Cumbres iberoamericanas: un juguete roto

La XXI Cumbre Iberoamericana celebrada en Asunción ha sido calificada por los propios mandatarios presentes y por los medios de comunicación de la región como un auténtico fracaso. Lo más sonoro del encuentro han sido las ausencias, esta vez más que notables. Faltaron la mitad de los invitados, 11 jefes de Estado (los de Argentina, Brasil, Colombia, Costa Rica, Cuba, El Salvador, Honduras, Nicaragua, República Dominicana, Venezuela y Uruguay) nada más y nada menos. Una cumbre para tratar temas de gran calado sobre la región sin personajes de la entidad política de Cristina Fernández, Dilma Rousseff o Juan Manuel Santos, estaba abocada al descalabro. La SEGIB – Secretaría General Iberoamericana – un invento inspirado por la diplomacia española hace cerca de cinco lustros, cumplió con creces en sus orígenes la función para la que fue creada. Eran tiempos de escasa vertebración de la política regional americana y bajo el paraguas de la “madre patria” y el inestimable buen hacer de un personaje de reconocido prestigio en Iberoamérica como Enrique Iglesias, se alcanzaron éxitos aunque solo fueran de imagen ante la opinión pública. Poner en valor parte del trabajo realizado en las cumbres y como derivado de ellas, es de recibo y justicia. Pero a fecha de hoy es imprescindible una profunda revisión del modelo relacional, desde una perspectiva española y, sobre todo, latinoamericana.

El mundo vive una suerte de “cumbritis”, una pandemia que lleva a los mandatarios mundiales a tratar de resolver los gravísimos problemas económicos del planeta a base de reuniones grandilocuentes, con galerías interminables de fotos de familia y besa manos, y escasos resultados prácticos. No hay continente o región que no se precie que no tenga su cumbre, más las intercontinentales, las que promueve la ONU o las del otrora G7, ahora G20. Buenas intenciones, sonrisas para las cámaras y alto grado de insatisfacción de los ciudadanos por los pobres frutos de tanta reunión inútil. Solo en América Latina conviven cerca de una decena de organizaciones supranacionales, una auténtica sopa de letras que produce solapamientos funcionales y relacionales – OEA, Mercosur, UNASUR, Aladi, SELA, CAFTA, CARICOM… etc). Y a eso se une en la relación con España y Portugal, la SEGIB y las cumbres EUROLAT para el trato con la Unión Europea. Aunque tuvieran los líderes latinoamericanos la buena voluntad de dar satisfacción a todos los organismos a los que pertenecen, sería por agenda prácticamente imposible estar presente en todas las citas anuales que tanta actividad diplomática despliega. En la era de las telecomunicaciones y de la realidad digital, se han acrecentado las reuniones presenciales, toda una paradoja que viene a resumir la confusión que vive hoy la política y la complejidad de los desafíos a los que se enfrenta.

Tan sonadas ausencias en la cumbre de Paraguay como las reseñadas con anterioridad han llevado a una, en mi opinión, falsa interpretación por parte de analistas e informadores. Se ha escrito que América Latina ha dado la espalda a Europa y ya mira hacia Asia. Esa simplificación es inadmisible porque parte de la base de un visión infantil por parte de los grandes países americanos. Brasil, México, Argentina e incluso Chile, Colombia o Perú, son Estados en crecimiento económico, con proyección internacional, que han diversificado sus relaciones internacionales. Tienen una relación bilateral que sigue siendo prioritaria, ¿cómo no?, con Estados Unidos, a eso se añade la pujante realidad de relaciones económicas con China y tratan de entablar relaciones de igual a igual con dos áreas de enorme valor estratégico como bloques, el sudeste asiático y la Unión Europea. Pensar que Brasil o México, como grandes potencias de la región, miran solo a derecha o a izquierda, arriba o abajo de su entorno geopolítico es sencillamente ridículo. Otras cosa distinta es que cuando dirigen sus miradas hacia un lugar u otro y hacen determinados guiños, las mejores respuestas las están recibiendo a través del Pacífico y no por nuestro océano Atlántico.

Por tanto, entonemos los europeos una vez más el mea culpa de la escasa relación que entre América Latina y la UE existe hasta la fecha, pues, como unidad no hemos sido capaces de avanzar en un escenario duradero de cooperación. La mejor prueba es el bloqueo sistemático a que se ven sometidas las rondas negociadoras con Mercosur sin que sea posible llegar a mínimos acuerdos comerciales entre los dos bloques. Tratar de interesar a las opiniones públicas de ambos lados cuando no se es capaz siquiera de firmar un tratado comercial, es imposible. Se supone que la creación de la Fundación EULAT debe engrasar la relación desde bases muy prácticas y con un quehacer diario basado en la colaboración público – privada europea y latinoamericana. El año que viene verá la luz, su presentación oficial, estatutos y presupuesto incluidos, debería celebrarse antes de final de año y confío plenamente en las dos personas que deben conducir dicha nave – su presidenta, Benita Ferrero y su director ejecutivo, Jorge Valdés -, pero deben tomar nota de los fracasos que les preceden para no repetir errores. Aunque puedan resultar incómodas mis palabras a oídos interesados en mantener el actual estatus, creo que el trabajo de la SEGIB ha cumplido su ciclo vital. Que de nada sirve pagar por una estructura organizativa cuyas tareas se diluyen en nuevas fórmulas de relación más integradoras y capaces.

España debe entender que más allá de su relación bilateral con cada uno de los países que integran América Latina, que deben cuidarse y primarse por lazos económicos – notable presencia de multinacionales españolas en la zona -, sociales y culturales, a los latinoamericanos les interesa la propuesta que Europa sea capaz de hacerles como región modelo de democracia y de desarrollo social. El ejemplo que los Estados del bienestar de los que gozamos la inmensa mayoría de los miembros de la UE representa para los Estados emergentes latinoamericanos resulta trascendental para consolidar aquella región como área mundial de progreso y prosperidad. En ese camino España tiene que ser puente, impulsor y promotor, pero su exceso de protagonismo para lo único que sirve ya es para estorbar el avance de una profunda relación de bloques que es a lo que debemos aspirar.

La próxima cumbre iberoamericana se celebrará en Cádiz (España) como colofón de las celebraciones del bicentenario de la Constitución española de 1812. Una carta magna que se inspiró en la carta de derechos humanos y que se exportó a muchos países latinoamericanos que recorrían su camino de liberación contra el imperio español. No es mal momento para reconocer muchos errores en la relación mutua, empezando por reconocer pública solemnemente los pecados de la conquista y colonización española de América, parar saldar definitivamente cuentas abiertas con comunidades indígenas y gobiernos que los representan. Pero, sobre todo, es la mejor de las oportunidades para la diplomacia española para dar un paso atrás en su visibilidad en la relación, para cederla al nuevo Servicio Exterior de la Unión Europea. Si Europa se toma en serio la relación con América Latina, los españoles habremos dejado nuestro mejor legado al continente que hace más de 5 siglos pisamos por vez primera. Los hijos de uno y otro lado del Atlántico nos lo agradecerán. Lo único que tenemos que hacer es no comportarnos como niños pensando que se nos ha roto el juguete.

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