Super Mario al rescate de una Europa estancada o buscando el milagro del “Draghinomics”

En esta especie de absurdo juego del laberinto en el que se encuentra la economía europea, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, se ha enfrentado al Minotauro con todas las armas a su alcance. Nadie le puede negar a este italiano, amante de la ópera y de la tragedia griega, su arrojo al enfrentarse incluso al criterio inflexible del Bundesbank y de los designios del Ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble y la mismísima canciller Ángela Merkel. Ha puesto encima de la mesa prácticamente todo el repertorio de medidas monetarias que desde un banco emisor se pueden poner hoy en día en marcha para tratar de reactivar la actividad económica. Pero a la vez que sorprendía al mundo con la bajada de tipos de interés hasta el 0.05%, él mismo reconocía melancólicamente que todo el esfuerzo del BCE no serviría de nada si no iban acompañadas de medidas incentivadoras y de reformas estructurales llevadas a cabo por los Estados miembros del euro.

Esperemos que Draghi no sea nuestro contemporáneo Ícaro en esta leyenda viva del laberinto de Creta, la de aquel hijo de Dédalo, arquitecto ateniense desterrado a la isla, constructor del laberinto donde el rey Minos hizo encerrar al monstruoMinotauro. Como esperamos que sus medidas no sean hoy como aquellas alas de cera que Dédalo construyó para huir su hijo y él, que les hicieron remontar los muros de su prisión y volar sobre el Mediterráneo, hasta que Ícaro desobedeciendo los consejos de su padre se acercó tanto al sol que derritió las alas y cayó al mar ahogándose. Más nos valdría acabar con la tiranía de la crisis con la habilidad con que Teseo mató al Minotauro, sirviéndose del amor de Ariadna, la hija de Minos que se enamoró de él y le enseñó el sencillo ardid de ir desenrollando un hilo a medida que avanzara por el laberinto para poder salir más tarde.

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Será que los griegos clásicos nos lo dejaron todo escrito porque nuestro trágico devenir actual se asemeja peligrosamente a las interminables luchas de los dioses del Olimpo. La cruda realidad se ha acabado imponiendo a la cerrazón de los dogmáticos del ajuste y los recortes presupuestarios. Se empeñaron en que las economías periféricas, culpabilizadas por sus excesivos déficits, debían pagar el pato del endeudamiento privado causado por los bancos, en gran medida, alemanes y el resultado no podía ser otro que la recesión y el desempleo en cifras millonarias. La consecuencia inmediata no podía ser otra que el estancamiento del crecimiento en la zona euro y la caída drástica de las exportaciones germanas a los países empobrecidos de la UE. Ahora pudiera decirse que tenemos un problema minimizado de déficits, pero seguimos pagando por generaciones la deuda adquirida, no crece nuestra economía y no somos capaces de crear empleo. Todo un éxito digno de pasar a los anales de la estulticia de los manuales de economía.

¿Qué podemos esperar ahora de un espacio regado de dinero muy barato y de la compra de deuda privada a los bancos? Desde el rigor económico es evidente que ambas medidas producen una inyección de liquidez al sistema, jamás vivida en nuestro espacio común. Pero la clave está en saber si la medicina es la adecuada para el enfermo o lo que estamos haciendo es darle una aspirina a un enfermo de cáncer terminal. Nos empeñamos los europeos desde que la crisis nos invadió importada desde Estados Unidos, en arreglar los problemas a base de talonario para sanear el sistema financiero y, sin embargo, castigando duramente el tejido productivo sin obligar a que fluya el crédito a las empresas y con la práctica desaparición de la inversión pública. Hemos permitido que se fabrique la tormenta perfecta. Ahora ya nadie duda de que el problema es de estancamiento y de riesgo severo de estanflación. Pero seguimos incurriendo en el error de poner el énfasis en el dinero, en el vil metal, en la máquina de hacer billetes. Le estamos dando al pirómano la manguera, cuando lo único que sabe hacer es incendiarnos el bosque.

