Los salarios son la clave o de otra manera de hacer las cosas

En materia de política económica demasiadas veces nos hemos dejado llevar por el determinismo de la ortodoxia vigente. La manera en que tenemos de afrontar las crisis  tiene mucho que ver con la doctrina dominante en el momento o con la que los mercados decidan primar en cada caso. Pero no deberíamos olvidar que la política económica, primero es política, es decir, el arte de establecer prioridades que siempre deberían basarse en el interés general. De la misma forma que resulta obvio que las teorías económicas de cómo afrontar los problemas no son científicamente puras, ni infalibles, sino aproximaciones más o menos acertadas a una predicción de lo que puede suceder si se actúa de una u otra manera. Y digo todo esto, porque si analizamos el escenario económico mundial provocado por la globalización desde la caída de Lehman Brothers, el 13 de septiembre de 2008, pistoletazo de salida a la crisis que aun vivimos, veremos que desde políticas económicas diversas se han alcanzado resultados bien distintos. A eso dedico este post.

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A tal efecto, conviene realizar un paralelismo de lo sucedido en Estados Unidos, en Japón y en España, como fiel reflejo esta última de la política de austeridad impuesta por la Comisión Europea al dictado de Alemania. Empecemos, pues, por las tasas de crecimiento tanto del país como per cápita. En Estados Unidos en el periodo 2008-2015 el PIB pasó de tasas negativas del -0,6% en 2008 y -2,8% en 2009 a crecimientos positivos superiores al 2% desde 2010 y el pasado año del 2,4%. Por su parte, el PIB per cápita pasó de los 32.900€ en 2008 a los 41.100€ en 2014, es decir, un incremento de casi 20 puntos. Por su parte, Japón ha tenido continuos altibajos en su PIB sin lograr una estabilidad efectiva de su crecimiento, concluyendo el periodo el pasado año con un decrecimiento del 0,1% y pasando su PIB per cápita de 25.700€ a 27.247€, un incremento del 5,6%. En España, hemos pasado de decrecer en 2009 un -3,6% a crecer el pasado año un 1,4% y tener una previsión para este año que supera el 2,5%. Nuestro PIB per cápita, sin embargo, decreció de los 24.274€ a los 22.780€, un 6,1%. Es claro que los crecimientos país no han sido homogéneos según los casos y que fueron los ciudadanos norteamericanos los mejor parados en este ratio.

Pero para acercarnos de manera más certera a la realidad de los bolsillos domésticos, conviene que veamos lo que ha sucedido en igual periodo con la evolución de los salarios. En EE.UU., el salario medio anual pasó de 28.785€ a 37.693€, un incremento del poder adquisitivo del 24%. Mientras que el SMI – Salario Mínimo Interprofesional – creció de 689€ a 1.035€, un incremento del 44%. En Japón, el salario medio creció de 31.669€ a 34.794€, un 8%, mientras que el SMI pasaba de 726 € a 1.148 €, un +37%. Y, por último, en España el salario medio se incrementó de 23.252€ a 26.162€, un 12% y el SMI de 700€ a 757€, un +8%. Creo que las cifras cantas por si solas sin necesidad de especiales comentarios, más si tenemos en cuenta que la inflación en los tres países se mantuvo muy estable en valores entre el 1% y el -1%. Los estadounidenses han mejorado su situación relativa de poder adquisitivo, en menor medida los nipones y los españoles hemos retrocedido claramente.

Dado que la política aplicada en España de radical moderación salarial se fundamentó en la necesidad de crear empleo, veamos lo que en el periodo analizado ha sucedido con la tasa de paro en los tres países. En EE.UU., la tasa de desempleo pasó del 10% en 2009 a los actuales 5,5% de 2015, tan solo un 0,5% superior a la que registraba antes de iniciarse la crisis. En Japón, se alcanzó la máxima cuota con el 5% en 2009 y actualmente se sitúa en 3,4%. Mientras en España, con anterioridad a la crisis, en el tercer trimestre de 2008 la tasa era del 11,33%, se alcanzó la cuota máxima en el primer trimestre de 2013 con el 26,94% y, en el segundo trimestre del 2015 nos encontramos con una tasa del 22,5%. Si pretendíamos dar lecciones de creación de empleo a base de congelar salarios, me temo que la política económica aplicada en España, tanto por los últimos gobiernos de Rodríguez Zapatero, como por los de Mariano Rajoy, pasarán a la historia de la Economía.
Todo este mareo de cifras pretende ilustrar el debate de cómo se alienta de mejor manera la recuperación económica en el actual ciclo. De lo que adolece la economía mundial no es de ratios de crecimiento, ni siquiera, de capacidad para crear empleo, es anterior el problema y reside en el empobrecimiento de los salarios y con ello de las rentas medias de los ciudadanos de los países que tiran del consumo mundial. La administración Obama lo entendió tras casi una década de pérdida de poder adquisitivo de sus ciudadanos y emprendió una política expansiva cuyos frutos están a la vista. En Japón, con una economía estancada en el mismo periodo, el Gobierno de Shinzo Abe, su Abenonomicscon sus “tres flechas”: estímulo fiscal masivo, flexibilización monetaria masiva y reformas estructurales que impulsen la competitividad, ha logrado salir del estancamiento, cuyos efectos también la han notado las familias niponas. Por contra, en España el resultado de la política económica oficialista basada en los ajustes, la austeridad y la congelación salarial, de la Comisión Europea, elBanco Central Europeo, bajo las directrices de la Canciller Merkel, nos han granjeado una senda de empobrecimiento de la clase media, para reducir el número de parados a base de contratos en el límite del Salario Mínimo Interprofesional que abocan a sus firmantes a la mínima supervivencia, sin capacidad de consumo.

Si no somos capaces de poner el foco en la recuperación salarial, no vamos a ser capaces de recuperar nuestra sociedad. No se trata tanto de crear empleos a cualquier precio, como de recuperar los salarios medios de nuestros trabajadores. No es cierto que el factor salarial sea la clave de la competitividad, salvo que asumamos que nuestras empresas y nuestra economía se mueve en los parámetros de subdesarrollo. Conceptos como la innovación y la internacionalización de los mercados, tienen mucho más que ver en la capacidad de venta de nuestros productos que el coste de la mano de obra. Eso si queremos que la base de nuestra estructura económica lo sea la industria, el único sector con capacidad real de crear riqueza sostenible y equitativa. Aunque algunos se empeñen en tirar la toalla y cambiar el trabajo de la construcción por el del turismo y convertir la península ibérica en el bar de tapas de los europeos laborioso e industriales del norte, en sus días de ocio. Si el sector servicios ocupa todo, seremos los sirvientes de otros, pero que nadie sueñe con salarios dignos cuando se es a lo sumo el mayordomo de los señoritos.

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Hacia la tercera recesión sin freno cuesta abajo y erre que erre

La ya larga crónica de la crisis económica que nos azota desde la caía de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008, hace ya seis cruentos años, nos debería ir dejando suficientes lecciones y experiencias prueba error como para ser capaces de articular reformas del modelo que nos ha llevado hasta aquí. Sin embargo, conocido es que pese a que al ser humano le hayamos autobautizado como el homo sapiens, su capacidad para cometer errores y lo que es peor para perpetuarse en ellos, es casi ilimitada. Por desgracia, es el caso de las políticas europeas impuestas desde Alemania para el resto de la Unión. El Atlántico que debería unirnos más que separarnos, ha marcado una clara línea diferenciadora entre las medidas adoptadas en Estados Unidos por la Reserva Federal y los Gobiernos del presidente Obama y las correspondientes llevadas a efecto por laComisión Europea y el Banco Central Europeo al dictado de la canciller Merkel. Resultados a fecha de hoy de uno y otro lado: EE.UU. creciendo al 3,5% y con una tasa de paro por debajo del 5%, mientras que las principales economías de la zona euro están estancadas y con niveles de desempleo en torno al 15%. Y todo ello, con la grotesca situación monetaria de un euro valorado por encima del dólar. El hecho diferencial muy simple, mientras Estados Unidos tomó el camino de los estímulos, Europa optó por la austeridad, unos adoraron a Keynes y otros lo hicieron a Friedman.

La presidenta de la Reserva Federal Janet Yellen acaba de anunciar urbi et orbi el fin de la era de los estímulos y lo ha hecho pacíficamente señalando que ya no hacen falta. Su homólogo europeo, aun no tan todopoderoso, Mario Draghi, no se cansa de repetir a los jefes de Estado y de Gobierno que con meras medidas monetarias no saldremos de la doble W cíclica en que han convertido nuestra economía. Llevamos cuatro años, saldados los dos primeros de la crisis dedicados al absurdo esfuerzo de salvar, que no sanear, un sistema financiero especulativo y corrupto, viendo como el crecimiento aflora tímidamente, para volver a caer a los seis meses. De los brotes verdes del 2% al 0% con claros síntomas de estanflación. Y nuestros líderes se miran atónitos, escuchan a sus euritos asesores de cabecera durmientes y se quedan paralizados sin articular una sola decisión. Un continente viejo y avejentado, cuyos jóvenes buscan nuevos retos en nuevos destinos alejados de nosotros, que lo único que sabe hacer es decirle grandilocuentemente al mundo que hará todo lo que haga falta para sacarnos de la crisis.

