdo conflicto internacional.

“Los papeles de Wikileaks” pretendieron provocar un especie de caso watergate mundial, al tratar de demostrar el desprecio a los derechos y libertades con la que los principales gobiernos occidentales se las han gastado en las crisis políticas vividas en los últimos años. Miles de comunicaciones diplomáticas, la mayoría conversaciones con valoraciones sobre personalidades, son la principal aportación realizada por la empresa de Assange en su particular cruzada por la transparencia. El principal foco de sus críticas el gobierno estadounidense, increíble revelación que pretende tratarnos como si fuéramos seres inocentes que descubrimos que los niños no vienen de París. Para colmo lo que nació como un medio de comunicación en la Red, recurrió a medios tradicionales de la prensa de papel para lograr una difusión “creíble” de sus historias. Un relato inconexo y simplón, película facilona de buenos y malos, comprada por periódicos de notable influencia en sus respectivos países y ninguna primicia informativa digna de mención, es decir, nada de lo descubierto por Wikileaks se ha convertido en hecho noticioso que haya significado problema alguno para los gobiernos teóricamente comprometidos en sus secretos desvelados. Sin embargo, el culebrón estaba servido más que por los contenidos difundidos por el carácter reservado de los mismos. Todos los servicios de inteligencia implicados quedaron al descubierto y sus fallos de reserva en evidencia, un plato servido para la persecución y venganza de los filtradores y, sobre todo, al principal protagonista de la crónica del chismorreo diplomático.

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Tampoco conviene olvidar el motivo que ha llevado a refugiarse a Assange en la embajada ecuatoriana en Londres, evitar su extradición a Suecia para ser juzgado por presuntos delitos sexuales cometidos en aquel país. Y dudar de que el fundador de Wikileaks tiene derecho a un juicio justo en un proceso común resulta tan obvio como que Assange no puede eludir sentarse en el tribunal sueco. Lo que exige el equipo jurídico del australiano, capitaneado por Garzón, es que se den garantías de que el juicio en Suecia no se convierta en una mera excusa para hacer posible su extradición a Estados Unidos. Aquel país considera que la publicación de los papeles de Wikileaks pueden tipificarse en su ordenamiento jurídico como un delito contra la seguridad del Estado. Ni Gran Bretaña, ni Suecia, ni Estados Unidos parece que sean Estados dictatoriales o de baja calidad democrática, más bien se hallan en la cúspide de la defensa de los derechos y libertades del individuo, aunque puedan ponerse todas las dudas razonables sobre las actitudes que sus gobiernos pueden tener respecto a lo que consideran riesgos para su seguridad. Recordemos simplemente las flagrantes vulneraciones de los derechos fundamentales de los presos de Guantánamoacusados de los atentados del 11S. Sin embargo, la notoriedad del caso y del propio personaje implicado garantizan un control y seguimiento tanto mediático como jurídico.

Mención aparte merece el comportamiento del presidente Rafael Correa y el conflicto internacional provocado con Gran Bretaña. Lo primero que habrá que recordar es el comportamiento antidemocrático que el mandatario ecuatoriano mantiene con los medios de comunicación que se oponen a sus políticas. La censura y las dificultades a las que somete a dicha prensa son más propios de las dictaduras que de la democracia que dice representar. Aludir a teóricos frentes imperialistas es lo único que le une a Assang en su peculiar cruzada de “hacker” universal. Pero él también ha logrado su objetivo adhiriéndose al caso, la notoriedad mundial y forzar a la región latinoamericana a hacer profesión de su fobia a los Estados Unidos. Con Gran Bretaña como aliado inestimable, Correa está aprovechando las malas formas británicas para enfrentar a la comunidad latinoamericana a Estados Unidos. Pareciera que Correa ha tomado el testigo de Fidel Castro antaño y más recientemente de Hugo Chávez como auténtico martillo de las herejías yanquies. Y no hay casualidades en el planificado espectáculo en sede londinense, pues, vive Latinoamérica un nuevo periodo de reflujo de los liderazgos populistas: al de Correa, se une la deriva emprendida por la presidenta argentina Cristina Fernández y el hecho de que el candidato López Obrador siga poniendo en duda y desestabilizando la victoria del presidente electo mexicano, Enrique Peña. Nadie puede creer que el caso es ajeno a dos procesos electorales que se vivirán en otoño de muy diferente signo, las citas electorales presidenciales en Venezuela y los Estados Unidos, la contienda Chávez yCapriles por un lado y la de Obama con Romney por otro. El desafío lanzado por Correa será aprovechado por Chávez en tiempo y forma para elevar sus grandilocuentes diatribas contra EE.UU. Y la respuesta bien pudiera fortalecer las posiciones de los halcones republicanos en su camino hacia la Casa Blanca.

La aportación de la estrella invitada española a este triller de suspense y acción también resulta realmente notoria. La carrera político judicial del juez Garzón está repleta de escándalos y actuaciones tan mediáticas como polémicas. Desde su aparición en la escena como juez estrella de la Audiencia Nacional convertido en el héroe de la lucha contra los narcos gallegos con la operación Nécora, no ha dejado de asomarse a las portadas de los diarios nacionales e internacionales por su procedimientos contra Pinochet y los responsables de la dictadura Argentina. Muchas de sus actuaciones judiciales se han visto salteadas por continuas filtraciones intencionadas a la prensa, buscando la máxima notoriedad en ellas. Y, lo que resulta más grave, sus sumarios han sido una y otra vez corregidos en instancias superiores por otros magistrados. Una manera de proceder como juez que ha incluido el cierre de diarios – Egin -, la extensión indiscriminada a activistas políticos de delitos de terrorismo – Segi – o la grabación de conversaciones de abogados defensores – caso Gürtel – que finalmente le ha acarreado la definitiva inhabilitación. Necesitado de redimir su imagen, vuelve a saltar ahora al centro de la escena internacional de la mano del caso Assange, que le viene como anillo al dedo para recuperar protagonismo.

Mientras, el mundo sigue hundiéndose en una profunda crisis de perfiles económicos, pero que ahonda sus raíces en la pérdida de valores y en la injusticia de un estatus quo establecido desde el final de la II Guerra Mundial, que santifica las diferencias entre ricos y pobres. Una situación que requiere cambios de enorme relevancia, pero que evidentemente requiere de liderazgos serios, ajenos al espectáculo mediático en que se ha convertido cualquier forma de rebelión contra el sistema. No hay mejor escusa para que nada cambie o coartada más convincente para consolidar el avance de políticas antisociales que la necesidad de enfrentarse a una turba de indignados de redes sociales o frenar a ridículos héroes de pacotilla que nunca llegarán más lejos que de lograr unos titulares fáciles. Necesitamos propuestas eficaces, posibilistas de regeneración de la democracia y del Estado del bienestar, nos jugamos demasiado para dejar esta tarea en manos de personajes verborreicos, vacíos de compromiso o capacidad real de cambio. La tarea de darle la vuelta a la situación, la ingente gesta de proyectar y hacer viable una nueva manera de afrontar la convivencia, requiere de un nuevo contrato social y para eso de nada nos van a servir eruditos a la violeta, salvapatrias o charlatanes de nuevas tecnologías. Antes nos vendrá la luz del pensamiento, las ideas y la política de mujeres y hombres más preocupados por el bien común que por el foco de las cámaras alimentado intereses particulares. Esperemos que pronto termine la función y acabe el espectáculo.

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