Nuestro problema se evidencia mes a mes, año a año. Se llama competitividad, no tiene otro apellido, simple y llanamente la globalización nos obliga a cambiar el modelo productivo y los procesos del mismo. Y la única receta que existe útil para mejorar la competencia de nuestras empresas y de nuestros productos y servicios, es la innovación, hermana pequeña de la investigación. Ser más eficientes, es ser más rentables y ello hace posible el ciclo de la riqueza y de su redistribución. Si no invertimos mucho más en I+D+i y lo que es más importante si no cambiamos la mentalidad de los europeos, uno a uno, de nada servirán cataplasmas monetarias. Debemos innovar y eso solo se hace en sociedades educadas y formadas bajo la calidad y la excelencia de un sistema educativo universal e igualitario. Y esto no son palabras bonitas, son realidades palpables avaladas por datos palmarios. Si no invertimos un 3% de nuestro PIB en I+D+i y no alcanzamos cuotas del 7% de ese PIB en Educación, es imposible que en las próximas décadas podamos mantener nuestro modélico sistema de protección y bienestar social.

Las cuentas son claras, se trata de marcar las prioridades. Queremos tener un sistema público de salud para todos y de alta calidad: su coste siempre estará en el 10%. Queremos mantener un sistema de pensiones y protección al desempleo digno y que no deje en el desamparo y la marginalidad a nadie: un 15%. Sumémosle Educación e I+D+i: estamos ya en el 40%. Y supongamos que nos tenemos que pagar una deuda abusiva que hoy nos cuesta cerca del 20% del PIB. Todo lo demás o debe ser mucho más eficiente o nos sobra. Si fuéramos capaces de hacer estos presupuestos con visión europea, sin que lo que cuente sea el egoísmo o el abuso de cada Estado miembro, la Unión Europea no solo sería viable, sino que se convertiría en el ejemplo a seguir por el mundo. “Super Mario” no es el culpable de nuestros males, aunque en el pecado lleva la penitencia, pues, ha vivido y muy bien de los excesos del mundo financiero especulativo. La responsabilidad del cambio está en cada uno de nosotros y en no caer en la demagogia fácil e infantil de aceptar el discurso maniqueo de banqueros malos y pueblo bueno. No es la sociedad la que se debe “empoderar”, es el individuo el que debe aprender a ser mayor y defender desde su propia actitud la nueva mentalidad de cambio que requiere Europa. Esa conciencia en el trabajo y en las empresas es la única que nos puede llevar a salir del laberinto y encontrar a nuestro propio Teseo capaz de matar por fin al Minotauro.

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De como el austericidio condenó a Europa a la deflación

na nueva preocupación asola Europa: la deflación. La pesadilla que viene representando la crisis económica para los ciudadanos en este largo lustro parece haberse instalado en un círculo vicioso. Pero no debería sorprendernos, ni puede decirse que no haya habido avisos precisos y claros de autoridades intelectuales de los riesgos a los que nos conducían las medidas tomadas para atajar los desequilibrios presupuestarios públicos en la zona euro. Tampoco nos han servido los ejemplos que la historia puso a disposición, por ejemplo, el de la gran depresión norteamericana de la década de los 20 del siglo pasado. El empeño tozudo de la ortodoxia del Bundesbank y la dirección política monolítica de la Canciller Merkel bajo el dogma de la austeridad a cualquier precio, nos pone a todos ahora al borde del encefalograma plano. Pero lo más grave es que no se articulen soluciones, pese al alto coste en sacrificios sociales que sus medidas unidireccionales nos han producido. Pareciera que hasta que no acusen los bolsillos de la población alemana las consecuencias de la recesión y actual estancamiento causado, el BCE seguirá mirando al tendido sin inmutarse. La rueda del crecimiento está bajo mínimos, no se mueve nada en el continente y, sin embargo, los incentivos públicos ni están, ni se les espera.