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El diagnóstico de nuestra enfermedad no es tan complicado. A Europa le está matando la globalización, la presión de los productores emergentes en un mercado abierto y, sobre todo, su incapacidad de ser más eficiente y competitivo, no en la reducción de los costes de producción, sino en los procesos de investigación e innovación, es decir, en el conocimiento. No soy partidario de los rankings, de cualquier tipo, pero aunque solo sea como vara de medir, año tras año estamos observando cómo el liderazgo en la gestión del conocimiento humano se está desplazando del Atlántico, donde llevaba instalado casi 300 años, al Pacífico. El liderazgo del mundo ha emprendido un camino, tal vez sin retorno, contrario a la rotación solar, de Oeste a Este y hoy las universidades vanguardia están en Estados Unidos y en China. De hecho la propia China ya es la primera economía mundial y soporta el 60% de la deuda pública norteamericana. Y, por si fueran pocos nuestros males, la UE adolece de fuentes de energía de recurso propio para alimentar su industria y su consumo, un problema que también acometemos a paso de tortuga con una energías alternativas de alto coste y ridículas inversiones en investigación en este campo. ¿Para cuándo una política energética común? Pero al fin y al cabo, siempre podemos decir que en Europa se vive mucho mejor, que tenemos los mejores vinos, los mejores restaurantes y, cómo no, los mejores museos, o más bien que nos estamos convirtiendo en un enorme museo que atesora el espíritu de Occidente. Los ancianos guardianes de una civilización en proceso de extinción.

Pero que no cunda el pánico, aleluya hermanos, la semana que viene tenemos nueva Comisión Europea, ese grupo de hombres y mujeres con la fácil empresa de cambiar Europa y ponerla al frente del mundo. Claro que aunque tuvieran la voluntad de hacerlo, valor debemos suponerles, e incluso fueran capaces de hacerlo, aptitudes ya tengo más duda que tengan, tendrían que dejarles esos jefecillos de Estados venidos patéticamente a menos, que se envuelven en sus banderas dieciochescas para tratar de demostrar que aun pintan algo en un universo que se nueve a millones de giga bits por minuto y donde un fondo de inversión puede comprarles o dejar caer el 30% de su deuda en una decisión única. O sea que tenemos el pequeño inconveniente de nuestra propia insignificancia. La de tratar de permanecer en estructuras obsoletas y caducas, la de impedir el cambio y la regeneración de nuestro tejido, el económico, pero sobre todo el social.

Tal vez todo lo dicho suene a pesimismo y eso que viene de un optimista y de un europeista congénito. Pero los síntomas de la enfermedad se agravan y los responsables de la curación están más preocupados de su aspecto que de la intervención quirúrgica. Urge liderazgo en Europa, urge federalismo integrador en Europa, urge regeneración democrática en Europa, urge poner el conocimiento al frente de Europa, urge pensamiento sobre Europa, pero ante todo, urge Europa. Sin Europa unida nuestro mundo tal y como lo conocemos desaparecerá. El enemigo existe y está a las puertas nuestras fronteras de ricos acomodados. Se llama hambre, se llama ébola y también se llama un fanático cortando cabezas para exponerlas en Internet en nombre de Alá. Podemos seguir dormidos en nuestra autocomplacencia pero el reloj de la historia de nuestra caducidad no para y el de los males que nos acechan se acelera. Es tiempo de reacción.

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Una nueva Comisión, ¿para una nueva Europa?

La nueva Comisión Europea Juncker 1, sucesora de la Barroso 2, está a escasas semanas de tomar posesión. A partir del 1 de noviembre este órganismo que es una especie de injerto de Ejecutivo y de Legislativo de la UE, cambiará de titulares y deberá enfrentarse a una agenda interna y externa repleta de retos y problemas. El equilibrio inestable diseñado por el veterano político luxemburgués es auténtico encaje de bolillos para contentar a los Estados miembros y las familias políticas que componen desde mayo el nuevo Europarlamento. Pero por si fuera poco, la nueva Comisión por deseo de su presidente tendrá una alta complejidad de interdependencias entre depsrtamentos, lo que obligará a mayores niveles de coordinación por parte de los vicepresidentes, hasta ahora mero apellido de una cartera de contenido específico. Nada de esto debería sorprendernos teniendo en cuenta que a raíz de la plena entrada en vigor del Tratado de Lisboa, se ha producido una auténtico sismo en el terreno de los equilibrios de poder de las instituciones europeas.  La otrara todopoderosa Comisión, en el último período ha perdido su capacidad normativa casi omnímoda a manos de un Parlamento empoderado, que ejercer cada día más su poder de codecisión. Y ante este nuevo reparto de papeles y urgidos por una crisis económica interminable, el Consejo Europeo, el hogar de los jefes de Gobierno, ha apretado el acelerador de la mano firme de la Canciller, Ángela Merkel.

De ahí que Juncker, uno de los políticos europeos con más arrugas en su rostro a base de reuniones comunitarias, haya optado por alambicar los procesos y horizontalizar las decisiones. Prefiere ir más lento, pero más seguro. No en vano es el primer presidente de la Comisión salido de las urnas, pues, los jefes de Gobierno de los Estados miembros no les quedó más remedio que avalarle como el candidato más votado y, por tanto, el que ccontaría con mayoría suficiente en el Parlamento. Como tampoco olvida que son los eurodioutados los que pueden cesarle en el cargo a él y a todo el colegio de comisarios. Y una buena representación del grandilocuente poder que pretende ejercer la Eurocámara lo han representado los hearings o exámenes que cada uno de los aspirantes a comisarios han pasado ante las comisiones del Parlamento y si no que se lo digan al español Miguel AriasCañete obligado a pasar un duro trago al responder a las preguntas de la izquierda europea. Un ejercicio que debería servir para tomar conciencia de la seriedad institucional que rodea a la Unión. Se trata de un caso único en la práctica parlamentaria, hacer pasar a los miembros de un gobierno un exhaustivo control con declaraciones de incompatibilidad previas, de descripción del planteamiento político con que se encara el cargo y un duro repertorio de preguntas ligadas a los curriculas personales y declaraciones realizadas con poco acierto. Es uno de esos ejercicios que debería ayudar a recuperar la credibilidad de la clase política y a tener más fe en conjunto en el proyecto europeo en el que todos estamos embarcados.

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Parece, pues, evidente que las instituciones europeas han entrado en un proceso de furiosa competencia por ocupar el espacio que consideran natural. Y las personas que ostentan cargos no resultan intrascendentes en este momento de relevo histórico en Bruselas. El Parlamento lo sigue presidiendo el socialdemócrata alemán Martin Schulz, convencido europeista que sin duda dará imagen a una eurocámara crecida y repleta de eurodiputados con deseo de protagonismo. La Comisión de la mano de un veterano de la política europea,  Jean Claude Juncker, que no terminará sus días de actividad sin pena ni gloria. Y en el Consejo la única incógnita por despejar, la del polaco Donald Tusk, una apuesta descarada de Merkel, sin experiencia internacional y algo lego en idiomas. No se lo han puesto fácil para defender la posición del Consejo ante dos políticos conchabados en llevar adelante el proyecto europeo pese al presidente de Gobierno que le pese. Si el Consejo se duerme ensimismado en sus asuntos y calendarios electorales patrios y la Comisión y el Parlamento deciden pisar el acelerador, podemos encontrarnos con la grata sorpresa de una Europa que cabalgue sola a lomos de comisarios y eurodiputados.

A expensas de la última palabra del Parlamento, la nueva Comisión tendrá siete vicepresidentes, seis además de la Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad (Federica Mogherini), cada uno de los cuales dirigirá un equipo de proyecto. Dirigirán y coordinarán el trabajo de un determinado número de comisarios cuya composición podrá cambiar en función de las necesidades y de que se desarrollen nuevos proyectos con el paso del tiempo. Estos equipos de proyecto reflejarán las Directrices políticas. He aquí algunos ejemplos de esas composiciones: «Empleo, Crecimiento, Investigación y Competencia», «Mercado único digital» o «Unión de la Energía». Con ello se asegurará una interacción dinámica de todos los miembros de la Comisión, eliminando cotos y abandonando estructuras estáticas. Los vicepresidentes actuarán como auténticos adjuntos del Presidente.

