Elecciones en el Reino Desunido

Vive Gran Bretaña la más clara representación del drama shakespiriano. Su ser o no ser ha quedado patente en los resultados de las elecciones generales de la pasada semana, pues, más allá de la sorprendente victoria del conservador David Cameron, las encrucijadas que arrojan las urnas son enormes. Por un lado, los tories se hacen con una mayoría absoluta que les obliga a cumplir su promesa de convocar un referéndum sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea en 2017, lo que consumirá al país en este complejo debate la mitad de la legislatura. Pero lo que es más grave, es que su cohesión interna se ha visto aniquilada por el éxito arrollador de los Nacionalistas en Escocia y la práctica desaparición en este país de los laboristas que ya difícilmente pueden presentarse como una formación británica, sino puramente inglesa y galesa. Una de las campañas más anodinas que se recuerdan pueden transformar históricamente el Reino Unido tanto interna como externamente.

La realidad es que sin tender a exagerar, estas podrían haber sido las últimas elecciones generales del Reino Unido que se celebran en Escocia y también las últimas de los británicos como miembros de la UE. Cameron será premier con una mayoría con la que nadie contaba pero no puede ser ajeno a ese 13% de británicos que han votado al UKIP y anhelan quedarse en libre flotación en las islas, lejos de las normas de Bruselas y, menos aun, a que 56 de los 59 escaños de la Cámara de los Comunes elegidos en Escocia, pertenecen por voto y derecho propio al Partido Nacionalista escocés, el SNP. Su lideresa, Nicola Sturgeon recoge la siembra de Alex Salmond, ahora electo en Londres y la nefasta gestión que desde septiembre han hecho conservadores y laboristas del no escocés. Salieron del apuro in extremis y, aliviados del susto de la independencia, se olvidaron de que los escoceses en su mayoría habían votado un no pero sí, una suerte de reclamo de mucha más autonomía que ha fecha de hoy no se ha plasmado en ninguna realidad.

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Por mucho que a Cameron se le llene la boca hablando del partido conservador como el gran partido nacional, la realidad es que los tories son un partido inglés y si se me apura, un partido del sur de Inglaterra. Pero es que los laboristas son aún menos “nacionales”, pues, el populismo antieuropeista y antiinmigración del UKIP ha captado un importante porcentaje de voto en áreas tradicionalmente laboristas en el norte de Inglaterra y en Gales. Estas son las consecuencias de una forma de hacer política en una burbuja alejada de la realidad territorial, de tomar las decisiones en Londres, bajo las presiones de la City financiera y lejos de los intereses ciudadanos. Como también es una peculiar venganza del sistema electoral proporcional que concede el escaño al ganador en el distrito pese a que la diferenciada pueda ser de un solo voto. Así se explica que el UKIP con casi 4 millones de votos solo haya obtenido un escaño o que los nacionalistas escoceses se lleven la práctica totalidad de los escaños con solo un 10% más de votos que sus adversarios.

Supongo que Cameron, aún inmerso en su borrachera de éxito por la reelección, no querrá calibrar ya las consecuencias que estas extrañas elecciones dejan en el Reino Unido, pero cualquiera diría que le hubiera ido mucho mejor tener que conformar un gobierno de coalición con otras fuerzas políticas que habría expresado de forma mucho más real la división territorial e ideológica que se vive en la isla. Obcecados en centrar su política en los recortes del gasto público, los tories más duros exigen ahora de forma inmediata la puesta en marcha de un nuevo paquete de ajuste, seguros de que su política económica les ha hecho ganar las elecciones. En vez de llegar a la sencilla conclusión de que más que por sus méritos, la victoria conservadora se debe a los errores de una oposición laborista que de la mano de Ed Miliband se entregó a un programa electoral extremadamente izquierdista, que asustó a buena parte del electorado de centro y a las clases medias británicas.

Para la UE este resultado supone enfrentarse con casi total seguridad a una compleja negociación de los Tratados de la Unión con el gobierno de Cameron, si se quiere salvar el incalculable resultado de un referéndum para la salida del Reino Unido. Pese al hartazgo lógico de Bruselas ante las repetidas amenazas británicas de abandonar la Unión, la realidad es que el mero hecho produciría el pánico en otro Estado miembro como Irlanda, dependiente comercial y económicamente de Gran Bretaña y el indudable temor de Alemania a quedarse sola ante Francia y los grandes países del sur como España e Italia, a la hora de ordenar una política europea de austeridad conforme a los estatutos del Bundesbank. En la mentalidad germana, los británicos son un aliado imprescindible para garantizar políticas de rigor presupuestario en Europa. De ahí que previsiblemente la canciller Merkel empezará a realizar gestos y concesiones a las primeras demandas que sobre el escenario comunitario plantee el premier reelegido.

La vieja y compleja Europa otra vez ante el espejo de sus arrugas. Con Grecia instalada en el impago de sus deudas, el Reino Unido dividido internamente y apelando a su salida y con un mapa político general que cuestiona el bipartidismo que consagró el proceso comunitario, precisa urgentemente de un plan de recuperación de las ideas fundacionales. El discurso europeista está caduco, no ofrece nada nuevo a futuro, sigue basándose exclusivamente en el vértigo que produce la desunión si miramos a nuestro trágico pasado bélico. O nuestros políticos y gobernantes son capaces de salir del planteamiento de unión temporal de empresas en que han convertido el espacio común o tendremos un escenario similar al que vive el Reino Unido, que camina inexorablemente por errores propios hacia la desunión más profunda, la de territorios y clases.

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De porqué Syriza no es moderna aunque esté de moda

Escribir contracorriente siempre es un ejercicio de incomprensión que requiere de un esfuerzo añadido al exponer argumentos, aunque no sea posible convencer y sea solo por ser bien entendido. Esta es mi intención en estas líneas surgidas de las reflexiones que me producen los primeros pasos del nuevo Gobierno griego emanado el pasado fin de semana de las urnas. Un Ejecutivo que a una velocidad atípica, en escasos cinco días, ha marcado impronta de lo que puede ser su devenir futuro. Coincide además en el tiempo el estreno en la toma de decisiones de los hombres de Tsipras con mi estancia esta semana en Bruselas, el escenario principal de la tragedia a la que se enfrenta el pueblo griego. Y debo confesarme sorprendido por el desarrollo de los acontecimientos tanto por su contenido de fondo como por las formas adoptadas. Si el cambio político en Grecia se nos vendía como una esperanza de giro en las políticas europeas, la realidad de sus primeros pasos ha evidenciado muchos más riesgos para todos los europeos, que oportunidades de mejora.

Empiezo por poner en tela de juicio la frivolidad con que la prensa de diferentes países europeos ha acogido la victoria de Syriza y el escaso análisis previo a las elecciones y posterior a ellas que de sus propuestas se ha hecho en los mismos. Probablemente de haber puesto el foco más sobre la realidad de su programa y de los personajes que la integran y menos en la ilusoria utopía de sus intenciones, nos habríamos dado cuenta de la nula aportación al progreso, que el cambio enGrecia nos puede aportar en la Unión Europea. Y es que ponerse de moda gracias al hartazgo de una buena parte de la población europea de las políticas de austeridad impuestas por la Alemania de la Canciller Merkel y ejecutadas por la Troika, no garantiza en absoluto la aportación de modernidad de un proyecto. En una palabra, estar de moda no es lo mismo que ser moderno. Lo moderno es aquello que representa un avance en ideas, en planteamientos sociales y en convivencia pacífica. En ese sentido, nadie puede defender que la foto del Gobierno griego camina en esa dirección. Todos hombres, todos, menos el propio Primer Ministro, mayores de 50 años, todos ex dirigentes del viejo Partido Comunista heleno, todos pro-soviéticos y el que no lo es, la cuota del coaligado partido de los Griegos Independientes, un declarado xenófobo, homófobo y anti-turco. Una foto más propia del Politburó que de un Ejecutivo que debe enfrentarse a una situación extrema que requiere la audacia de la innovación de las ideas y del impulso de la juventud.

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Del pacto relámpago entre una fuerza política de la izquierda radical con un partido conservador al que no llamamos ultra porque a su derecha están los nazis griegos, casi mejor no hablar porque lo único que les une es el rechazo al pago de la deuda. Es decir, el incumplimiento de unos compromisos adquiridos con Grecia, no ante unos bandoleros del FMI o de la Comisión Europea, sencillamente ante todos los ciudadanos europeos que hemos puesto cientos de miles de millones de euros para solidariamente sacar de la ruina a nuestros hermanos europeos en Grecia. Resulta inaudito que se pueda calificar de comprensible una unión contra natura entre Syriza y los Griegos Independientes por el solo hecho de que la aritmética concede el resultado de una mayoría. La coherencia ideológica de ese Gobierno es nula de principio y solo comulgan conjuntamente en una senda de populismo irresponsable. Y para más esperpento, se le entrega la cartera de Defensa al griego independiente, extremista en sus posiciones ante la inmigración y que considera una amenaza a Turquía. Todo ello en el escenario de los Balcanes, clásico teatro de operaciones de guerras y frontera marítima del territorio donde el yihadismo islámico avanza a golpe de terror.