Conviene hacer un ligero recorrido de lo sucedido hasta llegar aquí. Un día nos despertamos con el estallido de la burbuja en los entornos del mundo financiero de Wall Street. Resultó que todo era falso, que habían montado una inmensa estafa piramidal en la que habían sido capaces de trincar a los más avezados banqueros. Eso precipitó una crisis internacional de entidades pilladas con pasivos tóxicos de todo tipo. En vez de poner a cada uno en su sitio y especialmente a los responsables del timo en la cárcel, la decisión de nuestros gobernantes consistió en salvaguardar los depósitos de los comunes mortales garantizando las reservas y beneficios de los susodichos banqueros implicados. Acudimos al rescate de sus trampas con lo mejor de nuestros recursos públicos, poniendo en serio riesgo la sostenibilidad del sistema de cobertura social sobre el que descansa la convivencia y, en gran medida, la capacidad de consumo de las sociedades europeas. Ello provocó de forma casi inmediata el desajuste desproporcionado de las cuentas públicas de nuestros Estados. Familias superfluamente endeudadas y presupuestos públicos deficitarios en exceso sirvieron de señuelo a las políticas de austeridad y ajuste dictadas desde Berlín bajo el amparo de la troika comunitaria y del FMI. Las economías periféricas fueron rescatadas o pseudorescatada, como en el caso de España. Casi embargadas para poder pagar los intereses de sus deuda y con nula capacidad de maniobra. Cierre de empresas, colapso del crédito a las pymes, caída del consumo, e incremento del desempleo, especialmente juvenil, nos situaron durante más de un año en recesión. Todos menos Alemania, que al igual que diseñó el euro a su imagen y semejanza y que blindó el BCE con su vacuna antiinflacionista, ahora cobraba la deuda a la que había inducido a bancos y Estados europeos en la época expansiva de principios del siglo XXI. Y aquí estamos ahora, tratando de salir del estancamiento, balbuceando décimas de crecimiento, cuando la economía alemana empieza a tener claros signos de parón, sobre todo, porque aquellos que deberíamos estar comprando sus productos no tenemos un euro para demandarlos.

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Así nos ha despertado el nuevo episodio de pesadilla, así nos ha desvelado la deflación del sueño de la recuperación. Es justo precisar que ni en Europa ni en España puede hablarse propiamente de deflación —un descenso continuado de los precios y expectativas de que seguirán cayendo—, sino de desinflación, es decir, de desaceleración coyuntural (por el momento) de los precios. Pero la desinflación también tiene contraindicaciones para una fase de crecimiento y para la estabilidad financiera de una zona monetaria. Esa es la razón por la cual el objetivo de inflación que marcan los bancos centrales tiene que ser controlado, tanto para evitar una espiral inflacionista como para impedir que la tasa se desplome y congele las expectativas de consumo. El Banco Central Europeo (BCE) tiene fijado el objetivo de inflación en el 2% y desde octubre de 2013 el indicador no excede del 1%. Una situación incómoda para todos los agentes económicos y financieros. La deflación tiene consecuencias incluso más peligrosas que la inflación. Preserva el poder adquisitivo de las rentas, pero a cambio aumenta el valor de las deudas y acrecienta el coste relativo de los intereses. Perjudica considerablemente a los agentes más endeudados (sean individuos, familias o Estados) y esa es la razón por la cual resultaría muy dañina (la propia desinflación ya lo es) para países como España, Italia o los que actualmente están en trámite de rescate. Además, frena el crecimiento; los consumidores retrasan sus decisiones de compra a la espera de precios de bienes y servicios más bajos. El resultado es una trampa para las rentas y el empleo de la que resulta difícil salir.