Un Vicepresidente primero (Frans Timmermans) será la mano derecha del Presidente. Por primera vez habrá un comisario consagrado a que haya un programa para legislar mejor, que garantice que cada propuesta de la Comisión sea verdaderamente necesaria, es decir que los objetivos no puedan alcanzarse por los Estados miembros. El Vicepresidente primero desempeñará asimismo una labor de control, defendiendo la Carta de los Derechos Fundamentales y el Estado de Derecho en todas las actividades de la Comisión. La nueva cartera de Mercado Interior, Industria, Iniciativa empresarial y Pymes (encomendada a ElžbietaBieńkowska) será la sala de máquinas de la economía real. También por primera vez se incluye específicamente a las pequeñas y medianas empresas, la columna vertebral de nuestra economía. La nueva cartera de Asuntos Económicos y Financieros, Fiscalidad y Aduanas (a cuyo frente estará Pierre Moscovici) velará por que las políticas fiscal y aduanera de la Unión sean parte integrante de una Unión Económica y Monetaria profunda y auténtica y contribuyan al buen funcionamiento del marco de la gobernanza económica general de la UE. Se ha creado una cartera de Consumidores importante. La Política de los Consumidores ya no estará repartida entre varias carteras y ocupará un lugar prominente en la de Justicia, Consumidores e Igualdad de Género (Věra Jourová). Como el Presidente electo anunció en el discurso que pronunció ante el Parlamento Europeo el 15 de julio pasado, habrá una cartera específica dedicada a la Migración (atribuida a Dimitris Avramopoulos) que dé prioridad a la elaboración de una nueva política de migración para abordar decididamente la migración irregular y lograr, al mismo tiempo, que Europa sea un destino atractivo para los grandes talentos. Se han reestructurado y racionalizado algunas carteras. En este sentido cabe destacar que se han juntado en una sola Medio Ambiente y Asuntos Marítimos y Pesca (al frente del cual estará KarmenuVella) con el fin de reflejar la doble lógica del Crecimiento «azul» y «verde»: las políticas de conservación del medio ambiente y del medio marítimo también pueden y deben desempeñar un papel fundamental a la hora de crear empleos, preservar recursos, estimular el crecimiento y fomentar la inversión. Proteger el medio ambiente y mantener nuestra competitividad tienen que ir de la mano, pues en ambos casos de lo que se trata es de que el futuro sea sostenible. Esa misma lógica se ha aplicado al decidir crear una cartera de Acción por el Clima y Política de Energía (encomendada a Miguel Arias Cañete). Reforzar la proporción de las energías renovables no solo es una cuestión que debe abordar una política de cambio climático responsable; también es un imperativo de la política industrial si Europa quiere disponer de energía asequible a medio plazo. Estas dos nuevas carteras contribuirán al equipo del proyecto «Unión de la Energía» dirigido y coordinado por Alenka Bratušek. La cartera de Política Europea de Vecindad y Negociaciones para la Ampliación (confiada a Johannes Hahn), junto con una política de vecindad reforzada, se centra en la continuación de las negociaciones para la ampliación a la par que se reconoce que no habrá nuevas adhesiones a la Unión Europa durante los próximos cinco años, tal como estableció el Presidente electo Juncker en sus Orientaciones políticas. La nueva cartera de Estabilidad Financiera, Servicios Financieros y Unión de los Mercados de Capital (atribuida a Jonathan Hill) centrará los conocimientos técnicos y la responsabilidad en un solo punto, una Dirección General de nueva creación, y garantizará que la Comisión siga estando vigilante y activa en lo que atañe a la aplicación de las nuevas normas de supervisión y liquidación de bancos.

Está claro que nos enfrentamos a un nuevo escenario europeo y que por todos los motivos reseñados estamos ante un nuevo modelo de Comisión, donde no solo han cambiado las personas. Nos queda por saber si ambos, personas y modelo, están a la altura de las circunstancias. La agenda de la UE interna y externa es abrumadora y ha quedado patente que el funcionamiento institucional de la última década ha dejado mucho que desear. De nada valdrá haber acercado el Parlamento a los europeos si los nuevos comisarios no comprenden la alta tarea a la que se enfrentan. Europa necesita esta nueva Comisión para crear una nueva Europa. No son cargos de mero trámite, les corresponde poner a la Unión al galope de la innovación,  defender la imagen de defensa de los derechos humanos en el mundo, ampliar la base de igualdad y equidad de la ciudadanía, recuperar el crédito de la política y, sobre todo, crear empleo en todo el espacio común. Ingente tarea por delante que requiere visión de la misión encomendada. Suerte comisarios porque nos va Europa en ello.

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Nace una nueva Europa: 25M el veredicto ciudadano

Europa ha hablado y lo ha hecho de forma similar en cuantía de votos a como lo hizo hace 5 años. La gran diferencia es que esta vez lo ha hecho con las consecuencias plenas de la aplicación del Tratado de Lisboa y, por tanto, para conformar un Parlamento Europeo con competencias reforzadas y que deberá elegir al nuevo presidente de la Comisión. El resultado extraído de las urnas es de mayor calado y relevancia para el futuro de la Unión que se enfrenta a la necesidad de poner rumbo al crecimiento y la creación de empleo en un mundo globalizado y con las fronteras al Este en pleno conflicto con Rusia y el reto de la inmigración llegando en oleadas continuas por el Mediterráneo. Los 751 mujeres y hombres elegidos tienen la enorme responsabilidad de marcar en gran medida el rumbo del resto de los europeos, eso si los jefes de Gobierno no hacen una lectura torticera del Tratado y hacen caso omiso de los resultados.

De los datos que la llamada a la urnas en toda la Unión nos deja, se pueden hacer multitud de análisis, al tratarse de una cita electoral compleja que afecta nada menos que a 28 Estados miembros. Para eso hará falta sosiego y distancia de la noche electoral, pero en caliente si debemos realizar lecturas inmediatas del escenario que se nos dibuja en Bruselas. La participación no se ha desplomado, es prácticamente igual que hace 5 años. Los ciudadanos de los grandes Estados saben que Bruselas importa mucho y los de los pequeños que su peso no es importante. De ahí que el voto en AlemaniaFranciaItalia o España haya crecido. Está claro que el proyecto europeo madura y consolida niveles de votación similares cada comicio y que lo son respecto a elecciones como los de las presidenciales de Estados Unidos o de su Congreso y Senado. El nuevo votante joven se incorpora con fuerza, mientras son los de más edad los que menos participan.

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El PPE aguanta pese a su fuerte caída, sobre todo, favorecido por el mal resultado de los socialistas, especialmente en Francia y en España. Suben los partidos de extrema derecha, con el caso paradigmático de Francia y el Frente Nacional. Sin embargo, no podrán formar grupo al ser necesario 25 escaños y 7 países como mínimo para lograrlo. En la práctica, los ultras no tendrán peso específico en la Eurocámara. El resultado deja muy abierta la nominación a candidato que deben debatir el próximo martes los jefes de gobierno. La Izquierda más Verdes yLiberales suman un total de 354 eurodiputados a los que podría unirse el voto de no inscritos para alcanzar los 376 necesarios para nominar a Schulz. Por el contrario, Junker cuenta con los 212 eurodiputados del Grupo Popular, con una diferencia sobre los socialistas de 18 escaños, el más votado en toda Europa y lo que podría conferirle la opción de ser presidente de la Comisión EuropeaMerkelseguro que así lo pedirá a sus homólogos.

En España, frente a lo que auguraban las encuestas, la participación ha subido respecto a los comicios de 2014. Ello se ha debido al incremento de voto enCataluña y País Vasco y de los jóvenes votantes en todo el Estado. Significa que el electorado que más se ha movilizado es el nacionalismo radical y los jóvenes “antisistema” que castigan fuertemente a los partidos tradicionales. Se ha producido un claro desplome de los partidos mayoritarios PP y PSOE con caídas de más del 15% en cada caso, en escaños 8 y 9 respectivamente y más de 12 millones de votos. Este fenómeno es extrapolable al conjunto de la UE, pues, los porcentajes de los grupos son muy similares en España y en el total de la UE. Por tanto, es claro que el mapa político español, al menos en unas elecciones europeas, empieza a comportarse de forma similar a como lo hace el resto de los grandes Estados miembros. Los partidos que se benefician de la caída del bipartidismo tradicional, no son los que les seguían a nivel nacional, es decir, IU yUPyD, sino por un lado, el nacionalismo radical y las ofertas más novedosas y “antisistema”. En Cataluña ERC, en el País Vasco y NavarraBildu y en el resto de España, Podemos, principalmente, la gran sorpresa de las elecciones.

La lectura de las elecciones europeas en clave de política nacional induce claramente a error, pues, la circunscripción única y no establecerse límite del 5% para obtener representación, convierte a los comicios europeos en un escenario muy propicio a las pequeñas formaciones políticas. En todo caso, si se puede señalar el fuerte desgaste de PP y PSOE, mayor en este último, dado que al PP se le une el desgaste de la acción de Gobierno. De hecho, junto a la CDU de Ángela Merkel, el PP y Mariano Rajoy y Renzi y el Partido Demócrata en Italia, son los únicos partidos y presidentes que ganan las elecciones europeas en sus países. Del mismo modo IU y UPyD no son capaces de ser vistos como alternativas creíbles a los dos grandes partidos, aunque su distribución de voto en todo el Estado les beneficiaría en unos comicios generales. Ante las próximas elecciones autonómicas y municipales, es evidente, que se abre un escenario de fuerte fragmentación de voto local y difícil gobernabilidad en muchos casos.