Pero lo dicho no pasaría de ser una retahíla de incoherencias menores, de no ser por el posicionamiento en política exterior de la Unión Europea que el Gobierno de Alexis Tsipras ha mostrado desde su elección. Declararse descaradamente pro-ruso supone en estos momentos, no solo una ruptura de la unanimidad de la posición común de los 28, sino una introducción de una tensión añadida al conflicto que la UE mantiene con Rusia por la invasión de ésta en territorios ucranianos. Las invasión de Crimea y algunas ciudades del Oeste de Ucrania ha sido considerada por los legítimos gobiernos de los Estados miembros como un acto de violencia unilateral, que ha sido contestado con la aplicación de sanciones económicas a los productos rusos. El cambio de posición del Gobierno griego obedece exclusivamente a un intento de chantaje para que las posiciones respecto al pago de la deuda se relajen. La política exterior y de seguridad de la UE es la única que por tratado requiere de la unanimidad y ese es el precio que el Syriza pretende hacernos pagar a los europeos a cambio de que realicemos una quita de su deuda. Lisa y llanamente, si no pago estoy de acuerdo con que obligues a Rusia a desocupar territorios ucranianos, si me obligas a pagar veto las sanciones a Rusia. Putin ha jugado una carta que aparentemente es un as que tenía guardado en la manga. Se nos ha colado de la mano del partido y hombre de moda de la Europa más castigada por la crisis. Cuando la quiebra amenaza a las arcas rusas por la caída de los precios del petróleo y sus derivados energéticos, él encuentra un aliado arruinado también por las insoportables condiciones impuestas por la banca a los ciudadanos griegos. Alianza tan natural como inadmisible.

En esta especie de regreso al pasado, donde los viejos comunistas se alían con la Rusia corrupta de Putin, nadie recuerda que Europa representa el espacio de libertad, democracia y respeto a los derechos humanos, algo que al líder ex soviético, le parece secundario como ha demostrado en multitud de ocasiones. Más que irónico resulta sarcástico que la cuna de la democracia apoye dentro de la UE a una democracia orgánica presidencialista que censura, tortura y que gestiona fondos soberanos en manos de multimillonarios mafiosos. Y todo ello, se produce cuando en la UE se estaba fraguando una posición de acercamiento a Rusia para alcanzar un acuerdo que posibilite la recuperación social y económica de Ucrania, cuya población está siendo tratada como meras piezas de un tablero de ajedrez, mientras se derrama la sangre de miles de inocentes. Si Grecia sigue jugando al amigo de Putin, será imposible defender posiciones de mediación y se impondrán los halcones de la administración EE.UU. partidarios de la mano dura con Rusia.

Europa no puede permitir, ni se lo permitirá una quita en Grecia. Primero, porque sería incumplir compromisos y entonces cualquiera de los Estados miembros se apuntaría a la fiesta. Segundo, porque los mercados lógicamente no tendrían piedad con un espacio en el que se falta a los acuerdos firmados. Y tercero, porque en un espacio común con moneda única, los ciudadanos que damos soporte y valor al euro seríamos los perjudicados por el impago. Se puede y se ha venido haciendo, ampliar los plazos, reducir hasta prácticamente cero los intereses de la deuda y, por supuesto, seguir siendo solidarios con el pueblo griego acudiendo en su ayuda con nuevos préstamos. Pero el Gobierno griego tiene la obligación de poner encima de la mesa un proyecto creíble de regeneración del país y de crecimiento y desarrollo de su economía que genere empleo. Algo que vaya más allá de medidas populistas como subir el salario mínimo por encima del de países de la UE que tiene más del doble de renta per cápita que Grecia o crear miles de empleos públicos, entre ellos los de las 600 limpiadoras del Ministerio de Economía griego y la radio televisión pública helena que duplica el personal de entes de similar naturaleza en países como Francia o Reino Unido. Es la hora de la seriedad en Grecia, de poner fin a la corrupción sistémica y a la falta de un modelo económico de progreso. Los problemas de Grecia no los ha engendrado la Troika, provienen de la irresponsabilidad casi delictiva de sus gobernantes. Por ello, de esa ruina moral no se sale con la nada brillante idea de seguir haciendo demagogia retórica. Si Grecia quiere seguir siendo parte de Europa y compartir un proyecto común, debe partir de la base de que nadie le ha obligado a formar parte del mismo, pero que si permanece en él, tendrá que someterse a la decisión de la mayoría de los europeos, sean estos alemanes, franceses, británicos o españoles. Así son las reglas del juego que nos hemos dado. Otra opción es salirse del euro, salirse de la UE y navegar libremente en el vacío de la mano del aliado ruso, sin paraguas de seguridad ante los intereses turcos. Syriza a fecha de hoy no ha demostrado aportar ni un solo gesto o idea de modernidad a la construcción europea y quien quiera en otros países de la Unión presentarme al nuevo Gobierno griego como un modelo a seguir, tendrá que poner encima de la mesa al menos los mismos argumentos de peso que yo he tratado de explicar aquí. Si esto es lo moderno, que paren Europa que yo me bajo.

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La serenidad como mejor arma europea contra el terror yihadista

Que no hay peor ciego que el que no quiere ver o peor sordo que el que no quiere oír sería la primera enseñanza que los europeos deberíamos extraer de los terroríficos acontecimientos vividos en París. Sabíamos de los riesgos ciertos que el radicalismo islamista supone para nuestra civilización, éramos conscientes de la salida de miles de jóvenes europeos hacia zonas de combate para su entrenamiento con el solo objetivo de su regreso para actuar contra sus objetivos infieles en nuestros países. Hemos sufrido en las dos últimas décadas atentados en nuestras principales ciudades, MadridLondres, París… Vemos cómo su imparable violencia cada día avanza en el África subsahariana, en Oriente Medio y en el Golfo Pérsico, asesinando rehenes occidentales, masacrando a la población civil no integrista que se encuentra a su paso colgando cotidianamente en Internet los vídeos de su barbarie. Pero era más cómodo taparse los ojos y los oídos y seguir plácidamente instalados en la pax europea del no pasa nada, como si todo lo que sucedía fuera una realidad virtual de los informativos de televisión. Lo más seguro es que el terror vivido en París tampoco sea suficiente para sacarnos del sopor adormecido del que no acepta complicarse la vida. Y, sin embargo, la guerra santa está entre nosotros para quedarse, es ya parte trágica de nuestra fisonomía, no la hemos importado, la hemos generado en nuestras propias entrañas europeas de los barrios periféricos parisinos o londinenses.

Sería bueno que fuéramos conscientes de que esos jóvenes cargados de odio e ira que quieren acabar con la forma de vida que les hemos dado, son un producto del fracaso de integración de una inmigración que en la mayoría de los casos se retrotrae a sus padres o abuelos. Sería un ejercicio de sentido común reconocer que tenemos un enemigo interior, que evidentemente sirve a órdenes globalizadas exteriores de las redes terroristas yihadistas, pero que tiene su banderín de enganche en la frustración de una juventud a la que no hemos sabido darles valores superiores que contraponer a la irracionalidad de quiénes les piden que maten en nombre de Alá. El paradigma es muy simple: el Occidente surgido de la Ilustración, baqueteado por dos guerras mundiales e instalado en el acomodaticio Estado del Bienestar, está en quiebra porque no ofrece una realidad terrenal mejor que la prometida en otra vida que puede incluso merecer la terrible pena de inmolarse. A una interpretación integrista de una religión que reconoce la violencia como método de alcanzar sus objetivos, solo se le combate con otra religión que contrapone la paz como valor supremo o con una ética de la solidaridad entre los hombres. Da la casualidad de que los europeos, cada día, menos practicantes de la religiosidad y más adoratrices del becerro de oro, hemos abandonado ambas fórmulas de lucha contra el enemigo de la razón.

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Además, desde la década de los 50 del pasado siglo y, en gran medida, gracias a nuestro poderoso invento de Unión Europea, hemos depuesto las armas entre nosotros y hemos instalado un pacifismo equívoco, que da por sentada la garantía de seguridad en la convivencia, como si ya no existieran enemigos interiores o exteriores. Esa ingenuidad de gobernantes y gobernados, nos pone ahora cuando el terror nos atenaza, en el disparadero de cómo actuar dentro de nuestras confortables fronteras contra el terror integrista. Ante el reto debemos vencer el principal riesgo que nos acecha: la reacción desmedida ante el desafío lanzado por los violentos. El miedo puede llevarnos a socavar nuestra libertad, la esencia misma de nuestro ser europeo y retroceder hacia fórmulas totalitarias o populistas que es exactamente lo que pretenden en su partida de ajedrez a largo plazo los ideólogos yihadistas. Seguridad y libertad son dos caras de la misma moneda indisociables. No puede haber una sin la otra y menos en un espacio común como el que hemos construido con no pocos esfuerzos desde hace casi 60 años. Por tanto, ante el terror la actitud que asuman gobiernos y ciudadanos europeos va a resultar clave para afrontar la nueva situación a la que nos enfrentamos. No podemos caer en la tentación de la respuesta pendular de quien no ha querido ver el problema durante años y ahora pretende resolverlo a base de penas de muerte y convirtiendo Europa en un escenario tan inseguro como injusto. Por ello se impone la serenidad como método de toma de decisiones. Solo la fortaleza que puede darnos el convencimiento de hacer el bien y de no perder nuestros principios pese a ser duramente atacados, nos permitirá ganar esta batalla de formas de entender la vida y la muerte.