Resulta paradójico contemplar como los pirómanos nos alertan de los riesgos del fuego. Aquellos que incendiaron con medidas de austericidio Europa, ahora claman por los riesgos de deflación. El comisario de Economía, Rehn o la directora del FMI, Lagarde, se declaran preocupados por las bajas tasas de inflación en Europa y claman por medidas no convencionales para salir de la situación. ¿Y qué cabe hacer? Las opiniones se agrupan en torno a dos propuestas. La primera, monetarista, sugiere bajar los tipos de interés y aportar fondos a las entidades financieras para fomentar el crédito a familias y empresas. La segunda, de corte keynesiano, propone incrementar el gasto público para dinamizar la economía. Normalmente, la opción más adecuada dependerá de cada situación y consistirá en una combinación de ambas propuestas. Por ejemplo, durante la Gran Depresión la Reserva Federal disminuyó los tipos de interés hasta el 0,5% a principios de 1930. Sin embargo, en estas condiciones las familias preferían atesorar su dinero en casa ya que la rentabilidad que ofrecían las entidades financieras era muy reducida (trampa de liquidez). Al no disponer de recursos de clientes, los bancos no podían conceder préstamos para la actividad productiva. Por ello, fue la política de estímulo a través del gasto público acometida por el presidente Roosevelt en el marco del New Deal. la herramienta que permitió superar la crisis. En realidad nada de lo que el gobierno hacía tenía consecuencias importantes en la economía, ya que a causa de la crisis los mercados extranjeros se volvieron más proteccionistas. En consecuencia, el exceso de oferta de bienes y servicios estadounidense no podía ser colocado. La crisis se superó cuando finalizó la Guerra mundial, al permitir una gran expansión de su economía por medio de los préstamos a los países europeos en conflicto. Esto a su vez, aumentó la demanda de sus productos debido a que Europa había perdido gran parte de su matriz productiva, la cual fue reemplazada por losEstados Unidos.

La actual situación europea vuelve a dar la razón a Keynes. Con libre circulación de capitales, un tipo de cambio fijo resulta imposible de mantener (el sistema monetario europeo lo mostró suficientemente) pero no digamos una unión monetaria. El intento de sustituir la devaluación de la moneda por la deflación interna, amén de producir graves injusticias, suele resultar baldío. Y es que la bajada de precios únicamente puede tener alguna efectividad de cara a recuperar la competitividad en la medida en que el resto de los países no apliquen la misma política. Necesitamos incentivos públicos, inversión pública que vuelva a situar en las decisiones públicas el centro de actuación y, sobre todo, como elemento regenerador de la confianza. No sirve solo ya bajar los tipos al 0% o darle a la maquina de hacer billetes para prestarlos a los bancos, eso no haría ya más que engordar a los especuladores que sin esfuerzo alguno inversor hacen un buen negocio prestando en condiciones de usura. Se requiere recuperar la autoridad de las decisiones públicas para alejar del panorama a los buitres que merodean activos y a empresas en busca de gangas por todo Europa.

Debemos ser conscientes de que en lo que dura la crisis, el volumen de los fondos de inversión en todo el mundo ha crecido un 35% y suponen ya el 70% del PIB mundial. Para que nos hagamos una idea, el mayor fondo mundial, de curioso nombre, Black Rock, tiene una valoración de tres veces el PIB de España. Parece evidente que a estos fondos, de procedencia anónima e incontrolable en plena globalización de capitales, les ha ido muy bien en la crisis. Se han convertido en los verdaderos gobernantes del nuevo orden. Han acosado a través de sus presiones en los mercados a Estados y empresas multinacionales. Invierten, desinvierten y especulan con una facilidad que hace una década no podíamos vislumbrar. Para ellos la deflación es un estado natural al que nos han llevado para abaratar sus movimientos, pero incluso para ellos, que se pare la rueda es malo porque la inactividad a medio y largo plazo es sinónimo de pobreza. Necesitan actividad para colocar sus fondos y por eso hay que aprovechar ahora para poner límites a ese poder desproporcionado que han adquirido. Es el momento de volver a incentivar la economía productiva, la innovación en sostenibilidad y reducir al entorno que le corresponde a las herramientas de financiación. El valor que se antepone al precio, no está en el dinero, que no es sino un medio convencional para fijar las condiciones del intercambio. El valor reside en las personas y las personas nos organizamos en la cosa pública que nos representa. Recuperar el valor de lo público como eje de la recuperación es la única posibilidad que tenemos para salir de una vez de la crisis. Empecemos por combatir la deflación con decisión y firmeza. Demos un toque de atención desde Europa al mundo demostrando que nuestro marco de convivencia está por encima de los billones de billones de dólares de los fondos de inversión. A Japón le está costando más de 20 años salir de la crisis, salir de la recesión y de deflación por no emprender políticas de estímulo públicas. Ahora se han decidido a hacerlo con su programa “Abenomics” o de las tres flechas, con cuantiosas inyecciones de liquidez. Han pasado las primeras pruebas con éxito. ¿Por qué no seguirles con la misma decisión?

