Europa escenario de una guerra fría y de otra caliente

La vieja Europa vuelve a ser escenario de un conflicto armado y se repite la percepción de riesgo o amenaza de globalización del mismo. Ucrania sirve de mesa de operaciones de una perversa partida de ajedrez con los intereses de las grandes potencias mundiales en juego. Y una vez más, miles de seres humanos inocentes mueren víctimas de la guerra y millones se ven obligados a desplazarse de sus hogares abandonando todo lo que era suyo para refugiarse de la crueldad de sus congéneres. En medio de un nuevo fracaso de la convivencia pacífica humana, la Unión Europea trata de demostrarse a si misma y a sus miembros, que es capaz de hacer política con personalidad propia ante el discurso de guerra fría impuesto por Rusia y EE.UU. Más que nunca la UE debe hacer valer su política de seguridad para preservar su paz.

Como todo conflicto el de Ucrania tiene unos antecedentes, unos responsables causales y unos intereses enfrentados. Los antecedentes, más que centenarios, están repletos de reivindicaciones históricas que si bien nos ayudan a explicar la actual situación, son perfectamente irrelevantes a la hora de justificar cualquier acción armada. De ahí, que pese a que pueda culparse a la Unión Europea del apoyo a las fuerzas que forzaron la dimisión del Gobierno pro-ruso de Viktor Yanukovich en 2014, nada puede legitimar la invasión de Crimea por parte del Ejército ruso, ni la acción descarada de Moscú dando cobertura a las milicias pro-rusas que combaten en el Este de Ucrania. Como de la misma forma resulta impropia la puesta en marcha de los mecanismos de injerencia internacional en la zona, como es el caso de la presión ejercida por la Administración norteamericana y los movimientos de tropas llevados a cabo por la OTAN.

null

La UE se está mostrando en esta nueva prueba de fuerza de su capacidad política exterior como acostumbra. La nueva Alta Representante, la italiana Federica Mogherini, se afana diligentemente en ocupar la rendija de atención mediática que se le presta, con mejores formas que con las que lo hacía su antecesora Lady Ashton. Pero el escenario lo han protagonizado el bloque franco-germano, con una actividad frenética de la Canciller Merkel y su acompañante de lujo el presidente Hollande. Mientras, el premier británico, David Cameron, sin salirse un milímetro de la posición atlantista histórica del Foreign Office, se ha posicionado del lado de las tesis de acoso y derribo a Putin defendidas por EE.UU. Por su parte, los Estados Bálticos y Polonia, con el nuevo presidente del Consejo Europeo al frente, el polaco Donald Tusk, como valedor principal, han acudido cual coro de plañideras a pedir el amparo de la UE y la OTAN ante la amenaza que siempre han percibido de los anhelos expansionistas rusos. Y para colmo del esperpento, una Grecia sumida en la tragicomedia de su rescate y con el patrocinio de su nuevo Gobierno de izquierda radical, ha llegado a hacer sus pinitos planteando, aunque solo en primera instancia, el veto a las sanciones económicas impuestas a Rusia por la UE.

Del otro lado del frío, Putin representa su propia obra de engrandecimiento del orgullo patrio ruso. Tan grandilocuente como poco creíble, se ha enrollado en la bandera y en la defensa de los derechos de los ciudadanos que se sienten rusos en Ucrania. Resulta patética tanta preocupación por los rusos extramuros cuando a los que habitan sus territorios discrimina en libertades por no pensar como él, por criticarle, por pertenecer a una etnia que reivindica su independencia o incluso por su aberrante homofobia. No está, sin embargo, el bravucón presidente ruso para muchas bromas, con un país que difícilmente sortea el invierno con los productos de primera necesidad en galopante inflación y las arcas del Estado en cash empobrecidas por la caída en picado de los precios del petróleo.

Enfrente, EE.UU. se encuentra cómoda en esta segunda versión de la guerra fría con el gigante ruso. Su economía mejora sustancialmente por primera vez en las últimas dos décadas, energéticamente su dependencia del petróleo se ha reducido mucho y sus guerras contra el terrorismo internacional, ya no solo le ocupan a él, sino al resto del mundo. Otra cosa es la situación política. Obama que ya solo sueña con ser recordado en la historia como el presidente que no metió a su país en una guerra y el que cambió la política social en beneficio de los más necesitados, pero siente la tremenda presión de su propio partido, en horas muy bajas y de los republicanos que ante Putin no están dispuestos a una sola veleidad. Todo ello, en la antesala de los primeros escarceos en ambos partidos de las candidaturas a la Casa Blanca del próximo mandato presidencial.

Y como siempre, en medio está la gente, esa pobre gente de rostro helado por el frío del terror a no tener un mañana cierto. Esas mujeres, hombres, niños y ancianos que deambulan como zombis por un país arruinado. Ni Europa, ni Rusia pueden permitirse por más tiempo este juego de tronos orquestado en Ucrania. Más de que de armas toca hablar de reconstrucción, de cooperación para hacer de Ucrania un lugar seguro y próspero donde rusos y europeos puedan desarrollar proyectos comunes. La política es el arte de hacer posible lo que en un momento determinado se nos antoja imposible. Es la Unión la que está obligada a saber hacer política y alejar el fantasma de la guerra al Este de Europa. Una estela de terror de la que deberíamos tomar conciencia todos los europeos. Vivimos en medio de una guerra fría y nuestros hermanos ucranianos sufren una guerra caliente, pero si no somos capaces de reconducir la situación, una vez más Europa podría verse abocada al abismo de un conflicto general. El fracaso de la diplomacia hoy puede convertirse en la antesala de la tragedia de mañana.

null

El mal ejemplo europeo de la intervención en Malí

Entristece constatar una vez más que la Unión Europea es un pigmeo político en la escena internacional, sobre todo cuando toca pasar de la diplomacia comercial a acción exterior de defensa. El gigante económico se encoge y avergüenza si las decisiones suponen costes que las opiniones públicas de sus Estados no están dispuestas a asumir. Ante las amenazas que rodean a escasos miles de kilómetros las fronteras de nuestro bunker del bienestar, cada cual mira para otro lado evadiendo la responsabilidad de una tarea común. Acogiéndonos al bochornoso pasado colonial de cada uno, encasquetamos las misiones a la antigua potencia de ocupación como si los siglos de emancipación no contaran para nada. El último mal ejemplo no lo está granjeando la intervención militar unilateral francesa en la república de África occidental de Malí. Más pruebas de incoherencia política, deslealtad entre socios y vulneración de las normas internacionales, resulta difícil de encontrar.