Cataluña ha tenido protagonismo propio en estas elecciones. El fortísimo incremento de la participación respecto a las anteriores elecciones europeas significa que se ha votado en clave plebiscitaria, siendo los votantes nacionalistas los que se han movilizado especialmente, dada la trascendencia de la Unión Europea y su posición institucional ante la consulta independentista que pretenden. El gran triunfador de las elecciones es ERC que incluso llevaba en el nombre de su coalición electoral “El derecho a decidir”. Ha logrado el “sorpasso” a CIU, lo que significa que desde el punto de vista del proceso soberanista, ya dirige la mayoría social independentista. Sin embargo, el hecho de que CiU haya perdido las elecciones supone un revés de su electorado que tiene dos vertientes. Por un lado los votantes que se han podido sumar al voto que consideran más útil de ERC para la independencia y, por otro, los más moderados que no están de acuerdo con la deriva independentista de Artur Mas. En estas circunstancias, es obvio que CiU no convocará elecciones en Cataluña una vez el Estado no permita la celebración de la consulta. Es más previsible que se una a ERC para realizar una declaración de independencia en el Parlament de Cataluña. Respecto al PSCsu descalabro alcanza al 50% de los votos y el PP al 30%. Por el contrario, sigue creciendo Ciutatans y se estanca ICV. Los datos cantan, el voto favorable a la consulta suma el doble (1.500.000 votos) que el de los constitucionalistas (750.000 votos).

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Ante las elecciones europeas convendría hablar del proyecto Europa 2.0.

Que el proyecto europeo requiere una actualización urgente lo avala el temible dato con que podemos encontrarnos la noche electoral del 25 de mayo en forma de abstención en los comicios a la Eurocámara. Si tal dato se confirma y todos los sondeos país por país así lo atestiguan, quedará claro que a los ciudadanos europeos no les atrae la idea de Europa que sus dirigentes les están vendiendo. Sobre todo en estas elecciones cuando por primera vez en la historia eligen a unos representantes que legislan el 80% de lo que nos afecta y van a nombrar al presidente de la Comisión Europea de la misma forma en que en España el Congreso de los Diputados elige al presidente del Gobierno. Por tanto, podremos medir el apego real de las sociedades europeas a la construcción común, si bien cabe decir en descargo de los previsibles malos datos de participación, que cuanto más lejano es el centro de decisión menor es siempre la participación en democracia, como sucede desde décadas en Estados Unidos, donde la elección de congresistas o del presidente tiene cuotas de voto my inferiores a las de los gobernadores, fiscal de tu Estado o sheriff del condado.

En todo caso, creo que el principal problema que tiene el proyecto europeo llevado a las urnas es su falta de credibilidad ante su población. La Unión no es creíble para los europeos porque no tiene un relato fiable y no lo es porque los gobiernos de los Estados miembros, a los que a todos se les llena la boca retóricamente de europeísmo ferviente cuando se reúnen en Bruselas, a la hora de la verdad solo velan por sus intereses particulares, convencidos de que dicha política les concede mayores réditos electorales en sus territorios. Si los europeos fuimos capaces de iniciar este camino hace ya casi 60 años se debió a un único argumento central: la paz. Dos guerras mundiales y millones de cadáveres nos precipitaron al acuerdo pacífico. Después lo económico invadió todo, un mercado inmenso en posibilidades, abierto y libre se concebía como un escenario de nuevas oportunidades. De ahí devino el euro como la necesidad de uso de una moneda común en dicho espacio y, por precipitación de su uso y de la crisis financiera internacional, hemos parido con forces una unión bancaria. Queda y vendrá inexorablemente o se derrumbará todo el edificio común, un proceso de armonización fiscal que equipare las economías y las personas en derechos y deberes.

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Y hasta aquí la Europa que más o menos pudieron concebir nuestros padres fundadores, los AdenauerSchumanDe Gasperi, Spaak, Spinelli o Monet. Pero bien entrado el siglo XXI y en plena sociedad globalizada, Europa necesita de una versión 2.0. de su entramado institucional y, ante todo, de su relato hacia los europeos y el resto del mundo. Un mundo que nos observa sorprendido, pues, pese a todas nuestras contradicciones y la falta de una clara idea común, ve que cada vez son más las personas integradas en la Unión y mayor el nivel de interrelación y de comercio. De la misma forma que al contemplarnos no se aclaran si somos una verdadera unidad en el destino o simplemente una unión temporal de Estados que se ponen de acuerdo en lo mínimo que les interesa. Ésta es la primera gran cuestión por dilucidar, el del modelo de organización institucional común entre los socios. ¿Qué somos y qué queremos ser como europeos? ¿Alemanes, franceses, italianos o españoles que nos beneficiamos de una joint venture más o menos ventajosa o ciudadanos europeos que vivimos en distintos territorios, con distintas historias y culturas, pero con una identidad común que anteponemos a cualquier otra? Este es el problema porque a los europeos nunca nos han querido poner en ese brete de elegir si somos más europeos que nacionales.

El principal problema para avanzar en ese concepto de identidad europea no es otro que los grandes Estados nación que han dado forma a la Unión y ahora la tienen rehén de sus contradicciones. AlemaniaFranciaReino UnidoItalia o España son culpables de su prevalencia como pretendidas potencias europeas. Algo que se podría resolver fácilmente si la Europa de los pueblos pudiera ser una realidad. Y me baso en un paradigma sociológico, es mucho más fácil poner de acuerdo a muchas comunidades pequeñas, que a cuatro o cinco grandes. Como es mejor la competencia en mercados de pymes que en fórmulas de oligopolio. Mucho mejor nos iría en Europa si tuviéramos 28 dinamarcas, que 4 francias. Pues en ese modelo de sociedades sería verdaderamente aplicable el modelo federal que reina en EE.UU., donde los desequilibrios entre los Estados son mucho menores que en Europa. La realidad más cercana se administra mejor, pero además tiene más capacidad para la negociación y el pacto porque no pretende la imposición o conquista, sino la búsqueda de acuerdos de asociación que fortalecen sus posiciones.

La otra gran cuestión a dilucidar es la de los recursos económicos que estamos dispuestos a poner en común para el desarrollo del proyecto europeo. El presupuesto actual de la Unión en 2013 alcanzó la cifra de los 150.900 millones de euros, suma elevada en términos absolutos, pero que apenas representa el 1% de la riqueza que generan al año los países de la UE. Es decir, sin ambigüedades nuestra Unión nos importa un 1% de lo que nos interesa nuestra realidad nacional, regional o local. Exiguo margen de gestión le quedan, pues, a las instituciones europeas para dirigir los destinos de los europeos hacia destinos tan ambiciosos como el empleo, la sostenibilidad medioambiental, la innovación o la política de seguridad y exterior. Si no estamos dispuestos a ser contribuidores netos y no meros receptores de ayudas para la construcción de un espacio común diverso y plural, pero enriquecedor para todos, el mundo no creerá nuestro afán de construcción. Con esa ridícula aportación que realizan los Estados para la tarea común, además soterradamente introducen la especie de que se despilfarra en los gastos generales de funcionamiento, es decir, en la burocracia de las instituciones, especialmente de la Comisión Europea. Un organismo integrado por 34.000 funcionarios que unidos a los del resto de las instituciones apenas llega a los 55.000 efectivos para una población de 500 millones de habitantes. Y debe decirse que su ratio de efectividad versus coste es muy superior al de cualquier administración de los Estados miembros que requieren aparatos muy superiores y que no decrecen pese a que sus competencias van siendo cedidas paulatinamente a Bruselas.

Pero en el fondo, lo que está poniendo en tela de juicio a esta Europa en versión vieja, es su modelo de democracia y de sociedad. Ambos elementos determinantes de la convivencia están cambiando a toda velocidad y, sin embargo, nuestros dirigentes no son capaces de dar respuesta a los retos que dicha evolución provoca. La participación política de los ciudadanos es claramente insatisfactoria y produce, junto a una corrupción endémica del sistema, un descrédito de la actuación de los políticos. Vivimos una era digital donde todo fluye a gran velocidad menos las propuestas y reacciones de los políticos. Son ellos los que nos tienen prisioneros en una versión 1.0. de Europa que ya no funciona. Son ellos los que tienen aprensión al cambio y a escuchar nuestras opiniones. Prefieren desconocer nuestras demandas y vivir de ofertas obsoletas aunque los problemas se acumulen a su alrededor. Ven cómo se deteriora su imagen y el de las instituciones que representan y, sin embargo, no hacen nada real por cambiarlas. Se han convertido una vez más en el ancien régime, el antiguo régimen que pretende sacralizar estructuras de funcionamiento que solo proporcionan ya desigualdad e injusticia. La crisis económica les ha puesto contra la espada y la pared, pero pretenden sortearla como si nada hubiera ocurrido, sin darse cuenta de que una vez más se quiera o no, más cruenta o más pacífica, las revoluciones acaban por certificar el cambio. Si fueran responsables y por su propio bien pondrían ya en marcha la versión 2.0. de una Europa basada en el Estado del bienestar que nos hace más comunes y que regenere la democracia participativa como vértice de la convivencia de nuestras sociedades. Si la abstención en las elecciones del 25 de mayo supera el 60% la suerte estará echada.