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¿Y si nos plantamos?

Que la situación económica que vivimos está llegando a límites que afectan a la normal convivencia pacífica entre los ciudadanos parece obvio. Con más de cinco millones de personas en paro y más de un millón de familias con todos sus miembros sin trabajo, lo milagroso es que en España no ardan las calles. Esta crisis dura ya cuatros años, tres especialmente crudos, pero no es solo la duración lo que la hace insoportable, lo es sobre todo, la curva de caída, el tremendo vértigo del precipicio por el que nos estamos hundiendo. Estábamos acostumbrados a vivir de una determinada manera – por encima o no de nuestras posibilidades – y ahora casi sin solución de continuidad hemos perdido el suelo de ingresos. Ni siquiera se puede vivir de las rentas o de los ahorros, porque los activos de todo tipo de devalúan al no poder venderse y los depósitos pierden rentabilidad ante la situación de las entidades financieras y de los mercados bursátiles. Así las cosas, se está imponiendo la ética del “sálvese quien pueda”. En vez de recurrir a la herramienta de la solidaridad inteligente, la que prima la suma y la colaboración como mejor medio para crecer, estamos aplicando el egoísmo como fuente de desigualdades, sin tener en cuenta que la sociedad como la rueda se mueve por inercias colectivas. En nada ayudan a propiciar escenarios cooperativos las actitudes del gobierno que en vez de llamar a un esfuerzo común, con una meta y objetivo además de deseable alcanzable, lo único que reparte a golpe de sustos, son recortes y ajustes que empobrecen cada día nuestras esperanzas. Pero aún más inútiles resulta el espectáculo mediático que generan los que pretenden responder a sus políticas. El show indignado quedó reducido a vídeos en youtube y tuits en las redes sociales. Y el último fenómeno inventado, el asalto “express” a supermercados con aforado comunista como líder, tiene visos de acabar en un mal remedo de la serie Curro Jiménez – a cuyo actor Sancho Gracia, buen gallego de corazón, recuerdo en su fallecimiento -.

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Necesitamos respuestas, en la medida de lo posible si no milagrosas sí eficaces. Y es evidente que a grandes males, grandes remedios, pensar que de la grave situación que atravesamos se sale con medias verdades y medidas de medio pelo de lenta aplicación, es como pretender curar una neumonía a base de aspirinas. Por eso, ahora que la economía alemana da signos claros de parón y que quienes han impuesto el monólogo de los ajustes ven las orejas al lobo del estancamiento con inflación y peligran sus exportaciones, tal vez sea el momento de reflexionar sobre cuál seria el precio y las consecuencias de plantarnos anteMerkel y quienes nos imponen un camino ciego para salir de la crisis. En este mero ejercicio mental de plantear hipótesis por descabelladas que puedan parecer, podríamos plantearnos las siguientes cuestiones:

Suspender pagos: La presión a la que está siendo sometida la deuda española y la italiana ha llegado a tales niveles que ahogan la tesorería de las cuentas públicas. En los último dos meses ambos Estados han soportado primas de riesgo que nunca han bajado de los 400 puntos y en algunas ocasiones han rebasado los 650 puntos básicos, así como tipos de interés en el bono a diez años entre el 6,5% y el 7,5%. Sus capacidades para ser financiados en los mercados primarios se están agotando ante la mirada impasible de los responsables el Banco Central Europeo, con su presidente Mario Draghi y el gobernador del Bundesbank, Jens Weidman, a la cabeza. En esta circunstancia y teniendo en cuenta los cuantiosísimos vencimientos de deuda a los que tiene que hacer frente España en el último cuatrimestre, parece matemáticamente imposible no acudir a algún tipo de rescate e intervención europea para salvar los pagos ineludibles a los que un Estado con 10 millones de pensionistas y 5,6 millones de parados debe hacer frente. Ante tal sunami social al Gobierno le quedan solo dos caminos posibles salvo imponderable accidental: solicitar un rescate escalonado en función de las necesidades que vayan viniendo de tesorería y las durísimas condiciones de ajuste que acarrearán en su letra pequeña o plantarse y ante la imposibilidad de hacer frente a sus compromisos ponerse al frente de la manifestación de los indignados y suspender pagos poniendo al euro fecha de defunción.

Vivir para pagar intereses de la deuda.- De optar el Gobierno por el camino de la dócil sumisión al programa marcado por Bruselas, resulta fácil calcular que en un escenario de recesión como el que se atisba para el año 2013 y probablemente también para parte del 2014, a lo sumo se alcanzará a poder devolver los intereses de la deuda, sin ser capaces de pagar parte alguna del principal. Con un Estado cada vez más debilitado y sin capacidad alguna para invertir en políticas de fomento del empleo, en infraestructuras, en educación y en investigación, la realidad es que elegir este camino nos aboca al empobrecimiento paulatino y a enormes esfuerzos para pagar intereses a nuestros prestamistas. Ello en un país donde los jóvenes emigrarán en masa y quedarán como mucho 15 millones de población activa sobre un total de más de 46 millones de habitantes, hace inviable la recuperación en al menos una década.

Quita total ejemplos históricos.- Aunque pueda parecer que las quitas son un fenómeno relativamente nuevo, nada más lejos de la realidad. La primera quita de la que se tiene constancia fue realizada por Enrique III de Inglaterra en el año 1340, según los economistas Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, que en su obra “Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera” recogen un total de más de 260 casos de impago registrados para los que se dispone de información estadística e histórica. En1982 México declaró que sus reservas de divisas estaban agotadas. Tras esto, los prestamistas se negaron a renovar la financiación a este país y a otros en situación similar. Ese mismo año y en 1983 se produjo el impago de México y Brasil respectivamente. En 1998 Rusia declaró una moratoria unilateral en el pago de su deuda externa. El FMI no intervino. Probablemente, la quita argentina fue una de las más mediáticas, seguida en directo por televisión e internet durante el año 2001. Ahora es Grecia la protagonista del último episodio de una crónica anunciada, de la historia que se repite cuando se somete a un Estado a préstamos cuyos intereses y condiciones resultan para sus ciudadanos imposibles de cumplir. La contrapartida a la quita no es gratuita, todos los países que han pasado por estas crisis de insolvencia han devenido en la venta de sus principales activos públicos y privados a manos de capitales extranjeros.