Que la política de defensa y seguridad no constituye un pilar común de la UE y que simplemente se queda en declaraciones de deseos futuribles inalcanzables en la práctica, es una realidad conocida. Pero, sin embargo, algunos nos las prometíamos felices cuando con la rúbrica del Tratado de Lisboa, los líderes europeos decidían dar un paso de gigante creando el SEAE (Servicio Europeo de Acción Exterior) y ponía al frente de este monstruo diplomático a la británica Catherine Ashton. Tener una sola voz en el contexto internacional y en el día a día de los conflictos mundiales parecía suficiente garantía para avanzar en el hasta ahora arduo objetivo de tener capacidad de reacción y protagonismo activo como la gran potencia que se pretende ser. Y debemos reconocer que en materia comercial y de intercambio y transferencia de conocimiento y tecnología la nueva diplomacia europea rinde a buen ritmo. Ha sido capaz de agilizar negociaciones estancadas durante décadas, ha abierto mercados de economías emergentes e incluso se puede reconocer que en las crisis internacionales más recientes como lo ha sido el fenómeno de la llamada primavera árabe, ha logrado evitar la tradicional cacofonía de los Estados miembros.

null

Pero, ¿de qué nos valen tales avances si en intervenciones como la de Malí quedan al descubierto todas nuestras miserias políticas? Si analizamos el caso con un poco de frialdad, nos daremos cuenta de que reúne todos los requisitos para justificar una acción de intervención internacional y, visto desde la estricta óptica europea, tales argumentos se duplican en razones. En primer lugar, la amenaza es cierta y declarada, la ofensiva de las milicias yihadistas busca ocupar un territorio clave en la geoestrategia de la región africana y desestabilizar al vecino del norte, Argelia. Muchas de las reservas energéticas y de materias primas cuyo suministro es básico para las economías europeas, está en juego en la zona de conflicto. Desde el punto de vista humanitario, como nos ha demostrado el reciente secuestro y posterior tragedia en víctimas de la planta de gas en In Amenas, proteger la vida de ciudadanos europeos que desarrollan su actividad profesional en estos países es una obligación de la UE. Y, por supuesto, interponer un contingente militar cualificado en la zona bélica es fundamental para tratar de evitar las masacres indiscriminadas que estos grupos extremistas pueden llevar a cabo entre la población civil.

Francia le amparan poderosas razones para intervenir en Malí, las mismas con las que debía haber convencido a sus socios europeos para alcanzar un acuerdo conjunto que presionara a la comunidad internacional para llevar a cabo una misión de Naciones Unidas que contara con todos los requisitos de legalidad necesarios. Es evidente que en este caso el enemigo aprovecha los tiempos empleados por la diplomacia internacional para progresar en su ofensiva y con ello incrementar gravemente el riesgo para Europa. Pero la misma agilidad con que se ha puesto en marcha la operación militar gala, no se ha empleado para reunir de urgencia a los jefes de gobierno europeos en consejo extraordinario. Cabe también, por tanto, censurar la conducta del presidente Van Rompuy tan ágil en algunos momentos de la crisis del euro urgido por la Alemania de la cancillerMerkel y tan poco sensible a las solicitudes de la Francia del presidente Hollande.

De la actitud del resto de socios mejor ni hablar porque ralla en la indecencia. Sirva como ejemplo límite de indignidad la del gobierno español que por boca de su ministro de Exteriores, García Margallo – con más motivo ex eurodiputado él – narró con todo lujo de detalles los enormes riesgos que la ofensiva yihadista suponía para los españoles, para a continuación detallar la ingente ayuda deEspaña en la operación en Malí concretada en el permiso concedido a la aviación gala en el espacio aéreo español y la participación de una aeronave de transporte del ejército español. Con socios así casi no hacen falta enemigos y desde luego cuando empiecen a repatriar cadáveres de militares franceses caídos en la zona de conflicto, sus familiares no podrán olvidar la enorme generosidad con que el resto de los europeos les estamos ayudando a combatir.

Haber cedido el papel de gendarme mundial a Estados Unidos no solo nos resulta muy caro, sino que se está demostrando que ha sumido a nuestras sociedades en un letargo idílico de pacifismo avestruz. Un tic mimético en todos los Estados miembros salvo el Reino Unido, tradicionalmente movilizable en defensa de lo propio, que impide vislumbrar el riesgo si este reconocimiento lleva parejo el sacrificio nacional en vidas humanas. Somos cada vez más un niño gigante, una especie de crío mal educado que no para de crecer sin querer abandonar su infancia. Así nos ve el mundo, sumidos en esa paradoja de una población avejentada que no es capaz de madurar y ocuparse de las responsabilidades que el contexto internacional nos depara. Tal vez nos sigue pesando demasiado nuestra memoria trágica de haber sido causantes de dos guerras mundiales y cientos de guerras civiles en nuestra historia como para ser conscientes de que la seguridad del mundo nos necesita.

null