La serenidad es aquella actitud del espíritu humano de responder ante cualquier evento o situación sin dejarse arrebatar por sentimientos o emociones desestabilizadores. Una persona serena es una persona pacífica, y en paz con su entorno y para con los demás. Así debemos comportarnos como colectivo racional frente a quienes pretenden que les hagamos frente con sus mismas armas de violencia desatada. Y desde la serenidad debemos entender que la unidad de los europeos que creemos en la paz y la libertad como principal valor en la vida presente, cobra más que nunca un protagonismo histórico. Si nuestros padres fundadores, los Konrad Adenauer, Jean Monnet, Winston Churchill, RobertSchuman, Alice de Gaspieri, Paul-Henri Spaak, Walter Hallstein y Altiero Spinellifueron capaces de hacernos un relato de la necesidad de la paz como respuesta a cientos de años de enfrentamientos entre nosotros mismos, ahora nuestros líderes tienen la obligación de orientar el discurso de la paz frente a la violencia, de la libertad frente a la imposición. Una vez más, la vieja Europa se convierte en el centro de las miradas del mundo, una vez más, nos encontramos ante la responsabilidad de dar respuestas civilizadas a un planeta interconectado donde la información fluye a toda velocidad y hasta cualquier rincón del orbe. Los enemigos de nuestra forma de vida han escogido Europa como escenario de su asalto, como ya han hecho de forma histórica, pero la forma de guerra ha mutado y ahora no se trata de organizar santas cruzadas contra guerras santas, sino de garantizar la seguridad y la libertad de los ciudadanos que viven en Europa sean del color que sean, piensen o se expresen como lo deseen y profesen la religión que profesen. Ellos, los que siempre en nuestra historia han creído que somos parte de una civilización decadente, incapaces de sacrificarnos y de hacerles frente desde la serenidad y con la paz como bandera, creen que no vamos a ser capaces de soportar su presión día a día, sin perder la unidad y sin caer en formas de totalitarismos. En nuestra mano está escribir una de los mejores capítulos de nuestra historia, uniéndonos ante un enemigo común que desprecia la vida y cualquier forma libre de expresión que no sea la suya.

De cualquier riesgo surge una oportunidad si se sabe afrontar la situación. Por dolorosas que sean las jornadas que nos toquen vivir, los europeos sabemos que somos mejores cuando nos ponen al borde del precipicio de la intransigencia, que en la defensa de nuestros valores nos hacemos fuertes y surge la inteligencia que tantas aportaciones a la humanidad ha dado. Francia no puede sentirse sola en esta batalla ni un solo día, los ciudadanos franceses no pueden pasar este duro trance que puede trasladarse en cualquier momento a una de nuestras ciudades, sin sentir el apoyo incondicional de todos. La coordinación de medios antiterroristas y de información debe ser absoluta entre los Gobiernos de la UE y las propias instituciones europeas deben demostrarnos más que nunca que nos son meros administradores de nuestro comercio, sino que velan por las libertades de los 400 millones de europeos que hoy componen la Unión. Una libertad que se defiende dentro, pero también requiere de acciones conjuntas en el exterior, donde los terroristas hoy avanzan impunemente mientras nosotros miramos para otro lado. Toca rearmarse moralmente y demostrarnos a nosotros mismos y al mundo entero, que por salvaguardar la paz y la libertad estamos dispuestos a hacer todos los sacrificios necesarios. Es la gran hora de Europa como conjunto de valores, no lo desperdiciemos porque puede que nuestra bella forma de vida esté en juego.

A la memoria de todos los periodistas que han dado su vida por darnos la libertad de saber lo irracional que puede llegar a ser la violencia

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Rajoy y Merkel en Santiago para bendecir el largo camino de la austeridad

La maestra y su mejor alumno o la directora de orquesta y su mejor intérprete. Llámenlos como quieran, pero lo que nadie puede ya poner en duda es para laAlemania cartesiana regida por la nueva dama de hierro del continente, España se ha convertido en el mejor campo de pruebas de sus políticas de ajuste y austeridad. En menos de tres años, los españoles por arte de magia de las reformas y recortes llevadas a cabo por el gobierno de Mariano Rajoy, de ser esos europeos del Sur derrochadores y vagos, hemos pasado a ser el mejor rostro milagroso de la recuperación impulsada por las políticas dictadas por ÁngelaMerkel. Si como dijera Enrique de Navarra, “París bien vale una misa”, al aceptar el catolicismo y con ello el trono de Francia, algo así debió pensar la canciller germana al ser invitada por el presidente español a recorrer parte del Camino de Santiago y abrazar al apóstol en la tierra natal del dirigente español. En el fondo, todos están necesitados de fotos y la cercanía celestial a ninguno le viene mal, si tenemos en cuenta que la economía alemana se contrajo un 0,2% en el segundo trimestre de este año y que en España sigue habiendo oficialmente cerca de cuatro millones y medio de parados. Otra cosa es que los dos mandatarios en clara armonía quisieran ver, en su cena en la rúa del Villar compostelana, la botella de albariño más medio llena que medio vacía.

Pero más allá de la propaganda o de las imágenes veraniegas de los líderes reconfortados por su autocomplacencia, parece sensato analizar dónde podemos situar la salida efectiva de la crisis y en qué lugar del paisaje después de la batalla nos deja a los ciudadanos las políticas llevadas a cabo por la Unión Europea en estos años. Si queremos leer adecuadamente las cifras macroeconómicas parece evidente que austeridad es sinónimo de desigualdad. Poner a cero nuestro déficit y abaratar el endeudamiento ha provocado una contracción severa de la actividad y esa falta de crecimiento se ha enseñado en las rentas más bajas, no solo en forma de menores ingresos, sino también en la reducción de los servicios públicos de los que venían disfrutando antaño. Europa, les guste o no a la pareja de hecho en que se han convertido Merkel y Rajoy, está estancada, con un crecimiento ridículo, con altísimas cuotas de desempleo, especialmente juvenil y agravando cada día los problemas sociales de las clases más necesitadas de su sociedad. Ni somos capaces de mejorar la competitividad de nuestras empresas en una economía global, ni el Estado del Bienestar es sostenible con este modelo productivo obsoleto. Seguimos regidos por viejas recetas dogmáticas y ortodoxas incapaces de interpretar la nueva realidad de los mercados y de dar respuesta a los retos que un mundo que vive bajo la oleada de una tercera revolución tecnológica nos impone.

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Tan determinista es la política impuesta desde Berlín vía Bruselas, que el mismo día que Merkel y Rajoy cantaban las bondades de sus medidas en Santiago,Hollande obligaba a dimitir a todo le Gobierno Valls, para darle una vuelta de tuerca en lealtad incondicional a sus ministros para poder emprender un nuevo trecho del camino de los recortes presupuestarios en Francia. El presidente socialista galo abandona ya toda veleidad innovadora y como ya le sucediera aRodríguez Zapatero pone rumbo hacia la austeridad sin dudas. Un proceso reformista que a buen seguro encontrará una fuerte oposición sindical expresada en la calle y en conflicto laboral. En teoría, al socialismo europeo tras esta definitiva traición francesa solo le queda la gran esperanza blanca que debería suponer el primer ministro italiano Matteo Renzi. Pero su realidad es aún más bien pobre, con una exigua mayoría parlamentaria y una economía italiana en recesión, los mercados le ofrecen escasa tregua para poner en práctica políticas sociales. El camino de la austeridad, por tanto, parece gozar de buena salud y de amplio recorrido, por mucho que los resultados de tanto sacrificio sean tan minúsculos como inestables. Pero la realidad es que los mercados solo premian a los que hacen lo que a sus rendimientos especulativos más conviene, sobre todo, mientras el Banco Central Europeo ha convertido la financiación de la deuda pública en un suculento negocio seguro para la banca privada y fondos de inversión.

Así las cosas el coste político de la crisis con quien se está cebando es con las opciones de izquierdas, incapaces de articular una alternativa coherente que pueda establecer nuevas reglas del juego en la economía europea. Ello propicia la división en los grandes partidos socialdemocrátas o la fuga masiva de voto en torno a ellos. Y al albur de este proceso surgen nuevas formaciones radicalizadas en su discurso antisistema que, sin embargo, más allá de ruptura de lo existente, aún no han pasado de hacer oír sus voces populistas sin definir un programa de cambio concreto. Así surgió en Italia el Movimiento 5 estrellas de Beppe Grillo o en España lo ha hecho Podemos con su líder mediático, Pablo Iglesias. Todos ellos inmersos en una especie de centrifugadora que se come lo que entra en ella, primero las formaciones filocomunistas o Verdes, pero que amenaza con hacer lo mismo con todo aquel que por falta de novedad haga perder la esperanza o fe en un “verdadero” cambio. Una realidad que lo único que constata es la falta de unidad desde opciones progresistas para alcanzar el cambio de modelo. Bronca por la izquierda que beneficia a mayorías de derechas o la conformación de grandes coaliciones bipartidistas al estilo de la que gobierna en Alemania.

Al fin y al cabo todas estas batallitas políticas tendrían escasa trascendencia si la sociedad de los países europeos fuera capaz de cambiar de rutinas y procedimientos. Pero lo cierto es que el envejecimiento intelectual de nuestro continente está impregnado en el adn de la mayoría de los ciudadanos, acomodados en una vida sin metas ni objetivos, acostumbrados a ver pasar los días complacientemente con la mayoría de las necesidades básicas cubiertas y la seguridad razonable garantizada. No en vano seguimos siendo el espacio del mundo que sigue gozando de mayores cuotas de bienestar se mida como se mida. Tras más de cinco décadas de paz y prosperidad, el principal temor es que se nos olvide que también se pasa hambre y que la violencia también puede formar parte de nuestro paisaje. Si no afrontamos las revoluciones pendientes es porque no tienen incentivo suficiente, seguir sobreviviendo pese a que todo se deteriore a nuestro alrededor es mejor propuesta que un cambio que por desconocido puede ser peor. De eso se valen las fórmulas conservadoras que con un ligero retoque de imagen y de mensajes, defiende lo de siempre mientras lo de siempre siga funcionando aunque sea mínimamente y cada vez para menos personas.

