¿Cómo acabar con el miedo al miedo? Las agencias de rating, el coco que asusta a los Estados

El pasado viernes 13 de febrero, muy a la americana, la agencia de ratingStandard and Poor’s, decidió sacar la motosierra y realizar su particular versión de la matanza en Texas en el escenario del mercado de la deuda de los Estados europeos. Estandar y de los pobres – la traducción al castellano del nombre y apellido de la agencia no tiene desperdicio – decidió rebajar la categoría a 9 de los 17 Estados de la eurozona, con ejemplos tan llamativos como el de Francia yAustria que dejaron por el camino su Triple A, pasando de AAA a  (AA+). Mientras que España, Italia y Portugal, le rebajaron dos escalones sus notas. Con lo que los títulos de deuda de Portugal y España quedan en la categoría especulativa. ”Las acciones de hoy son fruto de nuestra creencia de que las iniciativas políticas tomadas por los líderes europeos en las últimas semanas pueden ser insuficientes para atajar totalmente el estrés sistemático en la zona euro”, señaló como justificación a tal medida la agencia de calificación en el comunicado.

Con esta decisión S&P concluía el proceso de revisión para una posible rebaja iniciado el pasado mes de diciembre en torno a la solvencia de quince de los diecisiete países de la zona euro, y que finalmente ha mantenido la triple “A” aAlemania,  además de a FinlandiaLuxemburgoPaíses Bajos. Mientras que degradaba en dos escalones la deuda de España, Italia, Portugal y Chipre, y en un escalón la calificación de la de Francia, Austria, MaltaEslovaquia yEslovenia. Bonita escabechina de la zona euro, que curiosamente no fue ratificada por la hermana gemela en calificaciones, la agencia Moody´s que el lunes mantuvo la nota de Francia aunque dejando claro los graves riesgos de la deuda entorno al euro. Formalmente una vez más la batalla la ganado Angela Merkel y además de seguir haciendo pingues beneficios en la colocación de la deuda, vuelve a remarcar la necesidad de medidas de ajuste como única medicación para recuperar los equilibrios presupuestarios. O sea que si no querías aceite de ricino, dos cucharadas.

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Ante tal asalto a Europa en forma de malas notas en los mercados financieros, a uno le pide el cuerpo soltar cinco boutades, que espero tratan de ser ingeniosas y espero que lo consigan:

1.- El propio concepto de calificación resulta esencialmente perverso, pues, lo primero que deberíamos de preguntarnos es ¿quién es quién para calificarnos? y ¿con qué criterios nos califica?. Su propiedad e intereses son demasiado oscuros como para que legitimemos a las agencias de rating y les concedamos el valor y la carga de la prueba cuando lo que se está juzgando es la capacidad que tenemos cientos de millones de ciudadanos para hacer frente a nuestras deudas. ¿Pretenden hacernos creer que el mayor espacio de libertad y desarrollo del mundo civilizado es incapaz de pagar a sus acreedores? Eso seria como admitir que tenemos que echar el cierre del sistema y reinventarnos todos, empezando por ellos.

2.- Cabe hacerse una segunda pregunta más inocente aún pero relevante a efectos de inventario de la situación: ¿a quién afecta la calificación, es decir, quién gana y quién pierde en este juego? Tal vez si analizamos el resultado entenderíamos a favor de quién pitan estos árbitros que se han convertido en auténticos dictadores de la política europea.

3.- El mercado de la deuda de la eurozona se ha convertido en un chollo sin riesgo para sus inversores. Invierten en valores que saben seguros porque Europa acudirá al rescate a cualquier precio de sus partes en peligro, pero para aumentar sus intereses tienen que sumir a los Estados en una campaña de desprestigio y descrédito que encarezca su salvación.