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El alto precio de la Europa corrupta: 120.000 millones de euros al año

Me pregunto qué sistema es este que obliga a salvajes recortes de protección social para aquellos que pagan y cotizan a sus haciendas y seguridades sociales durante toda su vida y no es capaz de erradicar la lacra de la corrupción entre sus dirigentes. Se reducen becas, se recortan prestaciones sanitarias,  se desahucian familias y se congelan pensiones mientras la prolija actividad de los corruptos nos supone anualmente la increíble cantidad de 120.000 millones de euros al año, una cifra similar al presupuesto anual de la UE. Mejor no sumarle la cuantía estimada de fraude fiscal que se registra en los Estados o miembros e incluso el papel de paraísos fiscales que algunos de ellos juegan. Porque si nos diera un día por hacer la cuenta de lo que entre unas cosas y otras se defrauda al Estado del Bienestar caeríamos en la realidad de quiénes son los verdaderos depredadores de nuestro gran ecosistema de convivencia solidaria y pacífica.

La corrupción sigue siendo un reto para Europa y lo que es más grave, aunque no a todos por igual, afecta a todos los Estados miembros. La pasada semana la comisaria de Asuntos de Interior, la sueca Cecilia Malmström presentó el primerInforme sobre la lucha contra la corrupción en la UE. Con una conclusión rotunda: los Estados miembros han adoptado muchas iniciativas en estos últimos años, pero los resultados son desiguales y debe hacerse más para prevenir y castigar la corrupción.

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El Informe muestra que la naturaleza y el nivel de corrupción, así como la eficacia de las medidas adoptadas para combatirla, varían de un Estado miembro a otro. También pone de manifiesto que la corrupción merece mayor atención en todos los Estados miembros. Y así lo indican los resultados de una encuestaEurobarómetro sobre la actitud de los europeos en relación con la corrupción. La encuesta muestra que tres cuartas partes de los europeos (76 %) creen que la corrupción está muy extendida, y más de la mitad (56 %) cree que el nivel de corrupción en su país ha aumentado durante los tres últimos años. Uno de cada doce europeos (8 %) afirma que ha vivido o presenciado un caso de corrupción en el último año. La gran pregunta es, ¿cuántos de ellos lo han denunciado? Porque no olvidemos que no hay corruptos sin corruptores

“La corrupción mina la confianza de los ciudadanos en las instituciones democráticas y en el Estado de Derecho, daña la economía europea y priva a los Estados de unos ingresos fiscales muy necesario”, decía Malmström poniendo simplemente de manifiesto lo obvio. Se supone que la UE pretende servir de ejemplo de actitudes democráticas y de fiscalización de la vida pública en el mundo, esa es una de nuestras principales señas de identidad y, sin embargo, no somos capaces de controlar efectivamente el correcto uso de los recursos de todos. Algo falla en esencia, como si el exceso de peso y poder de la tecnócrata burocracia de los Estados y de Bruselas fuera cómplice de los múltiples intereses lucrativos ilegales que se mueven en el continente. Y en esta situación, ¿qué político es capaz de poner la cara con dignidad para pedir el voto en las cercanas ya elecciones europeas?

Respecto a España la Comisión Europea señala que aunque ya existe en gran medida un marco jurídico de lucha contra la corrupción, y la legislación se ha aplicado con buenos resultados en materia de investigación de las prácticas corruptas, el informe sigue mostrando”una serie de insuficiencias”, eufemismo tecnócrata, pues, pese a no establecer una clasificación de corruptos, el informe implícitamente sitúa a España entre los Estados con más corrupción. Un reto especial lo constituye la corrupción política y los deficientes controles y equilibrios, especialmente en lo relativo al gasto público y a los mecanismos de control a escala autonómica y local. En su informe la Comisión Europea sugiere desarrollar estrategias de lucha contra la corrupción adaptadas a las necesidades de las administraciones autonómica y local, proseguir con las reformas en curso y la aplicación de las nuevas normas en lo tocante a la financiación de los partidos políticos, e instaurar códigos generales de conducta para los cargos electos, con instrumentos adecuados de responsabilización. La Comisión también propone seguir insistiendo en la lucha contra las irregularidades que se producen en los procedimientos de contratación pública a escala autonómica y local.

Tal vez sólo estemos reescribiendo una página de nuestra historia. Aquella que bajo la grandeza de las conquistas de las legiones romanas y de su derecho oculta una realidad de corrupción de la vida pública, basada en tráfico de influencias, amiguismo, sobornos y extorsiones generalizadas. Roma instituyó la corrupción como parte intrínseca de su forma de Gobierno, consagrando así la injusticia hacia su pueblo gobernado. Se supone que 2000 años después nuestro contrato social debería haber evolucionado hacia formas de gobierno y de administración pública más éticas y justas. Si no somos capaces de demostrarnos, los unos a los otros, gobernadores y ciudadanos, que la limpieza de actos es la base de nuestro sistema, perderemos la confianza en nosotros mismos, cuestionaremos nuestras instituciones y como ya sucediera al imperio romano, seremos presa fácil de bárbaros extrafronteras, de los que por desgracia también hoy tenemos claros ejemplos que vienen del Este.

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De cómo crear empleo o de una política industrial europea innovadora

Corre Europa el riesgo cierto de generar crecimiento económico sin crear empleo, o lo que es lo mismo, puede que la riqueza produzcamos en la UE sirva para abrir la brecha de las desigualdades sociales. Si no somos capaces de atacar los problemas estructurales que afectan a la producción de puestos de trabajo, nos encontraremos en el tiempo con una creciente fuga de cerebros y un empobrecimiento de las clases medias de nuestros países. De ahí que convenga centrar el análisis en los caladeros de creación de empleo que hemos de fomentar y cuidar adecuadamente. No es poca al respecto la bibliografía que la Comisión Europea viene utilizando para entender el comportamiento de los distintos mercados laborales mirados de arriba a abajo y de norte a sur y de sector en sector. De todo ello podemos extraer conclusiones claras, pero de nada servirán si los gobiernos nacionales, regionales o locales, empresas grandes, medianas y pequeñas y, sobre todo, cada uno de los ciudadanos europeos, no tomamos conciencia de los pasos que cada uno de nosotros debemos dar para cambiar el modelo de producción que tenemos en la actualidad y que nos lleva a producir más de 26 millones de parados en la UE.

Habrá que empezar por decir que lo primero que deberíamos es ponernos de acuerdo en la cifra cierta de desempleados y en la forma en que los contabilizamos. Y puede parecer un tema menor, pero gran parte de la capacidad de competitividad y de la sostenibilidad de nuestro sistema de protección social, dependen de que acabemos con el fraude laboral, que deviene en fraude fiscal y merma nuestras arcas públicas. Creo sinceramente que no es serio computar como parados a aquellos que contestan una encuesta contando en la sociedad de la información en la que vivimos con métodos tecnológicamente fiables para detectar la realidad de aquellas personas que realmente se encuentran en situación de buscar un empleo. Solo quien desea trabajar puede considerarse que vive la tragedia de estar parado y solo en esa circunstancia debemos invertir en resolver su problema de forma inmediata. Pero hecha esta previa que considero imprescindible, de lo que se trata es de definir sectores generadores de empleo y dinámicas que los fomentan.

Si acudimos a la clasificación clásica de los sectores productivos, es evidente que podemos llegar a un consenso claro, el primario tiene muy agotadas sus capacidades de incorporar masa laboral a sus producciones. Agricultura, ganadería y pesca en la Unión Europea son sectores a preservar por su alto valor identitario y de población rural, así como por la transferencia que de conocimiento podamos hacer a países emergentes grandes productores agrícolas pero con tecnología menos avanzada. Sin embargo, no podemos esperar del campo la auténtica revolución en forma de puestos de trabajo que requerimos los europeos. El terciario como su nombre indica está para dotar de servicios y difícilmente podrá hacerlo con una volumen de parados como el que actualmente registramos. Los servicios son directamente proporcionales al resto de los sectores y crecen o decrecen con estos. De ahí que el enfoque principal deba llevarse a cabo en el secundario, en la industria, que realmente ha sido y seguirá siendo el motor de transformación de la sociedad en al que vivimos. Realmente el problema de nuestras sociedades avanzadas que viven sin duda una tercera revolución industrial, la de Internet, es que esta nueva fase de producción globalizada a escala mundial, no ha incorporado la mano de obra que las dos anteriores. Es mucho menos intensiva en empleo, o lo que es lo mismo, la innovación aparenta expulsar trabajadores de sus procesos.