Supongo que todo esto lo sabe bien el presidente español Mariano Rajoy, un socrático por excelencia, que sabe que nada sabe y que maneja el tancredismo relativista con primor. No se meta usted en líos y déjese llevar, arrimándose al gran árbol que da cobijo. A la vera de Merkel coloca sus piezas. De Guindos alEurogrupo aunque no se sepa ni en qué plazo, ni con qué contenido real. Cañeteserá comisario… o no, pero España estará representado en la Comisión. Su particular juego de tronos le funciona y en pocos meses ha pasado de ser el miembro mudo del Consejo Europeo, a el gregario de lujo de la todopoderosa canciller. Hace tiempo que estos movimientos políticos tienen poco efecto entre nosotros los comunes mortales, pero se supone que en los medios de comunicación, esa prensa que cada día tiene menos credibilidad, esto de ejercer el poder entre los poderosos sigue ocupando titulares. El único problema que pueden tener estos gobernantes cortados por el viejo patrón sería que sus gobernados hubieran tomado de conciencia de que nadie les va a solucionar sus problemas y se pusieran por libre a la faena. Seguramente entonces lo real superaría a lo oficial como un día en Versalles los cortesanos se sorprendieron una mañana comiendo sus cruasanes cuando la turba del populacho les cortó sus perfumados cuellos. Todo depende de hasta donde nos lleve el camino…

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Algunas alertas de fraudes en las elecciones europeas

La mentira siempre es un mal negocio, sobre todo, porque su durabilidad es escasa. El tiempo siempre pone a cada uno en su sitio y la realidad de las cosas acaba imponiéndose. Pero si hay algo que puede resultar ridículo es el autoengaño, hacerse trampas en el solitario es una de las expresiones más patéticas del ser humano. Pues eso es lo que algunos dirigentes europeos están haciendo desde el 25 de mayo, desde que descubrieron que los resultados de la noche electoral de los comicios europeos, no les ayudaban a componer su particular solitario. Entonces empezaron una especie de ejercicio de simulación basado en la negación de todo aquello que puede alterar sus planes aunque ello signifique una verdadero fraude de lo expresado en la urnas. Y no han sido pocos los tentados en esta suerte de ejercicio de ciencia ficción, empezando por la canciller Ángela Merkel, pasando por los dos grandes partidos europeos, el popular y el socialista, otros de mucho menos volumen como UPyD o Ciudadanosy terminando por la propia Monarquía parlamentaria española urgida a una sucesión express en la Corona. Y ese análisis que por cercano resulta más fácil en casa propia es bastante extrapolable a muchos de los Estados de la Unión. Resumen del resumen, Europa acentúa su principal problema, la dicotomía entre la Europa real y la Europa oficial.

Empecemos por el más flagrante caso de intento de fraude electoral. El Tratado de Lisboa, pese a lo que los jefes de Gobierno tratan ahora de filtrar a la opinión pública, deja pocas dudas sobre el procedimiento de elección del próximo presidente de la Comisión Europea. Así lo decidieron ellos cuando urgidos por el no francés a la Constitución europea les puso al borde del precipicio del proyecto común. El presidente de la Comisión lo propone el Consejo Europeo – ellos . pero lo aprueba el Parlamento Europeo. De ahí que por lógica, la misma que ahora quieren negar, que los grupos políticos con opciones de conformar mayorías nominaran previamente a sus candidatos para que los electores europeos pudiéramos decidir sobre el personaje idóneo para capitanear la nave ejecutiva de la UE. JunkerSchulzVerhofstadt, Keller o Tsipras se presentaron ante los europeos con su idea de Europa, dando la cara en debates y mítines, haciendo campaña para lograr el voto como candidatos a presidir la Comisión. Los jefes de Gobierno lo avalaron, pues, unos y otros son líderes de sus respectivos partidos en sus Estados. Merkel en la CDU o Rajoy en el PP, dieron su apoyo a Junker en la cumbre del Partido Popular Europeo en la cumbre de Dublín. Por ello, es bochornoso espectáculo ofrecido por la canciller germana titubeando su apoyo al candidato del centro derecha europeo, solo puede calificarse de fraude a los electores. Resulta tan obvio que lo único que está haciendo Merkel es poner trabas a reforzar los poderes del Parlamento Europeo y, por ende, de la Comisión para seguir controlando a su antojo un todopoderoso Consejo, que hasta el propio Junker, nada peligroso revolucionario, ha clamado públicamente por la falta de decoro de la situación vivida. Poniendo un pelele al frente de la Comisión, saltándose la voluntad de los ciudadanos y hurtando la decisión al Parlamento o sometiéndole a la verticalidad de la decisión de los partidos nacionales, Merkel logra un doble objetivo: reeditar las dúctiles comisiones Barroso y convencer a todos los europeos de que el Parlamento no sirve para nada y que el poder lo tiene ella y su país. Tontos no somos y eso, repito. es un fraude.

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Ante esta situación los dos grandes bloques políticos en la eurocámara, populares y socialistas, andan reuniéndose por los pasillos a escondidas tratando de buscar soluciones. A hurtadillas sin los focos de los medios de comunicación y mucho menos sin el rigor del debate de la luz y los taquígrafos, tratan de cambiar cromos suficientes para dar la apariencia de un elección a lo que es una componenda para dejar tranquilos a los jefes de Gobierno y especialmente a una de ellos. La izquierda y la derecha centrada europea parece no haberse enterado del tsunami que le ha rodeado en estas elecciones. Parece no querer entender el clamor de llamada de atención que supone el crecimiento del populismo ultra en Francia, la eurofobia recalcitrante en el Reino Unido o la irrupción inesperada de Podemos en España. En vez de coger su granero de votos y tratar de conformar mayorías con otras fuerzas minoritarias, lo que supondría aceptar parte de sus programas, que es lo democráticamente correcto, para después presentar el candidato a presidente de la Comisión y que éste defendiera ante los 751 eurodiputados su programa de Gobierno, lo previsible es que monten una “grossen coalitionen” de la que gustan a Merkel con todo atado y bien atado para que nada pueda cambiar. Se repartirán los cargos entre Junker y Schulz y todos contentos, pero no creo que aquellos votantes que creyeron en uno o en otro, en sus planteamientos de construir una nueva Europa se sientan agradecidos por este ejercicio de birlibirloque, por el cual, lo que ayer era rojo hoy es azul y lo que fue azul es ya rojo. Fraude y más fraude.

A menor escala, pero en la mayoría de las fuerzas minoritarias nacionales que no están integradas en grandes coaliciones europeas, se ha producido un esperpéntico cambio de papeles para lograr encajarse en los grupos parlamentarios de la eurocámara. Probablemente casi ningún votante sabía del sistema de funcionamiento de los grupos políticos en el parlamento de Estrasburgo/Bruselas. No formar parte de un grupo parlamentario supone pasar a los no inscritos, que algo así como el limbo de los parias, sin derecho a prácticamente nada. Pasar cinco años en blanco, sin pena ni gloria, salvo la honra gloriosa de una foto en la tribuna con una camiseta de protesta por cualquier tema originalmente marginal. Eso y no participar en las comisiones con lo que supone de suculentos ingresos personales y para el partido. De ahí que a la carrera se hayan conformado los grupos de cara a la sesión constitutiva del próximo 1 de julio. Si damos un repaso a los partidos que concurrieron en el Estado español y dónde han aposentado sus escaños, nos llevamos sorpresas incluso desagradables para muchos de sus votantes. Del PP y el PSOE poco que decir, pues, tienen sus grupos popular europeo y socialistas y demócratas.Convergencia y el PNV desde hace varias legislaturas, concretamente desde queAznar logró que les dieran puerta en el grupo popular, han encontrado acomodo entre los liberales – ALDE -, lo cual no puede sorprender a sus votantes, pues, así lo manifestaron y movieron a su candidato, el belga Guy Verhofstadt por sus caladeros de votos. Podemos se ha integrado en el grupo de la Izquierda Europea, donde confluye con Izquierda Unida, su teórica competencia, por lo que los votantes de ambas formaciones tendrán una voz idéntica en la cámara. Pero los que rayan el surrealismo son UPyD y Ciudadanos, formaciones que van a integrarse en el grupo de los liberales compartiendo asiento con Convergencia y PNV, enemigos acérrimos en España. Y para más inri, ALDE les ha obligado para ingresar reconocer el derecho a decidir de las naciones europeas sin Estado. Algo que niegan con contundencia y griterío en el Congreso de los Diputados o el Parlament de Cataluña, sus líderes Rosa Díez y Albert Rivera. Inexplicable fraude.

Pero el tsunami desbocado en fraude no solo ha afectado a dirigentes y formaciones políticas, también ha afectado por contagio a las más altas instituciones. La apresurada abdicación del Rey, consiguiente coronación deFelipe VI y aforamiento del rey abdicado, supone un ejercicio de precipitación desmedida solo explicable por el temor a las consecuencias de las elecciones del 25 de mayo. Vale que hace 40 años cuando Juan Carlos I fue coronado por designación de las Cortes franquistas no era momento de someter a referéndum su entronización y vale que la Constitución de 1978 le daba cierta legitimidad, aunque habrá que recordar que se votaba un todo y no las partes, por lo que el Sí se dio a la fundamental que no otra cosa, pero de vital transcendencia como las libertades y la democracia en España. De medio tapadillo se aceptó la Monarquía como forma de Jefatura del Estado. Pero pasadas tres décadas, en pleno siglo XXI, lo mínimo es que los españoles pudieran ser consultados y expresar su opinión al respecto. La mayoría de edad de aquella democracia naciente debiera permitirnos hoy pasar por las urnas cualquier aspecto de nuestra convivencia y no ser gobernados por instituciones que viven en el permanente miedo a lo que opinemos como si de niños se tratara que pudieran equivocarse. Estamos ante un fraude de legitimidad del nuevo monarca, que no de legalidad por supuesto. El problema es que cuando las urnas se sigan manifestando en tantos otros aspectos y pueda consolidarse una mayoría republicana, será ya innecesario el referéndum. Si así ocurre se optará por el cambio de modelo de Estado.