4.- El origen de esta broma perversa en que se está convirtiendo la crisis no es otro que la especulación financiera y sus principales causantes las entidades financieras privadas, esto es, la banca. Para sarcasmo general son los bancos los más beneficiados con la situación de la deuda soberana de países con siglos y siglos a sus espaldas. Ellos van saneando sus chapuzas en balance, las que nos llevaron hasta aquí y el que paga no es otro que el ciudadano que ve recortados tras realizar cuantiosas aportaciones a los fondos de rescate de la banca, sus derechos de prestaciones sociales – educación, sanidad, pensiones… -, incrementados sus impuestos para pagar intereses de la deuda y, finalmente, mermado su poder adquisitivo y su nivel de vida.

5.- En la línea de posibles soluciones a la trampa en la que nos hallamos sumidos solo habría que tener valor suficiente o de otra forma dicho, perder el miedo al miedo y ser capaz de poner en marcha tres mecanismos que depende tan solo, pero nada más y nada menos, que de la decisión de nuestros políticos:

  • Creación de una agencia pública europea de rating como organismo calificador oficial utilizado por el Banco Central Europeo.
  • Creación de entidades públicas de créditos en los países de la eurozona para fomentar la inversión en la economía productiva, la consiguiente creación de empleo y fomento de la innovación europea. El BCE prestaría a estas entidades al 0,01% y estas al mercado al 0,1% para financiar deuda y posteriormente a tipos del 3% muy inferiores a los 6% y 9% con que los Estados están colocando su deuda.
  • Puesta en marcha de la tasa o impuesto sobre transacciones financieras de base especulativa, tal y como proponen varios países de la UE con Francia a la cabeza. Algo que no es otra cosa que la resurrección y puesta al día de la vieja tasa Tobin.

Quizá si una mañana nuestros mandatarios se levantaran como si hubiera acabado la pesadilla, se miraran al espejo y se dieran cuenta que fuera en la calle está su gente, la que está esperando que decidan por ellos, por sus derechos y por sus libertades, se verían con fuerza para encarar el futuro y mandar a las agencias de rating exactamente al lugar que se merecen …

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El euro, ¿una trampa para pobres?

En un reportaje publicado en el diario El País recientemente, realizado por el periodista Miguel Mora y fechado en París, una emigrante de origen argelino expresaba con toda crudeza su desencanto con la moneda única: “El euro fue una trampa para los pobres, hizo más dura la vida a mucha gente, todo se hizo más caro de un día para otro”, aseveraba la señora Chatti. Se podría decir más alto, tal vez gritando de rabia, pero dudo que más claro que con la sencillez del que padece y sufre las consecuencias de una política monetaria hecha a la medida de un país, bajo el patrón de Alemania. Es evidente, que si esto es así, culpables de caer en el engaño somos todos, de nada sirve ahora rasgarse las vestiduras cuando en la puesta en marcha del euro todos lo bendecimos como la panacea universal. Y el mal no están en tener una moneda en un mercado común, sino en haber aceptado una reglas del juego unilaterales.

Siguiendo con la paradoja, tras más de una década de funcionamiento del euro, alguien me tendrá que explicar las increíbles diferencias de precios que un mercado único vivimos. Hace unos días viajé por trabajo a Hamburgo y me tomé la molestia de comparar todos los precios de los consumos y gastos que en la ciudad nórdica germánica tuve en relación a lo que por lo mismo tengo que pagar en Madrid. Lo primero el taxi de Hamburgo al hotel, 8 kilómetros de trayecto, al igual que de Barajas a mi oficina situada en el centro e Madrid. El taxista alemán me cobró 20 euros, el madrileño a la vuelta 35. Y pague con la misma moneda. Me alojé en un hotel cinco estrellas porque su precio, 145 euros, en Madrid lo pagaría en uno de cuatro estrellas, es decir, de una categoría inferior. Y pague con la misma moneda. Cené en uno de los mejores restaurantes de Hamburgo acompañado por mi buen amigo Jorge Valdez, Director Ejecutivo de la EULAC Fundation – Funcación Europa América Latina Caribe -. La nota final 66 euros, incluido un razonable vino blanco alemán. En Madrid ese hubiera sido el precio de un comensal. Y pague con la misma moneda. Por último, en el escaso tiempo libre que tuve en la ciudad del Elba, me fijé en los escaparates de las principales calles comerciales y comprobé sin mucho esfuerzo que tanto la ropa como los artículos de lujo estaban al menos un 30% más baratos que en la llamada milla de oro de Madrid. Y hubiera pagado con la misma moneda.