Deuda alemana y tipos de interés de la deuda.- Alemania se ha ahorrado 60.000 millones de euros con la financiación de su deuda desde mediados de 2010, mientras que por el contrario, España ha visto duplicados los intereses de su deuda a diez años en el mercado secundario, pasando del 3,7% en 2010 al más del 7%. Mientras, los intereses germanos han llegado a reducirse a la mitad, marcando niveles inéditos en el 1,16%, el pasado mes de julio. Los 998.000 millones de deuda pública alemana a principios de 2010, le costaban 31.000 millones de euros en intereses. Pero los 1,3 billones de deuda externa pública de finales de 2011 solo le cuestan 25.000 millones de intereses anuales. Por el contrario, España, cuya deuda exterior gubernamental y del Banco de España ha pasado de 374.000 millones a 455.000 millones, tenía que recolectar casi 15.000 millones de euros para pagar intereses, y ahora necesita cerca de 26.000 millones para hacer frente a esos pagos de la deuda. Los intereses que tiene que pagar España por su deuda pública externa son los mismos que paga Alemania por una deuda tres veces mayor. Si el euro desapareciera, la paridad del marco se fijaría en función de ratios alemanes sobre el conjunto sin el beneficio que le presta actualmente la posición relativa en la eurozona, lo que con caso total seguridad elevaría los intereses de su deuda en al menos dos puntos, lo que desequilibraría sustancialmente sus presupuestos.

La rebelión sudista.- La suma de Italia y España, unidos a los ya rescatados Grecia y Portugal, suman más de 116 millones de habitantes, el PIB de Italia y España supera en 200.000 millones de euros al año y respresenta el 25% del de la eurozona. Tienen ambos capacidad de plantarse y poner al mundo en quiebra, de ahí la preocupación mostrada en los últimos meses por la Administración Obama y por los mandatarios chinos y rusos. Queda, por tanto, que Monti Rajoyevalúen los beneficios de uno u otro camino, elegir entre la sumisión o el plante y, muy probablemente, deberán escoger entre rebelarse ante las presiones externas y sofocar las revueltas internas que seguro acabarán produciéndose en sus Estados. El tiempo es inexorable y tras la tregua agosteña, el otoño amenaza con tempestades.

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El euro, ¿una trampa para pobres?

En un reportaje publicado en el diario El País recientemente, realizado por el periodista Miguel Mora y fechado en París, una emigrante de origen argelino expresaba con toda crudeza su desencanto con la moneda única: “El euro fue una trampa para los pobres, hizo más dura la vida a mucha gente, todo se hizo más caro de un día para otro”, aseveraba la señora Chatti. Se podría decir más alto, tal vez gritando de rabia, pero dudo que más claro que con la sencillez del que padece y sufre las consecuencias de una política monetaria hecha a la medida de un país, bajo el patrón de Alemania. Es evidente, que si esto es así, culpables de caer en el engaño somos todos, de nada sirve ahora rasgarse las vestiduras cuando en la puesta en marcha del euro todos lo bendecimos como la panacea universal. Y el mal no están en tener una moneda en un mercado común, sino en haber aceptado una reglas del juego unilaterales.

Siguiendo con la paradoja, tras más de una década de funcionamiento del euro, alguien me tendrá que explicar las increíbles diferencias de precios que un mercado único vivimos. Hace unos días viajé por trabajo a Hamburgo y me tomé la molestia de comparar todos los precios de los consumos y gastos que en la ciudad nórdica germánica tuve en relación a lo que por lo mismo tengo que pagar en Madrid. Lo primero el taxi de Hamburgo al hotel, 8 kilómetros de trayecto, al igual que de Barajas a mi oficina situada en el centro e Madrid. El taxista alemán me cobró 20 euros, el madrileño a la vuelta 35. Y pague con la misma moneda. Me alojé en un hotel cinco estrellas porque su precio, 145 euros, en Madrid lo pagaría en uno de cuatro estrellas, es decir, de una categoría inferior. Y pague con la misma moneda. Cené en uno de los mejores restaurantes de Hamburgo acompañado por mi buen amigo Jorge Valdez, Director Ejecutivo de la EULAC Fundation – Funcación Europa América Latina Caribe -. La nota final 66 euros, incluido un razonable vino blanco alemán. En Madrid ese hubiera sido el precio de un comensal. Y pague con la misma moneda. Por último, en el escaso tiempo libre que tuve en la ciudad del Elba, me fijé en los escaparates de las principales calles comerciales y comprobé sin mucho esfuerzo que tanto la ropa como los artículos de lujo estaban al menos un 30% más baratos que en la llamada milla de oro de Madrid. Y hubiera pagado con la misma moneda.