Permitid una última reflexión. Si la era de Internet ya supera los 20 años, si sus fases de desarrollo hasta las actuales aplicativas con soportes de telecomunicaciones cada día más cercanos y accesibles avanza a velocidad ilimitada en nuestras sociedades, si el acceso a la información es cada vez más universal, en suma, si la última revolución tecnológica que hemos vivido está plenamente implantada, es absurdo pensar que ello no va a conllevar revoluciones sociales y cambios de estructuras de poder. La historia de las civilizaciones se escribe con los cambios tecnológicos como motor fundamental. Ello cambia la forma de vida del ser humano. La observación de esos fenómenos desde una articulación filosófica compone el pensamiento de cada era. La plasmación estética del cambio social en forma de arte, es decir, los distintos movimientos artísticos, son siempre la antesala del liderazgo político de la nueva era. Analizar dónde nos encontramos en estos momentos, pero os aseguro que estamos más cerca de esto último que de los albores del uso de la Red en los años 90. La vieja aristocracia volverá a dejar paso a una nueva burguesía ocupará el espacio. O tal vez hoy, en esta simulación de modelos que vivimos de comunismo capitalista, todo parezca que es de todos, pero lo único cierto es que el cambio está ya aquí y nada ni nadie quedará al margen de él. La foto de hace 5 años de líderes o lideresas, tendrá nuevos rostros en breve, en menos plazo del que muchos piensan. Póngase guapos los llamados al nuevo retrato y traten de poner a buen recaudo sus cuellos los que salen del viejo lienzo.

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El tsunami de las elecciones europeas en España, Rubalcaba dimite y el Rey abdica

Menos mal que las elecciones europeas, según agudos tertulianos y eruditos a la violeta, eran una cita intrascendente que no interesaba a los ciudadanos, ni a los partidos políticos. A tan solo quince días de haberse celebrado, sus resultados en España han provocado más movimientos históricos que en las cuatro últimas décadas. Y estoy seguro que no son más que el principio del fin de muchas cosas que se han quedado obsoletas en el panorama institucional español.  Por supuesto, que lecturas parecidas podemos hacer en otros grandes Estados miembros de la Unión Europea, véase el caso por ejemplo de Francia y el Reino Unido donde la ultraderecha y los eurófobos han triunfado claramente. Pero ciñéndonos al resultado español, es evidente que salvo para el peor ciego que es el que no quiere ver o el sordo que no quiere oir, el mandato de las urnas obliga a un rediseño de muchas cosas, establece el imperativo de refundar sistemas o de buscar nuevas fórmulas de convivencia. La crisis económica y los rotos sociales que está provocando, unida a la falta de respuesta de los partidos tradicionales a las demandas ciudadanas, ha aupado en las urnas a auténticos movimientos sociales revestidos de liderazgos populistas. No leer adecuadamente lo que está sucediendo en esas corrientes internas de la sociedad y seguir admirando el paisaje de costa y olas para seguir surfeando plácidamente, se ha convertido en una forma de suicidio dulce de los estamentos actuales.

Empecemos por el punto de partida del efecto dominó que se produjo la noche del pasado 25 de mayo. El Partido Socialista Obrero Español cosechó el peor resultado de su historia. Perdía más de un millón y medio de votos respecto a las anteriores elecciones europeas y se convertía en el quinto partido socialista de Europa por número de votantes, por detrás del rumano. Nadie había sido capaz de anunciar un batacazo tan tremendo y las consecuencias no se hicieron esperar. La consecuencia inmediata no fue otra que la dimisión a la mañana siguiente del secretario general de los socialistas, Alfredo Pérez Rubalcaba. De esta forma lo que eran unas elecciones europeas se convirtieron en unas primarias anticipadas que han producido un terremoto en el plan inicial del PSOE de cara a los comicios autonómicos, municipales y generales. Destrozado el guión que tenía preparada la Ejecutiva actual, la improvisación y el caos por federaciones se han adueñado de los destinos del partido de la calle Ferráz, sin que se pueda a fecha de hoy predecir fácilmente cómo llegarán y con qué liderazgo a las citas reseñadas.

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La tentación primera del aparato del partido y de los viejos del lugar ha sido agarrarse al clavo ardiendo que representa el único territorio que les sigue siendo perpetuamente fiel en voto, Andalucía. Su lideresa, la presidenta de la Junta, Susana Díaz, ha recorrido un camino fulgurante desde que tuvo que sustituir a José Antonio Griñán, urgido a dejar el cargo al estar amenazado de ser imputado en el caso de los EREs que instruye la pertinaz jueza Alaya. Desde entonces ha acumulado poderes a la búlgara con mayorías abrumadoras y en las elecciones andaluzas su territorio, tras Extremadura, ha sido el que mejor resultado socialista ha cosechado. El diseño recogido en los estatutos de primarias saltó por los aires el 26 de mayo y rápidamente se pensó en la celebración de un congreso extraordinario hecho a la medida de Díaz, al que se apuntaron a toda prisa todos los secretarios generales de las federaciones que sistemáticamente vienen perdiendo elecciones desde hace tres años. Esos son los avalistas de la posible secretaria general y ese el ilusionante proceso de renovación que ofrece. Como es lógico este cambio radical de planes dejó compuestos y sin primarias a los MadinaChacónSánchez… que se sabían perdedores en una batalla interna y que en virtud de su llegada mediática aspiraban a un proceso abierto a los militantes. El disparate en que se ha convertido el proceso ha desembocado en una consulta no vinculante a la militancia previo al congreso extraordinario que deberá definir si habrá o no finalmente unas primarias. Es decir, el PSOE vuelve al marxismo, pero de los hermanos Marx.

Tenga o no relación directa, exactamente una semana después de la dimisión de Rubalcaba, se producía la abdicación del Rey Juan Carlos. Queda muy lejos de este post y de este bloguero los análisis palaciegos, pero algo seguro que ha tenido que ver en la decisión del monarca, la repentina muerte política del líder socialista y el profundo caos reinante en el PSOE. Un proceso de proclamación deFelipe VI sin contar con la inestimable ayuda de los socialistas no tendría la mínima legitimidad. De esta forma era fundamental provocar la coronación express para que la Monarquía constitucional siga contando con la anuencia de un partido cuyos militantes son teóricamente de hondas raíces republicanas. Lo cimientos del régimen de la transición se resquebrajan, a nivel territorial con una amenaza de consulta en Cataluña y una solicitud de derecho a decidir en el Parlamento vasco, con los dos partidos mayoritarios que si extrapolan los resultados de las europeas no tendrían casi opciones de conformar gobierno salvo la de una gran coalición de dos fuerzas en descenso. Y para colmo se inicia un reinado que llega casi 40 años después del que nos legó la dictadura y que sigue sin dar el paso definitivo de pasar por las urnas. Sinceramente creo que se equivocan todos esquivando la libre elección de los ciudadanos. El primero que falla es el propio Felipe que tenía la oportunidad histórica de legitimarse, ahora que con casi total probabilidad ese gesto le haría ganador del referéndum. Se equivoca el Gobierno que ha hecho suyo un problema que no lo es y que al desgaste de su acción ejecutiva, une ahora el de valedor de una Monarquía desprestigiada por los casos de corrupción y las torpezas finales de Juan Carlos. Y quien más hierra es sin duda el Partido Socialista que se convierte en la muleta en torno a la cual se realiza la faena. El señuelo desde la izquierda para evitar la consulta. A partir de ahora el discurso fácil que convierte en dos caras de la misma moneda a PP y PSOE queda ratificado de por vida.

Junto a este cúmulo de desastres, en el panorama político ha irrumpido una opción difusa que se declara heredera legítima del Movimiento 15M. Podemos, con su líder televisivo, Pablo Iglesias al frente, ha significado la gran sorpresa y en la novedad lleva implícito todo su pecado. Preocupa y molesta a partes iguales al resto de las formaciones políticas y al conjunto de un establishment incapaz de permitir que respiremos aire fresco. Pero por su lado, si uno se lee su programa, solo haya principios fundamentales de los brindis al sol, buenísmo voluntarista al estilo Peter Pan a raudales y una suerte trasnochada del compendio más rancio de simbología comunista. Tienen un inmenso vacío por delante en el espacio de la izquierda, abierto el socavón de un PSOE perdido en sus disputas internas y una Izquierda Unida que no es capaz de quitarle 20 años de encima a las canas de sus dirigentes. Pero para avanzar se verá obligado a definirse y bajar a la cruda de la realidad de las propuestas políticas y de las contradicciones a las que somete la real politik. No soy capaz de hacer predicciones sobre su futuro, pero si es evidente que el mar de fondo que mueve a esta nueva sociedad está buscando nuevas propuestas y, por supuesto, nuevas formas de hacer política, de participación y de representación. En esa clave los liderazgos van a ser cruciales y también lo serán la cercanía a lo local y la sintonía con las sensibilidad de la calle. La demanda está ahí para aquellos que acierten en su oferta.

Montado como está el lío, me parece ridículo no reconocer que nos enfrentamos se quiera o no y en el plazo que tarden en sucederse los acontecimientos, ante una reforma o ruptura constitucional. El traje de la primera comunión que nos hicieron en 1978 está hecho jirones y cuando nos agachamos, flexionamos las rodillas o estiramos un brazo, se deshilacha un poco más. Nos desayunamos una mañana si otra también con noticias como que Hacienda confirma que el partido en el Gobierno realizó sus obras de remodelación con dinero negro y el Gobierno nos hace contestar gritando, ¡viva el Rey! Más parafraseando a Galileoeppure si muove, la gente en su silencio indiferente al discurso oficial va a ir cambiando las cosas hasta un punto en que no se parezca en nada al antiguo régimen hoy imperante. Y en ese devenir inercial, puestos a lanzar propuestas innovadoras me atrevo a rememorar a mi admirado Castelao, cuando propuso en su fragor republicano la instauración de la República Federal Ibérica. La suma de todos los pueblos de la península ibérica conformaría la tercera potencia continental en la Unión Europea y daría solución a viejos problemas territoriales en un encaje de respeto a la diversidad que entre nosotros impera. Si supiéramos hacer de la necesidad virtud deberíamos ser capaces de realizar propuestas de altura de miras institucionales y abrir un nuevo proceso constituyente que renueve el contrato social entre todos, en vez de taponar con parches cataplasma la sangría que a nuestra sociedad le produce tanto gobierno de espaldas a sus intereses. Tal vez solo quede el orgullo de optar por la actitud individual del exilio interior.