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Pero si miramos con más detenimiento los datos, la luz que nos aportan habla de que aquellos países que más invierten en innovación son los que más crecen y los que menos desempleo tienen. Una nueva estrategia europea para acelerar el desarrollo de nuevos productos y servicios y preparar el terreno para más crecimiento y empleo es, pues, imprescindible y no podemos decir que la UE no esté haciendo los deberes, más allá de que la difusión de los programas innovadores esté siendo débil. La “Unión por la innovación”, es una iniciativa emblemática de Europa 2020 y tiene por objeto estimular y acelerar la innovación en Europa, eliminando al mismo tiempo los obstáculos que impiden que las buenas ideas lleguen al mercado. Este planteamiento incluye la creación de “asociaciones para la innovación” entre los sectores público y privado que agilicen la llegada de la innovación al mercado. Con ello se pretende aumentar los fondos destinados a la I+D, mejorar la coordinación de las inversiones y mantener una normativa actualizada y acorde con las necesidades actuales de la economía. Entre los ámbitos prioritarios en los que la Comisión quiere forjar más alianzas público-privadas se encuentran el cambio climático, la eficiencia energética, los estilos de vida saludables, las ciudades inteligentes y la movilidad, el consumo eficiente de agua, las materias primas y la agricultura sostenible. El primer partenariado, que se puso en marcha en 2011, se dedicó a impulsar el desarrollo de nuevos productos y servicios que favorezcan el envejecimiento activo y saludable.

Dada la importancia que la investigación y el desarrollo tienen para la innovación, la medida pretende también reducir las diferencias que separan a Europa de Estados Unidos y Japón aumentando la inversión en I+D hasta un 3% del PIB. De acuerdo con un reciente estudio, la consecución de ese objetivo podría crear 3,7 millones de puestos de trabajo e incrementar el PIB anual en hasta 795 000 millones de euros. Para ello, se necesitará un millón de investigadores más. La “Unión por la innovación” también tratará de mejorar el acceso a la financiación y a los trabajadores cualificados, reducir la burocracia y lograr que disminuya el coste de patentar nuevas ideas. Las medidas propuestas incluyen, asimismo, indicadores para medir la cuota de empresas de rápido crecimiento en la economía y un sistema de puntuación de las universidades. También forma parte de este paquete una serie de propuestas para aumentar las inversiones transfronterizas de capital riesgo.

En suma, si Europa no es capaz de innovar más no será capaz de liderar los mercados industriales mundiales y con ello la exportación de bienes de alto valor añadido. Y si no vendemos al mundo nuestro conocimiento en forma de procesos industriales nuestras empresas no podrán competir con los países emergentes cuyo principal valor actual es un menor coste de mano de obra. No hace falta que os diga lo que sucederá si la industria europea pierde esta carrera y menos aún lo que será de sus trabajadores si eso ocurre. Paro y más paro. Por eso resulta clave el cambio de mentalidad de todos y ser conscientes que debemos invertir con mayúsculas en investigación e innovación. O logramos ser excelentes o la vieja Europa se convertirá en un escenario de enormes brechas sociales. Que el paisaje sea uno u otro depende aún de todos nosotros.

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La UE ante la reválida: las tareas europeas del nuevo curso político

El curso político que arranca en septiembre podría definirse como decisivo para la suerte del proyecto europeo. La Unión se enfrenta a retos de enorme trascendencia y a hitos institucionales únicos hasta ahora. Podríamos calificar estos próximos 12 meses de auténtica reválida de Europa. Un examen que tiene cuestiones muy diversas desde las incógnitas económicas a las propiamente organizativas y de funcionamiento de los 28. La agenda de asuntos propios es descomunal, pero las obligaciones de protagonismo en la comunidad internacional no son menores y esa posición global todavía complica más el recorrido inmediato de la UE. Seguramente a la vuelta del verano de 2014 tendremos que hablar de una nueva Europa y el rostro que nos presente dependerá mucho de su capacidad para hacer las tareas que tiene por delante, de manera que puede salir plenamente fortalecida o incluso pueda resquebrajarse como en nuestras peores pesadillas de la historia del siglo XX. Esa suerte repleta de incógnitas a las que nos enfrentamos no es responsabilidad única de nuestros representantes políticos, la obligación individual de cada europeo es absoluta, sobre todo, teniendo en cuenta la relevancia de las elecciones europeas del próximo mes de mayo. Por ello un análisis somero de los temas clave que debemos acometer resulta más necesario que nunca.

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La propia Comisión Europea a principios de año establecía su agenda de prioridades que sigue estando vigente. Consideraba que en su programa de trabajo debía poner el crecimiento de la economía y del empleo en la prioridad principal. Para ello señalaba los siguientes objetivos:

  • Hacia una auténtica unión económica y monetaria.
  • Crecer para crear empleo.
  • Más competitividad a través del mercado único y la política industrial.
  • Conectarse para competir, una relación colaborativa entre las empresas europeas.
  • La inclusión social y la excelencia en los servicios públicos.
  • Aprovechar mejor los recursos comunes de Europa para competir mejor dentro y fuera de ella.
  • Construir una Europa segura y protegida.
  • Promover la presencia de Europa como actor global.

Más allá de lo ambicioso del plan y de lo genérico de los objetivos, a la vuelta de estos primeros ocho meses del 2013, la realidad nos habla de los primeros indicios de la salida de la recesión en la eurozona y del frenazo a la destrucción de empleo. Los déficits públicos también parece que empiezan a estar controlados y salvo el caso muy reducido de Grecia, no parece que los rescates financieros vayan a ser los protagonistas a futuro. La proyección de las previsiones macroeconómicas de la Comisión nos hablan de lenta recuperación, con niveles de creación de empleo muy bajos. Por tanto, el primer gran reto al que nos enfrentamos es al de ser capaces de generar políticas de fomento del empleo o lo que es lo mismo, generar mayores niveles de demanda interna e incrementar las exportaciones de nuestros productos y servicios. Lo que verdaderamente está en juego en el diseño de la salida de la crisis es el paisaje final de la misma. Si queremos mantener nuestro actual sistema de bienestar social, base del proyecto europeo, debemos ser capaces de sostener los servicios públicos y de protección en base a una fiscalidad adecuada que no drene las posibilidades de inversión de las empresas, ni de consumo de las personas. La cuestión se centra en trabajar mejor, no más, sino con más productividad, un esquema de rentabilidad que depende hoy en día, sobre todo, de la innovación y el conocimiento de los mercados que de los costes laborales y las horas hombre. Son las empresas y los trabajadores los que más pueden hacer por mejorar las ratios de productividad de la Unión Europea, por lo que de nada vale refugiarse en la crítica fácil a los políticos para esconder las vergüenzas propias de cada cual. A la política sí le podemos exigir las condiciones de inversión en la creación del clima favorable para ese círculo de excelencia que precisamos.

La consolidación definitiva de la unión bancaria supondrá la real fusión de la economía de la UE. El día en que el Banco Central Europeo funcione como verdadero banco y reserva de la zona euro el proyecto europeo será prácticamente incuestionable, como sucedió en su día con el Banco y la Reserva Federal de los Estados Unidos de América. Quedan escasos meses para que ese sueño común sea una realidad y la supervisión de las entidades financieras sea total y única por parte del banco emisor. La posibilidad de emitir deuda común con la garantía euro y de más de 500 millones de habitantes cambiará radicalmente los planteamientos de los mercado internacionales y consolidará definitivamente el euro. Salvo accidente imprevisto de última hora, el tren de la unión bancaria tiene ya plazo de llegada a su destino. Todo el complejo entramado técnico monetario deberá estar concluido y puesto en marcha antes de las elecciones europeas de mayo de 2014. El Consejo Europeo de primeros de dicho mes, deberá botar definitivamente este buque insignia de la Unión. Alemania que ha sido el principal enemigo y dilatador de este objetivo, una vez pasados sus comicios de octubre, debería allanar el camino hasta la meta fijada.