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Si a esta mínima muestra comparativa le añadimos el nada anecdótico dato de que el salario medio español es la mitad del salario medio alemán y que la renta per cápita alemana se sitúa en el 118 % en el conjunto de la UE frente al 101% de la renta per cápita española, nos enfrentamos a la tormenta perfecta. El huracán de un pobre venido a más tratando de comportarse como rico, mientras éste que maneja las reglas de la moneda juega con los precios a su antojo dentro y fuera de su país para favorecer sus exportaciones y encarecer la vida de unos países pobres obligados a comprar. Y para colmo de trampas, las economías estatales pobres obligadas también a endeudarse deben financiar sus bonos con altos tipos de interés mientras a los teutones les sale prácticamente gratis. Solo así se explica que la economía alemana haya sido capaz de crecer mientras los demás entrabamos en estanflación – estancamiento e inflación – .

Y ahora que parece evidente que esta política se está volviendo contra su creador – el Banco Central Europeo hecho a la medida de la férrea doctrina monetaria del viejo Bundesbank -, ahora lemania puede verse abocada a entrar en recesión porque nadie tiene un euro para comprar sus productos en Europa y porque empieza a caer en su propia trampa de financiación de la deuda. Tal vez estos primeros indicios que señalan que Alemania puede haberse pasado de frenada obliguen a un replanteamiento de sus posiciones en política económica y monetaria de la Unión, pero la realidad actual es que mientras sigamos produciendo y vendiendo a niveles de mínimo superiores un 30% por ciento a los que lo hace Alemania y con Estados y economías privadas endeudas, es imposible competir con la potencia germana.

¿Cómo se puede deflacionar una economía sin contar con la herramienta principal para ello que es la política monetaria? Las únicas vías de solución tienen que ver con profundas reformas estructurales que abaraten los costes de producción, sean laborales, fiscales o de infraestructuras. Políticas todas ellas de medio largo plazo, alejadas de las premuras de emergencia que precisan las economías emprobrecidas europeas. Es por eso que el debate casi monotemático se centre en la salud del euro. ¿Debemos permanecer en él, seremos expulsados por un núcleo duro de nueva creación o serán los alemanes los que se salgan para recuperar la histórica buena salud de su marco? Caben todos los escenarios pero todos son apocalíticos para una Europa que camina como un pollo sin cabeza, dando vueltas alocadamente sobre su propio eje.

Seguramente estamos más cerca que nunca en estos últimos tres años del borde del precipicio , tanto que ya hablan las empresas abiertamente de prepararse para la ruptura del euro. Lo cierto es que el peor síntoma que puede abocarnos a un destino tan trágico en la UE tiene que ver con el deterioro señalado de las posiciones alemanas en las últimas semanas. Mientras el euro fue una moneda al servicio de la economía exportadora alemana y mantuvo el equilibrio inflacionista bajo el modelo germano, Alemania apostó firmemente por nuestra moneda única. Ahora que puede volverse contra ellos, se han empezado a alzar las voces que preconizan la salida de Alemania de la eurozona, la reinstauración del marco en libre competencia con el dólar al estilo de la libra esterlina. Solo el temor a una fuerte revalorización del marco en su refundación frena estos deseos aislacionistas germanos, ante la terrible hipótesis del encarecimiento de sus exportaciones, el auténtico motor de su economía. Como todo en la vida, nos hallamos ante la paradoja del euro: la moneda que un día fue una trampa para pobres, puede acabar siendo la tumba de los ricos. Vivo sin vivir en mí, con el euro muero y sin él no vivo.

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