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Nace una nueva Europa: 25M el veredicto ciudadano

Europa ha hablado y lo ha hecho de forma similar en cuantía de votos a como lo hizo hace 5 años. La gran diferencia es que esta vez lo ha hecho con las consecuencias plenas de la aplicación del Tratado de Lisboa y, por tanto, para conformar un Parlamento Europeo con competencias reforzadas y que deberá elegir al nuevo presidente de la Comisión. El resultado extraído de las urnas es de mayor calado y relevancia para el futuro de la Unión que se enfrenta a la necesidad de poner rumbo al crecimiento y la creación de empleo en un mundo globalizado y con las fronteras al Este en pleno conflicto con Rusia y el reto de la inmigración llegando en oleadas continuas por el Mediterráneo. Los 751 mujeres y hombres elegidos tienen la enorme responsabilidad de marcar en gran medida el rumbo del resto de los europeos, eso si los jefes de Gobierno no hacen una lectura torticera del Tratado y hacen caso omiso de los resultados.

De los datos que la llamada a la urnas en toda la Unión nos deja, se pueden hacer multitud de análisis, al tratarse de una cita electoral compleja que afecta nada menos que a 28 Estados miembros. Para eso hará falta sosiego y distancia de la noche electoral, pero en caliente si debemos realizar lecturas inmediatas del escenario que se nos dibuja en Bruselas. La participación no se ha desplomado, es prácticamente igual que hace 5 años. Los ciudadanos de los grandes Estados saben que Bruselas importa mucho y los de los pequeños que su peso no es importante. De ahí que el voto en AlemaniaFranciaItalia o España haya crecido. Está claro que el proyecto europeo madura y consolida niveles de votación similares cada comicio y que lo son respecto a elecciones como los de las presidenciales de Estados Unidos o de su Congreso y Senado. El nuevo votante joven se incorpora con fuerza, mientras son los de más edad los que menos participan.

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El PPE aguanta pese a su fuerte caída, sobre todo, favorecido por el mal resultado de los socialistas, especialmente en Francia y en España. Suben los partidos de extrema derecha, con el caso paradigmático de Francia y el Frente Nacional. Sin embargo, no podrán formar grupo al ser necesario 25 escaños y 7 países como mínimo para lograrlo. En la práctica, los ultras no tendrán peso específico en la Eurocámara. El resultado deja muy abierta la nominación a candidato que deben debatir el próximo martes los jefes de gobierno. La Izquierda más Verdes yLiberales suman un total de 354 eurodiputados a los que podría unirse el voto de no inscritos para alcanzar los 376 necesarios para nominar a Schulz. Por el contrario, Junker cuenta con los 212 eurodiputados del Grupo Popular, con una diferencia sobre los socialistas de 18 escaños, el más votado en toda Europa y lo que podría conferirle la opción de ser presidente de la Comisión EuropeaMerkelseguro que así lo pedirá a sus homólogos.

En España, frente a lo que auguraban las encuestas, la participación ha subido respecto a los comicios de 2014. Ello se ha debido al incremento de voto enCataluña y País Vasco y de los jóvenes votantes en todo el Estado. Significa que el electorado que más se ha movilizado es el nacionalismo radical y los jóvenes “antisistema” que castigan fuertemente a los partidos tradicionales. Se ha producido un claro desplome de los partidos mayoritarios PP y PSOE con caídas de más del 15% en cada caso, en escaños 8 y 9 respectivamente y más de 12 millones de votos. Este fenómeno es extrapolable al conjunto de la UE, pues, los porcentajes de los grupos son muy similares en España y en el total de la UE. Por tanto, es claro que el mapa político español, al menos en unas elecciones europeas, empieza a comportarse de forma similar a como lo hace el resto de los grandes Estados miembros. Los partidos que se benefician de la caída del bipartidismo tradicional, no son los que les seguían a nivel nacional, es decir, IU yUPyD, sino por un lado, el nacionalismo radical y las ofertas más novedosas y “antisistema”. En Cataluña ERC, en el País Vasco y NavarraBildu y en el resto de España, Podemos, principalmente, la gran sorpresa de las elecciones.

La lectura de las elecciones europeas en clave de política nacional induce claramente a error, pues, la circunscripción única y no establecerse límite del 5% para obtener representación, convierte a los comicios europeos en un escenario muy propicio a las pequeñas formaciones políticas. En todo caso, si se puede señalar el fuerte desgaste de PP y PSOE, mayor en este último, dado que al PP se le une el desgaste de la acción de Gobierno. De hecho, junto a la CDU de Ángela Merkel, el PP y Mariano Rajoy y Renzi y el Partido Demócrata en Italia, son los únicos partidos y presidentes que ganan las elecciones europeas en sus países. Del mismo modo IU y UPyD no son capaces de ser vistos como alternativas creíbles a los dos grandes partidos, aunque su distribución de voto en todo el Estado les beneficiaría en unos comicios generales. Ante las próximas elecciones autonómicas y municipales, es evidente, que se abre un escenario de fuerte fragmentación de voto local y difícil gobernabilidad en muchos casos.

Cataluña ha tenido protagonismo propio en estas elecciones. El fortísimo incremento de la participación respecto a las anteriores elecciones europeas significa que se ha votado en clave plebiscitaria, siendo los votantes nacionalistas los que se han movilizado especialmente, dada la trascendencia de la Unión Europea y su posición institucional ante la consulta independentista que pretenden. El gran triunfador de las elecciones es ERC que incluso llevaba en el nombre de su coalición electoral “El derecho a decidir”. Ha logrado el “sorpasso” a CIU, lo que significa que desde el punto de vista del proceso soberanista, ya dirige la mayoría social independentista. Sin embargo, el hecho de que CiU haya perdido las elecciones supone un revés de su electorado que tiene dos vertientes. Por un lado los votantes que se han podido sumar al voto que consideran más útil de ERC para la independencia y, por otro, los más moderados que no están de acuerdo con la deriva independentista de Artur Mas. En estas circunstancias, es obvio que CiU no convocará elecciones en Cataluña una vez el Estado no permita la celebración de la consulta. Es más previsible que se una a ERC para realizar una declaración de independencia en el Parlament de Cataluña. Respecto al PSCsu descalabro alcanza al 50% de los votos y el PP al 30%. Por el contrario, sigue creciendo Ciutatans y se estanca ICV. Los datos cantan, el voto favorable a la consulta suma el doble (1.500.000 votos) que el de los constitucionalistas (750.000 votos).

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Ante las elecciones europeas convendría hablar del proyecto Europa 2.0.

Que el proyecto europeo requiere una actualización urgente lo avala el temible dato con que podemos encontrarnos la noche electoral del 25 de mayo en forma de abstención en los comicios a la Eurocámara. Si tal dato se confirma y todos los sondeos país por país así lo atestiguan, quedará claro que a los ciudadanos europeos no les atrae la idea de Europa que sus dirigentes les están vendiendo. Sobre todo en estas elecciones cuando por primera vez en la historia eligen a unos representantes que legislan el 80% de lo que nos afecta y van a nombrar al presidente de la Comisión Europea de la misma forma en que en España el Congreso de los Diputados elige al presidente del Gobierno. Por tanto, podremos medir el apego real de las sociedades europeas a la construcción común, si bien cabe decir en descargo de los previsibles malos datos de participación, que cuanto más lejano es el centro de decisión menor es siempre la participación en democracia, como sucede desde décadas en Estados Unidos, donde la elección de congresistas o del presidente tiene cuotas de voto my inferiores a las de los gobernadores, fiscal de tu Estado o sheriff del condado.

En todo caso, creo que el principal problema que tiene el proyecto europeo llevado a las urnas es su falta de credibilidad ante su población. La Unión no es creíble para los europeos porque no tiene un relato fiable y no lo es porque los gobiernos de los Estados miembros, a los que a todos se les llena la boca retóricamente de europeísmo ferviente cuando se reúnen en Bruselas, a la hora de la verdad solo velan por sus intereses particulares, convencidos de que dicha política les concede mayores réditos electorales en sus territorios. Si los europeos fuimos capaces de iniciar este camino hace ya casi 60 años se debió a un único argumento central: la paz. Dos guerras mundiales y millones de cadáveres nos precipitaron al acuerdo pacífico. Después lo económico invadió todo, un mercado inmenso en posibilidades, abierto y libre se concebía como un escenario de nuevas oportunidades. De ahí devino el euro como la necesidad de uso de una moneda común en dicho espacio y, por precipitación de su uso y de la crisis financiera internacional, hemos parido con forces una unión bancaria. Queda y vendrá inexorablemente o se derrumbará todo el edificio común, un proceso de armonización fiscal que equipare las economías y las personas en derechos y deberes.