Desde el punto de vista organizativo y de funcionamiento institucional, dos son los grandes retos de la UE en este curso: el programa marco Horizon 2020 y el despliegue del Servicio de Europeo de Acción Exterior (SEAE). Nos enfrentamos a un nuevo plan financiero plurianual que abarcará desde enero de 2014 y hasta diciembre de 2019. Seis años con una nueva definición conceptual de las ayudas europeas. Europa ha puesto sus objetivos prioritarios en la investigación, la innovación y la sostenibilidad energética. El resto de ayudas se concederán a los Estados o regiones objetivo 1, es decir, con niveles de desarrollo por debajo de la media europea. El motor básico de la UE será la gestión del conocimiento y la gestión eficaz de los recursos medioambientales y energéticos. Además, pasarán a ser las empresas y universidades, y no las administraciones, las principales protagonistas de la recepción de ayudas a proyectos. Este cambio total de mentalidad, sin duda, requiere de un periodo de formación acelerado para conocer las nuevas vías de financiación y para montar redes de contactos en distintos países de la UE para acudir a las licitaciones de ayudas. Esa colaboración es otro de los principales objetivos que se persigue con el nuevo programa marco y de la voluntad de las empresas dependerá su éxito o fracaso. Respecto al SEAE, más allá de la dificultades burocráticas que su despliegue significa, el verdadero reto consiste en dotar a la Unión de un verdadero servicio diplomático global. A finales de año deberá haberse completado su primera fase y habrá que evaluar sus resultados y revisar los presupuestos a futuro. Además en 2014 los Estados miembros podrán decidir los servicios que quieren les realice el SEAE e incluso de que delegaciones diplomáticas piensan prescindir para ser representados por el Servicio, en aquellos países que no sean de relevancia especial para ellos.

Pero sin duda, el momento de máxima trascendencia del calendario del curso político europeo, vendrá marcado por la fecha de las elecciones europeas, 25 de mayo de 2014. El Parlamento que todos los europeos con derecho a voto elegiremos tendrá una enorme trascendencia concedida por el Tratado de Lisboa. Esos eurodiputados tendrán la tremenda responsabilidad de elegir al presidente la Comisión Europea, que ya no será nombrado por los gobiernos de los Estados miembros. Y será ese político electo quien presentará su equipo de gobierno al propio Parlamento Europeo para su aprobación uno a uno. Este cambio en la fórmula de designación acerca claramente Europa a la elección directa de sus gobernantes, por lo que la evolución del funcionamiento de sus instituciones este cambio tendrá un peso garantizado. Ese o esa presidenta de la Comisión, es evidente que tendrá que tener muy en cuenta la voluntad de los líderes de los gobiernos nacionales, expresada en el Consejo Europeo, pero seguro que tendrá más presente aún que quien le nombra y le cesa son los eurodiputados. A la vista de las encuestas que se manejan, el tradicional bipartidismo europeo – centroderecha / socialdemócraras – parece cercano a romperse con múltiples minorías desde la ultra izquierda y ultra derecha a verdes y movimientos euroescépticos o nacionalistas. Ese panorama hace aún más difícil prever las condiciones del rodaje de la nueva eurocámara y sus responsabilidades reforzadas.

La realidad es que la agenda detallada no hace sino cargar la prueba del europeismo en los ciudadanos. Bien sea como trabajadores, empresarios o votantes, este curso estamos más obligados que nunca a expresar la Europa que queremos. De nada sirve que construyamos una superestructura política en Bruselas, si no aprovechamos el ser más para ser mejores. La exigencia a nuestros gobernantes debe tener la contrapartida de la exigencia propia de los deberes como ciudadanos europeos. Los mimbres están puestos, las instituciones y las políticas generales europeas están básicamente enfocadas para acometer la reválida de Europa. Ahora toca ponerse a la tarea individual y presionar como nunca a esos políticos que viven de su ombliguismo localisla para construir una Unión más sólida y con más protagonismo en la escena mundial. Cómo salir de la crisis y la fisonomía futura de Europa dependen en gran medida de lo que suceda en este próximo curso. Los ciudadanos convivimos a base de derechos pero también de obligaciones y ahora tenemos la obligación de informarnos, formarnos, debatir, trabajar y votar, pensando más en Europa.

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Europa planta cara a China

Al gigante chino últimamente se le está complicando el panorama de su comercio internacional. Estados UnidosJapón y ahora, la Unión Europea, han denunciado por prácticas de dumping productos de exportación chinos ante la OMC(Organización Mundial de Comercio). No cabe duda que son meras escaramuzas que no merecen el apelativo de “guerra comercial”, pero empiezan a trazar un camino del cambio de relación de la UE con la potencia asiática. Solo Alemaniaclama, por el momento en el desierto, para frenar la escalada de violencia denunciante que puede hacer peligrar las cuantiosas exportaciones de las empresas alemanas a China. Una vez más un ejercicio egocéntrico de la CancillerMerkel incapaz de consensuar una posición común con sus socios comunitarios.

El causante del nuevo brote de enfrentamiento entre la Comisión Europea y las autoridades chinas han sido las paneles solares. Fabricar componentes de todo tipo a muy bajo coste en China e introducirlos en los mercados europeos produce, además de pingues beneficios a los exportadores chinos, efectos demoledores sobre la industria europea. Su capacidad de investigación e innovadora se resiente día a día en virtud de esta competencia basada en el dumping social. Las empresas europeas venden cada vez menos en su mercado único y con ello sus márgenes de inversión son exiguos. Así las cosas, son cada vez más las voces empresariales en La UE y en EE.UU. que demandan un cambio de reglas del juego en el comercio mundial. Una especie de suerte de chinofobia recorre los mercados y pronto podría afectar a las decisiones de los consumidores, si no fuera porque los precios de los productos chinos, calidad aparte, son imbatibles.

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La respuesta China como suele ocurrir en este tipo de contenciosos comerciales no se ha hecho esperar. Tu me atacas por los paneles solares y yo te la devuelvo con el vino. La acusación argüida por China de que el vino francés cuenta en el sector con ayudas públicas del Gobierno galo, resulta tan ridículo como paradójico. No vendrán ahora los chinos a pretender que creamos que los maravillosos caldos de Burdeos son fruto de subvenciones después de varios siglos de cuidado trabajo de calidad de sus bodegas reconocidas internacionalmente. El contraataque chino afecta de forma especial a las exportaciones de FranciaEspaña e Italia, principales productores vinícolas europeos. En el actual contexto de crisis de demanda interna en las economías europeas, el peso de las exportaciones ha cobrado especial relevancia, de ahí que cualquier traba para las ventas en el exterior se convierta en un poderoso handicap para el desarrollo de cualquier sector. Lo único que hasta aquí pretende la Unión Europea, como viene sucediendo en los casos de conflicto con Estados Unidos y Japón, es obligar a cumplir a China las reglas del juego internacionales. Algo que Europa demanda de China en 80 productos, que bien por ciberespionaje, por copia descarada o por indicios de fabricación sin homologación, incumplen las normas de fabricación europeas que obligan a los países de la Unión.

En la actualidad, el flujo comercial entre China y la Unión Europea, en ambos sentidos, alcanza la portentosa cifra de los 430.000 millones de euros anuales. Una balanza comercial que se ha visto afectada favorablemente del lado chino a raíz de la infravaloración de su moneda en los mercados cambiarios. Según todas las estimaciones, el yuan se encuentra al menos un 20% por debajo de su valor real lo que evidentemente favorece las exportaciones chinas y ha obligado al cierre de numerosas empresas incapaces de competir a precios chinos en la UE y en EE.UU. Ello nos mete de lleno en el intenso debate que vivimos en Europa sobre la capacidad de competitividad de nuestras empresas y el teórico alto coste social de nuestro sistema de bienestar. Nadie pone en duda la necesidad de mejorar los procesos de eficiencia en la producción, así como la necesidad de incorporar mayores niveles de innovación e incrementar las tasas de investigación en la UE, pero deberíamos partir de la base de que por mucho que mejoremos seremos incapaces de competir con aquellos que juegan el partido sin cumplir nuestras reglas. En Europa se respetan los derechos de los trabajadores con un grado de cumplimiento que se ampara en siglos de batalla sindical y de conquistas laborales, algo que en una China inmersa en un capitalismo salvaje de planificación comunista no cuenta a la hora de producir. En Europa se avanza en el cumplimiento de los compromisos internacionales de reducción de impacto medioambiental de nuestras emisiones de CO2, China es el principal enemigo de esos acuerdos y los incumple sistemáticamente. En Europa la propiedad intelectual tiene un alto precio y China alardea de su capacidad de réplica, sea o no legal. En Europa, en fin, hemos sacralizado el concepto de derechos humanos y de democracia, en China eso no toca y el mundo mira a otra parte cada vez que alguien trata de poner el tema encima de la mesa, por temor al gigante asiático y sus hipotéticos comportamientos bélicos.