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Si a esta mínima muestra comparativa le añadimos el nada anecdótico dato de que el salario medio español es la mitad del salario medio alemán y que la renta per cápita alemana se sitúa en el 118 % en el conjunto de la UE frente al 101% de la renta per cápita española, nos enfrentamos a la tormenta perfecta. El huracán de un pobre venido a más tratando de comportarse como rico, mientras éste que maneja las reglas de la moneda juega con los precios a su antojo dentro y fuera de su país para favorecer sus exportaciones y encarecer la vida de unos países pobres obligados a comprar. Y para colmo de trampas, las economías estatales pobres obligadas también a endeudarse deben financiar sus bonos con altos tipos de interés mientras a los teutones les sale prácticamente gratis. Solo así se explica que la economía alemana haya sido capaz de crecer mientras los demás entrabamos en estanflación – estancamiento e inflación – .

Y ahora que parece evidente que esta política se está volviendo contra su creador – el Banco Central Europeo hecho a la medida de la férrea doctrina monetaria del viejo Bundesbank -, ahora lemania puede verse abocada a entrar en recesión porque nadie tiene un euro para comprar sus productos en Europa y porque empieza a caer en su propia trampa de financiación de la deuda. Tal vez estos primeros indicios que señalan que Alemania puede haberse pasado de frenada obliguen a un replanteamiento de sus posiciones en política económica y monetaria de la Unión, pero la realidad actual es que mientras sigamos produciendo y vendiendo a niveles de mínimo superiores un 30% por ciento a los que lo hace Alemania y con Estados y economías privadas endeudas, es imposible competir con la potencia germana.

¿Cómo se puede deflacionar una economía sin contar con la herramienta principal para ello que es la política monetaria? Las únicas vías de solución tienen que ver con profundas reformas estructurales que abaraten los costes de producción, sean laborales, fiscales o de infraestructuras. Políticas todas ellas de medio largo plazo, alejadas de las premuras de emergencia que precisan las economías emprobrecidas europeas. Es por eso que el debate casi monotemático se centre en la salud del euro. ¿Debemos permanecer en él, seremos expulsados por un núcleo duro de nueva creación o serán los alemanes los que se salgan para recuperar la histórica buena salud de su marco? Caben todos los escenarios pero todos son apocalíticos para una Europa que camina como un pollo sin cabeza, dando vueltas alocadamente sobre su propio eje.

Seguramente estamos más cerca que nunca en estos últimos tres años del borde del precipicio , tanto que ya hablan las empresas abiertamente de prepararse para la ruptura del euro. Lo cierto es que el peor síntoma que puede abocarnos a un destino tan trágico en la UE tiene que ver con el deterioro señalado de las posiciones alemanas en las últimas semanas. Mientras el euro fue una moneda al servicio de la economía exportadora alemana y mantuvo el equilibrio inflacionista bajo el modelo germano, Alemania apostó firmemente por nuestra moneda única. Ahora que puede volverse contra ellos, se han empezado a alzar las voces que preconizan la salida de Alemania de la eurozona, la reinstauración del marco en libre competencia con el dólar al estilo de la libra esterlina. Solo el temor a una fuerte revalorización del marco en su refundación frena estos deseos aislacionistas germanos, ante la terrible hipótesis del encarecimiento de sus exportaciones, el auténtico motor de su economía. Como todo en la vida, nos hallamos ante la paradoja del euro: la moneda que un día fue una trampa para pobres, puede acabar siendo la tumba de los ricos. Vivo sin vivir en mí, con el euro muero y sin él no vivo.

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