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Y hasta aquí la Europa que más o menos pudieron concebir nuestros padres fundadores, los AdenauerSchumanDe Gasperi, Spaak, Spinelli o Monet. Pero bien entrado el siglo XXI y en plena sociedad globalizada, Europa necesita de una versión 2.0. de su entramado institucional y, ante todo, de su relato hacia los europeos y el resto del mundo. Un mundo que nos observa sorprendido, pues, pese a todas nuestras contradicciones y la falta de una clara idea común, ve que cada vez son más las personas integradas en la Unión y mayor el nivel de interrelación y de comercio. De la misma forma que al contemplarnos no se aclaran si somos una verdadera unidad en el destino o simplemente una unión temporal de Estados que se ponen de acuerdo en lo mínimo que les interesa. Ésta es la primera gran cuestión por dilucidar, el del modelo de organización institucional común entre los socios. ¿Qué somos y qué queremos ser como europeos? ¿Alemanes, franceses, italianos o españoles que nos beneficiamos de una joint venture más o menos ventajosa o ciudadanos europeos que vivimos en distintos territorios, con distintas historias y culturas, pero con una identidad común que anteponemos a cualquier otra? Este es el problema porque a los europeos nunca nos han querido poner en ese brete de elegir si somos más europeos que nacionales.

El principal problema para avanzar en ese concepto de identidad europea no es otro que los grandes Estados nación que han dado forma a la Unión y ahora la tienen rehén de sus contradicciones. AlemaniaFranciaReino UnidoItalia o España son culpables de su prevalencia como pretendidas potencias europeas. Algo que se podría resolver fácilmente si la Europa de los pueblos pudiera ser una realidad. Y me baso en un paradigma sociológico, es mucho más fácil poner de acuerdo a muchas comunidades pequeñas, que a cuatro o cinco grandes. Como es mejor la competencia en mercados de pymes que en fórmulas de oligopolio. Mucho mejor nos iría en Europa si tuviéramos 28 dinamarcas, que 4 francias. Pues en ese modelo de sociedades sería verdaderamente aplicable el modelo federal que reina en EE.UU., donde los desequilibrios entre los Estados son mucho menores que en Europa. La realidad más cercana se administra mejor, pero además tiene más capacidad para la negociación y el pacto porque no pretende la imposición o conquista, sino la búsqueda de acuerdos de asociación que fortalecen sus posiciones.

La otra gran cuestión a dilucidar es la de los recursos económicos que estamos dispuestos a poner en común para el desarrollo del proyecto europeo. El presupuesto actual de la Unión en 2013 alcanzó la cifra de los 150.900 millones de euros, suma elevada en términos absolutos, pero que apenas representa el 1% de la riqueza que generan al año los países de la UE. Es decir, sin ambigüedades nuestra Unión nos importa un 1% de lo que nos interesa nuestra realidad nacional, regional o local. Exiguo margen de gestión le quedan, pues, a las instituciones europeas para dirigir los destinos de los europeos hacia destinos tan ambiciosos como el empleo, la sostenibilidad medioambiental, la innovación o la política de seguridad y exterior. Si no estamos dispuestos a ser contribuidores netos y no meros receptores de ayudas para la construcción de un espacio común diverso y plural, pero enriquecedor para todos, el mundo no creerá nuestro afán de construcción. Con esa ridícula aportación que realizan los Estados para la tarea común, además soterradamente introducen la especie de que se despilfarra en los gastos generales de funcionamiento, es decir, en la burocracia de las instituciones, especialmente de la Comisión Europea. Un organismo integrado por 34.000 funcionarios que unidos a los del resto de las instituciones apenas llega a los 55.000 efectivos para una población de 500 millones de habitantes. Y debe decirse que su ratio de efectividad versus coste es muy superior al de cualquier administración de los Estados miembros que requieren aparatos muy superiores y que no decrecen pese a que sus competencias van siendo cedidas paulatinamente a Bruselas.

Pero en el fondo, lo que está poniendo en tela de juicio a esta Europa en versión vieja, es su modelo de democracia y de sociedad. Ambos elementos determinantes de la convivencia están cambiando a toda velocidad y, sin embargo, nuestros dirigentes no son capaces de dar respuesta a los retos que dicha evolución provoca. La participación política de los ciudadanos es claramente insatisfactoria y produce, junto a una corrupción endémica del sistema, un descrédito de la actuación de los políticos. Vivimos una era digital donde todo fluye a gran velocidad menos las propuestas y reacciones de los políticos. Son ellos los que nos tienen prisioneros en una versión 1.0. de Europa que ya no funciona. Son ellos los que tienen aprensión al cambio y a escuchar nuestras opiniones. Prefieren desconocer nuestras demandas y vivir de ofertas obsoletas aunque los problemas se acumulen a su alrededor. Ven cómo se deteriora su imagen y el de las instituciones que representan y, sin embargo, no hacen nada real por cambiarlas. Se han convertido una vez más en el ancien régime, el antiguo régimen que pretende sacralizar estructuras de funcionamiento que solo proporcionan ya desigualdad e injusticia. La crisis económica les ha puesto contra la espada y la pared, pero pretenden sortearla como si nada hubiera ocurrido, sin darse cuenta de que una vez más se quiera o no, más cruenta o más pacífica, las revoluciones acaban por certificar el cambio. Si fueran responsables y por su propio bien pondrían ya en marcha la versión 2.0. de una Europa basada en el Estado del bienestar que nos hace más comunes y que regenere la democracia participativa como vértice de la convivencia de nuestras sociedades. Si la abstención en las elecciones del 25 de mayo supera el 60% la suerte estará echada.

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Merkel o la lideresa de una Europa alemanizada

La crisis económica se impone a la capacidad real de hacer política y en esta batalla de un lustro que desmonta cada peldaño del Estado del bienestar, solo triunfan los discursos basados en la ley del más fuerte. La prueba más evidente de este axioma es el premio único y excelente que le han concedido los alemanes a su canciller Ángela Merkel al obtener los mejores resultados de la moderna historia democrática de Alemania. Su histórica victoria no tiene parangón, pues, si bien es cierto que el canciller Konrad Adenauer alcanzó niveles similares de apoyo electoral, lo hizo en la Alemania del Oeste con mucha menos población que la que la gran Alemania unificada que ha refrendado a “mutti” Merkel.

¿Significa esto que debemos todos asumir como buenas las políticas impuestas desde Berlín a Bruselas porque 20 millones de alemanes las hayan aplaudido en las urnas? Rotundamente no. El voto de las elecciones alemanas del pasado domingo más bien es el de una sociedad que se refugia en la seguridad de su propio bunker impasible ante lo que sucede a su alrededor. Es la más clara manifestación de miedo ante una situación de inestabilidad económica que puede ofrecer un pueblo. Y, por supuesto, que los alemanes están en su perfecto derecho de enfrentarse a sus temores de forma tan egocéntrica, de la misma forma que los demás lo estamos en hacerles ver que ese camino solo conduce a la germanofobia y al fracaso de las políticas de consenso comunes de la Unión Europea. Sin embargo, conviene ponerse en la piel del otro para tratar de comprender el fenómeno de esta mujer sencilla y sin grandes pretensiones que hoy es la lideresa de Europa. La victoria de Merkel tiene dos lecturas diferentes y dos tipos de análisis necesarios: ¿Qué motivos hay para que sea la primera mandataria europea que durante la actual crisis mantiene el cargo? y ¿qué tipo de políticas aplicará a partir de este momento en la UE dado el liderazgo económico y político que ejerce sobre Bruselas?

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De la primera cuestión se pueden extraer diversas conclusiones de carácter diverso:
– Su capacidad para que los alemanes la vean como quien mejor defiende sus intereses. Es este un factor claramente nacionalista y no debe interpretarse como negativo, pues, es mucho mejor tener a Merkel defendiendo una Europa aunque sea alemanizada, que a los euroescépticos tratando de salir del euro. Es claramente una líder nacional con una visión nacionalista de Europa.

– Da seguridad a una sociedad como lo es la alemana que con un inicio de siglo XX terrible con ruina económica y dos guerras mundiales, antepone la estabilidad propia a cualquier factor de solidaridad.

– No es cierto que sus políticas sociales hayan desmontado el Estado del Bienestar alemán, pasando por su primer mandato, de gran coalición con los socialdemócratas y ahora con los liberales, su ideología socialcristiana ha mantenido derechos y protecciones de la clase media alemana.

– La crisis no le ha pasado factura porque Alemania ha sido el país que menos la ha sufrido, por no decir que no la ha sufrido. En estos 5 años Alemania ha ganado posiciones respecto a las otras potencias de la UE como FranciaReino Unido,Italia

– Probablemente el motivo más importante de su victoria es la falta de propuestas creíbles y realistas de la izquierda alemana. La crisis ideológica del SPD e incluso de los antiguos comunistas, es su incapacidad para efectuar ofertas que ilusionen a los alemanes. Es el fiel reflejo de la falta de capacidad de la izquierda europea. Los alemanes prefieren lo seguro aunque no levante pasiones a la nada que se le enfrenta.

Respecto a la segunda cuestión, es bastante previsible lo que puede traernos este tercer mandato de Merkel en la UE:
– Lo más lógico es que opte por una nueva coalición con el SPD aunque ahora les necesita mucho menos y, por tanto, solo pactará las grandes cuestiones nacionales y europeas con ellos.

– El programa de austeridad y ajustes presupuestarios seguirá con toda seguridad hasta que se vean cumplidos los objetivos 2015 impuestos por Bruselas a los Estados con exceso de déficit.

– En palabras suyas, Europa ayudará a quién cumpla sus deberes. Es decir, iremos poco a poco a una Europa de dos velocidades liderada por Alemania.

– La Unión bancaria avanzará mucho más rápida, pero eso sí, sin ninguna posibilidad de la entrada en vigor de los eurobonos. Eso supondrá que la financiación seguirá siendo muy limitada para pymes y que cada país tendrá que asumir sus propios riesgos.

– Sin embargo, a partir del año 2014 se empezará a plantear una nueva política de fomento del empleo, pues, Alemania no puede seguir viendo como caen sus exportaciones en la UE fruto de la caída del consumo por el desempleo.