Tras unos paneles solares o unas botellas de vino está en juego una tendencia de posicionamiento en el mundo global de dos potencias llamadas a entenderse. Es imposible concebir un planeta en paz si no somos capaces de garantizar el desarrollo pacífico de naciones como la China, cuyos más de 1.300 millones de habitantes tienen todo el derecho a disfrutar de los mismos productos, servicios y, sobre todo, derechos, de los que gozamos 500 millones de europeos. La mesa de diálogo debe partir de esa base igualitaria y de que unos y otros nos necesitamos para garantizar el futuro. China precisa materias primas de las que carece para sustentar su crecimiento, pero también precisa de los mercados en los que vender sus productos, como es el caso de la Unión Europea. Si Europa y Estados Unidos no son capaces de generar crecimiento en sus economías, China será la primera afectada por el parón como ya viene sucediendo en el último lustro en el que el PIB chino se ha ralentizado pasando del 10,4 al 9,3. Pero, por otro lado, el resto del mundo no deberíamos olvidar las tremendas magnitudes de la economía china y, por tanto, el impacto tremendo que cualquier debilidad suya puede suponernos. La República Popular China es, desde 2008, la segunda potencia económica mundial según su PIB a valor nominal, sólo superada por EE.UU. y es el mayor exportador mundial y el segundo importador más grande de bienes. China es el país de mayor crecimiento económico mundial, con una tasa media anual de aumento del PIB, en los últimos treinta años, de más del 10%. Su ingreso per cápita se situaba en 6.567$ en 2009. Según un informe del organismo internacional Conference Board, si la economía China sigue creciendo en comparación al crecimiento de EE.UU, podría tener una economía más poderosa que la de EE.UU. en 2016.

Lo primero que debe hacer la UE es definir una posición común respecto a las importaciones chinas. En este sentido, no es de recibo la posición de Alemania preocupada por sus exportaciones a China e incapaz de unirse a los planteamientos que desde la Comisión Europea se vienen realizando para obligar a las autoridades chinas a sentarse a una mesa de negociación con unos mínimos requisitos cumplidos. Si no somos capaces de ponernos de acuerdo en un tema tan básico como la defensa de nuestro mercado único, de poco sirven las grandes palabras de defensa de la construcción europea con que suelen despachar los líderes europeos sus cumbres en Bruselas. El futuro de nuestro modelo social está en juego, esta no es una guerra comercial sin más, que dilucidan unos empresarios. Si no somos capaces de frenar y ordenar el comercio entre China y la UE, si no atemperamos sus necesidades de progreso con el establecimiento de unos costes mínimos de cumplimiento de derechos fundamentales en sus centros de producción o el dumping social que estamos sufriendo a base de importaciones de productos chinos, acabarán con nuestras empresas, el paro se seguirá incrementando en nuestros países y serán imposibles de sostener servicios públicos tan básicos como la sanidad o la educación. Nos jugamos demasiado en el diálogo con China y no hay peor enfermo que el que no quiere escuchar… unos y otros.

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La marca España o de cómo hacer el ridículo por el mundo

Vivimos en plena globalización y, como consecuencia del achique de espacio y tiempo en el planeta y de la accesibilidad casi universal a la información que brinda Internet, la competencia por ser conocido de cualquier persona, empresa, entidad o Estado se ha convertido en una obsesiva necesidad. La construcción primero y la percepción posterior de una marca es, hoy por hoy, una labor imprescindible para moverse en la vida. La gran novedad de los procesos debranding 2.0. tiene que ver con los elementos que en el mundo digital constituyen la reputación online. Las marcas antes pertenecían al mercado de productos y servicios gobernado por los fabricantes y eran una forma de identificarse con los consumidores. Así funcionó la sociedad de masas y consumo reinante desde los años 50 hasta finales del siglo pasado. Llevamos una década de sociedad digital globalizada y la marca ha desbordado los planteamientos primitivos para inundar espacios hasta ahora desconocidos. Conceptos como marca personal o marca país son fundamentales para el desarrollo de proyectos individuales y en comunidad.

En este contexto todos debemos tomarnos muy en serio la proyección que de nuestra identidad hacemos, porque la inmensa mayoría de quienes nos perciban tendrán un escaso o nulo nivel de conocimiento real de nosotros. Acertar en los atributos y contar con la fortaleza de un sentimiento común tras una marca son fundamentos esenciales para el éxito en el branding merchant. De ahí que me resulte incomprensible que España haya convertido algo tan complejo como la elaboración y difusión de su marca país en una especie de feria ambulante de medio pelo. De entrada hacer depender un concepto que se mueve en el mercado y en las tecnologías más avanzadas de comunicación del Ministerio de Asuntos Exteriores, es decir de funcionarios y diplomáticos, es sinónimo de volver al siglo XIX para transitar el XXI. No caeré en el tópico de las edades, pero que los dos máximos exponentes de la marca España sean el ministro García Margallo y el Alto Comisionado de la marca Espinosa de los Monteros, ambos casi septuagenarios, no parece representar el dinamismo y modernidad que el branding requiere hoy en día. Por tanto, ni la herramienta ni las personas que lo dirigen sirven para los objetivos.

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Pero mucho peor es no tener clara la identidad ni la coherencia posterior con la imagen dada. Es evidente que resulta complicado vender una marca en cuyo interior viven 7 millones de personas que no se sienten españolas, pero esa realidad existe y es parte de la plural diversidad del Estado español. Atajar el “problema” como de costumbre recurriendo a la visión ramplona de la España de pandereta, no solo resulta reduccionista, sino ante todo empobrece la imagen. Lo primero que uno debe hacer cuando se enfrenta a un proceso comunicativo es preguntarse quién es y cómo desea ser visto. España adolece en este momento histórico de profunda crisis económica e institucional de respuestas fundadas para ambas cuestiones básicas. Difícilmente, pues, puede promocionar una marca que ni tiene identidad ni atributos claros. En segundo lugar, nadie ha segmentado adecuadamente los públicos objetivos a los que vender la marca. Se trata más de generar una alocada agenda de actos y eventos que cubran el expediente y den gusto al copetín de los invitados, que de tener un modelo mapeado y monitorizado con riesgos y oportunidades para en función de dicho análisis diseñar las acciones a realizar.

En el mundo de la sobreinformación y la sacralización del dato, donde todo se mezcla ineludiblemente y corre el riesgo de perderse en la riada de acontecimientos diarios, contar con iconos simbólicos y personales portadores de valores identitarios se ha convertido en la mejor forma de hacer percibir la marca de una comunidad. España, no la cañí, ni la del eterno sainete, puede contar con ellos si se les cuida y les aporta valor el sello de la marca. El deporte español está repleto de excelentes embajadores portadores de valores positivos y de fama mundial. La gastronomía de autor sigue ocupando los principales puestos en los rankings de los mejores restaurantes del mundo. El modelo de infraestructuras ferroviarias, portuarias y aeroportuarias sigue representando un referente de proyectos de enorme envergadura abordados en países estrella. De momento y gracias a los excelentes profesionales que trabajan en ella, tenemos una de las mejores sanidades públicas del mundo y la Organización Nacional de Trasplantes es modélica por funcionamiento y estadística. Seguimos siendo el primer destino turístico de la Unión Europea, las principales empresas del Ibex 35 tienen una sólida presencia multinacional y nuestra cuota de producción de energías renovables es la más alta de Europa.

Pero una marca también debe trabajar para cuidar sus contravalores. Y en eso somos claramente deficientes. Vender la marca España hoy, es asumir que los medios de comunicación internacionales publican una realidad española donde el protagonismo lo tienen la lacra de los casos de corrupción, el drama de los seis millones de parados, el deseo legítimo de catalanes y vascos por independizarse y el derroche desmesurado en nuestras cuentas públicas. Vender una historia en blanco y negro de la España con peineta mientras la Casa Real día si y día también se ve envuelta en titulares que ponen en duda su reputación, el partido que sustenta el Gobierno visita los tribunales de cuatro Comunidades Autónomas imputado por corrupción y cada mes batimos un nuevo record de desempleo juvenil, resulta tan inútil como ridículo.

El último acto del esperpento de la marca España se celebró en Bruselas. Una especie de programa “Españoles por el mundo”, pues, de los asistentes en la capital europea el 80% eran funcionarios o eurodiputados españoles. Un dispendio para consumo doméstico al estilo de las casas regionales franquistas cuando llevaban a los emigrantes en Alemania o Suiza la actuación de un conjunto flamenco para amenizar la velada a cientos de gallegos que jamás se habrían puesto un traje corto o un vestido de faralaes. De presentador actuó el radiofónico de cabecera del PP, Carlos Herrera, a quien como es lógico no conoce nadie cruzando los Pirineos. La moda la pusieron Vitorio y Lucchino para no desentonar con la peineta oficial y el deporte estuvo representado por la joven promesa del baloncesto de quien ya no nos acordamos ni en España, Fernando Romay. Esos días Rafa Nadal luchaba a pocos kilómetros de Bruselas por hacerse con su octavo Roland Garros. Eso si es marca España. Y al día siguiente, el Gobierno español casi en pleno, se examinaba ante la Comisión Europea y le ponían deberes para el próximo semestre. Como para venderles marca España. Por todo ello y desde la humilde opinión de un profesional que vive de ésto, les pediría a los señores de la marca España que no sigan haciendo el ridículo por el mundo, al menos con mi dinero, o si persisten en su infructuoso empeño que no se quejen de que uno no quiera sentirse español.

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