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El partido de los indecisos

miércoles, 5 de marzo de 2008

Nada me causa más envidia que esas personas que -truene o haga sol- siempre votan al mismo partido, y además convencidas, y a veces hasta ilusionadas. Es una suerte para ellas que en la reducida oferta política haya un partido con el que se sientan plenamente identificadas y representadas. Con el premio extra de poder darle la espalda a los mitines, los debates, la propaganda y las páginas y páginas que los periódicos nos empeñamos en llenar estos días con la cosa electoral.

Frente a ellos, aquí estamos los otros, ese grupo abigarrado en el que lo mismo caben los pasotas irredentos -uno me preguntó si se puede apostatar del censo electoral como de la Iglesia-, que los que han votado a cinco o seis partidos en los últimos 25 años -uno más si se incluyen esas dos o tres abstenciones por no estropear un gran día de campo o por puro cabreo con la clase política-. Nuestra maldición es la indecisión. Es decir, la obligación de tragarse los Rajoy-Zapatero; sumergirse en todas esas páginas antes comentadas; y leer la letra pequeña de los programas electorales en busca de la inspiración repentina que guíe el voto. La campaña electoral se hace para nosotros, y qué menos que hacerle los honores. A cambio, el premio es que somos quienes decidimos las elecciones, porque a ningún partido -salvo al PSOE de Andalucía- le basta con los suyos para alcanzar la mayoría.

Pero no se trata, por supuesto, de un voto entusiasta -eso, en 30 años, sólo ocurrió con el PSOE en 1982-, sino, más bien, de pinza en la nariz. Con la cantidad de sondeos y encuestas que se hacen, aún estoy por ver ésa que contabilice dónde van a parar los votos en contra, claves casi siempre. Nosotros echamos a Felipe cuando su lema era Corrupción, GAL y paro ; y a Aznar cuando se creyó Napoleón; por no hablar de las veces que hemos frenado en seco terroríficos proyectos. Dominamos el sistema d’Hont, promediamos sondeos como nadie (País + Mundo + Tele 5 + Antena 3, dividido por cuatro) y nuestro voto irá donde más escuece. Triste es votar en contra, pero más triste es lamentar durante cuatro años no haberlo hecho.

POR TOMÁS DE LA OSSA

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