En resumen, negar el liderazgo alemán de Europa es absurdo y el de Merkel en Alemania ahora ridículo. Lo inteligente será trabajar con ellos para adecuar los intereses particulares con los de una Alemania que marca el paso a Europa. La fuerza de la Unión y el vértigo de los conflictos del pasado bien merecen soportar cuatro años de frau Merkel y con un poco de suerte igual el peso de la púrpura y que ya tiene fecha de caducidad relajan su austero gesto.

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Europa sale de la recesión… y ¿quién se ocupa del paisaje después de la batalla?

Los datos de crecimiento del PIB de la eurozona hechos públicos por la Comisión Europea hace unos días, han sorprendido y despertado el optimismo de encontrarnos ante una posible senda de salida de la crisis. La zona euro ha sido capaz de crecer un 0,3 % en el segundo trimestre respecto al trimestre anterior han sido impulsados por unas cifras mejores de lo esperado en Alemania (+0,7 %) y Francia (+0,5 %). El eje franco alemán, núcleo real de cohesión de la construcción europea, tira de la economía europea como debería tirar del proyecto en común. Los 17 países que comparten el euro han necesitado siete trimestres para volver a crecer, con una subida del Producto Interior Bruto del 0,3 por ciento ajustado estacionalmente en los tres meses hasta junio, según los datos de la agencia de estadísticas Eurostat. Confirmando el retrato diferenciado de la recuperación, España cayó un 0,1 por ciento, mientras que Italia y Holanda lo hicieron en un 0,2 por ciento. En cambio, la rescatada Portugal tuvo un crecimiento del 1,1 por ciento, la cifra más elevada de los 17 en el trimestre. Es evidente, pues, que la Unión es más un agregado estadístico que una realidad homogénea, la falta de una política económica europea se sigue poniendo de manifiesto.

La primera conclusión de estas “buenas noticias” no es otra que la Eurozona afronta un camino desigual e inestable hacia la recuperación, marcado por un paro en cifras récord y las medidas de austeridad en los países de la periferia, que necesitan acelerar las reformas aumentar el crecimiento y crear nuevos empleos. Curiosamente el principal motor del crecimiento europeo reside en la balanza comercial, es decir, en la capacidad de los Estados europeos de exportar sus bienes y servicios entre ellos y fuera de la región. Ese dinamismo se ha convertido en nuestra principal fortaleza, en lo que sin duda no es sino una reacción de supervivencia o de “sálvese quien pueda” durante los duros años de crisis económica que venimos padeciendo. Sin embargo, faltan muchas cosas por solucionar para declarar que la crisis ha sido definitivamente superada en la Eurozona. La primera y principal es el desempleo, que actualmente se sitúa en el 12,1%, su máximo histórico y con niveles por encima del 25% en España y Grecia. Además, la banca sigue siendo motivo de preocupación, ya que no ha limpiado totalmente su balance y el crédito sigue en caída. Tampoco se ha completado la prometida reforma de la regulación bancaria, al que le faltan cerca de ocho meses para entrar en vigor.

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En todo caso, la realidad parece confirmar las tesis de los que nos alejamos hace un par de años de las apologías del fin del euro. Los apocalípticos antieuropeístas se frotaban las manos ante los ataques despiadados de los mercado de deuda pública a la moneda común y profetizaban a los cuatro vientos su inminente fallecimiento y tras él de las instituciones europeas. Nada de eso ha sucedido y a escasos 12 meses de dichas profecías melodramáticas, nos encontramos con un panorama internacional bien distinto. Es China y alguna de las economías emergentes que les venían acompañando en crecimientos de dos dígitos, quienes se están ralentizando, mientras EE.UU. y la UE vuelven a recuperar crecimientos y creación de empleo, aunque sea aún tímida e inestable. A su manera titubeante y desesperadamente lenta pero Europa ha hecho los deberes y camina hacia una verdadera unión monetaria y financiera. El mero anuncio de inicios de negociaciones de un acuerdo comercial con Estados Unidos, ha disparado las hipótesis de un maridaje profundo entre las dos potencias económicas mundiales, de la Reserva Federal y el BCE y, por tanto, de una convivencia pacífica y complementario euro/dólar. A Europa le quedan unos meses de indefinición hasta que se celebren las elecciones alemanas y lleguen los trascendentales comicios europeos – de los que saldrá un Parlamento que elegirá al presidente de la Comisión – para que veamos su auténtica capacidad de hacer política con mayúsculas y funcionar ante el mundo como una entidad común. Pero las condiciones para que esa realidad sea efectiva están puestas: moneda común, Banco Central convertida en autoridad bancaria, un Parlamento Europeo que elige al Ejecutivo y el SEAE – Servicio Europeo de Acción Exterior – un auténtico servicio diplomático desplegado por el mundo.

Por eso, ahora más que nunca ha llegado el momento de abrir un profundo debate sobre la Europa que queremos. Ahora que se vislumbra la salida de la crisis y que las herramientas políticas puestas en marcha con el Tratado de Lisboa pueden cobrar validez plena. Lo primero que deberíamos definir es el modelo social y de servicio público que Europa debe ofrecer a sus ciudadanos. Si somos el espacio común democrático más amplio del mundo a la hora de defender derechos humanos, debemos establecer un completo catálogo de prestaciones de los mismos. La crisis ha socavado profundamente los cimientos de cobertura social de nuestros países. Conceptos que están en el adn del proyecto europeo como la igualdad y la solidaridad, en la práctica, se están poniendo en cuestión. Tanto el nuevo Parlamento Europeo como la Comisión por él elegida, deben convertirse en garantes de la carta de derechos ciudadanos que son la única esencia válida de nuestra Unión. Somos europeos para vivir en paz, ser libres, regirnos democráticamente y componer un conjunto que defiende derechos que nos hacen iguales. Esa es la justicia que la UE preconiza y que tiene la obligación de reforzar ahora que las cifras macroeconómicas parecen ponerse en positivo. El rearme social de Europa es imprescindible para recuperar la demanda interna y con ello el empleo, especialmente, de nuestros jóvenes. El paisaje después de la batalla que ha supuesto la crisis no puede dejarnos indiferentes. Muchos han sufrido el acoso e impacto del paro y de la pérdida de renta efectiva. Muchos han perdido la posibilidad real de ejercer sus derechos con una sanidad o una educación gratuita e igualitaria. Son muchas las consecuencias de una crisis especulativa y financiera que casi se lleva por delante la economía productiva de las pequeñas y medianas empresas europeas. El esfuerzo no puede haber sido en balde. Tenemos la obligación de rediseñar nuestro modelo social, tenemos que recuperar el nivel de ingresos públicos que garanticen las prestaciones y que doten de capacidad inversora a la UE. No podemos permitir que nuestra capacidad investigadora e innovadora se retraiga porque en el conocimiento y su gestión sigue estando la base del hecho diferencial competitivo de nuestra economía.

Pero no es lo único que requiere ser reformulado en el entramado institucional de nuestra vieja Europa. Es evidente, que durante las últimas décadas la cohesión social y territorial no ha funcionado con los criterios de convergencia que pretendíamos. La crisis nos ha hecho mucho más dispares, los ricos son más ricos que los pobres hoy, y eso sucede en el interior de nuestros Estados, de nuestras regiones, entre unos Estados y otros y entre unas regiones y otras. El mapa de las desigualdades se ha desatado norte/sur, centro/periferia, pero también ciudad/rural o emigración/inmigración. La crisis ha convulsionado nuestra realidad de tal manera que necesitamos apartar el polvo que aún puebla las ruinas de nuestras calles para ver qué ha quedado en pie y qué requiere de una profunda reconstrucción. Nada, salvo nuestros principios, será igual después de esta batalla por la supervivencia de la idea de Europa que estamos librando. Los modelos de colaboración público privados o los sistemas de fiscalidad basados en uso y disfrute de servicios y no solo en los niveles de renta, tendrán que ponerse sobre la mesa si queremos afianzar la sostenibilidad del sistema. El debate que precisamos es de abajo a arriba, debe partir desde la municipalidad, nuestras comunidades más cercanas, para elevarse a las regiones y países para inundar Bruselas de propuestas. La Europa de los pueblos es la única que puede ser capaz de regenerar el proyecto europeo desde bases reales y sólidas. Lo demás son estructuras decimonónicas, caducas y que navegan contracorriente de la Europa necesaria.

La recuperación económica está llegando sin dirección alguna, por la mera fuerza inercial de los agentes económicos que se mueven buscando salida a sus productos y servicios. La política lo único que nos ha aportado es falta de criterio y de perspectivas de futuro. Los recortes y ajustes de lo público como única receta no son los causantes, por mucho que quieran plantearlo así sus promotores, de la salida de la recesión, sino la decisión individual de empresarios y trabajadores, de familias y personas, de salir de esta encrucijada. Si seguimos así, sin aportar vías colectivas y soluciones colaborativas, ese paisaje de después de la batalla del que hablo, nos mostrará un rostro más crudo que el que hoy vivimos. La posguerra a veces lo único que aporta es el silencio de las balas, pero deja el terrible rumor del hambre y la venganza. Si no somos capaces de poner en marcha un verdadero plan de reconstrucción de nuestras infraestructuras sociales, el riesgo de que impere el egoísmo como ética ejemplarizante será máximo. Necesitamos que la cohesión territorial sea una realidad poniendo un mayor énfasis en la reducción de las disparidades regionales relativas a las principales fuentes del crecimiento en el marco de construcción en Europa de una Sociedad del Conocimiento Competitiva a escala global, pero fuertemente cohesionada a escala interna. Todo ello sin perder de vista las diferentes especificidades territoriales y estructurales existentes. Lo diverso nos sigue haciendo rico si lo sabemos poner en común.

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